Criterio del 7mo Arte... En los Bosques de Siberia Por Adán Salgado Andrade

En los bosques de Siberia

Por Adán Salgado Andrade

 

Quizá por la carga evolutiva que tenemos los seres humanos, de haber habitado praderas, bosques, selvas, durante miles de años, algunos buscan tener encuentros con la naturaleza, con lugares recónditos, con sitios extraños… en fin, con todo aquello que permita, de vez en cuando, romper con la monotonía, impuesta por el estilo de vida actual, que sólo dicta que debemos trabajar, obedecer, consumir y pagar.

Atendiendo a ese “llamado de la selva”, es que muchos se lanzan a la aventura, sea realizando el ecoturismo – que consta de actividades extremas, como navegar por rápidos de ríos en canoas, lanzarse desde paracaídas, salto de bungee, salto de cascadas y por el estilo –, aislándose por grandes temporadas en zonas rurales del planeta o en solitarias playas, visitando países “exóticos”… pues consideran que, sólo así, pueden escapar, realmente, del asedio de una rutina impuesta por los estándares de un capitalismo salvaje que, en efecto, tiende a ahogarnos con su irracional funcionamiento.

Pocos pueden hacerlo, sobre todo, los más avezados, pero, también, los que tengan cierta solvencia económica para emprender la búsqueda del “planeta profundo”. No es casual que sean europeos y estadounidenses los que más emprendan ese tipo de viajes, no precisamente místicos, sino extremos o también llamados obscuros, dado su mayor poder adquisitivo.

Claro que dicha búsqueda está siendo aprovechada también, muy oportunamente, por grupos que ven en esa necesidad, una muy lucrativa mina de oro. Desde hace unos pocos años, las agencia de viajes que promueven el dark tourism han crecido bastante. Agencias como Young Pioneer Tours, cuyo mercado principal es el de personas de entre 25 y 40 años, se promueve con el slogan “¡Este es el viaje que tus padres no quieren que hagas!”. Sus viajes “turísticos” son a países tan aislados, parias, como Norcorea, Chechenia, Osetia del sur… lugares en donde el turista medio se abstendría totalmente de ir. De hecho, en el 2016, un joven estudiante estadounidense, Otto Warmbier, quien viajó a Norcorea, al haber tratado de robarse un poster, fue descubierto y condenado a 15 años de prisión y trabajos forzados. Luego de año y medio de prisión, las autoridades norcoreanas lo “liberaron” porque había enfermado y estaba en coma. Así fue llevado de regreso a Estados Unidos, en donde, finalmente, murió al poco tiempo. Ese incidente, casi provocó un conflicto internacional, entre Norcorea y Estados Unidos, aunque, por fortuna, no pasó a más, quizá porque Estados Unidos está consciente de que muchos de sus ciudadanos tienen una fuerte atracción por visitar Norcorea y otros países “prohibidos”, por lo que no será el primero, ni el último caso.

Y es que se debe de tener mucho cuidado cuando los avezados turistas se entrometen con  lo más extremo de otras culturas. Eso lo podemos ver en la cinta “El planeta más solitario” (2011), coproducción de Estados Unidos y Alemania, dirigida por la cineasta ruso-estadounidense Julia Loktev, en la cual Nica y Alex, una pareja de “turistas extremos” emprenden un viaje por el Cáucaso. En cierto momento, se ponen a bromear con algunos obscuros lugareños, quienes amenazan con secuestrarlos. Alex (Gael García) comete la infamia de tratar de defenderse, exponiendo a Nica, su “prometida”. Ésta, al darse cuenta de su cobarde acción, queda plenamente decepcionada y lo único que quiere, de allí en adelante, es que ese “viaje infernal” termine y no volverlo a ver nunca. Moraleja: si vas a emprender un viaje extremo, no cometas tonterías extremas.

Es inevitable, pues, que, incluso, personas más extremas, emprendan ese tipo de viajes a lugares recónditos en solitario y hasta mueran en el intento. Eso lo muestra bastante bien la cinta estadounidense Into the wild (2007), dirigida por Sean Penn, basada en el viaje real que emprende a Alaska, Christopher McCandless, joven que en su búsqueda de sí mismo, se va a refugiar entre solitarios bosques de Alaska, sólo para encontrar la muerte, luego de algunos meses de retiro. Su cadáver fue hallado, junto con su diario y su cámara, con la que se tomó una foto de sus últimos momentos allí. Lo peor era que, decía en su diario, se había convencido de que el aislamiento extremo, no lo había ayudado como él pensaba y por eso quiso regresar, pero un río crecido y haber ingerido yerbas venenosas, lo aniquilaron.

