BRUJERÍA...Cuento por Adán Salgado

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ILUSTRACIÓN: VIRIDIANA PICHARDO JIMÉNEZ

BRUJERÍA

POR ADÁN SALGADO ANDRADE 

Lupe, muy asqueada al ver a ese enorme sapo, sobre la mesa del comedor, dudaba de tomarlo entre sus manos. Había cortado con un “cuter”, por todo el perímetro inferior, la caja de cartón en que se lo habían “envuelto”, y allí estaba el animal, posado sobre la base de lo que fuera tal caja.

El voluminoso batracio, se mantenía inmóvil. Le había asegurado la vendedora del puesto de animales, del mercado Sonora, que ya estaba “mansito” y que no saltaría, ni le echaría a la cara, su urticante orín.

Tenía que meterlo en una olla de barro, que también había comprado en dicho mercado.

Pero, antes, debía de amarrarle en el cuello, un calcetín de Roberto, su novio, dentro del cual, había metido una foto de él.

La marchanta que le vendió el sapo, le dijo que era la mejor forma de “amarrar” al ser amado. “Mire, señito, nomás l’amarra en el cuello un calcetín del señor, con una foto d’él, y lo mete dentro de la olla, y va’ver que lo va trair bien enculado”, le aseguró.

La verdad era que Lupe quería “traer del ala” a Roberto.

Eso de que sus “pinches padres” de él, le hubieran pedido a ella que lo dejara, porque “uste’ está bien vivida, y él, todavía está chamaco”, no le había parecido. “¡Qué chingaos se tienen que meter esos pendejos!”, le había dicho a su comadre Chole, la que había visto una vez a Roberto, un muchacho de no más de 25 años, cuando los tres, habían ido a tomar a una cantina. “¡Pos sí, comadre, ya ‘sta güevón, como pa’ que s’anden metiendo sus jefes”, le había respondido Chole.

Finalmente, qué “chingaos” les importaba que ella, Lupe, tuviera cuarenta y cinco años, si él, la quería.

Además, necesitaba “amarrarlo” bien, pues quería que sacara un préstamo de Telmex, en donde él trabajaba de técnico, para que ella, pudiera tener dinero, pues lo que había sacado de las últimas estafas que había hecho, ya se le estaba terminando.

Reflexionó que los últimos dos años, era lo que le había dado, más o menos, buen dinero, pedir préstamos a nombre de otras personas, como amistades, a las que prometía que “de verdad, mira, en diciembre, me dan una tanda y yo te pago lo de los intereses y lo del préstamo”…

Pero nunca pagaba. Daba una dirección falsa, luego de “granjearse” a la  nueva víctima, mostrarse muy amigable, solícita, incluso, llevándole regalos y otros “detallitos”, con tal de que se ganara su confianza.

Luego, ya que veía que se “los había echado a la bolsa”, les inventaba el cuento de que a su marido lo tenía en el hospital, con cáncer, y que si no pagaba que los treinta o cuarenta mil pesos, dependiendo de cuánto Lupe veía que podía sacar, “me lo dejan morir a mi viejito”. Entonces, les pedía que sacaran un préstamo, que ella misma tramitaba en una caja de ahorro, a nombre de ellos, y…

Nunca pagaba, fuera del primer abono, para que les diera confianza de que sí liquidaría la deuda “en diciembre, con mi tanda”…

Y los dejaba “embarcados”. Algunos, hasta a la cárcel habían ido a parar. Pero, Lupe, inconmovible, se alegraba interiormente, pensando, “Otros pendejos más, que cayeron”…

Roberto era su  nueva víctima.

Lo había estado viendo en el departamento de él, cuidando mucho de que no supiera dónde vivía ella, con tal de darle el “sablazo”. Le diría que tenía una hermana muy grave y que necesitaba cincuenta mil pesos para pagarle el hospital. Eso, lo del familiar enfermo, no le fallaba.

A Roberto, lo había conocido en la calle, un día en que el muchacho arreglaba una caja telefónica. “¿Es muy difícil arreglarla?”, le preguntó Lupe. “Pues… algo, seño”. “¡No me digas seño!... me llamo Lupe, pa’ servirte… ¿tú, cómo te llamas, guapo?”…

Ese mismo día, le había sacado “la sopa”, de que vivía solo, que tenía su plaza en Telmex, que no tenía novia, que “soy muy tímido con las mujeres”… “¡Yo te voy a quitar lo tímido, Beto!”…

Y, ese mismo día, tuvieron relaciones sexuales en el departamento de él...

