Tres Palomas. Cuento por Adán Salgado

 

TRES  PALOMAS

Por Adán Salgado Andrade 

Juan, el “Diablo”, dio un fuerte ronquido y despertó. Su camisa de manta, amarillenta de mugre y sudor, lucía grandes manchones ocres de sangre seca.

Se quedó dormido en el piso de tierra. Ni el frío sintió por la borrachera, con aguardiente, que se puso la noche anterior. La hinchazón de su cara, denotaba los efectos de la cruda: las facciones se le deformaban y los ojos se achicaban, rasgándose; daba miedo encontrárselo borracho o crudo. Por eso, en el pueblo, le decían el “Diablo”.

Echó una mirada a su alrededor. Juana, su “vieja”, la “Diabla”, estaba boca abajo, tirada en el piso también, todavía durmiendo. Sólo su pausada respiración, la distinguía de los cadáveres de dos hombres jóvenes y una anciana, reposando en medio de secos charcos de sangre.

Juan se paró. Se acercó a Juana y, con la punta de su enhuarachado pie, la movió, empujándola del hombro:

-Juana, Juana, ya... alevántate.

Juana se dio la vuelta y quedó boca arriba, pero sin despertar.

-¡’Ora, Juana, ya, alevántate! – volvió a insistir Juan.

Juana se desperezó. Se talló los ojos, dando un gran bostezo. La blusa negra, sucia también, estaba salpicada de sangre, pero no se notaba tanto como en la falda, azul marino, de uniforme escolar, que alguna vez le regalaron.

-¿Qué...? – preguntó con desgano.

-¡Ya, alevántate, Juana... ya me dijeron ‘on ‘tá el dinero... hay qu’ir a buscarlo, ‘púrate, ya me dijeron ‘on ‘tá! – Juan exclamó, contento.

Miró a los tres muertos: su mamá y sus dos hermanos menores. No sintió el más mínimo arrepentimiento por haberlos matado a machetazos, menos en ese instante, en que ya, el “charro”, le había dicho en dónde Juan ¡encontraría una olla llena de dinero!

Juana dio otro bostezo y se sentó.

De reojo, miró a su suegra y a sus cuñados, muy poco, pues no aguantó verlos todos macheteados.

La mujer, tenía un profundo tajo en el rostro, en diagonal, que le destrozó los labios, la nariz y el ojo izquierdo. El que le quedó, lo tenía abierto. A Juana, se le imaginó que la miraba con él, muy severa, y hasta sintió temor. El pelo blanco de la anciana, quedó restregado en el lodo sanguinolento, que se formó con su propia sangre.

Ella, fue la última en caer.

Juana levantó la vista hacia Juan, como reprochándole.

-Ni sintieron... ‘taban repedos – murmuró el Diablo, a manera de consuelo.

Juana volteó a mirar de nuevo los cadáveres. No sentía “feo”. Al contrario, a su suegra la odiaba, siempre la estaba “friegui y friegui”, y muchas veces le pegó con un leño. Con los cuñados, igual, pues la trataban muy mal y uno, hasta “se la cogió”, pero ni le dijo a Juan, “pa’ que no se pelien”.

Juan se llevó la mano izquierda al ralo bigote y a alisárselo; a pesar de tanto tiempo de no rasurarse, ni siquiera le llegaba al labio:

-Pus con lo que nos encuéntremos, nos vamos pa’l otro lado, Juana.

Juana encogió los hombros, mirando a Juan.

-Pus a’i tú, Juan... a ver si no t’agarran – dijo, bajando nuevamente los ojos – ... ¡pa’ qué los matastes!

Juan contempló por un momento los cuerpos y exclamó:

-¡¿Pus qué no ves qu’aquél quería tres palomas?!

-Pus a ver si no t’agarran, Juan.

El Diablo fijó la vista en Chona, su madre. “Pus es qu’eran tres palomas, ma’ – le dijo mentalmente, como justificándose – ... ni modo que m’echara a la Juana... luego quien los iba cuidar los ‘scuincles...”

En la mesa de madera rústica, sin cepillar, toda floja, inclinada hacia un lado, había una botella de “Domec”, ya sin etiquetas, “pelona”, conteniendo un poco, no de brandy, sino aguardiente y dos vasos blancos de plástico, uno volteado.