Aunque algunos, sí logran darse su “espiritual retiro” en lo más extremo y regresar para contarlo.

Justo es la temática de la cinta francesa “En los bosques de Siberia” (Dans les forèst de Sibérie, 2016), dirigida por Safy Nebbou, protagonizada por Raphaël Personnaz. Basada en los viajes del aventurero y escritor francés Sylvian Tesson (París, 1972), nos muestra la aventura que Teddy, un francés que trabaja como manager publicista, decide correr en completo aislamiento, en una cabaña a la orilla del lago siberiano Baikal, congelado en invierno, que es cuando aquél decide comenzar su aventura. Y la emprende en serio, incluso, aceptando la oferta de venta, en lugar de renta, de la cabaña, por sus dueños, sorprendidos de que un europeo quiera vivir en esas condiciones tan duras, aún para ellos. “¡Cómo es que tú, europeo, quieras venir a vivir aquí, si nosotros, lo que quisiéramos, es ir a tu país!”. “¡Es que vivir así es lo que busco!”, contesta Teddy, entre apenado y justificativo.

A pesar de ventiscas, ataques de un oso, extremos fríos, Teddy se empecina a que eso es lo que busca. Además, el encontrarse un día con un ermitaño, quien, como él, está refugiado en ese helado bosque, lo convence de que no está mal y continúa con su minimalista existencia.

Quizá todos tengamos un inconsciente deseo de aislarnos, aunque, en realidad, pocos son los que quieren y pueden hacerlo.

En los bosques de Siberia se exhibe en Cineteca Nacional y Casa del Cine (Uruguay 52).

  

 

 

 

 

 

 

 

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Criterio del 7mo Arte... La región salvaje Por Adán Salgado Andrade

La región salvaje

 Por Adán Salgado Andrade

La ciencia ficción ha ido siempre a la par del cine. Gracias a éste, es que podemos visualizar, por ejemplo, viajes estelares, alienígenas, personajes con súper habilidades, viajes por el tiempo y así. Fue el pionero cineasta francés George Méliès quien comenzara a emplear al recién creado cine para llevar a la pantalla historias que no mostraran sólo cotidianas escenas, sino que se esmeró por filmar complejas – para su tiempo – historias que provocaran la admiración del público y que los estimulara a imaginar, y no sólo ver escenas de la vida diaria o historias comunes. Así, su “Viaje a la luna”, inspirada, a su vez, en la obra de otro visionario, Julio Verne, que, aunque ahora podría antojársenos como un rudimentario y hasta cómico trabajo, para la audiencia de entonces, debió de haber sido algo mágico, fuera, justamente, de este mundo. Fue precisamente la intención de Méliès, llevar a la pantalla ese tipo de historias, muchas de las cuales, por desgracia, quedaron perdidas para siempre. Pero sembró la semilla, pues sus creaciones, no sólo iniciaron una tendencia que, a la fecha, continúa, sino que también dieron lugar al efectismo cinematográfico, tan necesario para crear la magia visual a la que estamos tan acostumbrados. Además, tal efectismo ha debido evolucionar, pues si se pretende realmente sorprendernos, los efectos deben de ser más y más realistas, rebasar a los que los antecedieron y así, a su vez, ser rebasados.

El cine mexicano no ha estado exento de proponer su propia ciencia ficción. Ya, desde las películas del Santo, el enmascarado de plata, se nos proponía que se enfrentara, por ejemplo, a marcianos o a científicos locos y aunque el resultado resultara disparatado, mostraba que también podía ser un género abordable por los productores mexicanos.

Por supuesto que el cine de ciencia-ficción, al requerir de los efectos especiales, es un género caro, pues no es lo mismo filmar una historia simple, como muchas cintas mexicanas prefieren, a hacer una en donde los efectos especiales cuenten como la mitad de la producción.

Por otro lado, el cine de ciencia-ficción que, además, combine crítica social, es todavía más raro. Ha habido cintas en donde se cuestiona, por ejemplo, la peligrosidad de un “avance científico” que se salió de control, como un virus, cuya letalidad mata o convierte en zombis a toda la humanidad (The maze runner, 2014), máquinas que se convierten en mortíferos guerreros (Terminator I y II, 1984 y 1991) o experimentos genéticos convertidos en monstruosas creaciones (Splice, 2009). Sin embargo, lo que no cuestionan es la realidad circundante, como la pobreza, el machismo, las mafias políticas corruptas que nos dominan y cuestiones así.

