Plasticófagos CUENTO por Adán Salgado Andrade

PLASTICÓFAGOS

Por Adán Salgado Andrade 

Braulio estaba feliz.

Su bacteria láctica modificada, para degradar y comer plástico, tras ser probada muchos años, por fin, tenía la plena capacidad para terminar con tanta basura plástica del mar. Era muy buena alternativa, pues ya, de tantos millones de toneladas de desperdicios de plásticos de todo tipo que había allí, era raro el pez, molusco, delfín, ballena o animal acuático que nadara entre tanto plástico…

Los corales ya también eran sedimentos calcáreos, muertos hacía años…

Hacía tiempo que los océanos habían dejado de producir alimentos, justo porque casi había desaparecido la vida allí. La poca que había, menos del uno por ciento de lo que existió en épocas pasadas, ya mejor ni se molestaban los humanos en capturarlas, pues por la dificultad para hallarlas, no tenía caso.

Además, los “alimentos” sintéticos habían sustituido desde hacía mucho tiempo todo tipo de alimento natural. Sí, con procedimientos químicos, se obtenían todo tipo de “nutrientes”… a los que llamaban quimiocomida. Sólo nutrían, no eran como la comida de antes, que se “saboreaba”, se preparaba con vegetales y animales y quitaba el “hambre”. El “hambre” ya estaba eliminada genéticamente y la gente se nutría, nada más.

Esos “alimentos” sintéticos eran meras sustancias que abundaban en minerales, vitaminas, proteínas, carbohidratos, microplásticos – éstos, porque las corporaciones alimenticias habían indicado que era para dar cohesión a los tejidos, pues la falta de agua y alimentos naturales, llevaron al debilitamiento crónico de aquéllos, además de que le hallaban un nuevo uso más a los muy abundantes plásticos –, grasas y algunas otras cosas … que lo único que hacían era proporcionar elementos básicos para que el cuerpo humano funcionara correctamente, tuviera un metabolismo adecuado…

Claro que se tuvieron que hacer algunos cambios a nivel genético, con tal de que el ser humano ya no tuviera que comer sólidos, ni líquidos naturales de ningún tipo, sólo los fluidos químicos de colores y bloques cúbicos – parecidos a las antiguas “galletas” –, también de varios colores, cada uno de los cuales, de dichos colores, era para algo en específico. Por ejemplo, el amarillo, proporcionaba los necesarios minerales, el rojo, las proteínas, el azul, vitaminas, el anaranjado, los microplásticos… y así.

Las corporaciones aseguraban que era comida “sustentable”, pues sólo así podían alimentarse a cincuenta mil millones de seres humanos, que vivían muy hacinadamente.

Combinados con brutales métodos de control, también justificados, pues “es la única forma de que vivamos tantos en este planeta”, todos los humanos y humanas aceptaban resignadamente ese destino, incluido el de que, cualquier violación a las reglas, merecía la muerte. Aunque se justificaban las sentencias, pues el cuerpo del ejecutado, de inmediato, era procesado para que fuera incorporado a los químicos sintéticos que servirían para hacer más “nutrientes de colores”…

 

Braulio trabajaba para el Instituto Oceanográfico para Desocupar los Mares (IODEM).

Empresas inmobiliarias habían visto como un buen negocio, la limpieza de tanta basura plástica de los, prácticamente, muertos mares. Como podía ya obtenerse agua sintética, no tenía caso conservarlos. Era más lucrativo, luego de vaciarlos, desecar todos los mares y comenzar una masiva urbanización, que bien podría acomodar a otros cincuenta mil millones de humanos y humanas, no tan hacinados, como en lo que todavía era tierra firme. Además, podrían edificarse lujosas y exclusivas condotorres de 200 o más pisos, en los abismos marinos que fueran apareciendo al ir desecando los ya inútiles océanos.

Por eso, tampoco les parecía importante a esas inmobiliarias rescatar a las últimas especies marinas, pues, de todos modos, ninguna utilidad tenían ya, ni como adorno, pues con tanto robot animal que se había creado, como perros, gatos, pájaros y peces de acuarios – que funcionaban en agua sintética –, ya ni se requerían animales reales… mejor, que se murieran completamente…

Y por eso, desde hacía años, habían encargado a Braulio que creara alguna bacteria que, muy rápidamente, acabara con tanto plástico, para luego, desecar los océanos…

¡Y, por fin, lo había logrado!

Sus plasticófagos, en pruebas de laboratorio, eran capaces de degradar y consumir una tonelada de desperdicios plásticos en una hora, con tan sólo medio kilogramo de peso de esas útiles bacterias…

Así que, calculaba Braulio, con una cantidad inicial de unas diez toneladas de plasticófagos, sería suficiente para comenzar la degradación de plásticos en el mar. Las bacterias genéticamente creadas, comerían plásticos y se irían reproduciendo y aumentando, con lo que la tarea inicial, se facilitaría y el tiempo requerido disminuiría.

Según su modelo computacional cuántico, la tarea sería terminada en, máximo, un año. Luego, desecar los océanos, tomaría un medio año, a lo sumo. Así, el súper negocio inmobiliario comenzaría muy pronto…

El Instituto hasta le había subido el sueldo. Braulio, podría irse a vivir a una zona, en los ex océanos, más cómoda, menos hacinada...

