Criterio del 7mo Arte... Lucky...Por Adán Salgado Andrade

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Lucky

Por Adán Salgado Andrade 

Una de las más temidas etapas de la vida para la gran mayoría de las personas, si no es que para todas, es la vejez. En esa etapa, la mayoría de las capacidades, tanto físicas, como mentales, se van perdiendo. Incluso, aún cuando se trate de alguien que haya sido una persona, digamos, saludable, irremediablemente se van deteriorando tales capacidades.

Por desgracia, en el capitalismo salvaje, la vejez se va convirtiendo en un lastre, sobre todo cuando se trata de personas de escasos recursos, que no representen más una posibilidad del vital consumo, gracias al cual, existe aquél. Claro que si a los ancianos, sobre todo aquéllos con recursos, se les recluye en instituciones privadas en donde los “cuiden”, entonces, la cosa cambia. Igualmente, si son ancianos que viven de decentes o más que decentes pensiones – como los seniors en Estados Unidos –, su habitual compra de medicamentos y alimentos “especiales” para su edad, no será cuestionada y se les dirá – o las empresas que les dedican sus productos – que vivan “muchos años más”.

Por desgracia, es una minoría la de personas de la, así llamada, tercera edad, quienes aún son “funcionales” a un sistema que sólo ve la utilidad en la capacidad de consumo de las personas.

Pobres de aquellos viejos que no tengan pensión, familia o amigos que los puedan rescatar de un negro futuro, el poco que les quede, pues muchos de ellos estarán condenados a vivir en la indigencia, pidiendo limosna, muchos, obligados por su propia “familia” a hacerlo. Es tan común ver en calles de las ciudades a ancianos o ancianas viviendo de la mendicidad, pues es lo único que pueden hacer ante la poca o nula importancia que se les da.

Además, son muy vulnerables a maltratos. Hace poco, en una junta de condóminos a la que asistí, para arreglar las decenas de insolubles problemas que dejan las corruptas inmobiliarias, una mujer de unos treinta años, muy altanera y violenta, amenazó a una de las asistentes, una mujer de unos 65 años, que, de no ser por su edad, se “la sonaría”. Pero otra mujer, advirtiendo la grosería, le gritó a la brabucona “¡Así vas a estar tú algún día!”. Y es cierto, no debemos denostar a la vejez, despreciarla, pues el tiempo vuela, y pronto, más pronto de lo que podemos imaginar, estaremos viejos.

Como dije, la mayor parte de los viejos terminan solos, incluso cuando tienen “familia”, la que sólo los “cuidará” si ofrecen una ventaja económica, aún siendo ancianos. Conozco muchas familias en las cuales son ancianos su principal sostén, los padres, por ejemplo, septuagenarios u octogenarios. No imagino que será de sus hijos o nietos cuando aquéllos fallezcan.

Justamente rescatando la soledad de la vejez, que no una vejez solitaria, la cinta estadounidense Lucky (2016), nos ofrece un adecuado tratamiento de esa difícil etapa. Dirigida por John Carroll Lynch y protagonizada por el ya fallecido gran actor Harry Dean Stanton, la historia se ubica en una localidad rural de Arizona, en donde vive Lucky, un nonagenario pensionado que lleva una minimalista existencia, habitando una modesta casa de madera, reduciendo su vida a beber café, leche – el único alimento que se encuentra en su refrigerador –, contestar crucigramas y visitar a sus amigos, unos, en un café, y los otros, en un bar. Lucky nunca se caso, ni tuvo hijos, “que yo pueda asegurar que son míos”, como dice en una escena.

Es un hombre muy fuerte para su edad, hace ejercicio, camina rápido y ¡fuma mucho! A pesar de eso, de que fuma mucho, un día que sufre un desmayo, el doctor que lo revisó, le dijo que estaba muy bien de salud, hasta de sus pulmones. “Te diría que dejaras de fumar, pero creo que, en tu caso, te haría mal dejar de hacerlo”, le dice, irónico. No sabiendo a qué atenerse, Lucky sigue con su diaria rutina. Un día un amigo, Homard (interpretado por David Lynch, gran amigo de toda la vida de Stanton), que había perdido a su tortuga, llamada Presidente Roosevelt, le presenta a Lucky a un abogado, quien le arreglará los papeles para dejarle toda su fortuna a aquélla. Es algo que molesta mucho a Lucky, pues le dice al abogado que sólo es un estafador, queriendo sacarle dinero a Howard, y lo reta a los golpes. Pero sus amigos le dicen que lo olvide, que no es para tanto. Otro día,  Lucky y el abogado se encuentran en el acostumbrado café. Dirimen sus diferencias y platican. El abogado le dice que entiende la aprehensión de la gente por dejarlo arreglado todo, pues, él mismo, dos años atrás, cuando iba a la escuela por una de sus hijas, por medio segundo no fue arroyado su auto por un pesado vehículo de carga. “Hubiera muerto. Desde entonces, hice mi  testamento, subí el monto de mi seguro y arreglé lo de mi funeral. Así que si algo me pasara, con sólo una llamada, mi familia lo resuelve todo, hasta mi entierro”, le dice. A lo que Lucky, desdeñosamente le dice que, al final del día, la situación no cambia. “¡¿Qué?!”, pregunta el abogado. “¡Que ya estarás muerto!”, exclama Lucky.

Pues sí, como dice el vox populi, más sabe el diablo por viejo, que por diablo. Debemos de escuchar a los viejos, saben mucho.

Fuera de que la vejez nos va invalidando física y mentalmente, también nos va volviendo más juiciosos y más preparados para la última etapa de nuestras vidas, que es la muerte. Y esa es la ventaja de los ancianos, estar cada día que pasa, de sus últimos, más preparados para partir al más allá.

Quizá la cinta, por tratar esa temática, haya sido también una forma de reflexión sobre la vejez y la cercanía con la muerte, para el mismo Stanton, quien falleció algunos meses después de concluirla. Su última actuación fue soberbia, sobre todo en la escena en que canta, acompañado de mariachi, “Volver, Volver, Volver”, en una mexicanísima fiesta de cumpleaños de mexicanos-estadounidenses, mostrando, quizá, qué tanto se ha enraizado la cultura mexicana en los Estados Unidos.

Obligadamente tiene que verla el mismísimo, viejo racista Donald Trump.

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