Juan se acercó. Tomó la botella por el cuello y se echó “un buche”. Sintió el “ardorsito” del alcohol en el “gañote” y, luego, “calientito” en el estómago.

-¡Aaaaah...! – bufó Juan.

-¡No te vayas a’nborrachar otra vez, Juan! – gritó Juana.

-No... que me voy’nborrachar.

-Pus ‘tabas pedo cuando los matastes, cabrón...

Juan se quedó callado. Sí, estaba borracho cuando se puso a machetearlos... y también había tomado “un chingo d’aguardiente” cuando, unas noches atrás, tuvo ese sueño...

Juan estaba en la sala de una antigua casa, que nunca había visto antes, muy elegante, con muebles finos, cuadros en las paredes y tapetes europeos. En el centro, había una mesa muy larga, hecha de gruesa madera tallada, rodeada por doce sillas de respaldo alto, muy sobrias. Él, estaba sentado en uno de los extremos. En el otro, había un hombre vestido como, a Juan se le figuró, “mariachi”, con traje negro y un sombrero de ala ancha, del mismo color. Era de piel blanca, con bigote y barba de “chivo”. Lo miraba enigmático, triste.

“Dame tres palomas, Juan, y te voy a dar mi olla de monedas de oro que enterré hace muchos años – le dijo, con un acento español –, pero me tienes que dar tres palomas...”

Y ahí se despertó Juan, muy borracho todavía.

“¡’Tás borracho!”, le gritó Juana cuando, acostado en el petate, Juan le contó el sueño. “¡Pero me dijo que si le daba tres palomas, me daba un’olla de dinero, Juana!”, insistió el Diablo.

“¡’Tás borracho!”, volvió a decir Juana, saliendo del humilde cuarto de ramas y láminas de cartón, en donde vivían. Mejor se fue a robar unas mazorcas con qué hacer las tortillas para que ellos y sus siete chamacos comieran.

Pero Juan ni se levantó. Se quedó en el petate, pensando muy seriamente en la petición del hombre del “sombrerote”. “¡A ver si puedes robarte una gallina, Juana!”, gritó, más preocupado por su sueño que por buscar el diario sustento.

Y, desde ese día, Juan no paró de repetírselo a Juana y de maquinar la manera de conseguir las “tres palomas” exigidas por el “charro”, como así llamaba a aquel hombre. Sí, pensaba el Diablo, eran tres “muertitos”, a cambio de la olla de dinero. Le dio vueltas y vueltas al asunto, pero era difícil, ya no matar a tres, sino a uno en el pueblo. Y, luego, irse a otro lugar a “echárselos”, pues era más complicado, porque, le decía Juana, “ni gallinas matas, Juan”, para ver si se olvidaba de sus “tarugadas”.

Pero cuando él y Juana fueron a ver a Chona, la madre de Juan, y a Rufino y a Merced, sus hermanos, al apartado jacal, metido en el cerro, de adobe, madera y tejas, para “ ’charse un aguardiente” por el cumpleaños de la señora, aquél, con las copas encima, vio la ocasión, como la oportunidad tan buscada.

Era ya muy noche cuando Juan, “pedísimo”, pero no tanto como su mamá, quien se quedó dormida sobre la mesa, y sus hermanos, quienes se tiraron en el piso, se levantó, medio tambaleándose, y caminó hacia una esquina del cuarto, en donde había, recargados, dos machetes. Tomó uno, el que consideró más filoso, y, luego, se dirigió hacia donde estaba Rufino.

Juana lo vio, pero el alcohol apenas si la hizo reaccionar ante lo que su “viejo” iba a hacer. Cuando se dio cuenta, aquél ya le había metido un fuerte machetazo, a pesar de su borrachera, a Rufino, en el cuello. El muchacho, apenas si se convulsionó, mientras un chorro del rojo líquido saltaba, empapando el piso y manchándole la camisa a Juan. Ni tiempo tuvo, de darse cuenta, de que había muerto. Luego, el Diablo, se fue contra Merced, quien estaba boca arriba. Con éste, a Juan le falló la puntería, y el primer machetazo le abrió el hombro. Merced despertó, “pegando chicos ojotes” del tremendo dolor y de la sorpresa, a pesar del adormecimiento de la borrachera. El segundo machetazo le dejó un tajo en el cuello, el cual le abrió la yugular. Merced apenas si intentó curarse el mortal dolor con las manos y detenerse la sangre, que le cubrió la cara, el pecho y tiño de rojo su desabotonada camisa, de cuadros blancos y azules.