En la cinta mexicana, La región salvaje, su director, Amat Escalante (Barcelona, 1979), logra justamente eso, combinar la ciencia-ficción con algunos de los problemas que en este depredado, violento país vivimos. Y lo hace a partir de proponer la llegada de un alienígena – que recuerda a un pulpo –, escondido en la campirana casa de un matrimonio que, digamos, lo va conociendo y “sabiendo” sus gustos, sobre todo, que es una estupenda máquina de placer sexual que, literalmente, mata de placer a quien se sirva de sus encantos, sea hombre o mujer o, como uno de los personajes, incluso, homosexual. El alienígena recuerda al culebresco ser de la cinta alemana Possession (1981), dirigida por Andrzej Zulawski, en donde el personaje Anna (Isabel Adjani), a falta de la compañía de su esposo, desarrolla a un ser que comienza siendo una especie de culebra que le hace el amor y que va evolucionando, hasta convertirse, justamente, en su esposo. El alienígena de Escalante, como dije, mata de placer.

Aprovecha Escalante para denunciar el machismo, el homosexualismo de closet, a los golpeadores de mujeres y otras problemáticas que han sido la principal característica de sus filmes. Y ese es el mayor mérito de esta cinta, pues el alienígena es una especie de consolación para personajes marginados y golpeados por la vida y por otras personas.

De Escalante conocemos cintas como Heli (2013), sobre narcotráfico o Los bastardos (2008), que aborda la temática de los mexicanos ilegales en Estados Unidos que, por necesidad, se meten a actividades criminales.

La Región Salvaje se exhibe en la Cineteca nacional y salas comerciales.

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Criterio del 7mo Arte... Good Time Por Adán Salgado Andrade

                                                                                     

Good Time: Viviendo Al Límite

 Por Adán Salgado Andrade

Estados Unidos (EU), el centro del capitalismo mundial, ha vivido defendiendo a este contradictorio y crónicamente decadente sistema económico desde, prácticamente, su nacimiento como nación, negándose a ver los perniciosos efectos que ha traído consigo tan acérrima defensa. Una de ellas es que la creación de empleos en ese país (y en todo el planeta, claro), ha tendido a disminuir más y más con el tiempo, en relación con el crecimiento poblacional, no ha ido a la par de la demanda laboral. Esa circunstancia, además, ha ido tirando mitos, tales como el de que estudiar una carrera, maestría o doctorado, son la “solución” inmediata para conseguir rápidamente empleo. Ha habido movimientos en EU, tales como Occupy Wall Street, una protesta efectuada por egresados de universidades que, no obstante haberse endeudado con al menos 200 mil dólares durante cuatro años, por obtener un título universitario, se gradúan y no consiguen trabajo en absoluto o, cuando es así, no tiene nada que ver con lo que estudiaron, contentándose con emplearse en una tienda de Walmart o una franquicia de comida rápida, si bien les va. Eso mismo sucede en México, en donde es mayor el desempleo entre gente con mayor preparación que entre aquellos con preparatoria como nivel máximo de estudios.

Esa muy creciente tendencia del desempleo tiene como base la así llamada “revolución tecnológica”, es decir, el empecinamiento capitalista de producir más mercancías, con menos obreros. Y eso ha sido no sólo en la actual época, sino que, por ejemplo, cuando se dio el crack financiero de 1929, se citaba como principal causa el que los empresarios hubieran incorporado tantos adelantos tecnológicos, que con una máquina, operada con sólo doce obreros, pongamos, se sustituía el trabajo de 500 trabajadores y así. A lo cual, los dueños de tales empresas lo único que objetaban era que “no es nuestra culpa que seamos tan sagaces para haber aumentado la productividad de nuestras fábricas y que, la consecuencia, sean tantos millones de desempleados. Eso es algo que le corresponde resolver a otras personas o instituciones, no a nosotros”.

