Criterio del 7mo Arte... Nunca estaras a salvo...Por Adán Salgado Andrade

Nunca estarás a salvo

Por Adàn Salgado Andrade 

El capitalismo salvaje todo lo ha mercantilizado. Para que algo, cualquier cosa, se convierta en una mercancía, sea o no tangible, se requiere que posea dos cualidades intrínsecas. Una, que tenga valor de uso, es decir, que sea útil. Y, la otra, su valor de cambio, o sea, que pueda equipararse en dinero. Gracias a eso, hasta los objetos intangibles pueden ser considerados mercancías que se pueden comprar. Una obra de arte, como un cuadro de Rembrandt, pongamos por caso, ofrece un valor de uso intangible, pues su esencia es valorada sólo por la apreciación de lo sublime que toda persona sensible posee. Es algo que valoramos dentro de nosotros, no podemos tomarlo con las manos, pues es, repito, intangible, pero nuestra espiritual sensibilidad, sí lo aprehende. El valor de cambio de tal obra dependerá de muchas cosas, como, por ejemplo, si es antigua, si su autor es famoso, el grado de conservación… y así. Tales características llevan a muchos de esos trabajos a alcanzar precios hasta obscenamente escandalosos.

Esa mercantilización ha permitido que el mismo hombre sea una mercancía, que el capitalismo salvaje emplea para su reproducción. Así, los obreros, los trabajadores directamente inmiscuidos en el proceso de producción, son una mercancía. Su valor de uso es lo que cada uno sabe hacer y su valor de cambio, el salario, es lo que se le paga por estar dentro de una fábrica durante la jornada laboral trabajando. Claro que, en este caso, se le paga menos, por su trabajo, de lo que realmente vale. Y, por desgracia, dominando los poderes fácticos del capitalismo salvaje, esa ilegal práctica es lo normal, incuestionable. Claro, pues, de otra manera, no habría ganancia en el proceso productivo, el leitmotiv del dicho capitalismo salvaje.

Así, el concepto de trabajador, aunque con variaciones, será la mercancía humana que se compra por sus determinadas habilidades. Y los habrá no sólo que laboren en una fábrica, sino en muchos otros, muy variados ámbitos. En supermercados, hospitales, escuelas, talleres, empresas cinematográficas, oficinas públicas… en todo. Y, desde luego, los que le trabajen al lumpencapitalismo, o sea, al capitalismo salvaje no legal.

Por ejemplo, un sicario que sirve a su jefe. Por un lado, su utilidad es su habilidad para asesinar, o sea, su valor de uso. En tanto que su valor de cambio es lo que se le paga por su actividad de matar, sea, por ejemplo, al mes o por destajo, es decir, por los muertos que su mortífera acción deje cada semana.

Y abundan los ejemplos. Sólo por mencionar a un matón a sueldo, resalta el nombre de Richard Kuklinsky (1935-2006), muy famoso asesino, que tanto le trabajaba a la mafia, así como por su propia cuenta. Le apodaban el hielero, pues tenía una muy particular forma de disponer de los cadáveres de aquéllos a quienes asesinaba, congelándolos, para evitar que los forenses pudieran determinar el tiempo en que habían sido asesinados. Nunca le pudieron comprobar más de seis asesinatos, por los que le dieron cadena perpetua. Sin embargo, Kuklinsky fanfarroneaba de que había asesinado a unas doscientas personas. Muchos de quienes estudiaron su caso están seguros de que, en efecto, si mató a varias decenas de personas, lo que lo convirtió en un próspero hombre. Irónicamente, su familia nunca supo a lo que se dedicaba, hasta que fue arrestado. Para ellos, era un muy responsable, trabajador y buen padre de familia. Caras vemos, pues.

En fin, los asesinos a sueldo son temas recurrentes en la cinematografía, a quienes se alquila para deshacerse de determinado adversario o enemigo. Aunque en algunos casos, les sale su lado bueno, amable. Como en el filme francés León: The Professional (1994), dirigida por Luc Besson, (conocida aquí como El Perfecto Asesino), en donde León, un matón a sueldo (Jean Reno) saca todos sus buenos sentimientos con Mathilda (Natalie Portman), a quien, justamente, rescata de otro matón, Norman, (Gary Oldman), quien aniquila a la familia de ésta. Al final, León y Mathilda serán como padre e hija. Un sublime final.

Justamente en ese tenor, se coloca la cinta estadounidense “Nunca estarás a salvo”. Dirigida por Lynee Ramsay, admirable directora, y protagonizada por Joaquin Phoenix, el filme nos presenta a un obscuro personaje, marcado por sus traumas de la niñez – su padre era un maldito golpeador – y por los de la guerra – es un veterano de la guerra del golfo pérsico. Como la mayoría de los ex soldados estadounidenses, la terrible experiencia que desarrollan durante la guerra, les deja brutales secuelas, que, a casi todos, les impide volver a trabajar en algo que no sea matar. Y algunos, como Joe (Phoenix), pues se dedican justamente a dicha actividad.

Pero, por lo mismo de tantos traumas, Joe es un tipo muy reservado y solitario, cuya única relación social es su septuagenaria madre. Todo transcurre “normalmente”, hasta que un día le encomiendan el rescate de la hija de un senador, secuestrada por explotadores sexuales. Joe hace muy eficientemente el trabajo de rescatarla, pero, por desgracia, es algo que tiene que ver con muy altas y peligrosas esferas en el poder y, al final, le tienden una trampa para tratar de eliminarlo. Pero no cuentan con que, tanto trauma, ha hecho de Joe un tipo que ha logrado sobrevivir a varias mortales encrucijadas en su vida. Y, una más, no será problema.

Quizá los asesinos de las películas no sean tan verosímiles, pero lo que sí es verosímil es que, se dice, en México hay matones que hasta por mil pesos pueden asesinar a alguien y eso nos lleva a concluir, alarmantemente, ¡a qué bajo se tasa la vida de una persona en la actualidad! ¿¡Inverosímil, no!?

“Nunca estarás a salvo”. 

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