APAGANDO AL SOL...Cuento por Adán Salgado
Ilustración: Viridiana Pichardo Jiménez
APAGANDO AL SOL
POR ADÁN SALGADO ANDRADE
El doctor Apolonio Watson, fue el científico encargado de llevar a cabo tan ambicioso proyecto.
El calentamiento global, ocasionado por tanta contaminación, ya había dejado inhabitable a la mitad del planeta, pues en lugares desérticos o en donde antes había selvas, las temperaturas rebasaban los setenta grados Celsius todo el año.
Y en donde aún podía habitarse, no menos de cuarenta grados, reinaban.
El uso obligatorio del aire acondicionado, para los ricos, claro, que requería demasiada electricidad, para que los sitios “habitables”, lo siguieran siendo, generaba, a su vez, más calor.
Y de todos modos, la electricidad generada por los paneles solares, la única fuente energética que quedaba, cada vez alcanzaba menos para tener funcionando permanentemente a esos aparatos.
En las zonas “habitables”, era casi mortal vivir sin aire acondicionado. Sólo los pobres no lo usaban, pero a diario había muertes masivas de ellos. Aunque los CEO’s de las empresas-países que se habían constituido desde hacía años, sólo veinte, celebraban esos miles de muertos diarios, “pues nos quitan un peso de encima”, decía el CEO de la empresa-país Amazon-EU. Su par, el CEO de Huawei-China, aunque lo lamentaba, veía que, sobre todo, con tanto huaweichino jodido, era mejor que se murieran por cientos de miles, debido al golpe de calor.
Sin embargo, el CEO de Shell-Inglaterra, advirtió que, de no tomar medidas, muy pronto, cuando ya ni el aire acondicionado pudiera mantener la temperatura a veintidós grados Celsius o no fuera posible seguir generando electricidad, “nosotros seremos también los que nos uniremos a los miles de muertos diarios, señores”.
Por eso, habían acordado otorgar el estudio de factibilidad a la empresa SunOff Systems, encargada de geoingeniería solar, para que apagaran el sol un mes. “Tendremos temperaturas de menos diecisiete a menos veinte grados Celsius, suficientes para que todo vuelva a la normalidad”, aseguró Watson, cuando su jefe le pidió que expusiera el plan a los CEO’s.
“Van a ver que hasta volveremos a tener al extinto hielo”, agregó Watson, quien, minuciosamente, expuso cómo sería ese apagón solar.
“Basta con que le bombardeemos unos millones de neutrinos, los que harán una reacción temporal con su hidrógeno y ¡saz!, el astro solar se apagará un mes… ¿qué les parece?”, expuso, muy didácticamente, el doctor Watson su plan.
¡Y todos los CEO’s, muy entusiasmados, aceptaron, sobre todo, por la ilusión de que conocerían, lo que había sido en el pasado, al hielo, del que únicamente tenían referencias de que cien años atrás, se había extinguido totalmente del planeta. Y sólo lo conocían cuando sacaban cubos de hielo de sus servibares, para tomarse un whisky u otra bebida “espiritual”…
Esperaban que esa acción, mejorara las cosas. Siendo humanos, los únicos habitantes del planeta, pues por el calor extremo, todo tipo de animal y planta, se había extinguido, merecían, decían los CEO’s, “mejor calidad de vida”. “¡No podemos vivir como prisioneros en nuestras mansiones, empresas, tiendas, atenidos al aire acondicionado de esos sitios!”, decía el CEO de la empresa-país Samsung-Corea. “Quiero salir a correr por mi vecindario, sin que deba de llevar mi aire acondicionado portátil… ¡eso, no es vida!”, lamentaba. Y varios de ellos decían, bromeando, claro, que darían toda su fortuna, con tal de disfrutar el aire libre… ¡pero con veintidós grados centígrados, por Dios!”…
“No se preocupen, podrán hacer eso y más”, fue enfático Watson, con la total confianza en que el experimento, resultaría.
II
El cañón neutrónico, había sido transportado por un helicóptero de ascensión dinámica, sin hélices, hasta la cima del monte Everest, que en los viejos tiempos, había sido lugar favorito de alpinistas, pero cuando se quedó sin hielo, había perdido su atractivo, además de que, por las altas temperaturas reinantes allí, de cincuenta grados Celsius, habría sido un suicidio escalarlo, por el golpe de calor resultante de la ascensión.
Una unidad portátil de aire acondicionado, había sido instalada, para que Watson y los otros técnicos y científicos, tuvieran los veintidós grados acostumbrados en su hogares y centros de trabajo.
El cañón, que semejaba a un marcador de tinta permanente, montado sobre una base trapezoidal, sería accionado cuánticamente, mediante la cuanticomputadora de Watson, quien revisaba las cifras finales minuciosamente, sabiendo que del experimento, nunca antes probado, dependía un mejor futuro para la humanidad.
-Muy bien, colegas, bastará con que disparemos neutrinos durante una hora, para que contrarresten a los átomos solares de hidrógeno…
-Cuando usted diga, doctor – le respondió el doctor Melquiades Clinton, otro muy estudioso científico de la geoingeniería solar, esa ciencia que buscaba alterar al Sol, en beneficio de la humanidad.
-No esperemos más – dijo Watson, dando ENTER en su cuanticomputadora…
***
¡Todos celebraban el apagón solar!...
