MINANDO METEORITOS... Cuento por Adán Salgado

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ILUSTRACIÓN: VIRIDIANA PICHARDO JIMÉNEZ

MINANDO METEORITOS

por Adán Salgado Andrade 

Cenobio Bezos, tataranieto de Jeff Bezos, quien en un distante pasado fuera dueño de la desaparecida empresa monopolista Amazon, verificaba, mediante sus visores cuánticos, que el nuevo meteorito, capturado por su enorme capturador de meteoritos MCAPTURE-02348, fuera descargado en el área destinada para tal fin, un amplio patio de maniobras, de treinta kilómetros por lado.

El capturador, de veinte kilómetros de longitud, quince de anchura e igualmente quince de altura, parecido a una ballena, ese extinto mamífero, se posó sobre sus altas patas. Comenzó a desprenderse y a descender, un contenedor cúbico, de doce kilómetros por lado, hasta que se posó sobre el piso de concreto armado de alta resistencia. Enseguida, una compuerta que abarcaba toda una cara, se abatió. Un enorme succionador, impulsado por grandes orugas, como las de un buldócer, se acercó. La redonda ventosa, de un diámetro de nueve kilómetros, se pegó al meteorito, inició una poderosa succión y, lentamente, extrajo la masiva, rocosa mole. Se trataba de un meteorito de aproximada forma esférica, de unos doce kilómetros de diámetro, achatada en varias partes, producto del desgaste de millones de años de surcar el infinito universo, pues aunque no hubiera fricción, sufría los choques de otros cuerpos rocosos y hasta alienígenas.

Sí, alienígenas. En varios de los meteoritos, habían hallado los trabajadores de Meteorite Mining Corp., artefactos de otros planetas, con fallecidos alienígenas. Era una ganancia adicional para Cenobio, pues los metales que extraían de esos objetos, eran también ofrecidos al mercado. Eran bastante demandados, pues poseían una calidad mucho muy superior a todos los existentes en la Tierra y por más que los científicos habían tratado de reproducirlos en el laboratorio, no habían tenido éxito. Uno de ellos, el señor Romualdo Hawkins, mejor había preferido clasificarlos como un nuevo elemento espacial, que se había agregado a la Tabla de Elementos, bautizado como Romuenígenas, vocablo compuesto por el nombre de aquél y la palabra alienígenas. Ese metal, era posible fundirlo, pero no replicarlo. Las empresas que más lo demandaban, eran las de armamentos, pues su muy superior calidad permitía construir potentes desmaterializadores, muy útiles en guerras cósmicas, las cuales, por fortuna, no se habían dado. Y las corporaciones sociales dominantes, que controlaban a todo el planeta, se preguntaban si valían la pena tantos millones de terralares invertidos cada año en esas costosas armas cósmicas si nunca, por buena o mala suerte, habían sufrido invasión alienígena alguna.

Pero como era muy raro capturar un meteorito que los contuviera, por lo mismo, eran muy costosos. La venta de un lote de metales alienígenas, equivalía a la de todo un año de la venta de los metales contenidos en los meteoritos minados. El metal más abundante era el oro. Por lo mismo, había bajado mucho su valor, a pesar de que el mismo Cenobio, había emprendido campañas para aplicarlo en la construcción de todo tipo de cosas, como en baterías de cocina y hasta WC’s, con tal de crear demanda para ese, ya, abundante, abaratado metal precioso.

Los menos abundantes, eran la plata, el cobre, el hierro, el aluminio… y algunos otros. Incluso, algunos meteoritos, contenían diamantes de mediana calidad, los cuales, de todos modos, eran ofrecidos por Cenobio a sus clientes. Además, como era la única empresa minera del planeta, todo aquél que requiriera un metal o diamante, debía, forzosamente, de recurrir a ella, el monopolio minero mundial por excelencia.

Por si fuera poco, era una actividad fundamental, pues agotados, hacía décadas, todos los metales y minerales de la Tierra, sólo minando meteoritos, se podía seguir fabricando cuanta chuchería se imponía como necesaria entre los terrícolas, desde computadoras cuánticas, pasando por celulares holográficos, máquinas temporales – sólo servían para viajar al pasado virtualmente, pues se había visto que los viajes reales, alterarían el estado actual de cosas –, cruceros aéreos de lujo – los que viajaban alrededor de la estratósfera del planeta por varias semanas –, líneas turísticas espaciales – las que iban a Marte, planeta que había tratado de colonizarse, sin mucho éxito, pero que los chinos, con tal de atraer a compradores de condominios marcianos, habían construido cientos de edificios de condominios de lujo, que yacían deshabitados, por la falta de condiciones atmosféricas y hábitat adecuados para la existencia humana plena –, aeroautos, utensilios de cocina, cubiertos, WC’s, sillas, mesas, camas, controladores de sueños… pero, principalmente, para los AllMakers, esas máquinas creadas por la empresa RainForest. Esas máquinas, conectadas a las computadoras cuánticas, hacían de todo, dependiendo del tamaño y del modelo. Las había para hacer ropa, zapatos, muebles, electrodomésticos, aeroautos… todo lo que domésticamente fuera necesario. Para fabricar cosas mayores, como los cruceros espaciales, edificios u obras civiles, eran gigantes, muy especializadas, adquiridas y operadas sólo por empresas.

