RELÁMPAGOS... Cuento por Adán Salgado

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ILUSTRACIÓN: VIRIDIANA PICHARDO JIMÉNEZ

 

 

RELÁMPAGOS

POR ADÀN SALGADO ANDRADE

El acaudalado empresario Agapito Zuckerberg, tataranieto de Mark, el que creara en el remoto pasado la, ya desaparecida, red social que se llamó Facebook, no estaba dispuesto a dejarse amedrentar por tanta exigencia de las corporaciones creadas por estadounidenses, chinos y latinos, las razas que dominaron, finalmente, luego de tanta depuración racial, al planeta.

No dejaría que sus protestas, lo obligaran a bajar el precio de la electricidad que su Global Lightning Electricity producía desde hacía décadas, para satisfacer los glotones consumos de tanto pendejo.

“¡No, primero, se las corto, antes que bajarles los precios!”, pensaba, mientras recorría la sala de control, en donde sus robots-empleados, vigilaban todas las pantallas holográficas, operadas por los cuantidores, de última generación, inteligencias artificiales cuánticas que vigilaban que la captura de relámpagos para producir la tan anhelada electricidad, su almacenamiento y distribución, se hiciera lo más eficientemente posible.

Se podía ver en las pantallas holográficas, cómo el convector de nubes, inventado por Agapito, agrupaba nubes masivamente y, luego, se efectuaba la ionización. En seguida, se jalaban los millones de electrones, para que se formara un relámpago. La siguiente etapa, consistía en que capturadores, perfectamente distribuidos por todo el planeta, secuestraban todos los rayos generados por los convectores y los almacenaban en gigantescas baterías subterráneas, las que estaban conectadas a una red global, ligada a las Estaciones Eléctricas, las que, finalmente, distribuían el vital fluido.

La obtención eléctrica producida por relámpagos, había borrado del mapa a las otras fuentes de electricidad, pues gracias a los métodos innovados por Agapito, se había logrado bajar el precio de cada megawatt-hora, de 100 terradolars a 10, o sea, en  un 90%. Las otras compañías que producían electricidad, a partir del viento, el sol, la marea, la biomasa o la geotermal, no pudieron competir con tan bajo precio, pues el mínimo para que pudieran operar era de 80 terradolars.

“Imposible, no nos conviene”, afirmó el señor Domitilo Musk, tataranieto del famoso Elon, quien acabó por desmadrar más al planeta en su tiempo, imponiendo que los autos eléctricos eran la “solución” a los problemas ambientales (mentira, pues elevaron los problemas ambientales). Domitilo era el representante de la Global Association of Power Utilities, la que englobaba a todos los productores de electricidad. Ese bajísimo precio, los arruinó.

Agapito aún recordaba la cara que pusieron todos en esa reunión, cuando él se negó a cobrar el mínimo de 80 terradolars por megawatt-hora, con tal de que todos pudieran seguir trabajando. “No, señores, este mundo es para el más cabrón”, afirmó, categórico.

Y, rápidamente, todas las eléctricas fueron cerrando, ante el muy satisfecho Agapito, que fue comprando algunas, para aprovechar sus conexiones a las líneas de alimentación de los lugares a los que electrificaban.

Se convirtió en el barón de la electricidad.

“Así es esto”, razonaba por ese entonces, “el que tiene más saliva, come más pinole”, recordando ese viejísimo proverbio popular que, por generaciones, había sido transmitido entre su familia…

Para “resolver”, años atrás, el problema demográfico, considerado el más grave en ese mundo tan poblado, se aplicó una draconiana medida. Se establecieron mínimos de confort. Los que ganaran menos de cien mil terradolars mensuales, automáticamente fueron hechos a un lado. Se les cortó toda forma de comunicación, se les suspendió de sus trabajos y se suprimieron las tareas que pagaran menos de esa cantidad, pero como eran empleos que se requerían, se fueron sustituyendo con muy baratos robots – éstos, salían más baratos que los bajísimos sueldos de los trabajadores despedidos –, los que hacían, sin protestar, todas las imprescindibles labores que se iban quedando sin humanos.

La gente eliminada, fue muriendo de inanición. Los poderes fácticos mundiales, se curaron en dolor, pues no los habían matado ellos, sino  la hambruna.

Gracias a esa terrible, pero necesaria medida – la mayoría de los sueldos, un 80%, estaban por debajo de los cien mil terradolars establecidos como el mínimo –, fue posible eliminar al 80% de la población mundial…

Y la que quedó, era la mejor, la que no tenía restricciones presupuestales para adquirir cuanta “fregadera”, como decía Agapito, le ofrecieran o pagar los costosos servicios, como la electricidad o la muy carísima, pero necesaria, agua potable…

Para él, fue mucho mejor, pues como todo requería de electricidad, el consumo crecía y crecía.

