POETA...Cuento por Adán Salgado

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ILUSTRACIÓN: VIRIDIANA PICHARDO JIMÉNEZ

POETA

POR ADÁN SALGADO ANDRADE 

Asif, yacía acostado sobre esa raída colchoneta, entregado al placer de aspirar humo del opio quemado, producido por esa especie de larga pipa, especial para tal fin.

Se hallaba viviendo debajo de un puente, en Kabul, capital de Afganistán, junto con decenas de otros hombres, quienes, al igual que Asif, se perdían de la realidad drogándose, ya fuera inyectándose heroína, ingiriendo metanfetaminas o, los menos, aspirando cocaína, la más cara de los estimulantes que eran empleados por ellos.

En tanto que sobre el puente, circulaban vehículos y personas, abajo, en medio de desperdicios de todo tipo, suciedad, perros callejeros, excrementos, miseria humana y material, los “drogadictos” habían formado una comunidad, cohesionada por todos esos hombres, a quienes lo único que alentaba era la ración casi diaria de estimulantes, los que conseguían, como podían, fuera pidiendo limosna o “préstamos”, que rara vez pagaban, de familiares o amigos.

Otros, se ganaban las drogas, distribuyéndolas, a su vez, entre otros adictos. Y algunas anfetaminas o heroína, eran sus “pagos”, dados por los narcotraficantes que los empleaban.

Y eran mal vistos por casi toda la gente, que los veía como a “despojos”, buenos para nada.

Los había de todas las edades, desde jóvenes veinteañeros, hasta setentones, como Asif, quien a sus 76 años, había vivido de todo en ese Afganistán, su patria querida, la cual amaba, a pesar de todos los problemas que había tenido, que guerras civiles, regímenes liberales, dictatoriales – como los talibanes, que, para su desgracia, habían regresado al poder –, ocupaciones, pobreza, falta de recursos, de agua…

Y Asif, para sobrevivir, la había hecho de todo, albañil, obrero, soldado, policía… pero lo que nunca dejó de hacer, desde muy joven, fue escribir poemas, sobre todo, de amor, dedicados a cuanta mujer se había topado él en su vida…

Algunos amigos de muchos años, lo visitaban esporádicamente y lo ayudaban con algo de dinero, preguntándole porqué había elegido vivir así. “Tú sabes por qué”, siempre les respondía.

Así era, todos conocían su terrible historia, de que su tercer esposa, Aisha, junto con los siete hijos que había concebido con ella, habían muerto en un ataque suicida a la mezquita en donde hacían oraciones…

Asif había salvado la vida, pues, como trabajaba de policía por ese entonces, en el 2011, estaba en una “misión especial”…

Pudo llegar a las labores de rescate.

Lo que quedó de Aisha, lo pudo identificar por la túnica azul, tan elegante, que él le había obsequiado en uno de los aniversarios que festejaban su unión, en el año 2002, justo cuando los estadounidenses, quienes, liderando una “coalición”, habían ocupado Afganistán, país al que responsabilizaron de los ataques a las Torres Gemelas en septiembre del año anterior…

Y por más que habían, según ellos, “buscado” a Osama bin Laden, “nunca lo encontraron”.

Pero, casualmente, justo en el año en que Aisha y sus siete hijos habían sido despedazados por el atacante suicida, se había difundido la noticia de que bin Laden había sido asesinado por mariners en Pakistán…

Asif siempre pensó que lo de las Torres Gemelas había sido algo perpetrado por la CIA, para justificar la invasión de su país y que, en todo caso, bin Laden, había sido el agente que había perpetrado el tal “atentado”…

Asif, había conocido a bin Laden en una ocasión en que, cuando era policía, lo enviaron a avisarle que los invasores le tenderían una trampa a él y a otros de Al Qaeda. “Te lo agradezco mucho, Asif”, le dijo bin Laden, tendiéndole un rollo de billetes de a cien dólares, “para que los repartas entre todos”.

Asif recordaba que entre sus compañeros y él, salieron cada uno con más de quinientos dólares, suficientes, en aquel entonces, para haber vivido todo un año…

Las dos esposas anteriores a Aisha, no sabría decir Asif si había sido buena o mala suerte, pero ambas habían muerto durante el parto. No habría podido, ni se habría atrevido Asif, a tener varias mujeres al mismo tiempo, pues su condición económica, apenas suficiente para mantener a una, con bastante esfuerzo, se lo habría impedido.