Para congraciárselo, Lupe se había mostrado muy complaciente en todo. Especialmente en el sexo, haciéndole “hasta lo que no”. “Vas a ver estrellitas conmigo, Beto”, le decía la hábil estafadora, mientras le cumplía cualquier cosa o fantasía que Roberto tuviera. Hasta le puso videos “pornos”, y le preguntó “¿qué quieres que te haga d’eso, Betito?”

Y Roberto, al principio, nada en especial deseaba. Pero, con el paso de las semanas, ante tanta insistencia de Lupe, comenzó a pedirle esto o aquello, que sexo oral, que sexo anal, que eyaculación en su cara, su boca…

“Lo que tú digas, Betito”, le decía Lupe, mientras cumplía, solícita, con la petición del muchacho, quien, a pesar de que ella era gorda, “bajita”, no de buen ver, y veinte años mayor que él, estaba, realmente, “enculado”…

Pero Lupe, ante el peligro de que los padres de él, pudieran convencerlo de que la dejara, por eso quería “encularlo todavía más”. “Te voy a dejar hasta que yo quiera, no hasta que tus pinches padres digan”, reflexionaba…

Por eso, había acudido al Sonora, a buscar un embrujo que lo “amarrara deveras”…

Y allí estaba, en la mesa del comedor, acabando de sacar al enorme sapo de la caja de cartón en que se lo había “envuelto la bruja”…

No le fue fácil viajar con la caja, que pesaba más de dos kilos, primero, en el metro. Luego, en la combi, hasta Los Reyes, que era en donde rentaba su actual departamento. Había tenido cuidado en no revelar a nadie de las víctimas, ni a Roberto, en dónde se ubicaba, pues le convenía estar allí, porque la renta era baja, “dos mil pesos me cobran y l’hago la chillona al dueño, pa’ que no me la suba”, le decía a Chole, la que, justamente, le había avisado hacía más de año y medio de ese lugar y hasta le había dado su aval, para que se lo rentaran…

Chole, era a la única a la que Lupe no se había atrevido a estafar, pues, al igual que ella, también se dedicaba a lo  mismo “y ya ves qu’entre tamaleras, no nos vendemos tamales”, la había dicho aquélla.

Eran comadres, porque hacía más de cuatro años, Chole, le había “amadrinado” al niño Dios, un dos de febrero, en que Lupe lo había llevado a bendecir, para que le concediera el milagrito de “salir de pobre”…

Y, sí, de alguna forma, le había ayudado.

Lupe, por aquellos años, viuda, con dos hijos de los que nada sabía, ni le importaba, no había hallado trabajo como vendedora de tienda, que era a lo que se dedicaba. Y Chole, la había iniciado en lo de las estafas. “Nada más ponte a las vergas, comadre. Siempre da una dirección falsa y qu’alguien pida el crédito por ti. Vas a ver que t’haces de buena lana, comadre”.

Al principio, como que no se animaba. Comenzó con una vecina de la vivienda en donde, por ese entonces, vivía. A ella, aleccionada por Chole, le pidió que sacara una lavadora, “porque, ya ve que yo tengo un crédito de un refri y una estufa, y no me lo quieren dar, pero es que necesito sacar la lavadora. Es que la que tengo, ya ‘stá viejita y como yo lavo ajeno, pos por eso la necesito”.

La vecina “cayó redondita”. Pidió el crédito de lavadora a su nombre, Josefina Pérez Gómez, dando todos su datos, su dirección, su INE… y le llevaron la lavadora.

 Le dijo Lupe que la podía tener un tiempo, en lo que la otra “tronaba”, para darle más confianza.

“Úsela, vecina, en lo que la tiene aquí”…

El cobrador, llegó a recoger el primer pago, pero la vecina, le dijo que no tenía para pagar. El hombre, le advirtió que no se atrasara mucho.

La vecina, le dijo a Lupe que ya habían ido por el primer pago y que, “por favor, doña Lupe, me deja el dinero, pa’ pagar”. “Sí, vecina, no se preocupe, yo le doy. O, si no, páseme a ver en la semana, ya sabe dónde vivo”, le comentó la nobel estafadora.

Para darle confianza, le dio lo del primer pago. Fue cuando le dijo que ya le había “tronado” su lavadora y que ya necesitaba la nueva. Acudió por ella en una mudanza, misma que la llevó al departamento que le había recomendado Chole.

