PARADISIACA ISLA... Cuento por Adán Salgado

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ILUSTRACIÓN: VIRIDIANA PICHARDO JIMÉNEZ

PARADISIACA ISLA

POR ADÁN SALGADO ANDRADE

Baldomero Musk, nieto de Elon Musk, sorbía el agua de un coco.

Disfrutaba la sombra de esa palmera que, milagrosamente, se había adaptado muy bien a esa “isla”, la que medía, al menos, dos millas de largo, por una y media de ancho, “bueno, más o menos, porque es de forma irregular”, reflexionaba Baldomero, siempre que trataba de calcular mentalmente sus dimensiones, a falta de algún preciso instrumento para medirla.

Sí, milagrosamente, así como los cientos de cangrejos y otros crustáceos que se habían adaptado a habitar sobre esa acumulación de miles de kilogramos de plásticos de todo tipo, de unos treinta pies de espesor, que se habían ido juntando con los años y que flotaban. Sí, la plasticisla, la había bautizado Baldomero.

Pero la ironía era que le había salvado la vida, luego del naufragio de su súper yate de lujo…

Finalmente, tantas predicciones que habían hecho los científicos, de que si no le bajaban a la depredación y contaminación los humanos, se hicieron realidad. Y la temperatura global subió, no cuatro, sino seis grados centígrados más. No imaginaba Baldomero cuántos serían en Fahrenheit, “pero deben de ser un madral”, se decía.

Su necio abuelo, Elon, decía que la solución para todo ese desmadre climático y calentamiento, iba a ser la sustitución de tanto contaminante vehículo de combustión interna por puro auto eléctrico. Pero nunca advirtió, ni tantas otras automotrices que se pusieron a fabricarlos, que, de todos modos, los efectos ambientales iban a estar ocultos. Sí, pues por los millones de baterías que se requirieron, las megamineras se pusieron a buscar litio, cobalto y grafito en donde fuera. 

Y eso significó destruir bosques, selvas, cerros… ¡todo lo que contuviera esos minerales, pues la demanda de millones de baterías lo requería!

Así que, en la práctica, la contaminación de los autos eléctricos, continuó. No era ya visible directamente, pero, sí, en tantos sitios que siguieron depredándose, de bosques y selvas que se destruyeron totalmente y que si servían para absorber el contaminante bióxido de carbono, dejaron de hacerlo al dejar de existir…

Y como, de todos modos, ya la atmósfera estaba cargada de esos gases y otros, el calor se siguió encerrando.

Recordaba Baldomero que su abuelo hizo intentos por bloquear la luz solar, aventando aerosoles a la atmósfera con aviones, que sirvieron un poco. Pero, luego, su acción era contraria y también contribuyeron a encerrar más el calor…

Las temperaturas, en casi todos los lugares, llegaron a más de sesenta grados centígrados… ¡invivibles!

Pero los ricos huyeron a sus islas privadas o a sus casas de playa.

Se rio Baldomero al recordar esa “solución”, pues por el derretimiento total de polos y glaciares, no les duró el gusto. En especial, se acordaba de su viejo abuelo, quien murió de un infarto cuando vio cómo, durante un huracán, subió tan rápido el agua, que no les quedó más remedio a todos, incluido Baldomero, que abordar el súper yate que el “previsor” nieto había adquirido por una “bagatela”. “¿¡Gastaste mil millones de dólares en eso, Bal!?”, pretendió regañarlo Elon, pero la madre del muchacho, bautizada como X Æ A-12 – “Mis pinches padres y sus pendejas ideas”, siempre se quejó ella de su nombre –,  intervino, diciendo, “Papá, no lo regañes. De todos modos, con el mundo como está, sólo nos queda darnos esos gustitos”.

Elon, sólo se encogió de hombros, lamentando que su fallido intento de poblar Marte hubiera fallado tan miserablemente – nunca pudieron terraformarlo, a pesar de que usaron varias bombas nucleares, para reacondicionar su núcleo, pero, más bien, terminaron desintegrándolo.