Y así ha sido, ese cinismo tecnológico, que presume de tantos logros, pero que no advierte los peligros que va a desencadenar el hecho de que robots o software sustituyan actualmente el trabajo de millones de personas y que continúe así la tendencia. Evidentemente, esa consecuencia se traduce de inmediato en un inconmensurable incremento de la pobreza a nivel mundial, en donde hablamos de que 2000 millones de personas deben de sobrevivir con un dólar o menos al día… y, eso, en caso de que realmente lo tengan. Del otro lado, está la opulencia, la que viven a diario el selecto grupo de personajes que figuran en las listas anuales de la revista Forbes, quienes forman el 1% de la población mundial y que se dan lujos tan obscenos, como adquirir costosas obras de arte de cientos de millones de dólares, lujosos yates, costosos jets, impresionantes mansiones… y cosas así, que profundizan más la brutal polarización social a la que el capitalismo salvaje nos ha conducido.

Como decía antes, el aumento de la pobreza es el indicador del creciente desempleo o del empleo precario, aquel que sólo permite sobrevivir. Y tal pobreza conlleva sus propias consecuencias, como una acelerada pérdida de valores humanos que está generando una igualmente acelerada descomposición social, pues se crea el ambiente de “todos contra todos”, tratando de sobrevivir a como sea. Aumentan los crímenes, los delincuentes amateur, los timos o robos, incluso a familiares o amigos… y la única “lealtad” es hacia sí mismo, el individualismo-egoísmo es el imperante.

Esa situación la podemos ver en cintas estadounidenses independientes, como la recién estrenada Good Time: Viviendo Al Límite, trabajo de los hermanos Joshua Safdie and Ben Safdie, jóvenes cineastas que prácticamente debutaron cinematográficamente con dicha cinta. En esta, se desarrolla la historia de dos hermanos, Constantine (un estupendo Robert Pattinson) y Nick (Ben Safdie, justo uno de los directores), en la cual Constantine casi obliga a Nick, quien padece retraso mental, a cometer un robo bancario. Desde ese robo vemos la acidez de los hermanos Safdie, pues Constantine y Nick, ambos caucásicos, portan máscaras que los hacen ver como negros, ya que en EU es muy fácil achacar todo tipo de crímenes a los afroestadounidenses, quienes rebosan las cárceles de ese país, aun cuando sean inocentes, tan sólo por su color de piel (el llamado racial profiling). Justamente por los problemas mentales de Nick, es que la policía lo atrapa a él, en tanto que Constantine logra escapar.

A partir de allí, la cinta muestra la serie de errores cometidos por Constantine, buscando liberar a su hermano, desde tratar de estafar a su “novia”, hasta haber “rescatado” a otra persona, por “error” del hospital, creyendo que se trataría de Nick.

Más allá de eso, la cinta muestra el lado obscuro de EU, aspectos de las condiciones de vida de los 40 millones de estadounidenses pobres, quienes deben de arreglárselas para sobrevivir en una sociedad cada vez más individualista, materialista y egoísta.

 

Good Time: Viviendo Al Límite se exhibe en Cineteca Nacional y salas comerciales.Good Time: Viviendo Al Límite

 

Estados Unidos (EU), el centro del capitalismo mundial, ha vivido defendiendo a este contradictorio y crónicamente decadente sistema económico desde, prácticamente, su nacimiento como nación, negándose a ver los perniciosos efectos que ha traído consigo tan acérrima defensa. Una de ellas es que la creación de empleos en ese país (y en todo el planeta, claro), ha tendido a disminuir más y más con el tiempo, en relación con el crecimiento poblacional, no ha ido a la par de la demanda laboral. Esa circunstancia, además, ha ido tirando mitos, tales como el de que estudiar una carrera, maestría o doctorado, son la “solución” inmediata para conseguir rápidamente empleo. Ha habido movimientos en EU, tales como Occupy Wall Street, una protesta efectuada por egresados de universidades que, no obstante haberse endeudado con al menos 200 mil dólares durante cuatro años, por obtener un título universitario, se gradúan y no consiguen trabajo en absoluto o, cuando es así, no tiene nada que ver con lo que estudiaron, contentándose con emplearse en una tienda de Walmart o una franquicia de comida rápida, si bien les va. Eso mismo sucede en México, en donde es mayor el desempleo entre gente con mayor preparación que entre aquellos con preparatoria como nivel máximo de estudios.

