ALERGIA ...Cuento por Adán Salgado
Ilustración: Viridiana Pichardo Jiménez
ALERGIA
Por Adán Salgado Andrade
Raymond revisaba el WhatsApp en su celular.
Nada, ningún mensaje de Cindy, su ex novia.
Casi todos los días, le enviaba una carita sonriente, unos labios besando, una carita con corazones.
Lo había estado haciendo desde que terminaron la relación, un mes después de que él hubiera desarrollado esa “maldita” alergia a la luz solar.
Quizá se había cansado Cindy de su mal humor, pensaba Raymond, pues siempre que llegaba en las noches, para que cenaran, él sólo se quejaba y renegaba de todo, hasta de los buenos deseos de ella, de que “a lo mejor, eso se te quita pronto, Ray”…
Un día, Cindy le escribió “No puedo más Ray, necesitas revisar tu vida. Mucha suerte”.
Fue cuando Raymond reconoció que la chica, realmente, hasta había aguantado mucho, un mes, en que sólo veían algo de televisión, él, por supuesto, queja sobre queja, nada que retroalimentara la relación. Ni siquiera la sugerencia de ella, de que hicieran el amor, fue tomada en cuenta por Raymond, excusándose de que “estoy muy tenso, como para andar haciendo el amor, Cindy… ¡sólo ponte un momento en mi lugar, carajo, que no pueda salir a la maldita calle contigo, a un restaurante, a la playa, como siempre habías querido!...”.
Y así. Terminaba Cindy yéndose.
Y ahora, Raymond, comprendía que la había hartado con su mal humor, sus quejas, sus reproches…
“Sí, ella, verdaderamente, se esforzó, pero fui un pendejo en no verlo”, reflexionaba, mientras revisaba, en vano, los mensajes de WhatsApp, para ver si Cindy le respondía sus caritas con besos…
Pero nada…
Raymond tiró el celular a un lado de donde él estaba sentado, en ese largo sofá…
Muchas veces, se quedaba allí a dormir, sin molestarse en ponerse la piyama. Y sólo conciliaba el sueño, gracias a los somníferos que el doctor le había recetado. “Para su insomnio, sí hay cura, pero no para su alergia, Raymond. Tendrá que vivir el resto de su vida a obscuras”, le dijo aquél, en solemne tono.
Su alergia, había comenzado cuatro meses antes.
Previamente, Raymond pensaba que tenía el mundo ante él. Gracias a su excelente aprovechamiento en la universidad, en donde había estudiado ingeniería en sistemas, con altas calificaciones, y haber trabajado como becario en Google, en su sede, en Mountain View, California, se aseguró un buen puesto en esa empresa, al graduarse con altos honores.
Sus padres, estaban muy orgullosos de él. Y su hermana Joan, la que no había podido estudiar, porque no habría alcanzado el dinero para enviarlos a los dos a la universidad, también estaba muy contenta. “Lo lograste por los dos”, le dijo a su hermano, durante la fiesta de graduación de Raymond, a la que su familia, algunos tíos y primos, habían asistido.
Así que, a sus 26 años, el mundo “se abre a mis pies”, se jactaba Raymond.
Cuando conoció a Cindy, un año atrás, lo que la deslumbró fue el BMW, último modelo, con el que Raymond llegó, cuando se vieron por primera vez.
Se habían conocido en un McDonald’s. Raymond se enamoró, al instante, de esa rubia, que sorbía una malteada en la mesa de junto.
Se le acercó, preguntándole “¿Aceptarías platicar con un chico brillante?”. Algo que no tenía Raymond era, precisamente, humildad. “Esas son pendejadas. Si tienes con qué presumir, simplemente, hazlo”, les decía a sus amigos.
Y la plática con Cindy, versó sobre su puesto como programador analista, nivel A, casi para ser jefe. De sus sueldo de seis mil dólares mensuales, menos impuestos. “Me quedan, libres, cinco mil trescientos”, presumió. De sus padres. “Sí, mis viejos viven en una granja, en Vermont, con mi hermana. Pero con tanta competencia, últimamente, no les ha ido muy bien”, le dijo. “¿No los ayudas?”, le preguntó Cindy. Raymond, había encogido los hombros. “No mucho… es que con los gastos del auto y la hipoteca de la casa, apenas me quedaría para invitarte a salir, si aceptas ser mi chica, claro”, le dijo Raymond, muy casual…
Y se hicieron novios.
No reparó Raymond en gastos, con tal de deslumbrar a Cindy. “Ay, Raymond, vas gastar mucho en mí”, le dijo, cuando entraron, en su primera cita, a un restaurante muy exclusivo, con caviar y finos vinos. Raymond repitió en voz alta los “seiscientos cincuenta dólares”, que fue la cuenta, con tal de que Cindy se enterara de lo que pagaría.
Y terminaron en la casa de Raymond, la que se localizaba en una zona residencial media, en donde todos los “exitosos nerds, como yo, vivimos, cariño”.
Hicieron el amor intensamente. “Tú, eres la mujer que siempre había estado buscando, Cindy”, le susurró al oído.
