SECUESTRO...Cuento por Adán Salgado
Ilustración: Viridiana Pichardo Jiménez
SECUESTRO
Por Adán Salgado Andrade
Michael vigilaba, oculto tras una estantería del interior de una de las construcciones cercanas al sitio del lanzamiento, fuera de la cual, lucía el logo de Blue Origin, la empresa aeroespacial de Jeff Bezos, su jefe.
Se había quedado desde el día anterior, cuidando de que nadie de sus compañeros se diera cuenta de que había permanecido allí.
Lo que tenía planeado, debía de hacerlo esa mañana, pues, no sabía Michael cuándo habría nuevos pasajeros deseosos de volar en el New Shepard hasta la estratósfera, acompañados por Bezos, pues como todavía eran los primeros vuelos, prefería el jefe de Amazon acompañarlos, “por cualquier cosa”.
Tal y como lo había pensado, a las siete de la mañana, escuchó las camionetas de la empresa acercarse, pues el lanzamiento tendría lugar a las 7:30, “en punto”, como les decía Bezos a sus acaudalados clientes, quienes le estaban pagando a razón de $150,000 dólares por cabeza por los poco menos de diez minutos que duraba la “atracción espacial”. “Supongan que suben a una montaña rusa de Six Flags”, les decía Bezos, “por eso dura tan poco, para que no les den náuseas”, agregaba, guiñándoles el ojo.
Ya, unas cuarenta personas, sobre todo, actores y empresarios, habían reservado para viajar. Pero como no se trataba de subir a un barco o un autobús, “tienen que esperar, pues se debe siempre estar revisando la nave, para que viajen bien seguros”, les decía el magnate.
Por eso, Michael había elegido justamente ese día, pues no quería posponer su plan.
Revisó su revolver, un Magnum Eagle, calibre 44, de doce balas, capaz de atravesar un blindaje bajo. Llevaba dos cargadores extras, por lo que pudiera requerir. No estaba seguro si opondrían resistencia y tendría que emplear su arma.
El calor, por la falta del aire acondicionado en el interior de esa construcción, era insoportable, incluso a esa hora de la mañana, más aún en esa desértica zona de Texas, cerca del pueblucho de Van Horn. Calculaba Michael que estaría a unos 100 grados Fahrenheit, ¡demasiado calor!
Pero no le importaba. Estaba ya decidido a todo.
Escuchó cómo abrían la puerta del lugar y risas nerviosas:
-¡No se preocupen, de verdad, todo está automatizado y todo lo que tienen que hacer es relajarse y disfrutar de la hermosa vista, sin contaminación… ja, ja, ja! – reía Bezos.
-Espero que así sea – dijo una mujer
-Será así, querida, confía en Bezos, ya ves que todo lo que hace, le sale bien, como haberse convertido en el millonario más rico del planeta… ja, ja, ja! – secundó una voz de hombre.
-Sí, no se preocupen por nada – se oyó la voz de Reynold, el jefe de la sección aeroespacial, jefe directo de Michael, quien acompañaba a Bezos y a los pasajeros en cada vuelo espacial.
“Malditos hijos de puta, pues preocúpense”, pensó Michael, con coraje, mientras salía de su escondite, enfrentado a esos cuatro, que lucían sus uniformes azules, distintivos de los pasajeros del New Shepard:
-¡Arriba las manos todos, hijos de puta! – gritó, empuñando la Magnum, sembrando, inicialmente, sorpresa entre todos y, enseguida, temor.
-¿¡Qué te pasa, Michael, hay algún problema!? – preguntó, alarmado, Reynold.
-¡Me pasa que voy a dar un viaje con el cabrón de Jeff, eso me pasa! – gritó Michael.
-¿¡Quién eres, cuál es tu problema?! – preguntó Bezos, con miedo.
-Es Michael, Jeff, trabaja en análisis – aclaró Reynold.
-¡Ah… oye, entonces, cálmate, cálmate, podemos negociar!... ¿¡qué es lo que quieres, un aumento!?
Como para mostrarles que la cosa era seria, Michael dio un disparo al aire, perforando el techo prefabricado de la construcción.
-¡Cállate, imbécil!, ¿crees que todo lo puedes arreglar con tu chingado dinero? – gritó Michael, más decidido, en vista de que todos se inclinaron, luego del balazo, con las manos levantadas, quizá esperando lo peor.
-¡Si nos vas a matar, hazlo ya! – gritó Bezos, envalentonándose.
-¡No, no… tú y yo nos vamos a ir de paseo, Jeff! A ver, todos, háganse a un lado… dame las llaves, Reynold, con mucho cuidado, no quiero matarte…
Reynold se las dio con extrema precaución.
Los ojos azules de Michael destilaban furia, contento, resignación… no había vuelta atrás. De todos modos, sabía que si lo hacía, iría a la cárcel. Y habiendo amenazado al hombre más rico del planeta, le darían varios años.
-A ver, váyanse para allá – les indicó al hombre, a la mujer y a Reynolds –. Tú, vienes conmigo – le hizo una seña a Bezos.
Salieron de la oficina.
