Modelando...Cuento por Adán Salgado

ILUSTRACIÒN: VIRIDIANA PICHARDO JIMÈNEZ.

 

 

MODELANDO

POR ADÀN SALGADO ANDRADE 

 

Como todas las mañanas, de lunes a domingo, allí estaba, en su lugar acostumbrado, a la entrada del negocio de ropa y lencería para mujer.

Sus azules ojos, contrastaban con algunas cicatrices que tenía en ciertas partes de su abdomen, visibles, cuando tenía que modelar sostenes, tangas, trajes de baño… pero cuando eran vestidos, pantalones, blusas… sin problema.

 Fuera de esas “marcas de la vida”, lucía todavía bien, modelando a diario, las distintas prendas que vestía… lo que fuera, con tal de atraer la atención de las mujeres que pasaban frente a la tienda, pero, mucho más, la de los hombres, que la miraban, lascivos, morbosos, recorriéndola de la cabeza a los pies, en los que, casi siempre, lucía sandalias ligeras o huaraches, según lo que más hiciera juego con lo que estuviera vistiendo…

Como siempre, se resignó a otro día más de modelaje…

 

 

II

 

-… para uste’ que ya no puede ni caminar, que le duelen las piernas, los pies, que pide que le ayuden a cruzar la calle, que hasta llora del dolor… ¡Tómese las cacsulas de ajo, con la mentada glucosamina y el cartílago de tiburón, y verá cómo se le quita el dolor, no espere más, no deje que la enfermedad avance, tómese las cacsulas de ajo, con la mentada glucosamina y el cartílago de tiburón!…

 Era el pregón que todos los días, a esa misma hora, las diez de la mañana, despertaba a Rómulo.

Intentó dormir más, con tal de engañar a los gruñidos de su estómago, que ya lo apremiaba a comer algo.

Pero fue inútil.

El día anterior, nada más una tortilla con salsa, que le dieron de lástima, en el puesto de tacos, era lo que había alcanzado a comer, como a las cuatro de la tarde, así que ya “hace hambre”, se dijo.

Por lo pronto, para calmarla, sacó su bote de activo, el manchado pedazo de franela, a la que impregnaba con el solvente y se dio unos “pasones”…

Salió de su “hogar”, un amontonadero de huacales, plásticos, cartones… a los que había tratado de dar la apariencia de “habitación”, cuando los había apilado hacia unos meses. Por fortuna, como ya no llovía, los cartones no se habían humedecido y desecho, como sucedía cuando caían tormentas, y ya “me duraron estas madres”…

Hacía años, ni se acordaba cuántos, que vivía en la calle, como muchos otros “compas”, todos, con su particular historia de porqué habían ido a parar allí, convirtiéndose en “inmundicia social”, como una vez, una mujer muy arreglada, le gritó a él, cuando se atrevió a pedirle dinero “pa’ un taco”…

Ni se acordaba bien ya, pero parecía que su padre había abandonado a su “jefa” y que ésta, se juntó con otro hombre que, no sabía Rómulo porqué, a diario le daba unas “santas putizas” a él. Así que, mejor, cuando tenía diez años, decidió salirse de esa casa…

Nunca regresó…

Y ya tendría, no sabía bien, unos dieciséis o diecisiete años, así que, al menos seis, ya se los había pasado viviendo en la calle, a lo mejor más…

Se procuraba un “techo” como podía, a veces, dentro de cajas amontonadas, como en ese momento, pero cuando se la hacían “de pedo”, lo echaban, como “pinche perro”, le destruían su basurero… y a pasar las noches en algún rincón, al lado de una pared, debajo de un puente… en donde se pudiera, tapado con una tierrosa “cobija”, su más valiosa posesión.