Esa muy creciente tendencia del desempleo tiene como base la así llamada “revolución tecnológica”, es decir, el empecinamiento capitalista de producir más mercancías, con menos obreros. Y eso ha sido no sólo en la actual época, sino que, por ejemplo, cuando se dio el crack financiero de 1929, se citaba como principal causa el que los empresarios hubieran incorporado tantos adelantos tecnológicos, que con una máquina, operada con sólo doce obreros, pongamos, se sustituía el trabajo de 500 trabajadores y así. A lo cual, los dueños de tales empresas lo único que objetaban era que “no es nuestra culpa que seamos tan sagaces para haber aumentado la productividad de nuestras fábricas y que, la consecuencia, sean tantos millones de desempleados. Eso es algo que le corresponde resolver a otras personas o instituciones, no a nosotros”.

Y así ha sido, ese cinismo tecnológico, que presume de tantos logros, pero que no advierte los peligros que va a desencadenar el hecho de que robots o software sustituyan actualmente el trabajo de millones de personas y que continúe así la tendencia. Evidentemente, esa consecuencia se traduce de inmediato en un inconmensurable incremento de la pobreza a nivel mundial, en donde hablamos de que 2000 millones de personas deben de sobrevivir con un dólar o menos al día… y, eso, en caso de que realmente lo tengan. Del otro lado, está la opulencia, la que viven a diario el selecto grupo de personajes que figuran en las listas anuales de la revista Forbes, quienes forman el 1% de la población mundial y que se dan lujos tan obscenos, como adquirir costosas obras de arte de cientos de millones de dólares, lujosos yates, costosos jets, impresionantes mansiones… y cosas así, que profundizan más la brutal polarización social a la que el capitalismo salvaje nos ha conducido.

Como decía antes, el aumento de la pobreza es el indicador del creciente desempleo o del empleo precario, aquel que sólo permite sobrevivir. Y tal pobreza conlleva sus propias consecuencias, como una acelerada pérdida de valores humanos que está generando una igualmente acelerada descomposición social, pues se crea el ambiente de “todos contra todos”, tratando de sobrevivir a como sea. Aumentan los crímenes, los delincuentes amateur, los timos o robos, incluso a familiares o amigos… y la única “lealtad” es hacia sí mismo, el individualismo-egoísmo es el imperante.

Esa situación la podemos ver en cintas estadounidenses independientes, como la recién estrenada Good Time: Viviendo Al Límite, trabajo de los hermanos Joshua Safdie and Ben Safdie, jóvenes cineastas que prácticamente debutaron cinematográficamente con dicha cinta. En esta, se desarrolla la historia de dos hermanos, Constantine (un estupendo Robert Pattinson) y Nick (Ben Safdie, justo uno de los directores), en la cual Constantine casi obliga a Nick, quien padece retraso mental, a cometer un robo bancario. Desde ese robo vemos la acidez de los hermanos Safdie, pues Constantine y Nick, ambos caucásicos, portan máscaras que los hacen ver como negros, ya que en EU es muy fácil achacar todo tipo de crímenes a los afroestadounidenses, quienes rebosan las cárceles de ese país, aun cuando sean inocentes, tan sólo por su color de piel (el llamado racial profiling). Justamente por los problemas mentales de Nick, es que la policía lo atrapa a él, en tanto que Constantine logra escapar.

A partir de allí, la cinta muestra la serie de errores cometidos por Constantine, buscando liberar a su hermano, desde tratar de estafar a su “novia”, hasta haber “rescatado” a otra persona, por “error” del hospital, creyendo que se trataría de Nick.

Más allá de eso, la cinta muestra el lado obscuro de EU, aspectos de las condiciones de vida de los 40 millones de estadounidenses pobres, quienes deben de arreglárselas para sobrevivir en una sociedad cada vez más individualista, materialista y egoísta.

Good Time: Viviendo Al Límite se exhibe en Cineteca Nacional y salas comerciales.

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Criterio del 7mo Arte... ANTIPORNO Por Adán Salgado Andrade

 

ANTIPORNO

Por Adán Salgado Andrade

El ser humano, a diferencia del resto de los animales, toma a la sexualidad, no sólo como una necesidad reproductiva, sino como un placer, más allá del mero instinto procreador. Incluso, el placer es ya el objetivo principal de aquélla. Eso ya lo señalaba desde hace siglos el famoso libro hindú Kamasutra, profusamente ilustrado, parte de cuyo contenido era una guía para una mejor, placentera sexualidad.

Y a medida que la sociedad se fue volviendo más compleja, más pública, la sexualidad se ha colectivizado, ha dejado de ser íntima, al punto tal, que se ha vuelto un lucrativo show que echa mano de cuanto avance tecnológico esté a sus disposición. Así, la pornografía, que podría definirse como la sexualidad explícita, impúdica, tocando niveles de depravación y aberraciones cada vez más “sofisticados”, ha ido a la par de los mencionados avances tecnológicos.