Dependiendo de lo que iban a hacer, eran alimentadas por dos o más metales o minerales. Y era todo. Sólo se diseñaba en la computadora cuántica, por ejemplo, la ropa que el usuario requiriera, se tecleaba ENTER – tecla que se conservaba por una nostálgica cuestión de la primitiva computación –  y listo, bastaban unos minutos, para que el AllMaker hiciera su trabajo.

Lo único malo era que una vez desechado el producto, por ejemplo, un aeroauto, no podía reciclarse, pues como todo era mezclado por la máquina a nivel molecular, era casi imposible, además de muy costoso, separar los materiales implicados.

“No reciclamos, pero minamos”, era el lema de Cenobio ante las críticas de los ambientalistas, preocupados de que tanta basura, estaba produciendo contaminación pesada, la debida a todo el peso de tanto material minado de meteoritos espaciales y los desperdicios rocosos resultantes, los cuales, se habían ido acumulando por siglos en tiraderos que ocupaban a lo que antes se llamaban países – el mundo, actualmente, sólo estaba ocupado por chinos, latinos, negros y, minoritariamente, blancos, quienes habían dividido, por razones prácticas, al planeta en territorios controlados por cada raza.

Aunque ya no había emanaciones de gases como el bióxido de carbono o el metano – los que, por siglos, calentaron mortalmente al planeta, hasta que se contó con la tecnología que logró atraparlos y lanzarlos al exterior –, gracias a los cuestionables avances científicos, de todos modos, el minado de masivos meteoritos, estaba incrementando la contaminación pesada, la que, se advertía, podría desestabilizar al planeta, por tanto sobrepeso agregado, debido a los tres a cuatro meteoritos minados cada mes por la empresa de Cenobio.

Pero éste, ni se inmutaba. “¡Deberían agradecerme que les proveo de todo lo que se necesita, para que se fabriquen tantas madres que compran!”, se quejaba, cuando era entrevistado e, invariablemente, salía a relucir el daño ambiental que su empresa producía.

No iba a caer en el sentimentalista error en que su tatarabuelo Jeff había incurrido, quien, por tratar de reducir tanta basura plástica y de cartón que dejaban los millones de entregas de mercancías, descuidó los avances tecnológicos que habría necesitado para enfrentar a RainForest, empresa que comenzó ofreciendo rudimentarias impresoras 3D, que hacían, en principio, cosas simples, como ropa, utensilios de cocina y cosas así.

Con el paso de los años, décadas… más de un siglo, esa empresa fue perfeccionando sus AllMakers, a grado tal que, prácticamente, hacían casi todo lo que domésticamente era necesario, hasta cosas tan complicadas como los aeroautos. Esa facilidad para hacer cosas y no sólo pedirlas por paquetería, fue el fin de Amazon, quien se declaró en quiebra y el bisabuelo de Cenobio, Venancio Bezos, la vendió a RainForest por unos cuantos cientos de millones de los, entonces, todavía existentes dólares.

Fue una compra simbólica por parte de RainForest, casi por lástima, con tal de que Amazon desapareciera del mercado dignamente.

Por suerte, parte de la pequeña fortuna que se obtuvo de la venta, fue bien administrada por uno de los hijos de Bezos, la que fue pasando de generación en generación, hasta llegar a Cenobio, quien, desde muy joven, mostró talento para los negocios. Se rodeó de los mejores científicos, técnicos del momento, expertos en meteomateriales, y se lanzó al naciente campo del minado meteórico, con todo.

Poco a poco, las mejores máquinas que fueron ideando y fabricando sus expertos, sacaron de competencia a las otras minadoras, cinco empresas, chinas, las que no pudieron competir con la súper maquinaria de Cenobio y de sus agresivas técnicas de procesamiento y comercialización de metales y minerales obtenidos de masivos meteoritos, que ninguna de las otras empresas había logrado pues, cuando mucho, tenían máquinas que se posaban sobre los meteoritos y los minaban con taladros que iban deshaciéndolos poco a poco, cargando el molido material en góndolas espaciales que, ya llenas, regresaban a la Tierra. Ese método era muy tardado y poco eficiente.

“¡Para qué me ando con minería de hormigas, si me puedo traer todo el pan!”, clamaba, muy orgulloso, Cenobio.

Por eso, desde el inicio, decidió capturar meteoritos completos, llevarlos a la Tierra, desintegrarlos con cargas explosivas, separar todos los metales y minerales existentes y procesarlos. Casi todos los convertía en balines de 3 o más centímetros de diámetro, los cuales, alimentaban a los AllMakers, con los que, estas eficientes máquinas, hacían todo lo que la moderna civilización requería para su cómoda sobrevivencia.

De hecho, se había establecido una simbiosis perfecta entre RainForest y Meteorite Mining Corp., pues los balines se producían en distintos diámetros, de acuerdo a las especificaciones de cada nuevo modelo de AllMakers, que fuera lanzado al mercado.

