MAESTRO DE MÚSICA...Cuento por Adán Salgado

 

Ilustración: Viridiana Pichardo Jiménez

 

MAESTRO DE MÚSICA

POR ADÀN SALGADO ANDRADE 

A pesar de tantos problemas que había tenido, Ricardo, seguía enseñando música con su muy singular método de hacerlo, aunque le dijeran que no era ortodoxo. “La música, no puede enseñarse, como si enseñaran matemáticas”, le decía a quien fuera que lo cuestionara en la secundaria, fueran maestros, prefectos o hasta a la mismísima directora.

No ganaba mucho, pues sus doce horas semanales, apenas si le remuneraban siete mil seiscientos pesos mensuales. A pesar de eso, gracias a que tenía un estudio musical, que le daba muchos más ingresos extras, se preocupó por comprar varios instrumentos, como guitarras, una batería, flautas, un teclado, amplificadores, micrófonos, con tal de que sus alumnos, de verdad, aprendieran música

Y, como si estuvieran en una cara escuela particular, y no en esa secundaria pública, asentada en una popular y precaria colonia, Ricardo, usaba los escasos cincuenta minutos de cada clase, para enseñarles algo de teoría musical, pautado, solfeo y, sobre todo, a tocar los instrumentos. “Ustedes pueden, chicas, chicos, tienen el talento natural para hacerlo”, les decía, mientras les mostraba cómo se tocaba la guitarra, la batería, el teclado, la flauta…

Esa especial atención, rendía frutos, pues el avance de todos era notable. Algunos, como Laurita, ya tocaban melodías completas en el teclado o podían interpretar solos de batería o sacar melodías en las flautas. “Vean, chicas, chicos, sólo es de que ustedes quieran tocar y el talento natural que tienen, lo hace todo”, les decía, felicitando a todas y a todos, encarecidamente…

Pero, nunca faltaba algún problema, como el que la maestra del salón de al lado, que impartía Español, siempre se quejara de que había mucho ruido. “¡Maestro Ricardo, usted hace mucho ruido en su clase!”, pretendía reclamar, a lo que Ricardo le replicaba, muy amablemente, “No es ruido, maestra, es música, y si usted no la aprecia, no sé, le debe de hacer falta algo de sensibilidad”…

Como podía, sorteaba cuanta reclamación le pusieran enfrente, hasta la de que “¡No tiene usted control de grupo, maestro Ricardo!”, como la directora objetaba, una mujer toda tatuada, corte punk, que traía acarreando bastantes frustraciones, de una vida, seguramente, vacía y convencional.

O que el prefecto, un tipo enjuto, lleno de amargura, le “llamaba la atención”, de que las chicas, usaban faldas muy cortas, que “por eso las violan, maestro”…

Y así, ninguna maestra o maestro, estaban de acuerdo con su liberal método de enseñar música

Pero Ricardo seguía, inmutable. “Mientras mis alumnitas y alumnitos, aprendan música, a tocar instrumentos, a cantar, yo seguiré enseñándoles”…

Aunque algunas veces, sentía que las malas influencias de la escuela y hasta de las familias de sus alumnitas y alumnitos, influían en su estado de ánimo.

Como ese viernes, que sintió, en el tercero C, una apatía y un desinterés de todos. No se lo explicaba, pues el miércoles anterior, habían estado muy bien, muy dispuestos a aprender.

-¡Ya me aburrió su clase, maestro! – Britney, una de las mejores alumnitas, exclamó.

-¿Por qué, Britney? – preguntó Ricardo.

-¡Pues porque no me voy a ganar la vida tocando la batería! – reclamó ella, que era la que más se interesaba por aprender percusiones.

Ricardo, guardó unos minutos de silencio.

Luego, muy afable y empático, comenzó a hablar:

-Miren, chicas, chicos, la música no es para que se ganen la vida, como dice aquí, Britney. La música, es para que se sientan bien, para que alimenten su espíritu. Así como ustedes comen para alimentar a su cuerpo, que leche, vegetales, carne… lo que sea que coman, al espíritu, debemos alimentarlo también, de verdad. Todos tenemos espíritu y el espíritu se alimenta de cosas sublimes, bellas, como la música, como la literatura, como la pintura. Vean cómo gozan cuando tocan… ¿o no gozas, Britney? – preguntó a la chica, quien, rodándosele una lágrima, asintió –… Ven, así es, su espíritu, se alimenta de cosas bellas, como la música. De verdad, nunca dejen de alimentar su espíritu, siéntanse otra vez niñas y niños, acuérdense de cuando eran niñas o niños, que todo les gustaba, gracias a esa inocencia infantil. No estoy diciendo que no sean inocentes actualmente, pero, cuando eran niñas, niños, lo eran más, sí, yo creo que todo estaría mejor si volviéramos a la niñez. Seguramente, no habría guerras, ni violencia, ni destrucción ambiental, ni contaminación, pues en la niñez, no existen las cosas malas, sólo las buenas, vemos todo sin malicia. Entonces, chicas, chicos, siéntanse niñas y niños…

Y luego, todas y todos, se pusieron a platicar de que era por los problemas familiares o de la exigencia de otras materias, que los atiborraban de tareas, que se estresaban mucho y que, por eso, habían pretendido desquitarse con la materia.

-¡Perdóneme, maestro! – exclamó Britney, llorando, dando un sentido abrazo a Ricardo.

Toda y todos, ese día, salieron muy conmovidos de la clase.

Y, sí, seguirían ese consejo, volver a ser niños

 

 

 

 

 

 

II

 

Llegó el lunes.

Ricardo entró al Tercero C.

-Hola, chicas, chicos, espero que estén bien. Y ya saben, para disfrutar la música, todos vamos a sentirnos niños, otra vez…

 

***

 

A las cuatro cincuenta de la tarde, hora en que concluyó la clase del Tercero C, el prefecto que siempre reclamaba a Ricardo de cómo “se visten tan provocativas sus alumnas”, vio salir por la puerta del salón, a niñas y niños, de entre cuatro y cinco años de edad.

Se extrañó. “¿¡Y ´hora, estos niños, quién los trajo?!”

Uno de ellos, que se le figuró bastante al maestro Ricardo, por sus ojos verdes, era quien iba adelante.

-Hola, prefecto – le dijo, guiñándole el ojo.

Llevaban flautas.

Y siguieron la bonita melodía que Ricardo, el de los ojos verdes, comenzó a tocar…

FIN

Tenochtitlan, a 18 de julio de 2022.

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