Ya, desde que algunos pintores renacentistas, capturaban a voluptuosas mujeres posando desnudas, no precisamente en poses porno, pero, sí, con implícito erotismo, ese arte, la pintura, era una plataforma para que la sexualidad se volviera pública. Igual sucedía con la escultura, en la que también se esculpían figuras femeninas, algunas en eróticas poses.

Luego, vinieron los daguerrotipos y siguió la fotografía. La pornografía, no podía quedar atrás y tanto los primeros, así como las fotos, se emplearon para hacerla aún más explícita. Quizá ahora no nos parezcan tan “pornográficas” las fotos de finales del siglo XIX o principios del XX, pero es innegable el intento de las ¿pornomodelos? – ¿podríamos ya llamarlas así? –, de mostrarse, más que amorosas, lascivas, ante los ojos de los que habrían de adquirir las publicaciones “especializadas” que reproducían tales fotografías.

Luego, vino el cine y, de nuevo, la pornografía incursionó en ese “novedoso” invento, pues fue siendo más descriptiva, porque ya no se trataba tan sólo de fotos, sino de imágenes en movimiento, lo que llenaba los huecos que había dejado la fotografía para los creativos pornógrafos de entonces. Claro, no era lo mismo “posar” una penetración, que mostrarla en movimiento, de principio a fin. Con el avance del cine, también avanzó la pornografía y se dio su “época dorada”. Y comenzaron a producirse y a exhibirse cintas “porno” a partir de los 1970’s, algunas un tanto tímidas, otras, no tanto. Deep throat (1972), cinta estadounidense, quizá fue una de las más audaces de su tiempo, mostrando a Linda Lovelace, una abusada mujer que, por esclavizantes circunstancias, más que por “talento”, ejecutaba inquietantes felaciones. Ella, rápidamente se convirtió en una destacada porn star y la cinta recaudó millones, convirtiéndose en un “clásico” del cine porno.

No podía faltar el cine casero, para los que no se atrevían, por púdicos, a entrar a los “cines porno” – aquí, en la ciudad de México, eran famosos el Arcadia, el Río, el Savoy –  en donde era requisito poseer un proyector de cintas de 8 mm, cuya duración era de escasos diez minutos. Las sesiones, de todos modos eran “privadas”, pues se consideraba un espectáculo sólo para los “caballeros”, quienes realizaban tales sesiones no en sus casas, sino en sus oficinas, acompañados de “cuates y amigos”.

En esa evolución, llegaron las videocintas y, gracias a ello, ya no se requería un costoso proyector, sino una simple televisión y una videograbadora, lo que podía hacer más íntimo el presenciar un “video porno”. Y, así, lo mismo ha pasado con las computadoras, que no sólo reproducen DVD’s, BLU-RAY, sino hasta juegos pornos “interactivos”, pasando por los “sitios pornos especializados” que exhiben cintas porno de todo tipo “al gusto del lascivo cliente” o los sitios de parejas amateurs que cobran a los ávidos espectadores por verlos “coger”.

Pero tanto mencionado “avance”, que ha servido como “plataforma pornográfica”, nos lleva a otro desafortunado tópico: que la pornografía ha estigmatizado a la mujer como elemento secundario, como extensión del macho, al que se muestra como lo principal, como la adoración de la fémina que existe y está allí para satisfacer todos sus sexuales y hasta bestiales deseos. Sí, hasta en eso el mundo actual es machista, hasta en el espectáculo pornográfico, el cual agrava, muy probablemente, toda la creciente violencia sexual hacia la mujer en todo el planeta, que va desde el diario hostigamiento sexual, hasta la violación, seguida del sádico asesinato. Ello lleva a que más de 250 mil mujeres son asesinadas cada año en el mundo a causa de aberrantes machos que las toman como un fetiche sexual que puede ser cobardemente privado de su vida. Muy triste, deplorable realidad.

Todo ello lo vemos reflejado en la más reciente cinta del polémico director japonés Shion Sono (Toyokawa, 1961), titulado en español “Antiporno” (Anchiporuno, 2016). Sono se distingue por su polémico cine, que ha, incluso, escandalizado debido a los temas que presenta. Una de ellas, 0cm4 (1989), titulada en inglés como Depression Blot (Marca depresiva), versa sobre un hombre daltónico que en cuatro días más se operará los ojos para que pueda distinguir colores y se pregunta si eso vale la pena. La cinta es inquietante porque se pregunta, finalmente, si el color es una noción que sólo existe en nuestras mentes.

