VENTRILOCUO... Cuento por Adán Salgado

Written by Super User. Posted in Literatura

ILUSTRACIÓN: VIRIDIANA PICHARDO JIMÉNEZ

 

VENTRILOCUO

POR: ADÁN SALGADO ANDRADE 

El semáforo se puso en rojo.

Como siempre hacía, Fidel bajó de la banqueta y caminó por el asfalto, frente a los autos que se fueron deteniendo en ese crucero, sobre la calzada, que ahora se llamaba Lázaro Cárdenas.

Fidel, la había conocido como San Juan de Letrán, años atrás, cuando, junto con su muñeco Tan-Tan, actuaba casi todos los días en el teatro Blanquita, en los quince minutos que le daban, para que saliera y “pusiera a hablar” a Tan-Tan mediante su habilidad de ventrílocuo que, en efecto, apenas si movía los labios para que el muñeco, vestido con una especie de traje negro, con cabello simulado, del mismo color y pronunciadas cejas, respondiera a las preguntas de Fidel, quien, cada que lo ponía a “hablar”, le movía la boca con una palanca, procurando que sus aberturas y cierres, coincidieran con las palabras que el muñeco “decía”.

Fueron muy buenos años, actuando al lado de famosos como Tin-Tan, Resortes, Borolas, Vitola, El Caballo, don Facundo… y tantos otros, que ya ni recordaba.

Como hacía también años que habían cerrado ese emblemático teatro de revista, Fidel había tenido que ganarse la vida haciendo eso, pues no sabía realizar otra tarea, más que la de que “hablara” Tan-Tan…

Extrañaba esos viejos tiempos, pues la gente sí le prestaba atención, y reía de los chistes que contaba Tan-Tan (le había puesto así, en honor a Tin-Tan, a quien admiraba mucho, pero para que no dijeran que se había “fusilado” su nombre, lo dejó como Tan-Tan).

Como aquel chiste “colorado” de la señora que iba al mercado, que compraba plátanos y que le decía al marchante, mostrándole su canasta, que “Métame los plátanos, señor” y éste, le respondía “Ay, señito, pos nomás tengo uno, no se vaya uste’ a enojar”. Venían varios segundos de carcajadas por la “puntada” y la forma en que Tan-Tan contaba ese y otros chistes más…

No era como en ese crucero – en donde ya habían dejado de molestarlo los de “servicios públicos”, por fortuna –, que la gente, muchas veces, ni volteaba a verlo, como si no estuviera allí, tratando de amenizarles la espera de casi un minuto, a que cambiara a verde la luz del semáforo, para que pudieran avanzar…

Sí, habían sido muy buenos esos tiempos en el Blanquita, en donde, por allí de los setentas, se ganaba hasta dos mil pesos a la semana, si era muy buena o, mínimo, mil, si le iba “regular”.

Pero salía para pagar el pequeño, viejo departamento en la calle de Jesús María, en donde vivía con su mujer y sus tres hijas.

Las hijas, se habían casado, Petra, su mujer, se había muerto y a Fidel, ni quién le echara un lazo…

Muchas veces se preguntó si era porque, en ese tiempo, bebía mucho y hasta les pegaba a Petra y a las “chamacas”…

“Pus a lo mejor”, suspiraba.

A pesar de sus 75 años, seguía tratando de ganarse el sustento.

Había intentado sacar una pensión para la vejez, pero como estaba equivocado uno de sus apellidos en su acta – había nacido en un polvoriento pueblo de Guanajuato –, la única vez que había reunido dinero suficiente para ir, no pudo arreglarlo. “No, señor, tiene que ir al Registro Civil que está en México, en Arcos de Belén”, le dijo una mal encarada empleada. “Pero pus de allá, me mandaron p’acá”, pretendió reclamar Fidel. La mujer, sólo se encogió de hombros, puso la peor mala cara que pudo y volvió a repetirle lo mismo.

Fidel, se desanimó.

Como ya nadie de sus parientes vivía en el pueblo, se tuvo que regresar ese mismo día.

Con los cien o doscientos pesos, cuando bien le iba, que sacaba a diario en ese crucero, sólo le alcanzaba para medio comer y vivir en un viejo edificio en donde habitaban personas solas, compartiendo una misma habitación varios, pagando cincuenta pesos por día. Estaba muy cerca del metro Hidalgo.

Terminaba como a eso de las diez, once de la noche.

Tomaba el trolebús y se bajaba frente a Bellas Artes, para caminar hasta donde se alojaba.

Ya, a sus años, cada día le costaba más trabajo caminar, pero lo tenía que hacer, pues “ni modo que tome taxi, con lo caros que ‘stán”, se decía…

Pero así transcurría su diaria lucha por la existencia, llegar a ese crucero, desde las nueve de la mañana, habiéndose “echado” su torta de tamal y su atole, y esperar cada tres minutos, a que se pusiera el semáforo en rojo, para distraer con Tan-Tan, a los fríos automovilistas y a ver si a alguno, le sacaba una sonrisa y una moneda…

Y por ahí de las tres, compraba unos “pingüinos” y una “coca” en una tienda cercana, que eran su “comida”…

Eran pocos los que le daban alguna moneda, cinco, diez pesos, quienes lo hacían, pero era más, porque les simpatizaba Tan-Tan, no porque pudieran escuchar sus chistes, pues, además, la voz, a Fidel, se le había ido apagando, envejeciendo, empolvando… ¡y cada vez era más difícil que el muñeco hablara!

Pero fuera de que su voz se iba apagando con los años y que cada vez le costaba más trabajo caminar, era saludable. “Pos todavía puedo mantenerme”, reflexionaba.