Para comer, a veces, “taloneaba” unas monedas, para comprar “un taco”, en alguno de los puestos de tacos, tortas, gorditas... pero la gente que lo conocía, ya no se intimidaba con su temible aspecto, todo mugroso, hediendo miseria, torva mirada… y no le daba dinero. Sólo los “nuevos” que pasaran por esa calle, eran los que le tiraban alguna moneda, que los cinco, los diez pesos, más por temor, que por caridad…

Si no conseguía monedas, buscaba que le dieran alguna sobra… generalmente, en los mismos puestos de comida en donde a veces podía comprar algo. Allí, de mala gana, los dueños le aventaban una tortilla con salsa, un pedazo de pan, algún pellejo, con tal de que no se acercara al local y les espantara a los clientes, con su hedor a orines y mugre añejados, de años de no haber sido tocado por gota alguna de agua…

Pero no quedaba de otra, a pasar vergüenzas, humillaciones, aunque, de todos modos, a veces, se quedaba sin comer, pues, frecuentemente, las renuentes “almas caritativas”, no estaban para arrojarle ni un “puto taco”…

Salió de entre sus huacales, cartones, plásticos y amontonada miseria…

Bostezó, estirando los brazos, pestañeando, por el reflejo del Sol sobre su negruzca cara, el que también iluminó los harapos de “pantalones” y una “playera”, que más parecían mugrosos, rasgados trapos de mecánico, que ropa…

Luego, se levantó.

Y, como siempre hacía, caminó, dirigiéndose a donde esa modelo que tanto le gustaba, lucía en ese momento un bikini azul eléctrico.

“Pus aunque sea un taco d’ojo m’echo”, murmuró…

 

 

III

 

Rómulo estaba feliz, pues había hecho su obra buena del día, a pesar de haberse sentido tan activado…

Sí, ¡había evitado el asalto a la tienda de modas!

Había pasado enfrente, justo, cuando dos culeros, con navajas, tenían amenazada a la dependienta…

Y lo hizo, antes de que la amagaran a ella, a la nenorra de los ojos azules…

Pero su gusto era doble, pues la chica, muy agradecida, caminó hacia él, muy sonriente:

-¡Gracias, gracias, Rómulo, eres mi héroe! – exclamó, mientras le ofrecía su mano…

Y ambos, salieron de la tienda, tomados de la mano, mientras gente, policía y sometidos ladrones, permanecían en el sitio…

 

***

 

La gente no se explicaba porqué ese indigente, que ni sabían su nombre, lucía muerto, sangrante, abrazado fuertemente al maniquí de los ojos azules, como si lo estuviera protegiendo…

Lo habían matado a cuchilladas los rateros que, hacia unos minutos, habían tratado de asaltar la tienda de ropa de dama…

Un policía los había matado a balazos, por la espalda, cuando trataron de huir con los trescientos pesos que la dependienta les dio, pues “acabo de comenzar”, les dijo, entre suplicantes sollozos de que la dejaran…

Fue cuando Rómulo los enfrentó. “¡’Ora, jijos de su puta madre!”, les gritó.

En ese momento, se le fueron encima, con los cuchillos, que le clavaron sin piedad, enojados por la “mierda” que habían sacado…

Agonizante, sangrando copiosamente, Rómulo caminó hacia el maniquí de los ojos azules…

“No te preocupes, mi reina, yo te protejo”, aseguró la dependienta, que le oyó decir, antes de que cayera muerto, junto al maniquí, al que no soltó…

 

 

IV

 

Aunque nadie lo notara, lloraba sentidamente…

Los demás, la veían como siempre, sonriente, sus ojos azules fijos, como si nada…

El día anterior, habría pensado que aquel indigente, habría sido su salvación…

Como la llenó toda de sangre, pensó que quizá la guardaría la dependienta, que nunca más la sacaría, que sería de “mala suerte”, que ya no la humillaría con ese diario, forzado modelaje…

Pero no fue así.

La limpió con mucha agua y jabón, dándole unos tallones en todo el cuerpo, que la lastimaron mucho…

Lo peor fue que la mujer lo hizo a la vista de todos, sacándola a la calle, desnuda, tallándola con un zacate jabonoso y enjuagándola a jicarazos, con agua de una cubeta…

Y la dejó secar, bajo un inclemente Sol…

“¡Vaya humillación!”, pensó…

Y, ni modo, allí estaba, de nuevo, en su diario modelar, luciendo un pantalón rojo y blusa blanca…

Dos mujeres se acercaron:

-Ay, qué fea ropa, mana – dijo una de ellas, sarcástica…

-Lástima de maniquí tan padre – dijo la otra…

 

FIN

 

Tenochtitlan, 5 de febrero de 2023

De la colección: cuentos de una sentada

 

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