En Antiporno, Sono cuestiona el papel tan misógino que se le ha dado a la mujer en la pornografía. Kyoko es una famosa pintora de cuadros eróticos, cuya vida íntima es totalmente distinta a la publicidad que se le da en revistas de arte especializadas. Sobre todo, ella es, irónicamente, misógina, y lo vemos reflejado en la forma tan machista en la que trata a su asistente, a la que golpea, obliga a desnudarse y a entregarse a las mujeres que quieren entrevistar y fotografiar a Kyoko. En una de las escenas, Kyoko le exige a la humillada chica que diga que quiere ser “¡Una gran puta, como yo!” y ésta asiente, mientras el grupo de perversas mujeres practica todo tipo de perversiones con ella… y todo parece muy convincente, como si se tratara de una escena real, hasta que se escucha el grito de “¡Corte!”, por parte del director y sus asistentes, quienes increpan a la pornoactriz que encarna a Kyoko de que su actuación como femme fatal es pésima y que si sigue así, la correrá.

Todo ello va mezclado con escenas de la niñez de la chica, que explican el por qué ella, se convirtió en una actriz porno, sobre todo, el que su padre se hubiera vuelto a casar con una mujer muy liberal en el sexo, que no se inmutaba si la chica los veía haciendo el amor y que los hombres siempre han exigido que las mujeres los complazcan y sean lo más “putas” posible que puedan. Hay una escena de otro film porno, en que la mencionada pornoactriz, siendo adolescente, es enérgicamente violada por un joven. Y ella, al verla, le pregunta al público si su actuación fue realista, si realmente parecía que estaba siendo violada.

Con esta algo compleja trama, Sono nos da su punto de vista sobre las machistas causas que han llevado a la cosificación sexual de la mujer, no sólo en Japón, sino en todo el mundo, particularmente en la industria pornográfica, a la que no interesa si su influencia sea la causa de tantas miles de mujeres asesinadas cada año por sátiros que sólo así, matándolas, complacen sus bajos instintos.

 

Antiporno se exhibe en la Cineteca Nacional.

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Criterio del 7mo Arte... Blade Runner 2049 Por Adán Salgado Andrade

Blade Runner 2049

El ser humano se conduce entre constantes dilemas. Por un lado, su soberbia le ha llevado a pensar que puede dominar a las fuerzas de la Naturaleza, sobrepasar al planeta. Lo vemos, por ejemplo, con el ritmo tan brutal de depredación que hemos ocasionado a todos los ecosistemas y que, aun así, se piensa que existe control, que la situación es manejable, que ya habrá “soluciones” que resuelvan los graves problemas de contaminación a los que hemos llegado, de deforestación o de polución marina. Peor todavía, muchos hay que niegan que las modificaciones climáticas que experimentamos sean producto del hombre y en su hipócrita “humildad”, lo atribuyen al planeta. Sin embargo, la realidad es que, soberbia o hipócrita “humildad”, año con año se agudizan las consecuencias provocadas por el caos climático ocasionado. Como muestra, Estados Unidos, el más soberbio de todos los países, este año fue azotado por huracanes y tormentas que arrasaron zonas de Texas, Florida, Puerto Rico y Luisiana, a niveles verdaderamente catastróficos y “atípicos”. Ah, pero los negacionistas, como Donald Trump, se entercan en afirmar que el hombre no ha ocasionado daño alguno. ¿Necesitarán tipos así que un súper huracán les destruya sus residencias y los mande al diablo junto con ellas?

Un segundo dilema del hombre es su deseo por sobrepasarse a sí mismo. Desde hace siglos, la idea de construir máquinas que superen las habilidades humanas, es una constante. Lo que Marx denomina los instrumentos de trabajo, han ido incorporando el know-how del hombre para aplicarlo en la producción industrial, y también para superarlo con creces, no sólo en cantidad, sino en calidad. Igualmente, esa carrera contra sí mismo, ha llevado a aquél a intentar crearse, a diseñar artilugios que sean como él o lo más parecidos posible. Ha propuesto vocablos con los cuales referirse a tales mecanismos. Y ahora hablamos de robots, autómatas, ciborgs, terminators… la lista es amplia, sobre todo porque también la cinematografía de ciencia-ficción ha contribuido a enriquecerla.

