EXTINCIÓN MASIVA ...Cuento por Adán Salgado
Ilustración: Viridiana Pichardo Jiménez
EXTINCIÓN MASIVA
Por Adán Salgado Andrade
La caza de tiranosaurios, había aumentado, de cinco mil, a seis mil ejemplares mensuales.
Pero la demanda de sus “suculentos cortes”, muy preciados por la gastronomía, sobre todo, de los más pudientes, era insaciable…
Y a las sabanas, en donde habitaban, iban los cazadores, los que recibían cinco mil dólares, por cada animal cazado y desollado, listo para que en el restaurante gourmet que lo comprara, lo destazaran y sacaran unos 300 cortes de filete de su pechuga y de sus piernas, las partes más demandadas.
Los activistas, a favor de esos dinosaurios, pedían que se impusiera una veda, pues habría nefastas consecuencias si la caza, tanto legal, como ilegal, seguía. “Es uno más de los problemas ambientales que estamos provocando, con nuestro irracional sistema de vida”, declaraban.
Pero Albert Pitt, dueño de una cadena de restaurantes de lujo, decía que eso eran “pendejadas”, que había muchos tiranosaurios, como para imponer una veda. “No podemos dejar de comer ricos filetes de tiranosaurio, sólo porque unos cuantos locos, que se oponen al buen comer, lo dicen”, declaraba a la prensa, siempre que lo cuestionaban sobre eso.
Era un alivio para Peter Hunter, uno de tantos cazadores de tiranosaurios y de otros tantos animales, parte de la biodiversidad…
También era experto en cazar ictiosauros, a los que seguía por horas en su barco. Los arponeaba, cuando los animales hacían una pausa, para cazar algún pez, diplodoco u otro reptil marino más pequeño o menos fiero que aquél. Para asegurarse que murieran pronto, conducía por el cable del arpón corriente eléctrica, para electrocutarlos y sacarlos más pronto del agua.
Su carne, también era muy demandada, además de que se consideraba “afrodisiaca”, lo cual, no tenía un sustento real, pero como era una creencia que existía desde hacía años, la seguían practicando.
Reforzada con declaraciones como la de Robert Conrad, sexólogo, quien afirmaba, categórico, que “la carne de ictiosauro, especialmente la de los testículos, es buenísima como potenciador sexual. Yo vendo cápsulas de polvo de sus testículos a mis pacientes y me dicen que les da magníficos resultados”. Pero, en realidad, nunca, ninguno de sus pacientes, hombres, la mayoría, estaban seguros de eso, pues, les recomendaba Conrad, que, se tomaran esas cápsulas con una viagra, “para incrementar el poder de las cápsulas de polvo de testículos de ictiosauro”…
Hunter se hallaba, en ese momento, en un paraje de esa selva, en donde era más fácil cazar tiranosaurios…
No había querido decirlo, pero, en efecto, cada vez se les veía menos, y él tardaba más tiempo en cazarlos, que hacía unos años atrás…
Cuando avistaba a uno, lo perseguía en su jeep, y, al estar a distancia de tiro, accionaba su mega pistola, un artilugio que disparaba una gran bala, y le tiraba al cuello…
El animal moría, instantáneamente.
Luego, iba por su camión, equipado con una máquina que despojaba de su piel al animal, y lo descuartizaba, empacando los pedazos en charolas de hule espuma, que eran envueltas en plástico…
Así obtenía más dinero, el doble, ofreciendo los filetes ya empacados a los restaurantes, quienes lo preferían, pues se ahorraban el trabajo de destazar al animal y hacer los cortes.
Claro, ese era otro gran problema, tantos millones de esos empaques, que iban a dar al mar, pensaba Hunter, pero eran las consecuencias de la civilización…
Ya había él hallado a ictiosauros muertos, porque sus estómagos estaban llenos de esas charolas y otra basura arrojada al mar, como llantas, botellas, petróleo…
De todos modos, los desollaba y descuartizaba, pues no iba a desaprovechar la oportunidad de ganarse los veinte mil dólares que le pagaban los restauranteros, pues, como eran más escasos, ya casi extintos, valían más, sobre todo, sus testículos, que esos, costaban cincuenta mil dólares, pues si eran escasos esos reptiles, los machos, todavía más.
