PASAJERO - Sebastian Ibarra del Castillo
PASAJERO
Por Sebastián Ibarra del Castillo
Se emblancan las ventanas: afuera debe de hacer frío. Las puertas tienen seguro, pero yo no me siento encerrado. Hoy, más bien, me siento encapsulado. El silencio y el aire son alrededor de mí una unidad; nota musical que conforta y aturde a mis oídos a la vez. La cobija que tengo frente a mí no me molesta ni me hace depender de ella. Posa sobre mí como un adorno. Siento mi cuerpo drenar lentamente hacia la misma unidad que me envuelve. Mi vello se levanta y se convierte en ella como lo hace la arena al cruzar el orificio hacia la otra mitad del reloj. Cedo mi cuerpo y me dejo caer en un trance inyectado de silencio. Mis palabras dejan de perforar más allá de mis labios. Me trago el cemento al instante que endurece. De escupirlo, sacaría con él el tejido muscular de mi garganta. Alcanza mi estómago, donde hierve al punto de cocción. El intento de reflujo falla. Choca la masa contra sí misma y sigue escurriendo hacia abajo hasta mi próstata. La apachurra, resbala su uña y arranca un pellejo. El tren avanza, pero las ventanas continúan proyectando la misma blancura y los sillones no tiemblan. Las puertas siguen cerradas; recargadas, como el techo y las paredes; en el silencio que mantiene el aire de adentro sólido, dejando resbalar el de fuera. Ni la luz de los focos ni mis intentos ingenuos de hablar lo atraviesan. Más bien, se sostienen del mismo, sin punto final ni de partida; sin convocación ni desaparición, sino como olas suspendidas, tocando sus caderas sin formar espuma. Pierdo mi entorno de vista al mismo paso que lo pierdo de mi recolección. Siento mi destino acercarse, pasar y resbalarse con el aire de fuera. Me entran ansias por escupir. De mi ombligo se escapa un hilo de arena. Intento taparlo con el dedo, pero solo logro estirar la ruptura. Mi vello se agacha y mi piel se contrae. Mi ombligo vomita y yo me colapso antes de tirar la cobija, romper la ventana y brincar hacia afuera.