Como habían esperado, el brillo solar, luego de un par de horas, se fue debilitando, poco a poco.
Notaron cómo fue “anocheciendo”, en pleno día, como si se hubiera dado un repentino eclipse solar, pero de mayor duración.
Hasta que todo quedó invadido por la plena obscuridad.
Encendieron los reflectores, preparados para el efecto.
-¡Perfecto, colegas, podemos ir a descansar… el Sol nuestro de cada día, ha sido apagado! – dijo en tono burlón Watson, celebrando que su idea, manejada por años, por fin, se hubiera realizado.
Abordaron el helicóptero, con las siglas de la empresa SunOff y se dirigieron hacia Amazon-EU…
III
-¡No lo sé, no lo sé! – gritaba, desesperado Watson, quien por más y más que revisaba todas las variables del experimento, nada explicaba por qué el apagón solar había sido permanente.
Ya llevaban seis meses sin luz solar y las temperaturas de menos setenta grados, reinaban en todo el planeta.
Al mes, todos celebraban que los sofocantes calores, se habían terminado. Y CEO’s, gustosos, vestidos con ropa invernal, salían a las calles a jugar con el hielo y la nieve resultantes de temperaturas de menos veinte grados Celsius.
Pero, puesto que el Sol no se encendió de nuevo, como había asegurado Watson, comenzaron a temer y, luego, con más y más días de obscuridad, entraron en pánico, pues las frígidas temperaturas, seguían bajando.
La mortandad era peor que cuando tenían sofocantes temperaturas, muriendo por millones los humanos, sobre todo, los pobres, sin techo o sin calefacción, para que entraran en calor…
Y el consumo energético llegaba casi a su agotamiento, pues las clases privilegiadas, como los CEO’s y sus familias, a diario tenían encendidos los calefactores, a todo lo que daban, con tal de mantener los veintidós grados Celsius, mínimos, para vivir.
No se habían podido sostener los invernaderos globales, en los que se habían estado produciendo los vegetales que la gente comía, ni las fábricas de carne sintética, con tal de que las ensaladas acompañadas de bisteces sintéticos asados, alimento universal, pudieran seguirse preparando…
-¡Pero usted nos aseguró que sólo duraría el apagón un mes, Watson! – lo reprendía Torcuato Overland, CEO de SunOff.
-¡Sí, sí, el modelo que empleé, eso mostró, míster Overland! – clamaba Watson
-¡Usted y su puto modelo! – estalló Overland –… ¡Ya no tengo fondos para seguir pagando la generación mundial de electricidad para los malditos calefactores… y de todos modos, no queda mucho carbón para seguirla generando!...
Como antes del apagón, la energía la obtenían de gigantescos paneles solares, tuvieron que recurrir a viejos depósitos de carbón, para generar electricidad mediante incineración…
Watson estaba desesperado.
Todo el futuro de la humanidad pendía de él.
Pero, en ese momento, se sentía incapaz, rebasado.
No sabía qué había ocurrido, porque había revisado perfectamente todas las variables del experimento.
-¡Me arregla eso! – lo sacó de su mutismo el grito de Overland.
Watson lo miró, sin convicción, desesperanzado…
Cuando Overland salió de su oficina, Watson supo lo que debía de hacer.
Apagó todos sus aparatos y cuanticomputadoras. Se puso su saco, uno negro, ligero, hecho con carbono capturado.
Luego, salió del lugar. Caminó hacia el ascensor.
Apretó el botón NS, o sea, el nivel superficie, porque su oficina estaba treinta pisos bajo tierra, pues por el ya inexistente calentamiento global, era mejor hacer las construcciones por debajo del nivel de suelo, para paliar un poco sus efectos.
Desde el apagón, era muy raro que la gente saliera al exterior, pues los menos ochenta grados reinantes – y seguían bajando –, congelaban de inmediato a cualquiera. Sólo podían hacerlo con muy gruesos trajes térmicos, pero subiendo, de inmediato, a los aeroautos, que habían tenido que ser cubiertos con una nanocapa térmica, para que no se congelaran…
Pero en ninguna de esas precauciones pensó Watson, muy triste de que por llevar a cabo un irresponsable experimento, la humanidad estuviera peor que hacía seis meses, sin futuro, sin ese “calor sofocante de hogar”, que ahora, hasta se extrañaba…
-Buenas noches, doctor – lo saludó el guardia que vigilaba el acceso al edificio y que sólo por la guía del reloj, decía buenos días, buenas tardes o buenas noches, pues la obscuridad era total y sólo las luces de edificios, permitían ver.
-Buenas noches – musitó Watson
Siguió su camino, sin detenerse, hacia la entrada…
El guardia notó su intención:
-¿A dónde va, doctor?...
Watson, sin pensarlo más, comenzó a correr…
-¡Doctor!... ¿¡qué le pasa!?... ¡espere!...
Pero ya nada pudo hacer el guardia.
Watson, apretó el botón de apertura de puertas y saltó, literalmente, a la calle…
Y, en segundos, pereció congelado, convertido en grotesca escultura, que mostraba a un hombre en posición de loca carrera…
FIN
Tenochtitlan, 26 de abril de 2021
(De la colección: cuentos de una sentada
por pandemia)