Además, aseguraba, la energía de los relámpagos, era la más “limpia” que se pudiera lograr, pues gracias al calentamiento global, había incrementado la evaporación del agua y se formaban más nubes en ciertas regiones del planeta, que sus convectores manipulaban, para que se crearan los relámpagos y todo mundo disfrutara de eficiente electricidad.

Al reducirse la población mundial, disminuyó algo la contaminación, pero seguía, de todos modos, en aumento, pues continuaba la glotonería y el desperdicio energéticos. Se había tratado de disminuirla un poco, mediante los capturadores de CO2, los que también consumían electricidad, para gran satisfacción de Agapito. Y ni se dijera de los ambientadores gigantes, enormes domos que controlaban climáticamente vastas regiones planetarias, las que eran pagadas con los impuestos de las Big Three, o sea, las tres razas que quedaron de la centenaria depuración racial. El concepto de país, era cosa del remoto pasado. Las regiones estadounidenses, chinas y latinas, estaban dominadas, cada una, por unas cuantas corporaciones, encargadas de fabricar, mediante millones de robots, controlados por unos cuantos humanos, todo lo necesario para una vida confortable

Pero resultaba que toda esa armonía, ahora se quería romper, por la exigencia, no de los pasivos consumidores, sino de las corporaciones, de que le bajara Agapito al costo de la electricidad. Gracias a que ya ejercía el monopolio eléctrico, luego de haber ofrecido un precio tan bajo, lo subió diez veces, a cien terradolars cada megawatt-hora. “¡Qué quieren que haga, me están subiendo mis paseítos espaciales!”, se justificaba, esgrimiendo que Space Tourism había subido los precios de sus paquetes lunares, lo cual, no era cierto, pero algo tenía que decir Agapito, para justificar el desmedido incremento.

Decía la Aerial Cars Inc. que “son prohibitivos esos costos de la electricidad y ponen en riesgo nuestras inversiones y la fabricación de aeroautos”. La Environmental Domes, encargada de operar y administrar los ambientadores gigantes, afirmaba que “está en riesgo el clima artificial que operamos, y puede llevar a fatales consecuencias”. La 3D Manufacturing Co., fabricante de todo tipo de fabrimáquinas y biomáquinas que hacían de todo, desde una silla, hasta alimentos sintéticos, clamó “¡Tan altos precios, ponen en peligro nuestro confortable estilo de vida”. La Time Machine Ltd., fabricante de los muy usados trasladadores temporales – artificios que eran muy populares, pues podían trasladar a distintas épocas del pasado, sin ningún problema, pues no eran traslados físicos, sólo virtuales –, clamó que “se pone en riesgo el derecho universal a acceder y conocer nuestro pasado”…  

Y así, todo el resto de las corporaciones estaban de acuerdo en que la nefasta ambición de un solo megalómano, ávido de poder – refiriéndose a Agapito, por supuesto –, estaba poniendo en riesgo ese orden postracial y postselectivo, que se había construido con tanto esfuerzo y con la desafortunada desaparición, muy lamentable, del 80% de la humanidad, la que se había sacrificado en pos de lograr ese armonioso nuevo mundo.

“Ya, bastantes millones de muertos hemos tenido, como para que ese pendejo de Zuckerberg nos pueda ocasionar más por su pinche egoísmo”, decía Sinforoso Bezos, tataranieto de Jeff Bezos, el que alguna vez fundara Amazon, corporación desaparecida un siglo y medio atrás, que también había dejado de existir por sus prácticas monopolistas, y que había sido destruida por un grupo de activistas, que se hacían llamar People Power, cuando, simultáneamente, dinamitaron todas sus instalaciones mundiales…

Sinforoso habría deseado que hubiera otros People Power’s, con tal de que le “dieran en la madre a ese pendejo”…

Sin embargo, Agapito era indiferente a tanta protesta. “¡Me vale madres, no bajaré los precios, y háganle como quieran!”…

Y su medida de presión fue, en efecto, ¡cortar el servicio!...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

II

 

Había pasado una semana del corte global de la electricidad.

Y en la reunión que todas las corporaciones organizaron con Agapito, nada se estaba acordando. Ni los cientos de muertos que ya se estaban dando, habían ablandado al acaudalado Agapito. Seguía terco en que no bajaría sus precios.

-Lo siento, señores, pero, al igual que ustedes, yo también tengo mis necesidades. Ante todo, está la seguridad de mi familia. No voy a dejar de pasearme con ella a la Luna, sólo porque ustedes quieran que les venda barata la luz, no, eso, se acabó…

Fue terminante.

Y allí estaba presente Sinforoso.

Pidió ir al baño.

-Claro, Sinfo… al fondo a la derecha – indicó Agapito.

