Criterio del 7mo Arte... Marguerite.... por Adán Salgado

Marguerite

Por Adán Salgado

El alabar es algo muy natural en el ser humano, sobre todo cuando la persona a la que se dirigen las alabanzas es alguien poderoso, con el cual, justamente, tratamos de quedar bien, que sabemos que gracias a su nivel económico o posición política, nos podrá echar la mano.

Incluso, cuando se corteja a alguien, también las lisonjas van muy de la mano, llegando a exagerar cualquier detalle que, así magnificado, haga sentir a la persona que nos cautiva (en todos los sentidos, tanto sentimental, como amoroso o puramente sexual), como alguien muy especial, poseedor de un inigualable don, aunque, realmente, nada tenga de impresionante o que ni siquiera merezca ser objeto de atención.

Sin embargo, de otra forma, si nada se espera de alguien, si no nos ha eclipsado de alguna de las maneras mencionadas, está en la egoísta, individualista naturaleza humana, señalar hasta con dolo sus errores, por más insignificantes que éstos puedan ser. Las frases de “¡yo podría hacerlo mejor!” o “mejor que se dedique a otra cosa”, suelen ser muy comunes a la hora de las duras, destructivas críticas.

Indudablemente que hay críticas saludables, sobre todo cuando son muy bien intencionadas. Por ejemplo, me viene a la memoria una escena de la cinta “Diarios de Motocicleta”, del director Walter Salles, acerca de la vida de Ernesto Che Guevara, protagonizada por Gael García Bernal. En dicha escena, un doctor con el que el Che estuvo trabajando para atender a gente humilde, quien previamente le había dado a éste un borrador de una novela, pues quería conocer su opinión, al saber que el Che era también muy bueno escribiendo, al preguntarle el doctor qué le había parecido su escrito, el Che, sin ambages, directo, le dijo algo así cómo “Doctor, usted es muy bueno curando a la gente, mejor siga haciendo eso… su novela, pues le falta mucho, se ve que escribir, no es lo suyo, doctor”. Una opinión dura, podría pensarse, pero honesta, sin afán de fastidiar sólo por fastidiar. “Mejor sigue haciendo lo que realmente sabes hacer”, sería la moraleja.

Sin embargo, las alabanzas perduran, solamente mientras perdura el poderoso o los encantos de aquél o aquélla que lisonjeamos o hasta que alguien se atreve, quizá por inocencia o por la mencionada honestidad, a señalar que tales cualidades no existen o, al menos, no al nivel que tantas lisonjas pretenden elevar. Justamente como sucede en la historia del genial Hans Christian Andersen, “El traje nuevo del emperador”, en la cual, el soberano se creyó que dos supuestos modistos – vividores que sólo lo estafan – le habían hecho un traje que sólo la gente de buen gusto, refinada, de clase, podía ver, hasta que un inocente chicuelo exclamó “¡Pero si el emperador está desnudo!”.

La reflexión anterior da pie para hablar de la cinta francesa Marguerite, dirigida por Xavier Gianolli, que recibimos tardíamente, ya que fue producida en el 2015 (como siempre, el cine de arte, nos llega tarde, no así la mayormente prescindible filmografía hollywoodense, la que, incluso, llega al mismo tiempo que se estrena en Estados Unidos).

La cinta está inspirada en la vida de la, llamémosle, cantante de ópera, Florence Foster Jenkins (1868-1944), mujer adinerada que en cierta etapa de su vida decidió entregarse al arte operístico. Ubicada en la Francia de los años 1920’s, la cinta nos presenta a Marguerite Dumont, interpretada por Catherine Frot, acaudalada mujer que no repara en gastos para lucirse con los amigos de la rica casa, quienes se dan cita para escucharla “cantar”, así como a verdaderas cantantes, con cuyo, ese sí, verdadero talento operístico, contrastan los desacompasados tonos de Marguerite.

Pero, como es de esperarse, debido a su riqueza y a la posibilidad de conseguir favores de ella, nadie, ni su mismo esposo, quien vive a la sombra de la fortuna de ella, se atreven a decirle que canta, si así se le puede llamar a su afición, desafinadamente. Aun así, las ganas de seguir con sus “dotes” operísticos, llevan a Marguerite a ambicionar que un día se codee con las mejores cantantes europeas y que su nombre luzca en las marquesinas de las mejores salas de ópera europeas.

De todos modos, no repara en gastos para organizarse ella misma un gran concierto en Paris. Es allí cuando, habrá de reconocerse, la audacia de esa mujer no tuvo límites y se atrevió a dar el concierto de ópera de su vida… ¡sin saber realmente cantar!

Pero hay que reconocer una lección que puede darnos la cinta Marguerite, y ésa es que debemos ser tenaces en todo lo que hagamos. Quizá la tenacidad nos ayude a mejorar y, si no lo logramos, al menos ¡nos dará el valor de hacer el ridículo!

Marguerite se exhibe en cineteca nacional y salas comerciales.      

 

 

 

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