Tenía muchas esperanzas de continuar ascendiendo. Su meta era llegar a Director de Investigación…

Se lo merecía, creía firmemente, después de haber logrado lo que, antes, nadie había podido hacer.

Sí, conocerían, en adelante, quién era él. No por nada había estudiado tres doctorados en el MIT…

Y valían la pena. Sí, porque Braulio los había estudiado, no sólo por aprender mucho más, sino para que ese mayor y "excelente" conocimiento, se reflejara en sus emolumentos…

Haberse quemado tanto las pestañas, tenía que redituarle no sólo en la ciencia, sino en sus bolsillos…

Y eso era lo que le aseguraba siempre a Martina, su esposa, y a Dorotea y Saturnino, su hija e hijo, que los avances científicos, debían de ir, siempre, acompañados de avances monetarios. “Sí, m’hijos, si no buscan ustedes, en la vida, el incentivo económico, de nada valdrá cuanto aprendan”, era su ferviente consejo…

 

Una semana más tarde, las diez toneladas de plasticófagos, fueron arrojadas al mar, desde el puerto de Nueva York…

El alcalde de la ciudad, el IODEM y SUHOME, la empresa inmobiliaria, presenciaron las botada al grisáceo mar, del barco que, unas diez millas mar adentro, abriría sus sentinas para que los plasticófagos se mezclaran con las contaminadas aguas y comenzaran con su noble labor…

 

Más tarde, los plasticófagos estaban actuando y devorando tantos miles de millones de toneladas de desperdicios plásticos, que no sólo habían desplazado a los casi extintos animales acuáticos, sino al nivel del agua. Harían otro beneficio, pues, al eliminar tanto desechado plástico, de entrada, bajarían 10 metros los niveles de las aguas en todos los litorales…

 

Braulio estaba muy contento, junto con su familia…

Su jefe, el director del IODEM lo felicitó muchísimo, al igual que el CEO de SUHOME y el poblano Robert Pérez, el alcalde de Nueva York…

 

***

 

 Nadie previó que los plasticófagos serían tan, pero tan resilentes, que su noble labor no terminó en el mar…

No, esas bacterias genéticamente creadas, al haber arrasado con los desperdicios plásticos del mar, se siguieron hacia tierra firme…

Allí, comenzaron a devorar todo cuanto fuera de plástico…  que lo era casi todo…

Autos aéreos comenzaron a caer, pues el noventa por ciento de sus partes, eran de plástico…

Lo mismo sucedió con los vehículos terrestres, hechos cien por ciento de plástico…

Y con las casas, que eran hecha con 78 por ciento de plástico, sus paredes y cimientos…

Y todos los electrodomésticos, hechos en un 95 por ciento de plásticos…

Igualmente, los gadgets electrónicos comenzaron a desbaratarse y sólo quedaban algunos circuitos…

Lo peor fue que ningún antídoto pudo hallarse contra los plasticófagos, quienes también comenzaron a degradar y comerse los microplásticos contenidos en los tejidos de humanas y humanos, los que les daban “sustentación”…

La pandemia fue imparable…

Ni haber obligado, por la fuerza, a todos los humanos y humanas del planeta a encerrarse en sus reducidísimas casas, evitó los masivos, acelerados contagios…

 

Braulio, deshaciéndose mortalmente por dentro, acostado, pues la enfermedad se caracterizó porque iban perdiendo totalmente la energía y la sustentación corporal, en su microvivienda, contemplaba cómo su familia iba muriendo junto con él…

Apenas si podía murmurar:

-Ay, Martinita… Doroteita… Saturninito… todo por mi pinche culpa… me clavé tanto en calcular cuánto me iban a pagar que… que… no calculé el factor de resiliencia de los plasticófagos… que era de nueve…

-¿Y eso… eso qué quiere decir, pa’? – preguntó Dorotea, con mucho esfuerzo, siempre la más interesada en todas esas cosas de la química cuántica y demás avances científicos…

-Ay, m´hija, que por eso nos estamos muriendo… el factor máximo de resiliencia debió ser de dos...

Los cuatro empezaron a llorar, antes de comenzar a deja de pensar, a deshacerse, a falta de microplásticos de sustentación y energía corporal…

 

Los plasticófagos siguieron con su noble labor de eliminar cuanto plástico existiera en el planeta…

Y algunos meses después, comenzaron a morir, no habiendo más plástico que devorar…

 

Para fortuna de los miles de millones de cadáveres de humanas y humanos que quedaron, por allí, en alguno, comenzó a florecer una perdida bacteria, de las que degradaban la materia orgánica… las que, por tanto organismo sintético, habían desaparecido…

 

Muy pronto, se fueron reproduciendo por miles de millones y degradaron todos esos millones de cuerpos…

 

Y, como si la Tierra se hubiera recuperado, por muchos años llovió…

Y eso ocasionó que, poco a poco, se llenaran de nuevo los mares…

 

Pasado el tiempo, nuevas formas de vida, tanto terrestre, como marina, fueron surgiendo…

Lo mejor de todo era que tenían limitados cerebros…

 

Sí, nunca más, gracias a una sabia evolución, criatura alguna, volvió a gozar de excepcional inteligencia…

 

FIN

Tenochtitlan, Abril de 2020

(en medio de la pandemia)

 

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