Claro que para que tales imitaciones de la raza humana puedan comportarse justo como ella, deben, en todo momento, pensar, razonar sus funciones. Y eso nos remite a lo que se ha dado en llamar inteligencia artificial, el, aun, rudimentario intento por lograr que un robot piense por sí mismo. Y, claro, esto se ha podido hasta cierto nivel. Actualmente hay decenas de máquinas-robots controladas por softwares que les proporcionan indicios de pensamiento autónomo. Son capaces, por ejemplo, de ganar una partida de ajedrez o cuidar a un recién nacido. Pero nada aún como el inolvidable, maléfico robot de la cinta Metrópolis, de Fritz Lang (1927), que hasta forma humana toma, y que los malvados empresarios usan para violentar a los obreros y reventar su huelga. Mucho menos, como los ciborgs asesinos de las cintas Terminator I (1984) y Terminator II (1991), de James Cameron, robots entrenados para matar a quien se les ponga enfrente. No, la inteligencia artificial de uso cotidiano, aún está en pañales por suerte.

Sin embargo, como ya comenté, la cinematografía mundial ha sido prolífica en plantear situaciones en donde la inteligencia artificial está ya tan adelantada, que, más bien, parecería innata. Lo planteó, por ejemplo, Steven Spielberg en su cinta Artificial Intelligence (2001), en donde los robots son capaces de comportarse como hijos o lo que se desee. I Robot (2004), de Alex Proyas, también propone avanzados robots que son capaces de desempeñar puestos administrativos. Y, por supuesto, la clásica Blade Runner (1982), de Ridley Scott, en donde los autómatas son tan avanzados, que son indistinguibles de los seres humanos. Y en tal cinta se acuña otro término para referirse a esos avanzadísimos ciborgs, el de replicantes, justo porque parecen réplicas exactas de seres humanos. En dicha cinta, ubicada en un distópico Los Ángeles del 2019 (bueno, a estas cronológicas alturas, 2017, veo difícil que se logren los adelantos tecnológicos planteados en esa cinta), el oficial Rick Deckard (Harrison Ford) es comisionado para buscar y destruir a rebeldes replicantes que buscan vivir más allá de su vida útil, culpa de la Corporación Tyrell, que los hizo, no sólo muy bien, sino que son capaces de, digamos, curarse y extender su duración. Justo por esa perfección es que Deckard se enamora de Raquel, una bellísima replicante, a quien decide no matar-destruir y, mejor, robársela y perderse para siempre con ella.

Así, con ese final, no se preveía que Blade Runner, considerado ya un filme de culto, pudiera plantear una secuela, sobre todo una exitosa secuela. Para afortunada sorpresa, a 35 años de aquélla, el director francocanadiense Denis Villeneuve, asesorado y apoyado por el propio Ridley Scott, basado en un excelente guion, dirigió Blade Runner 2049. En esta historia, ubicada de nuevo en Los Ángeles, en el año 2049, se sigue planteando la persecución y aniquilación de los replicantes que aún deben de andar escondiéndose por allí. Y justamente quien persigue a tales replicantes es otro replicante, el oficial K (Ryan Gosling), programado para no sentir compasión, ni que genere particulares sentimientos hacia aquéllos “delincuentes cibernéticos” que persigue. “¡No puedes ver un milagro!”, le espeta un replicante a quien K tiene encomendado matar, reprochándole su estrecha visión de las cosas.

En la cinta se mezcla, además del futurismo de esos avanzadísimos replicantes, mejores que los humanos, las consecuencias que acompañarán a una “civilización” que ha hecho mucho énfasis en la tecnología, a costa de seguir depredando al planeta. Eso se ve en el único árbol que queda en un desolado desierto cubierto de eterno humo-niebla. Pero, por desgracia, ya está muerto. Una replicante buena, en una escena, en la que K está viendo una vieja postal, le pregunta qué es eso junto al cual una mujer carga a un bebé, y el oficial le responde que “es un árbol”. “Oh, no sabía qué era un árbol, es maravilloso”, dice la chica.

Lo que nos llevaría a plantear la situación de qué caso tendrá vivir en un mundo en donde convivamos con indistinguibles réplicas de seres humanos si ya no tendremos, ni siquiera, réplicas de plantas. ¡Vaya mundo tan decadente!

Blade Runner 2049 se exhibe en Cineteca y salas comerciales.  

Por Adán Salgado Andrade

 

 

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