Hunter vio una manada de tiranosaurios acercarse…
“Espero que pueda cazar varios”, se dijo, mientras preparaba su mega pistola, cargándola con varias balas cazadinosaurios. Subió al jeep, lo arrancó y fue a toda velocidad, tras los confiados tiranosaurios…
II
Los reportes de que, por tanta contaminación, el planeta seguía calentándose, eran diarios.
Los activistas, trataban de hacer conciencia sobre ese grave problema, pero el conservadurismo destructor, buscaba silenciarlos, fuera boicoteando sus urgentes mensajes, con más anuncios de crema de concha de triceratopo para “un cutis como de porcelana”, o asesinándolos, dentro de sus hogares o en la calle… como generalmente se hacía con todos ellos…
Hunter se preguntaba, al escuchar esa “pendejada” del “calentamiento global”, si no sería una forma de distraer a la gente de cosas más serias, como de que el gobierno ya les quería cobrar impuestos a los cazadores, como él, cuando que, siempre, se había considerado una actividad libre…
“Esos cabrones, de todo quieren cobrar impuestos”, pensó, irritado, mientras entregaba sus filetes de tiranosaurio al restaurante El brontosaurio feliz…
Siempre le recordaba, ese nombre, al ya extinto, enorme herbívoro…
Todavía, cuando era pequeño, recordaba cómo su padre lo cazaba. Y era muy demandado, clasificándose su carne como la más apetitosa de todos los dinosaurios, habida y por haber…
Era cuando le salía algo de su conciencia “ecológica”, recordar a animales que se habían ido extinguiendo, como el brontosaurio, el plesiosauro, el estegosaurio… ¡y muchos más!...
Pasado un rato, Hunter estaba en su casa, a las afueras de la ciudad, dentro del rancho heredado de su padre, en donde había varios trofeos de cacería, como cabezas de tiranosaurios, de triceratopos, de ictiosauros…
Las contemplaba, orgulloso…
Tomó una botella de wiski Terciario, el más caro que había en el mercado, que ya costaba ¡mil dólares la botella!…
Y era que había ido subiendo su precio descontroladamente, pues, también, estaba escaseando el trigo con el que se elaboraba… ¡por el mentado calentamiento global, era la justificación!
“¡Ni en eso, nos dejan en paz, a los respetables ciudadanos!”, reflexionaba Hunter, quien, simplemente, deseaba seguir con su vida, como hasta ese momento, que ni calentamiento global, ni activistas pendejos, ni nada… se la alteraran…
Por eso, se había divorciado de Helen, su esposa, pues era tan demandante, que lo aburrió…
Le pasaba una pensión, para que a su “chaparrito”, John, el hijo de ambos, no le faltara nada…
Pero sólo eso.
No le interesaba que regresaran, como Helen le había pedido. “No, Helen, así estamos bien… nunca nos entendimos”, le dijo, cuando hacía unos días, se lo había vuelto a plantear…
Era maestra de primaria “y me trataste, siempre, como a tu alumno”, se quejaba él…
Prendió la televisión.
Puso las noticias, por no dejar…
¡Pero seguían con eso de las crecientes emanaciones de gases efecto-invernadero!
-¡No se saben otra cosa! – gritó, cambiando de canal…
Vio que estaba por comenzar una cinta, llamada “De otro mundo”, de la que había escuchado hablar, que tenía buenas críticas. La dejó.
El argumento era sobre que en la Tierra, habían otros extraños animales, pequeños, nada que ver con los dinosaurios. Estaba divertida la historia, pues era asombrosa la imaginación de los productores, quienes mostraban ese mundo de cazadores que perseguían “leones”, “jirafas”, “perros”, “cocodrilos”… y otros animales, que Hunter, jamás habría imaginado…
“¡Vaya imaginación que tiene estos cuates!”, pensó, mientras daba otro trago a su wiski…
Poco a poco, lo fue venciendo el sueño…
Despertó, sobresaltado…
Había soñado que andaba por la sabana, en donde acostumbraba cazar, pero que, en lugar de tiranosaurios, estaba cazando “leones”…
Y que uno de ellos, se le había lanzado por la espalda, lo tiraba y comenzaba a morderle el cuello…
“¡Puta madre… pinche pesadilla!”, pensó…
“¡No vuelvo a tomar y ver putas películas de ciencia-ficción!”, se dijo…
Mejor se levantó, para irse a bañar y comenzar otro día más de cacería…
III
Aunque los negacionistas, seguían diciendo que lo del calentamiento global era una vil mentira, muchos ya lo notaban.