Todo eso reflexionaba Cenobio, mientras la succionadora avanzaba lentamente de reversa con el enorme meteorito. “¡Sí que es un maldito elefante!”, se dijo el eficiente empresario minero. Caminó hacia el ventanal de su lujosa oficina, para ver directamente y no por las cámaras cuánticas, la operación de descarga del animalazo, como se refería cariñosamente aquél a cada nuevo meteorito capturado.

“Que se quejen esos pendejos todo lo que quieran”, reflexionó sobre los ambientalistas, los que también lo culpaban de que, igualmente por su actividad minera, por el polvo y humo que dejaban los estallidos de las bombas que deshacían a los meteoritos, todas las plantas y vegetales se hubieran extinguido décadas atrás.

“¡No mamen, de todos modos, pueden crear sus putas plantas y animales con esas madres que todo les hacen!”, les replicaba con coraje, nunca aceptando responsabilidad alguna. Se refería a los mecanismos ciberbiológicos que también podían hacerse con los AllMakers, pero con los modelos CiberBio, de los más costosos de toda la gama, que sólo los muy pudientes podían adquirir. Esos modelos, elaboraban animales o plantas que funcionaban cibernéticamente, es decir, eran organismos robotizados, pero no tenían motores o engranes, sino que se hacían de nanomateriales programados para replicar tejidos, músculos, huesos y hasta inteligencia, ésta, al nivel deseado por el consumidor, claro, a un costo extra. Casi todos los consumidores les daban la inteligencia estándar, o sea, la que requería la planta o animal en cuestión para desarrollarse.

La ventaja de las ciberplantas y ciberanimales, justificaba RainForest, era que “usted, nunca tendrá que preocuparse por regarlas, alimentarlos o recoger sus heces. Sólo créelos y ellos crecerán sanamente”.

Y Cenobio, imponía con su ejemplo. Por ejemplo, tenía un “bosque tropical” hecho de puras ciberespecies, como Ceibas, Cedros, Caobas… estanques con cocodrilos, hipopótamos, peces… sabanas con leones, tigres, antílopes… aviarios con águilas, cóndores, patos…

Obviamente, eso había requerido de cientos de Ciberbios y era un lujo que sólo los opulentos, como él, podían darse, tener ciberbioselvas, ciberbiolagos, ciberbioaviarios…

“¡No me dirán que no tengo espíritu conservacionista esos cabrones!”, le decía a Vicenta, su muy querida esposa y a sus tres “pelones”, el mayor de los cuales, tenía apenas diez años. Cenobio, se había casado grande, a los cuarenta años, pues siempre prefirió los negocios, a la procreación. Pero en cuanto vio que sus constantes desvelos, dormir poco, tomar mucho café y otros estimulantes, habían dado el fruto necesario y habían colocado a su empresa como el único monopolio minero meteórico, decidió “sentar cabeza”…

“Que se vayan a la chingada”, reflexionó, con rabia, de los ambientalistas, mientras miraba cómo, una hora más tarde, a bastante distancia de su oficina, era desintegrado el nuevo meteorito…

El potente estallido produjo una especie de temblor, bastante fuerte, nada comparable a lo que se sentía normalmente…

De inmediato, los instrumentos de medición posicional terrestre, comenzaron a emitir sonidos de alarma…

Por tanto peso acumulado durante décadas de llevar meteoritos y procesarlos, la contaminación pesada, se había desbordado con ese nuevo animalazo

Fue la gota que derramó el vaso, como se seguía diciendo popularmente…

La Tierra, ya no pudo sostener más la trayectoria que por millones de años había mantenido…

Por tanto peso extra, comenzó a salirse lentamente de órbita, incrementando rápidamente ese inesperado, jamás sentido antes, movimiento…

Y la atracción solar, contribuyó a irla acercando velozmente hacia la imponente estrella…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

II

 

Meses más tarde, el planeta se fundía en la atmósfera solar…

Humanos, AllMakers, RainForest, Meteorite Mining Corp, ciberplantas, ciberanimales, desmaterializadores cósmicostodo se frio mucho antes, al superar la temperatura global los cien grados, durante los iniciales días en que la Tierra se fue acercando al Sol, por una combinación de desestabilización orbital y atmosférica, debido al sobrepeso meteórico…

La Luna, satélites, cruceros espaciales, todo fue jalado por la Tierra en su loca carrea hacia el Sol…

Y hasta Marte fue arrastrado con ella…

 

 

Ni el masivo aire acondicionado que Cenobio ordenó operar en su lujosa residencia a todo lo que daba, evitó que su familia, empleados y él, se asaran por los cien grados de calor, que fueron subiendo rápidamente…

“Pinche planeta de mierda, igual de delicado que mi vieja”, alcanzó a pensar, antes de caer muerto frito, cual pesada tabla, sobre el suelo de su lujosa oficina, a lado de sus amados, ya fallecidos, esposa e hijos…

 

FIN

 

Tenochtitlan, 5 de enero de 2022

(De la colección: cuentos de una sentada, por pandemia)

     

 

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