La chica trabajaba repartiendo comida para Lyft, en su bicicleta. Vivía con unas amigas, compartiendo un departamento y los gastos. “Ya no podía seguir con mis padres, pelean mucho por todo, que por los gastos, que no les alcanza y que mi papá debería de conseguirse otro empleo. Y mi hermano, es un holgazán, bueno para nada… ¡ya estaba harta!”, le había comentado Cindy.
Así que para ella, estar saliendo con Raymond era… “La verdad, es que si nos casamos, me va a sacar de la porquería de vida que tengo”, les platicaba a sus amigas.
Todo eso lo recordaba Raymond, como si fuera algo que hubiera sucedido años atrás…
¡Y sólo había transcurrido un año!
-¡Maldita puta suerte! – gritó.
Ahora, la realidad se le presentaba, brutal.
La casa, la había perdido, igual que el BMW, pues ya no podía pagarlos, porque no pudo seguir trabajando.
Ni siquiera en línea, porque la luz del monitor, le afectaba. De hecho, veía la televisión, bastante alejado, para que ni esa luz le provocara alergia.
Su celular, lo tenía con luz baja, para que tampoco le afectara.
Uno de sus amigos de la oficina, le había prestado la casa de sus fallecidos padres, que tenía varios años de estar desocupada. Habían tenido que hacer limpieza profunda, contratando a una empresa para hacerlo. Tuvo que adquirir Raymond gruesas cortinas negras, para bloquear todo tipo de luz solar. Google le había dado, como liquidación, diez mil dólares, “pues no tenías trabajando mucho tiempo con nosotros”, le había dicho su jefe. Con eso, y los poco más de mil dólares que apenas si había ahorrado, se la estaba pasando. Y ya se había gastado más de tres mil dólares en pagar agua, luz, gas, celular y lo de la diaria alimentación.
“¡Con malditos ocho mil dólares, tendré que vérmelas!”, pensó, con coraje, siendo que estaba acostumbrado a gastarse casi cinco mil dólares ¡al mes!...
Se arrepintió de que, cuando estuvo trabajando, no fue para enviarles dinero a sus padres. “Raymond, si nos pudieras enviar algo de dinero, unos mil dólares, para reparar los gallineros, te lo agradeceríamos mucho. Ya veríamos la forma de pagártelos”, le había pedido Charles, su padre.
Pero como siempre, le pretextaba tener muchos gastos. “Espero que el siguiente mes, esté más desahogado, papá”, le respondió el mensaje del WhatsApp. Pero, claro, nunca llegó ese “siguiente mes”…
Por eso, no les había avisado, avergonzado, como estaba, de encontrarse así, sin empleo, sin chica, comiendo diariamente pizzas o hamburguesas, con sobrepeso… ¡y, ahora, sí, sin posibilidades reales de ayudarlos, pues lo que trataba de cuidar, eran los menos de ocho mil dólares que le quedaban antes de que!…
“¡Antes de que esta chingadera me mate!”, pensó, con coraje, tristeza, rencor…
Sí, rencor, de que en Google, le hubieran dado una patada por el culo con esa miseria de “compensación”, después de que en año y medio, les hubiera trabajado tan bien, habiendo concluido proyectos, creado varios sobre Inteligencia Artificial, ideado nuevos algoritmos para que el Pentágono mejorara sus armas de destrucción masiva…
¡Irónico que él, ahora, estaba siendo destruido masivamente por una maldita alergia!
Rencor y coraje, también, porque Cindy lo hubiera dejado, “después de que la traté como a una maldita reina”…
Y tristeza, por estar así, como un miserable inútil, sin todo el brillante futuro que, hacía poco, había estado delante de él…
La noche anterior, había pedido una pizza, que era casi de lo único que se alimentaba. Lo hacía cada tercer día. O también pedía hamburguesas con papas. Y una Coca-Cola. Trataba de no comer mucho, para no gastar tanto dinero. Hasta cierto punto, agradecía que Cindy lo hubiese mandado a la chingada, pues se estaba ahorrando lo de su cena.
“Pinche puto consuelo”, reflexionó. ¡Claro que le habría encantado seguir pagando más, con tal de que la chica estuviera con él en ese desgraciado momento!
Pedía la comida por las noches, muy bien cubierto su rostro y manos enguantadas, con tal de no recibir la luz de las luminarias públicas, pues hasta la iluminación artificial le ocasionaba ronchas, sudoración, dolores en el pecho…
-¡Estoy jodido, malditamente jodido! – gritó, arrojando al suelo el pedazo de pizza que, desde hacía rato, había tratado de comer.
Revisó la hora en su celular: era casi la una de la tarde, cuando el sol estaba con toda su brillantez.
Se tomó algunos minutos en disponerse a lo que, finalmente, había decidido hacer.
Se quitó el suéter, que usaba por el aire acondicionado, el cual, enfriaba bastante la casa.
Fue a su recámara, en donde buscó una playera y unos shorts.
Se los puso. Hurgó entre sus zapatos.
Había unas sandalias, como las empleadas para nadar… ésas, las había adquirido porque, justo cuando le dio la alergia, al otro día, sábado, habrían ido a la playa Cindy y él, como, días antes, habían planeado. Por eso, estaban nuevas, pues nunca las estrenó.