Los calores, eran insoportables y se concentraban más en las ciudades, por el efecto “isla de calor” que se daba en esos sitios de asfalto y concreto…
Hasta en su rancho, Hunter sentía cada vez más y más calor.
Ya ni el aire acondicionado, bajaba la temperatura. Pronto, tendría que comprar uno más grande, pensó…
Pero, más preocupante para él, que ya era muy difícil cazar tiranosaurios…
De hecho, había hecho “truco”, pues había estado repartiendo carne de velociraptores, algo más fáciles de cazar, aunque, también ésos, últimamente, ya escaseaban…
Eso, sí, que era grave…
Era lo que más tragaba la gente… tiranosaurios…
Bueno, los ricos, porque, los pobres, tenían que conformarse con las sobras que dejaban los cazadores, como huesos, cuero, vísceras…
Las llevaban a centros de acopio, en donde se recolectaban y, por algunos centavos, las vendían a los pobres… si ni esos centavos tenían, les hacían un estudio socio-económico, para ver si eran pobres extremos. Entonces, les daban los restos, gratuitamente…
Pero ya ni eso llevaba Hunter, pues se darían cuenta de que les estaba dando dientes de sable por mamut… otras, ya, extintas especies…
Los dinosaurios, habían resistido, por ser, se creía, los más capaces y resilentes, pero tampoco podían resistir al calentamiento – no eran tan adaptables como los humanos –, que estaba provocando que, en ciertos sitios, como desiertos, las temperaturas superaran los setenta grados centígrados…
“No sé qué vamos a hacer, si este puto planeta sigue hirviendo”, razonó Hunter.
Miraba con sus binoculares si, de pura casualidad, aparecía cualquier cosa que caminara o volara… con tal de no irse con las manos vacías…
Un solitario pterodáctilo, apareció a los lejos…
“Aunque sea a ese cabrón me llevo”, pensó Hunter, mientras tomó su rifle de largo alcance, apunto al volador ser y ¡disparó!...
IV
Habían pasado más de tres años, de que se habían extinguido, tanto plantas y animales masivamente…
La sobrexplotación, aunada al brutal calentamiento global, acabaron con todas las especies…
Hunter seguía cazando… ¡a pobres!, pero, hasta ésos, se estaban acabando…
Vendía filetes de pechos de mujer, los más demandados, hasta en tres mil dólares cada charola de dos kilos…
Sólo entre los que podían pagar, que cada vez eran más pocos…
Aunque, de repente, cazaba a otro cazador, pues estaba ya tan dura la competencia, que se cazaban entre sí, y ofrecían sus filetes, como si fueran de pobres…
“Ni modo, no queda más que adaptarse”, razonaba Hunter, agazapado en un obscuro rincón, en esa calle, sin iluminación, llena de basura, hedores a orina y excremento, esperando a que algún solitario pobre, se apareciera….
Consideraba indigna esa actividad, que por el puto calentamiento global, tuviera que cazar en malditas callejuelas de mierda y ¡a pobres!... en lugar de cazar en las sabanas dinosaurios, como hasta antes, no hacía mucho tiempo, había hecho…
“Si me viera mi padre, de seguro, se avergonzaría. Me diría tú, cazando apestosos pobres… ya ni la chingas, Hunter…”, pensó, mientras dirigía la mirilla infrarroja de su rifle Barret M82 hacia todos lados
Tras mucho esperar, vio acercarse a uno…
-Perfecto – murmuró, alistando el rifle, al que tuvo que colocar un silenciador, con tal de no atraer la atención de gente que anduviera por allí…
“Hasta eso tuve que hacer”, pensó, pues, en la libre sabana, nunca tuvo que llegar a esos niveles de “precaución”…
Pero antes de que disparara, sintió algo atravesarle la nuca…
-Shit – murmuró de nuevo, antes de caer muerto, precipitarse hacia adelante y caer sobre su sorprendido rostro…
Otro cazador, más avezado que él, le había pedido a un socio, que se hiciera pasar por pobre, el que Hunter había visto, para distraerlo y cazarlo…
-Ni modo, mi Hunter, así es esto, amigo – dijo, mientras lo cargaban entre él y su socio, para llevarlo al camión procesador, que lo convertiría en filetes empacados de pobre…
FIN
Tenochtitlan, a 4 de octubre de 2020
(de la colección Cuentos de una sentada)
Y seguimos en la pandemia