De todos modos, sentía que a cada una, en su tiempo, la había respetado y había querido lo suficiente, como para serles fiel, y “tener los hijos que Alá le quiso dar”…

Con la única que los tuvo, con Aisha, los había perdido. El mayor, con ocho años apenas, era un pingo, muy querido por él. “Quiero que seas doctor o profesor, cuando crezcas, hijo”, le había dicho Asif en varias ocasiones…

Esos recuerdos tan tristes, siempre le sacaban las lágrimas…

Desde entonces, su vida no fue la misma.

Renunció a la policía y se dedicó a hacer distintos trabajos. Sabía carpintería, herrería, albañilería y otros útiles oficios, que le permitieron sobrevivir por algunos años…

Pero el desazón de haber perdido de una manera tan brutal y repentina a toda su familia, le dejaron una honda tristeza, que se fue convirtiendo en depresión…

Y alguno de sus amigos, un “mal día”, le ofreció fumar opio, además de completar el “viaje” con metanfetaminas…

Fue cuando se inició su adicción.

Confiaba en que sería pasajera, que la dejaría en el instante mismo en que él así lo deseara, pero…

No fue así. Su consumo de opio fumado, que fue con lo que más se adaptó, creció y creció…

Lo poco que ganaba en sus distintos, esporádicos oficios, lo empleaba en adquirir esa goma, que colocaba en la pipa, prendía y se tiraba a aspirarla…

Gracias a ello, se olvidaba de su mujer, de los pedazos que habían quedado de ella, en medio de decenas de otros restos humanos…

Muchos, quizá habrían sido de sus hijos, pero no estaba seguro, pues ni siquiera tenía presente qué ropa habían usado ese día…

Y la estimulación que le ocasionaba el opio fumado, no sólo le hacía olvidar esos traumáticos, terribles recuerdos, sino que su pasión nunca olvidada, a pesar de tantas calamidades que había sufrido, escribir poemas, sentía que era más creativa, más inspirada

Cuando al fin pudo concebir un poema, luego de mucho tiempo de la muerte de Aisha y sus hijos, había escrito esto:

A LOS QUE TANTO AMO

No vi sus cuerpos rotos,

No vi sus caras cercenadas,

No vi la sangre regada de sus entrañas,

Vi sus rostros felices,

Colmados de amor,

Llenos de bendiciones de Alá,

Corriendo felices, junto al Creador,

Tomados de la mano,

Cantando alabanzas,

Riendo y gozando,

Eso vi…

Agradezco a Dios,

Pródigo de amor y milagros

Nuestra misericordiosa salvación…

 

 

Jasem, un hombre de unos treinta y cinco años, se acercó, interrumpiendo sus recuerdos y reflexiones:

-Hey, Asif, te cambio una fumada por una metan…

Asif volteó a mirarlo. Le ofreció la pipa:

-Fuma, Jasem, y guarda tu pastilla para ti…

Jasem tomó la pipa, ofreciéndole, de todos  modos, la metanfetamina a Asif, quien la rechazó cortésmente, con un movimiento negativo de su mano…

-Gracias, hermano, que Alá te dé más – dijo Jasem, devolviéndole la pipa…

Asif, de nuevo, hizo un gesto con su mano, de que nada tenía que agradecerle…

Jasem se unió nuevamente con la masa compacta de hombres, vestidos con ropajes muy sucios, rotos de varias partes, los únicos que habían estado usando por meses. Igual que sus ropas, sus hambreados, esqueléticos, cuerpos, estaban mugrosos, de tanto tiempo de no sentir agua, ni para lavar sus manos…

Alá los había olvidado hacía mucho tiempo, aunque a diario le agradecieran el estar vivos y tener, siempre, algo de droga, no alimentos o agua, para perderse y sentirse en el paraíso, lejos de mugre, excrementos, desperdicios, miseria y soledad, sobre todo, soledad…

Asif se fue perdiendo, remontándose a sus fantasías, bailando y cantando alabanzas, junto con Aisha y sus cinco hijos…

 

 

 

 

II

 

Un brutal fuetazo en el pecho, despertó a Asif.