Para “enriquecer” el acto, él se pintaba la cara de payaso, combinando un rosa en mejillas y frente, con un blanco, alrededor de los ojos, y una nariz negra.

También ese detalle, conmovía a los que le daban dinero, ver a un hombre de tantos años, todavía tratándose de ganar la vida, pintada la cara de payaso y cargando a ese extraño muñeco, que sólo veían que movía la boca, pero casi nadie escuchaba sus chistes…

 

***

 

Pasaban de las diez de la noche.

Más o menos, podía “calcular” la hora, pero cuando cambiaban el horario, le costaba días para adaptarse, no sólo a saber la hora, sino a que, si de por sí, dormía poco, menos, con ese “pinche horario”.

Era, pues, otro final del día.

Se sintió los bolsillos. “Pos yo creo que como unos ciento cincuenta he de ‘ber juntado hoy”, reflexionó, porque también, por el peso, podía más o menos saber cuánto había juntado.

“A cerrar el changarro” se decía, mientras recogía a Tan-Tan, lo metía en un costal y caminaba hasta la parada del trolebús…

Llegaría al “cantón” a eso de las once, pasaría a comprarse dos tacos de tripa en la taquería en donde siempre los adquiría, y se los tomaría con la mitad de la “coca” que siempre le sobraba…

Y allí, conviviendo con otros cinco hombres que, al igual que Fidel, se ganaban la vida como podían – tres de ellos, pidiendo limosna, otro, limpiando vidrios y uno más, como estibador en la Merced –, pasaría una noche más de su monótona, minimalista existencia, teniendo a Tan-Tan a su lado…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

II

 

Otro día más en su pesado existir.

Ya habría pasado una hora y no llevaba más de diez pesos reunidos.

“Como que ‘hora, andan de codos”, pensó, con cierta decepción.

A varios, de tanto que pasaban a diario, ya los “ubicaba”. Algunos de ellos, siempre le daban los cinco o diez pesos. Otros, nunca, nada, ni un pesito. “No se corta una flor de su jardín”, pensaba decepcionado Fidel por esa falta de generosidad.

Fidel, muchas veces, compartía alguna moneda con una mujer indigente que estaba cerca de donde él se alojaba. “Hoy por ti, mañana, por mí”, le decía, mientras le alargaba cinco o diez pesos…

La luz se puso en rojo.

Fidel bajó de la banqueta, como siempre, mostrando a Tan-Tan, moviéndole su boca, diciendo “Hola, me llamo Tan-Tan y no soy tan tan rico como ustedes”, esperando sacar alguna sonrisa, junto con su respectiva moneda, claro…

-¡Ustedes, son de los que no disparan ni en defensa propia! – dijo otro chiste Tan-Tan, mientras movía su boca, “mirando” a los indiferentes automovilistas…

El último carril, estaba vacío…

Un auto se aproximaba a toda velocidad, como si no hubiera luz roja…

 

***

 

Eso, sí, atrajo la morbosa atención de todos, ver cómo Fidel y muñeco, volaron por los aires, a causa del brutal golpe que ese loco del BMW, le propinó, sin inmutarse y sin detenerse, a pesar de que por el impacto, se había sumido el cofre del auto...

III

 

Fidel y Tan-Tan, estaban en el Blanquita, sobre la tarima, actuando su número…

-A ver, Tan-Tan, dile unos piropos a esa señora de rojo…

-A esa de rojo yo me la co…

No había completado la broma, porque Fidel pretendía taparle la boca.

-¡No, Tan-Tan, dile cosas dulces a la señorita, que es una chica muy linda, muy hermosa, muy…!

-Ah, concha, azúcar, garapiñados…

-No, no… no dije dulces de los que se comen, sino cosas lindas… a ver, qué le puedes decir a esa señorita de verde…

-¡Ah, que a mi me lo muer…! – exclamó con chillona voz el muñeco, pero de nuevo, la mano de Fidel, le interrumpió completar el chascarrillo…

-¡No, no, Tan-Tan, va decir la señorita qu’eres un majadero!... dile cosas tiernas…

-¡Ah, elotes, pollitos, calabacitas!...

-No, no, dile que es muy bella, que parece muñequita, que si no quiere ser tu novia…

-Ah… señorita, ¿no quiere ser mi novia? Yo soy bien chambeador, soy feo, fuerte y formal…

La aludida chica, sonreía, de buena gana…

En ese momento, el público desapareció…

Fidel se extrañó…

Sintió como si volara…

Fue cuando Tan-Tan le dijo, sonriendo, para su mayor sorpresa:

-Ya, Fidel, dejemos esta mierdera vida…

 

 

IV

 

Pasaron varias horas para que, al fin, una ambulancia llegara hasta el crucero.

Unos policías, habían cubierto el cadáver de Fidel con una vieja cobija que un vecino les había regalado.

Como a los de emergencias les dijeron que la víctima había fallecido, pues ya, para qué, se iban a apurar…

Con desgano, bajaron la camilla, levantaron a Fidel, quien se sentía todo aguado, de tantos huesos fracturados, lo colocaron sobre ella, lo subieron a la ambulancia y partieron, de todos modos, sonando la sirena…

Y a Tan-Tan, ni quién lo “pelara”

Allí quedó, junto a la banqueta, sin un brazo, por el brutal impacto, inmóvil, mudo para siempre…

O eso parecía…

Alguien que hubiera estado cerca de Tan-Tan, habría visto moverse su boca, un instante, y decir:

-¡Puta, sí qu’estuvo duro el chingadazo!...

 

FIN

 

Tenochtitlan, 4 de abril de 2022

(De la colección: cuentos de una sentada

En la pospandemia)

 

 

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