Qué mejor que esa ocasión que, pensaba, sería especial para usarlas.
Y corrió todas las cortinas de la casa, para que los efectos de la alergia, comenzara a sentirlos desde antes de salirse a la calle.
“Hola, Cindy, te aviso que nada me importa ya. Voy a salir y me vale madres lo que me pase”, escribió un mensaje y lo envió a su ex novia, antes de comenzar a abrir las dos cerraduras de la puerta y quitar el seguro…
II
Cindy leyó el mensaje.
Nada respondió. Como había estado haciendo con los otros.
La verdad, no le importaba ya Raymond.
Y si se moría, pues ni modo.
Le había soportado algo su mal modo por unas semanas, pero, de todos modos, entendió que nada ganaría ya con aquél, ni diversión, ni sexo, ni posición económica, ni nada...
No, con una persona que debía de estar a obscuras todo el tiempo, no, “si yo, lo que más disfruto, es el sol, la playa, asolearme y broncearme”…
Pues sí que había malditas alergias raras, como esa…
Dejó el celular sobre el buró.
Peter, su nuevo novio, la tomó del brazo y la acercó. Acababan de hacer el amor. Como era viernes, habían preferido no ir a trabajar, repartiendo comida. Se reportaron enfermos y fueron a meterse a un motel, para satisfacer sus deseos, unir sus cuerpos, disfrutarse, tener sendos orgasmos.
-¿Quién era? – preguntó Peter.
-Ay… ya sabes, Raymond y su alergia al sol – respondió ella, no pudiendo decir nada más, pues la boca de Peter la asaltó con otro salivoso, libidinoso beso…
III
La piel estaba rojiza, hinchada.
Le estaban brotando ámpulas por todas partes.
La cara, morada, también muy hinchada, le estaba sangrando por los poros.
Cada vez caminaba con más esfuerzo, pues el dolor y el ardor de los píes, aumentaba con cada paso que daba.
Estaba ajeno a los ocasionales peatones que se topaba, quienes se le quedaban viendo, curiosos.
Raymond calculó que llevaría caminando un par de kilómetros.
Los dolores en el pecho, comenzaron a asaltarlo.
Los ojos, se le fueron nublando, hasta que casi dejó de ver.
En ese estado, Raymond sólo continuó caminando mecánicamente, a tientas.
Ni cuenta se dio que estaba cruzando una calle y que un pesado camión de carga se acercaba…
Y, de repente, Raymond ya no sintió más ardores ni dolores…
IV
Había transcurrido un mes, desde que Cindy vio el mensaje de Raymond.
No le llegaron más, después de ése.
Se enteró de que lo habían atropellado horriblemente, habiéndolo hecho pedazos un pesado camión.
En ese momento, tan desesperado, le habría gustado compartir con él, el estado en que ella se hallaba, atada a un tanque de oxigeno, que tendría que ser por el resto de su vida.
Al otro día de recibir el último mensaje de Raymond, Cindy había ido al cine con Peter.
Tuvieron que sacarla a media película, pues se estaba asfixiando.
Apenas si llegaron al hospital.
De inmediato, le aplicaron oxígeno.
Y tras varios estudios y pruebas, determinaron que era alérgica al aire que la rodeaba y que sólo podía tolerar su cuerpo oxígeno puro, “para el resto de su vida, señorita”.
Su vida, se había terminado. Peter, la dejó, porque ya ni besarla podía, “pues me puedo asfixiar”, le decía ella.
Sus amigas, ocupadas con sus propios trabajos y problemas, sólo podían verla por las noches.
Quedaba todavía dinero en la cuenta que ellas le habían organizado en GoFundMe, para recabar fondos para sus tanques de oxígeno puro, así que “podrás respirar unas semanas más”, le bromeaba una de ellas.
Y a pesar de que no tenía futuro, de todos modos, resultaba incierto lo que pasaría, sobre todo, cuando se acabara el dinero, pensaba Cindy.
Tomó su celular.
Se levantó de la silla en donde casi siempre estaba sentada, pues nada podía hacer, porque, para peor cosa, al menor esfuerzo que hiciera, se agotaba.
La mascarilla, le cubría casi todo el rostro, ocultando sus hermosos, pero tristes, desconsolados rasgos.
Caminó, jalando el tanque, hasta la ventana de la sala del departamento, la que siempre estaba cerrada, como todas las demás, para evitar, en lo posible, la entrada de aire del exterior, el causante de su alergia.
Estuvo unos segundos contemplando todo el bullicio de la calle, los autos y personas pasando.
Las lágrimas brotaron de sus azules ojos.
Se imaginó a Raymond, saliendo de su hogar aquel soleado día.
El día estaba igualmente soleado. “Muy hermoso”, reflexionó Cindy.
“Voy a salir a respirar aire puro”, escribió, irónica, en el WhatsApp, y envió el texto a todos sus contactos, incluido Raymond, mientras se despojaba de la molesta, estorbosa mascarilla…
FIN
Tenochtitlan, 26 de junio de 2021.
(De la colección: cuentos de una sentada
por pandemia)