Y, claro, sin avisarle a la vecina, a la que dejó con la deuda…

Luego, se enteró que hasta a la cárcel habían metido a la pobre mujer por la deuda…

Lupe, vendió la nueva lavadora en ocho mil pesos, más barata que en la tienda. Se la compraron muy rápido.

Había sentido algo de remordimiento por la vecina. “Pos así es esto, comadre, y de que te chinguen, pos mejor nosotros nos los chingamos, ¿no?”, le comentó Chole, casual, una noche que platicaban, mientras se tomaban un tequila con “escuer”, para celebrar que Lupe le había entrado al negocio

 

***

 

Todo eso le había venido a la cabeza a Lupe, mientras se decidía a amarrarle al enorme sapo el cuello con el calcetín, dentro del cual, estaba la foto a colores, tamaño infantil, que le había pedido a Roberto – “¡pa’ qu’estés siempre conmigo, mi Betito!” –,  en el más reciente encuentro “amoroso”, en que se lo había hecho “como mis pinches calzones” y el muchacho había quedado “babeando” de satisfacción…

Por fin, se decidió.

Tomó al sapo por el cuello, tratando de amarrarle el calcetín.

El animal, dado su instinto de conservación, sintiéndose atacado, opuso resistencia y expulsó un chorro de su urticante orina, la que le cayó directamente en los ojos a Lupe:

-¡AAAAAYYYY! – gritó la mujer, cegada por el amarillento líquido, ardiéndole ojos y cara –… ¡PINCHE VIEJA… ME DIJO QUE YA’STABA MANCITO!...

El ardor, sobre todo en sus ojos, era terrible.

Caminó hasta la cocina, para lavarlos con agua del grifo, pero, para su mala suerte, no había agua.

Desesperada, recordó que en la planta baja, había una llave, directamente conectada a la toma exterior, que siempre tenía agua.

Casi corriendo, sin que pudiera abrir los ojos, salió del departamento, dirigiéndose hacia la escalera…

A ciegas, trató de ubicarla.

Sin barandal, como sucedía en construcciones que habían dejado a medio terminar desde hacía años, Lupe trató de ubicar los escalones…

Pero no era lo mismo sin ver…

De repente, sintió que caía…

No pudo sostenerse de nada…

Fue a dar hasta el fondo, rompiéndose la cabeza instantáneamente…

 

 

 

 

 

 

 

II

 

A Roberto, sus padres, le habían suplicado que dejara a Lupe.

“¡No, pa’, no, ma’, ella me quiere mucho, me ama, y yo también la amo. En serio, se porta muy bien conmigo y yo creo que sí nos vamos a casar!”, les había dicho la tarde anterior, muy aferrado, cuando había ido a visitarlos.

“Ay, Beto, pero se ve qu’es una lagartona”, le había dicho Obdulia, su madre, muy mortificada.

“¡No le digas así, ma’, ni la conoces, es muy buena conmigo!”, gritó Roberto, quien, muy enojado, había decidido concluir, en ese momento, la visita a sus padres e irse a su departamento.

No iba a permitir que insultaran a su novia.

Por eso, le había estado marcando ese día a Lupe, para pedirle que en la tarde, cuando él regresara de trabajar, se vieran.

Pero ella, no le había respondido las llamadas de WhatsApp, que desde hacía rato, él, le había estado haciendo. Le pareció raro, pues Lupe siempre le respondía.

Decidió dejarle un mensaje de voz.

“Lupita, mi amor, quiero verte hoy. Nos vemos en la tarde en mi casa. Te amo”…

Guardó su celular.

Encendió su camioneta de Telmex y se dirigió hacia donde debía de revisar una mala conexión… 

 

 

 

 

 

 

III

 

Un vecino del inmueble, halló muerta a Lupe, unos minutos más tarde de cuando ésta había caído de la escalera, dando aviso a la policía…

Lupe, había rodado por los escalones, a la misma hora que Roberto le había dejado el mensaje por WhatsApp…

Pero el celular de ella, yacía desatendido, sobre la mesa del comedor. La luz que indicaba las llamadas y el mensaje de Roberto, se prendía y apagaba, intermitentemente. A un lado del aparato, el sapo, estaba posado, ya tranquilo, habiéndose librado de que le amarraran un calcetín a su cuello…

Lupe, se había desangrado rápidamente, debido a la brutal fractura de cráneo, que había sufrido…

El hombre, notó que su vecina, tenía los ojos fuertemente cerrados y que olía como a “miados”…

 

FIN

 

Tenochtitlan, a 15 de noviembre del 2021

(De la colección: cuentos de una sentada

por pandemia)

 

 

 

 

 

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