Echó Michael un vistazo y cerró con llave la puerta de la entrada a la oficina. A unos cientos de pies, se veían los espectadores, entre empleados de la empresa y amigos de los viajeros. A esa distancia, seguro todavía no se habían dado cuenta de lo que sucedía, pensó el chico.
-¿A dónde vamos? – preguntó Bezos, muy nervioso.
-A viajar en tu puta nave, cabrón – le dijo Michael, mientras se acercaba y le colocaba la pistola en la espalda.
-Pero… pero, debe de venir Reynold… él es el que sabe todo lo…
-¡No mientas, cabrón, si esa pendejada está totalmente automatizada!
-Sí, pero…
-¡Camina ya!...
II
Hacía unos minutos que el New Shepard había despegado. El cohete se había desprendido ya y la cápsula estaba en órbita.
Dentro de ella, Michael y Bezos, sentados en los cómodos sillones de piel, con los que estaba equipada, contemplaban a la Tierra, viendo todo como si fuera un mapamundi, con los continentes y los océanos, perdiendo toda dimensión, planos, tan vulnerables, desde allá arriba.
-Bueno, Michael, pues he cumplido… y te aseguro que no tomaré represa… digo, que no tendrás problemas con tu empleo, lo conservarás, tomaremos esto como, no sé, un lapsus, una crisis nerviosa… ¿qué te parece?
Michael sonrió lacónicamente:
-Ay, Jeff, Jeff… ¿no te imaginas por qué hice esto?
-Pues… no sé, creo que porque tenías deseos de ver esta magnífica vista, contemplar desde esta altura y desde este silencio, la maravilla de planeta que tenemos, tener un rato de solaz que, como a mí, te llevara a pensar en la inmensidad, en lo insignificante que somos ante el universo infinito, que disfrutaras como yo algo que… que me gustaría que todo mundo pudiera disfrutar, pero… ya ves, resulta muy caro, todos los costos que estos viajes conllevan, pues… ¡es para unos cuantos!... y… qué… qué bueno que ya te diste este lujo, Michael…
A Michael se le vidriaron los ojos.
“Creo que está conmovido”, pensó Jeff, alentado de que podría salir vivo de ese embrollo.
Recordó cómo, hacía unos minutos, pudo ver que todas las personas que estaban como espectadoras, comenzaron a inquietarse, cuando vieron que sólo Michael y él, serían los que abordarían el New Shepard…
-¿Entonces, Michael, fue eso?
Ya le rodaban las lágrimas a Michael:
-Eres un pendejo, Jeff – le dijo muy tranquilamente –, claro que no… muy buen discurso te aventaste, muy poético, pero no fue por eso. Si uso el Google maps, me da la misma vista, sin tener que pagar ciento cincuenta mil dólares o sin haberte tenido que secuestrar…
-¿¡No!?
-No, idiota, no fue eso – ya las lágrimas eran copiosas sobre las mejillas de Michael –… mi madre se llamaba Eleonora… supongo que a ella le habría gustado ver esto, pues ella, no sabía usar una computadora. Con trabajos, usaba su celular… tenía 68 años cuando murió… fue durante la pandemia, Jeff…
-Ah… cuánto lo siento…
-¿Sabes de qué murió?
-Eh… ¿del coronavirus?
-Así es, Jeff, mismo que contrajo en uno de tus malditos almacenes… allí trabajaba, pero como tú eres un hijo de la chingada, que ni siquiera equipo de protección les dabas a tus trabajadores, por eso ella se contagió…
-Ah… eh…
-Y sufrió mucho, Jeff…
-De verdad lo siento, Michael, yo… yo te daré una indemnización…
-¡Cállate, pendejo, todo lo quieres arreglar con tu maldito dinero!... mi madre, todavía estaba llena de vida, la disfrutaba, le gustaba sentirse muy activa y por eso estuvo trabajando hasta que esa maldita enfermedad no la dejó más hacerlo…
-De verdad, Michael, yo quiero…
-Eres un maldito asesino, Jeff… ¡y vas a sufrir como ella sufrió¡…supongo que imaginas lo que sucederá cuando perfore todas esas malditas ventanas a balazos…
Luego de esa frase, Michael accionó su Magnum contra las ventanas del New Shepard…
-¡NO! – gritó Bezos, desesperado, tratando de levantarse de su asiento, pero demasiado tarde…
La cápsula, rápidamente, se descompresionó, perdiéndose el oxígeno y la presurización interna…
En segundos, los dos hombres, flotando, por la falta de gravedad, a falta de oxígeno, murieron asfixiados…
***
En tierra, poco pudo recuperarse de la cápsula, pues al ser perforadas sus ventanas, la trayectoria del vuelo de reingreso, se alteró, así que no había caído en el sitio acostumbrado, sino en otro lado más agreste, entre los cerros, además de que la fricción atmosférica, por tales perforaciones, la dañó muchísimo, sin haberse accionado, tampoco, los paracaídas…
De los restos carbonizados de Bezos y Michael, sólo se hallaron sus manos derechas, estrechándose entre sí…
FIN
Tenochtitlan, 28 de julio de 2021
(De la colección, Cuentos de una Sentada
por la pandemia)