Quién sabe qué sentiría Chona, pues se despertó cuando Merced exhalaba su último suspiro. “A lo mejor mi jefa sintió que s’iba ‘morir”, pensó Juan. La mujer se le quedó mirando, como ida, creyendo que estaría soñando y que esos macheteados, tirados en el piso, no eran reales. “¡¿Qué ti trais, Diablo?!”, medio balbuceó, pero ya su hijo le sorrajaba el machete en plena cara. La mueca de espanto de Chona, mientras caía hacia atrás, se ocultó con su sangre, pero el ojo abierto, sorprendido, reprochante, quedó limpio. Juan, ni siquiera se atrevió a cerrarlo, temeroso, seguro de que era el regaño de su madre por habérsela “’chado”.

“¡¿Qu’hicistes, Juan!? – toda tambaleándose se levantó Juana, espantada, a pesar de sentirse tan borracha – ... ¡los matastes, cabrón...!

“¡Pus ‘cuérdate qu’eran tres palomas, Juana”, dijo Juan, justificándose

Juana, nada más movió la cabeza.

Después, el Diablo se sentó. Todavía él y la Diabla, se echaron otros “buches” de aguardiente, luego de lo cual, terminaron dormidos en el suelo, seguro Juan de que ya, el “charro”, le diría esa noche en dónde estaba la olla de dinero...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

II

 

Juan remaba vigorosamente en la balsa hecha por él mismo, con cinco largos troncos, sujetados por dos palos, los travesaños, atados con gruesos mecates, medios podridos ya. Normalmente, la empleaba para ir a pescar o para pasear a los ocasionales visitantes de la laguna y, así, obtener algo de dinero extra, pues lo ganado como peón, era insuficiente para darles de comer a “la Juana” y a los siete “chamacos”.

Juana iba sentada detrás del Diablo, preocupada de que alguien fuera a encontrarse a su suegra y a sus cuñados muertos.

Para disimular el crimen, los acostaron sobre los petates y los taparon con cobijas, hasta la cabeza. De todos modos, Juan atrancó ventanas, puertas, y soltó a los perros. “Pa’ que crean que no hay nadien, Juana”.

Juan enfiló la balsa al otro lado de la laguna, en donde estaba la “cueva encantada”, como la gente llamaba a esa gruta, de la cual, ninguno salía vivo, si osaba meterse. A Juana, le pareció una locura entrar ahí, pero Juan le aseguró que adentro estaba el dinero. El “charro”, se lo había revelado en el sueño de la noche anterior, ya cuando Juan le entregó las “tres palomas”.

El hombre vestido de negro, sentado de nuevo en el extremo de la gran mesa, le dijo: “Bueno, Juan, ya me diste las tres palomas que te pedí. Ahora, voy a cumplirte. Ve a la ‘cueva encantada’. Entra hasta el fondo y, ahí, debajo de una gran piedra, hallarás el oro que te prometí... es tu recompensa por haberme liberado de mi calvario, muchacho...”

Ahí se terminó el sueño.

Juana le seguía diciendo “’Tás borracho, Juan, ‘tás borracho”. Aún así, la terquedad de su “viejo” la convenció de ir a la cueva, a pesar de que, en una situación normal, de “majes” se hubieran atrevido, pero la carga de los tres “muertitos”, era una fuerte presión para ellos.

Juana miraba las ondas dejadas por los remos, en el agua.

Se acordó de cuando Merced la violó, hacía meses. Como no sabía si se iba a embarazar, luego luego le dijo al Diablo “tengo ganas, Juan”. Apenas habían pasado tres semanas del último hijo, pero, era mejor, pensó, quedar “otra vez panzona”, a arriesgarse a que su “viejo” la matara a patadas, por andar de “cabrona puta”. Milagrosamente, la Diabla no se embarazó ni de Merced, ni de Juan. Se preocupó un poco, pues ella “a las primeras” se preñaba. “Ojali no ‘sté’nferma”, reflexionó. No quería perder su capacidad reproductora, menos con Juan, orgulloso de que “mi vieja es regüena pa’ los chamacos”.

“Pus ojali haiga dinero – pensó Juana, mientras veía remar al Diablo – pa’ que sálgamos de pobres”.