Y todos le dijeron que era una tontería, que “mejor, ayuda a que la Tierra se recupere”, pero nunca hizo caso…

Y siguió de necio con que había puesto su “granito de arena” con lo de los autos eléctricos…

A Baldomero, en realidad, nada de eso le interesó nunca y, mucho menos, le preocupó. “Mientras mis padres me sigan dando mis treinta mil dólares mensuales, me vale madres que se cargue la chingada al planeta”, reflexionaba…

¡Claro, hasta que los alcanzó el destino!

Justamente, cuando haría unos seis meses, que el tremendo huracán cubrió bajo las aguas a la isla del abuelo…

Y a pesar de que huyeron en el súper yate de mil millones de dólares, la tormenta también lo hizo naufragar…

Y Baldomero, era el único que se había salvado.

¡Ah, pero también había logrado rescatar su laptop, la que contenía en el disco duro, unos trescientos mil bitcoins!

Se preguntaba, irónicamente, claro, si alguna vez los podría usar de  nuevo, en un planeta sin energía ya, todo destruido, inhabitado por las altas temperaturas…

Los ricos, fueron los últimos que habían podido sobrevivir, huyendo a playas e islas…

“Pero seguro se los cargó también la chingada, como a nosotros”, reflexionó, mientras sorbía otro poco del agua de ese coco…

Para su fortuna, luego del naufragio, varias cosas flotaron. Entre ellas, un machete, totalmente de oro, que su madre le había regalado en algún cumpleaños, “para que te cortes las uñas”, le había dicho ella, bromeando.

“Creo que fue cuando cumplí los quince”, trató de recordar. Pero como siempre estaba tan drogado, por ese entonces que todavía había cocaína, no lo tenía muy presente…

Pues ese machete, que siempre llevaba a todos lados, incluso, a la, ya, hundida isla, le “salvó la vida” allí, viviendo sobre ese cúmulo de plásticos…

Sí, porque a pesar de haber sido siempre un inútil, bueno para nada, en todos sus veinte años de vida, la necesidad le hizo “ponerse las pilas”…

Y esa palmera, daba varios cocos, que eran los que bebía, cortándolos con el machete. Se las había ingeniado, haciendo cuerdas de plástico, para subir a la copa y cortar varios cocos con el machete.

Y como abundaban los cangrejos, los cogía, y los trozaba con el dorado instrumento.

Se maravillaba de cómo, por la necesidad, tuvo que vérselas, a pesar de que nunca, en su vida, hizo nada. Todo era pedirlo a la servidumbre y ya, todo le daban…

“Pero el hambre es canija”, pensó, mientras abría un cangrejo y le comía la carne…

Eso, también, se lo agradecía a la necesidad, que se los comiera crudos…

Al principio, puso caras de asco, pero, de  nueva cuenta, los rugidos de su panza, lo hicieron vencer tal asco y entrarle…

Y allí seguía, vivito y coleando

Pues agradecía, finalmente, que nunca hubieran hecho caso, tampoco, de no seguir haciendo tanto plástico, pues esa isla, hecha de tanto despojo plástico, le había salvado la vida…

Terminó su coco y su cangrejo y se dispuso a dormir la vespertina siesta

 

 

 

 

 

 

 

II

 

Baldomero se despertó porque, de repente, toda la isla comenzó a crujir…

“¡Ah, chinga!”, pensó…

Y para su asombro y miedo, vio cómo se comenzaba a deshacer en varias partes…

De repente, un pedazo de plástico saltó. Había un letrero que decía “Plástico biodegradable y compostable”…

Lo cual, era mentira, pues sólo se desintegraba en pedazos pequeños y, éstos, en más pequeños, hasta que se convertían en microplásticos…

¡Con verdadero horror vio Baldomero cómo se comenzó a deshacer el plástico debajo de donde palmera y él, yacían plácidamente!...

Y las aguas del océano infinito, dieron cuenta de esa palmera y del espantado Baldomero, quien no sabía nadar…

Agua marina, muy contaminada, y microplásticos llenaron pronto sus pulmones…

Todavía alcanzó a maldecir, antes de morir, a los “hijos de la chingada que se les ocurrió hacer plásticos biodegradables”…

 

FIN

 

Tenochtitlan, diciembre de 2021

(De la colección: cuentos de una sentada

Por pandemia)

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