Criterio del 7mo Arte... Bajo la Arena Por Adán Salgado Andrade
Bajo la arena
Por Adán Salgado Andrade
El capitalismo salvaje tiene una forma muy extrema de resolver las constantes y ya permanentes crisis económicas en que, por su contradictoria naturaleza, siempre se encuentra. Digo contradictoria naturaleza, pues el hecho de que un sistema basado en el consumo, cada vez vaya creando menos y menos consumidores, es absurdamente contradictorio. Y es que desde hace décadas, la constante meta del capitalismo ha sido fabricar más con menos: menos materia prima, menos mano de obra… ¡ah, pero más instrumentos de trabajo! Así, si con una máquina se pueden sustituir mil obreros y todo su trabajo, mejor, pues eso implicará menos gasto en salarios, menos propensión a huelgas, mayor productividad y otros óptimos resultados. Sin embargo, ¿qué pasará con esos mil obreros despedidos, desplazados del consumo? Eso será algo que no importará al sistema, excepto, quizá, por la molestia que esos mil desempleados pudieran provocar como forma de presión social.
Claro que para la empresa que los sustituyó por una moderna y eficiente máquina, las consecuencias serán lo de menos. Sin embargo, lo que no toma en cuenta aquélla es que las consecuencias inmediatas, aunque no se reflejen en el desempeño de sí misma, sí lo harán en el resto de la sociedad, pues a medida que más y más empresas sacrifiquen empleados al sustituirlos con máquinas, la crisis de la sobreproducción con su contraparte, la falta de consumo, detonará el estallido de la crisis económica, la cual, como ya señalé, ya es una constante y tiende a profundizarse más y más.
Pero me referí al principio de la nota a la forma muy extrema de resolver las crisis económicas. Y ésta es nada menos que la guerra. En efecto, la guerra es una de las tácticas preferidas del capitalismo salvaje para reactivar el consumo, ya que si la construcción de una infraestructura, una ciudad, por ejemplo, determina una buena ganancia, la destrucción producirá una mucho mayor. La destrucción que deja una guerra es más lucrativa que la construcción previa.
¡Ah, pero esa ganancia será para los vencedores, pues los vencidos, pagarán no sólo con su sangre, su humillación y su derrota, sino con la riqueza que pueda rescatar el vencedor de sus destruidas, maltrechas economías!
Luego de la Segunda Guerra Mundial, una vez que los Aliados (Estados Unidos, Inglaterra, Francia y, por un tiempo, la URSS), vencieron a las potencias del Eje (Italia, Japón y Alemania), vinieron los muy buenos negocios de la “reconstrucción” alemana, japonesa, italiana… e, incluso, hasta la de los aliados, pues Inglaterra y Francia, sobre todo, sufrieron fuertes pérdidas en su infraestructura, no comparables, claro, a las que sufrieran Alemania, Japón o Italia. A Japón, le borraron del mapa dos ciudades con los experimentos nucleares desarrollados por Estados Unidos en Los Alamos, Nuevo México. Y a Alemania, un masivo bombardeo destruyó una buena parte de Berlín y otros puntos industriales de dicho país.
Pero no quedó sólo allí. Había que infligir una “severa” lección a los alemanes, sobre todo.
En los últimos días de la batalla, el ejército alemán, desesperado por conseguir más soldados, reclutó a cuanto hombre alemán, fuera adolescente, joven o maduro, pudiera seguir peleando, aun cuando se avizoraba ya la derrota. Y cuando se consumó la victoria de los aliados, todos esos reclutas alemanes, muchos de los cuales ni siquiera habían estado en el frente, se rindieron incondicionalmente.
Pero para miles de ellos, la rendición sería sólo el principio del suplicio que vendría. Los vencedores, contraviniendo acuerdos de guerra, de no someter a los soldados rendidos incondicionalmente a trabajos peligrosos, forzaron a varios de ellos a ir a Dinamarca a buscar minas antipersonales y a desactivarlas, sin importar que en esa peligrosa tarea, su vida estuviera de por medio.
El ejército nazi, en una de sus últimas, desesperadas acciones, minó varios kilómetros de playas danesas, pensando que ese sería uno de los sitios en donde desembarcarían los aliados. Como bien se sabe, éstos lo hicieron en Normandía, durante el llamado día D.
Así que decenas de kilómetros de playas quedaron llenos de explosivas minas sin detonar. Y en una infame acción, se obligó a los rendidos reclutas alemanes, muy jóvenes la mayoría, a trabajar como una especie de robots desminadores para limpiar esas playas de tan peligrosos artefactos.
Es un poco conocido hecho que aborda la excelente cinta danesa “Bajo la Arena” (Under sandet), dirigida por Martin Zandvliet. En esta película se muestra la crueldad con que son tratados los jóvenes ex soldados alemanes, sólo por el hecho de ser eso, alemanes, a pesar de que muchos de ellos fueron reclutados por la fuerza, sin siquiera haber estado de acuerdo con el nazismo. Zandvliet ha comentado que ha sido criticado por esa cinta, pues exhibe el lado malo del ejército danés, a lo que ha respondido que es la obligación de los creadores mostrar también hechos incómodos. Y lo hace muy bien, pues, aunque no se trata de una cinta de horror, no podemos más que sobrecogernos con los peligros constantes que debieron de pasar esos pobres chicos, condenados a buscar peligrosas minas centímetro a centímetro y desactivarlas. La orden del militar danés encargado de la cuadrilla de chicos que protagonizan la cinta era “Miren, esto debe de quedar tan limpio, que si me da la gana correr por toda la playa, lo puedo hacer, sin el peligro de que vuele en pedazos, ¿entendido?”. Y todos los chicos le debían de responder lo más correcta y marcialmente posible, que sí.
La cinta también muestra la hipocresía de las potencias vencedoras, que toleraron tamaña infamia haciéndose de la “vista gorda”, pensando, en secreto, que, al fin y al cabo, los alemanes se lo habían ganado. Y así fue, pues miles de ellos perdieron la vida limpiando playas, para que, ya en tiempos de paz, sonrientes, felices bañistas, pudieran jugar pelota o correr sobre ellas sin peligro alguno.
Debemos, pues, agradecer filmes como este, con tal de que conozcamos las infamias y los “daños colaterales” que ocasionan las muy lucrativas guerras.
“Bajo la Arena” se exhibe en la Cineteca Nacional y salas comerciales.