Sinforoso se levantó de su cómodo asiento, con climatización y masaje antihemorroides, con que estaban equipados todos los lujosos, muy mullidos asientos, de la larga mesa, que estaba en medio del amplio salón de conferencias, que Agapito tenía en sus Headquarters…

Chicas cibernéticas – “mejores y más baratas que las reales”, declaraba Agapito – habían estado sirviendo bebidas de todo tipo, desde carísimo pulque sintético, hasta whisky, con tal de que todos los CEO’s estuvieran muy a gusto durante la reunión.

-Siéntanse como en su casa – les decía Agapito, contrastando su amabilidad, con su dura posición de no bajar los precios.

Se les había adelantado a sus planes, pues como muchas de las corporaciones, habían amenazado con dejar de pagar, prefirió cortar la luz globalmente.

Y, en efecto, la falta del vital fluido, había ocasionado hasta muertes, porque todo funcionaba con electricidad. La producción de alimentos, la extracción de CO2, el control climático de los ambientadores climáticos, hospitales, trasladadores temporales, aeroautos… ¡todo funcionaba con electricidad!

Las baterías con que contaban las corporaciones, sólo les duraron un par de días.  

Igualmente, la gente no podía recargar sus appliances sin electricidad.

Y aunque los ciudadanos se habían resignado al aumento de la tarifa eléctrica, eran las corporaciones, las que estaban renuentes a pagar más, a pesar de que sabían que podían cargar los incrementos a los consumidores.

¡Pero no estaban dispuestas a doblegarse por un pendejo que quería enriquecerse más que ellos!

¡O todos coludos o todos, rabones!

Y eso era lo que más le enfurecía a Sinforoso.

Gracias a un espía que trabajaba en la empresa de Agapito, se había podido enterar de que la sala de control central, estaba a un lado de la sala de juntas.

Y también sabía que no estaba protegida, pues los robots que la operaban, sólo se encargaban de manipular los cuantidores de última generación.

“Está papita”, se dijo, mientras estaba orinando.

Su plan consistía en penetrar a la sala de control y arrojar el botón explosivo que le había comprado a Jeremías Bond, un viejo, olvidado espía estadounidense, cuya actividad se había obsolescido, a falta de gente a quién espiar, pues, ¡para qué!, si todo mundo estaba perfectamente espiado por el Department of Global Spying, que a todos tenía perfectamente vigilados, pues todo lo que se usaba, estaba conectado en tiempo real a la Vigilante Web…

En ese momento, Sinforoso se sentía un miembro del extinto People Power, de los que había leído su historia varias veces, pues admiraba sus “huevos”…

Y eso haría, armarse de “huevos”, y propinarle un duro golpe al pendejo de Agapito, con tal de que no se saliera con la suya…

Sinforoso, salió del baño.

Su piel obscura, se perdió entre los espacios poco iluminados que tenía el corredor, que iba del baño hacia la puerta de la sala de control…

Llegó hasta la reluciente puerta de aluminio, muy caro metal, más que el oro, símbolo de riqueza…

La abrió con mucho cuidado…

La sala era bastante larga, de unos cuarenta metros de anchura.

 A ambos lados, estaban operando los robots, frente a los cuantidores, pero, al parecer, pausados.

“Seguramente ese pendejo los tiene apagados”, pensó Sinforoso.

Más fácil sería lo que pensaba hacer.

Dio unos cuantos pasos por la larga sala.

Llegó, más o menos, a la mitad, de acuerdo con sus cálculos.

Se sacó el botón explosivo y, persignándose – seguía siendo muy creyente, por tradición familiar, guadalupano, a pesar de que científicos habían mostrado que los dioses eran una mera invención de los remotos tiempos –, se dispuso a arrojar el botón explosivo, murmurando “¡Que no le jierre, virgencita!”…

Lo aventó hacia un gran tablero que, pensó, sería el que controlaba a todos los demás…

El botón, produjo un regular estallido que destruyó la pantalla holográfica del tablero y, en seguida, chisporroteos y llamas, comenzaron a surgir por toda la sala de control…

 

 

 

 

 

III

 

Al ser destruido el tablero central, la contención de relámpagos, que era lo que había estado interrumpiendo el servicio eléctrico, fue rota intempestivamente…

Por lo mismo, todos los contenidos rayos, se liberaron de inmediato, superando la capacidad de los capturadores para retenerlos…

Así que se esparcieron rápidamente, gracias al agua de los océanos y a la humedad ambiental…

El resultado fue que electrocutaron masivamente al todo el planeta…

Nada que respirara, meara o cagara, había sobrevivido

Agapito, de inmediato, estuvo seguro que se había tratado de un sabotaje, el cual, se habría evitado, si no hubiera sido tan tacaño y hubiera puesto muy necesaria vigilancia robótica en la sala de control. Todo, por ahorrarse unos cuantos terradolars…

 

-¡Me lleva la chingada! – gritó el acaudalado barón de la electricidad, antes de caer muerto, electrocutado, junto a todos los demás CEO’s…

 

FIN

 

Tenochtitlan, 11 de mayo de 2022

(De la colección: cuentos de una sentada)

 

 

 

 

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