Y no sólo era salir de pobres, pues después de los asesinatos, era forzoso irse del pueblo, consideró, porque, si no, la gente se enojaría mucho y tal vez hasta los matarían a ellos.

-¡A’i ‘stá, Juana! – la sacó de sus reflexiones la exclamación de Juan.

Se acercaban a una orilla, más allá de la cual, se veía, medio escondida por ramas y arbustos, una entrada natural.

En ese momento, Juan ni se acordaba de los rumores pregonados por la gente, de que en esa cueva, el “chamuco”, atrapaba a cuanto se aventurara a meterse.

En su mente, sólo estaba la idea de hallar el dinero y largarse con la Juana y los chamacos “pa’l otro lado”. De “pendejo” se quedaría, nada más para que lo llevaran a la cárcel, si bien le iba, o lo mataran los del pueblo a “piedrazos”, como hacían con los rateros. Pero él había matado a su madre y a sus hermanos , lo cual era “pior”.

Juan sacó una “botellita” de aguardiente, de su morral y le dio un largo trago. La cargaba a todas partes. Casi siempre, su estado natural, era andar “pedo”. Muchas veces, Juana se espantaba por los “chicos gritotes” emitidos por el Diablo, debido a sus alucinaciones producidas por el alcohol, más, cuando los agarraba a trancazos a ella y a los “chamacos”, quienes, asustados, lloraban, y aquél les gritaba “¡cállensen, cállensen, cabrones, no ‘stén chillando!” y más les pegaba.

Casi de inmediato, sintió un ligero mareo y, después, ese estado de enervamiento, gracias al cual, olvidaba su difícil existencia. “Pos ojali m’encuentr’el dinero”.

La balsa encalló. Juan saltó a la orilla, muy ágil, como siempre lo hacía. Ni se molestó en ayudar a Juana a bajar, la cual, se debió “mojar las patas” para hacerlo.

-¡Ora, vente, Juana, vamos ‘ntrar!

-¡Yo tengo retiharto miedo, Juan! – exclamó Juana.

-¡’Ora, vente, no sias miedosa!- insistió el Diablo.

Juan, sacó el “foco”, tomado de la casa de su madre, lo prendió y verificó la luz, la cual brilló, con mediana intensidad.

-‘Ora, vente, Juana! – volvió a decir y ambos, él por delante, haciendo a un lado ramas, penetraron en la cueva...

 

III

 

La débil luz de la lámpara, apenas si alumbraba.

Juana y Juan, llevaban mucho caminando por el túnel.

Varias ocasiones, estuvieron a punto de resbalar por las piedras lisas y mojadas del sendero, sobre todo Juan, pues ya estaba borracho otra vez.

-¡Más p’alantito, más p’alantito! – exclamaba su ebria voz, vibrando cavernosa, diabólicamente, por el eco de las pétreas paredes.

-¡No, Juan, mejor ‘amos a regresarnos! – gritaba Juana, casi chillando, espantada por el imponente reflejo rocoso de su propia voz.

-¡No, ‘amos a seguirle, Juana – insistía Juan, terco, a quien, de repente, se le apareció el “charro”, sonriéndole, diciéndole “van bien, Juan, van bien” – ‘ira, ‘ira, a’i ‘tá el charro, a’i ‘tá, dice qu’es por a’i...!

Juana volteaba para todos lados, a ver si veía algo, pero nada.

Así, durante otro rato, siguieron caminando, hasta que la luz de la linterna casi se apagó.

Por su borrachera y la falta de iluminación, Juan, ni cuenta se dio cuando Juana, menos resistente al aire tan enrarecido,  se desmayó y se quedó tirada.

Ni tampoco Juan advirtió el final del camino. Cuando sintió, ya rodaba por un barranco subterráneo.

Mientras se le partía la cabeza, se le fracturaban los huesos, se le abrían piel y músculos por los golpes contra las filosas rocas, se le apareció el “charro”.

“Síguele, Juan, síguele, vas bien, vas bien”, le dijo, muy comprensivo, a Juan, antes de que éste, ya muerto, tocara fondo...

 

 

FIN

 

 

 

Imprimir Correo electrónico

ArteMio Artes Visuales

ArteMio: difunde y promueve las artes visuales contemporáneas y actuales en México. Pintura, escultura, fotografía, graffiti, instalación, música, literatura... Tiene como objetivos la difusión del conocimiento, la práctica y la adquisición de la OBRA.