Un grupo especial de Guardias Contra las Adicciones, conformado por talibanes, muy celosos de su deber, estaba haciendo una redada en ese sitio, y a punta de fuetazos, patadas y golpes, despertaban a los pobres “drogadictos”, quienes, arrancados de tajo de sus opiáceas fantasías, penosamente, ubicaban la repentina, violenta realidad…

-¿Hermano… por qué me pegas, qué daño te he hecho? – preguntó Asif, con el tono de voz, a su entender, más suave que pudo usar…

-¡Por ser un maldito viejo drogadicto, inútil, bueno para nada… y no me llames hermano, no lo soy, no de una basura como tú. Llámame señor!

Asif no terminaba de salir del sueño, en el que había estado haciendo el amor con Aisha, ni del dolor del fuetazo y de la repentina sorpresa de estar enfrentando a ese señor…

-¡Señor, señor… por favor, tenga piedad, soy un pobre viejo, que ha sufrido mucho, no tengo familia, ni casa, ni trabajo, ni…!

Otro fuetazo le interrumpió su letanía de desgracias.

-¡Levántate ya, viejo inmundo… a tu edad, debería darte vergüenza de estar aquí, con todos estos inmundos, iguales a ti… no son dignos de Alá, malditos…MALDITOS SEAN…!

Asif, con trabajos, pudo incorporarse, haciendo a un lado los dolores de su cuerpo entumecido, que lo asaltaban cuando, de todos modos, debía pesadamente moverse…

-Pero señor… yo soy poeta, por favor, deme una oportunidad, sólo una…

En el acto, Asif extrajo una hoja, en la que la tarde anterior, había escrito un poema de amor, dedicado a Aisha…

-¡Por favor, señor, léalo… verá que soy un poeta!...

El talibán, un hombre de no más de treinta años, renuentemente tomó la hoja, algo compadecido por la forma tan vehemente en que Asif le pidió que lo leyera.

Y ese poema de amor, titulado Para Aisha, decía así:

 

Amada mía, quiero perderme contigo en el paraíso

Quiero verlo en ti, acariciar tus suaves pechos,

Como si fueran verdes montes,

Quiero recorrer tu tibia, tersa piel,

Como si fuera un campo de hermosas y suaves gardenias,

Quiero besar tu roja boca,

Como si fuera una jugosa manzana,

Quiero acariciar tus finas manos,

Como si fueran dos aves canoras,

Quiero llegar a tus piernas y sumergirme en ellas,

Como si fueran la corriente de un caudaloso río,

Y quiero perderme entre tu sexo,

Como me perdería al caer la  noche…

 

Nada de esas finezas poéticas, metáforas del alma, entendió el talibán, sólo que Asif quería perderse en el sexo

-¡Maldito viejo degenerado, puerco… hermanos, hermanos, ayúdenme a darle una madriza a este maldito viejo, que sólo piensa en el sexo, a su edad, puerco, PUERCO!... – gritó, fúrico, el talibán, escupiéndole a Asif, buscando su cara, pero el escupitajo, le cayó en la sucia chaqueta, perdiéndose entre la mugre que la cubría…

Los otros talibanes, Guardias Contra las Adicciones, se acercaron, prestos y, entre todos, molieron al cansado cuerpo de Asif, que fue cayendo y muriendo en segundos, a golpes, patadas y fuetazos, fúricos de que ese anciano, sólo pensara en el cochino sexo, que Alá los librara de eso…

 

***

 

Asif se reunió, finalmente, con Aisha en el paraíso…

Y a ella, que lo miraba con amor y ternura divinas, le recitó este poema de amor:

 

Mi amada, aquí estoy, por la voluntad divina,

Beberemos el elixir de la alegría,

Nos embriagaremos con el maná de la felicidad,

Caminaremos hacia el mar,

Nadaremos en sus aguas,

Y el horizonte habrá de esperarnos,

Ahora que, juntas, nuestras almas, siempre estarán…

 

FIN

 

Tenochtitlan, 16 de octubre de 2021

(De la colección: cuentos de una sentada

por pandemia)

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