Autos Clásicos. Cuento de Adán Salgado

 

                                                     

 

AUTOS CLÁSICOS

Por Adán Salgado Andrade

 

Henry había dado otro gran golpe.

Consiguió ese Bugatti Type 41, 1933, mucho más valioso, pues fue el último año de su producción.

Le habría gustado quedarse con el auto, pero era un muy lucrativo pedido que un industrial productor de oxígeno atmosférico le había hecho, por el cual le pagaría ¡quinientos millones de terralares!, bastante dinero, con tal de incrementar más su fortuna…

Nadie sabía cómo Henry, antes, un obscuro físico del tiempo, de mediocres investigaciones temporales, de repente, cambió de giro y se dedicó a restaurar vehículos de más de mil años de antigüedad, a los que llamaban, en la era antropocena baja, autos…

Algunos arqueólogos decían que habían sido los autos los responsables de que la humanidad casi se aniquilara, por tanta contaminación del aire que producían, pues la baja tecnología con que contaban, tanto los de combustión interna, así como los eléctricos, produjo tantos tóxicos gases y otras porquerías, que fue casi irrespirable la atmósfera…

Pasaron cientos de años, para que los sobrevivientes, reconstruyeran, desde basura, un nuevo planeta…

Pero, como siempre sucedía, algunos comenzaron a sobresalir de entre todos, muy oportunistamente aprovechando muy innovadoras tecnologías, tales como producción industrial de oxígeno, de hidrógeno, de ozono y otros gases. Éstos, se mezclaban en las proporciones correctas, para ser lanzados luego a la atmósfera, todos los días, pues el planeta ya no podía procurarse esos gases.

También había industriales de la flora forestal, encargados de reproducir árboles de distintas especies, útiles, claro, y que crecieran mediante cosechadores mecánicos, que hacían innecesaria la tierra – la que, de todos modos, se había erosionado ya y era muy difícil de producir, excepto en los costosos jardines de las mansiones de los industriales…

Otros industriales, sumamente necesarios, eran los del agua, encargados de producir ese preciado líquido, que se usaba para rellenar ríos y océanos, los que servían, a su vez, para que los industriales de los corales, preciados objetos de ornato, pudieran crecer allí…

En fin, la industrialización del Planeta era tan importante, que había llevado a un verdadero equilibrio, que no podía romperse, era mancomunado…

Pero lo que sí trataban de hacer esos industriales, era competir y sobresalir en sus costosísimos caprichitos personales

Uno de ellos, la posesión de arqueobjetos, como los autos, de los cuales, Henry se ocupaba de proporcionárselos, por supuesto que por varios millones de terralares cada uno…

Así que ese Bugatti Type 41, tan codiciado por varios, pero que sólo uno lo podía tener, el citado industrial del oxígeno, quien había ganado la subasta que Henry hacía cada mes en su exclusiva mansión costera.

Esa mansión ofrecía espectacular vista al mar, junto al Malecón del Plástico, el que se había construido con los millones de toneladas de plásticos, que hacía cientos de años, los humanos de antaño habían, recolectado, y a falta de algo mejor de qué hacer con todos esos millones de toneladas de basura, se construyó esa gigantesca botella plástica.

Era de una muy antigua marca de bebida, ya inexistente, llamada Coca-Cola, responsable de tanta basura plástica. Medía 100 kilómetros de altura y 25 kilómetros de base circular, totalmente sólida, para resistir los huracanes, fabricados por los industriales de los

ídem…

“Impresionante vista”, le decían, cuando entraban al enorme vestíbulo, con amplia terraza…

Gracias al industrial del frío, ya no se sufrían los infernales calores que también terminaron con los antiguos humanos y, en todo momento, la temperatura de veinte grados centígrados, reinaba en todo el planeta…

“Qué bueno que le guste”, agradecía Henry…

 

Esa misma tarde, condujo Henry, con sumo cuidado, el Bugatti hacia la mansión del industrial del oxígeno…

-¡Pero qué automóvil tan chingón me conseguiste, Henry!

Henry afectó modestia:

-¡Para que veas, Miki, lo que hacen quinientos millones de terralares! – le respondió, mientras el industrial lo checaba minuciosamente.

-¿Dices que tú los restauras?

-Así es… éste, me llevó más de un año…entre que consigues las piezas o las mandas hacer, con cuates que se dedican a eso… pero valió la pena, ¿no?

-¡Sí – dijo Miki, subiendo al auto, encendiéndolo, tal y como le había dicho Henry que se hacía, metiendo la primera y… lo hizo tan mal, que perdió el control y el impecable auto fue a dar contra una columna de la mansión, destrozándosele todo el frente…

Henry cerró los ojos, no pudiendo soportar la visión de ese Bugatti Type 41, chocado del frente:

-Pinche pendejo, como no sale de sus putos teletransportadores, por eso la cagó… – murmuró…

 

 

 

II

 

Muy, pero muy cuidadosamente, reservaba su secreto Henry, quien, a diferencia de los otros pocos restauradores de autos que había en el planeta, no requería ni piezas, ni estudiar catálogos de  sus especificaciones… ni siquiera tenía un taller de restauración…

Bueno, sí, les decía que tenía uno, pero no se trataba de eso. En realidad, era el espacio en donde tenía su máquina transportadora del tiempo, no una máquina cualquiera, de ésas que sólo permitían trasladarse al pasado en un plano temporal paralelo…

No, la que él había construido, gracias al empeño de tantos años, le permitía, no sólo viajar al pasado, sino recolectar y transportar objetos. Pensó que nada más ir, así como así, al pasado, para darse cuenta de cómo era la vida antes, no tenía mucho chiste. Había quien vivía de eso, mostrando sus tempovideos en Hologragle, de cuando iban a la era jurásica o a visitar a los hombres de las cavernas o a guerras… pensando en sacar dinero de los anuncios que Hologragle intercalaba…

“Eso, ya es muy competido y sacas una mierda. A veces, ni para pagar red cuántica o electricidad sacas”, decía, unos cinco años atrás, a sus conocidos.

Cuando hizo, sólo por experimentar, la prueba para transportar una silla del año 1935 y que resultó ¡todo un éxito!, pensó que no sería eso lo que trasladaría del pasado al presente, sino algo que, realmente, fuera muy codiciado, de ese muy distante, lejanísimo pasado…

Se puso a revisar la vida de los industriales, de todos los caprichos que hacían para destacar entre ellos, ser los mejores, tener lo más raro posible, lo más valioso por antiguo y escaso. Y llegó a la conclusión de que los autos, esas viejas máquinas de transportación terrestre, eran sumamente codiciados…

Había contados restauradores, tanto porque era verdaderamente difícil hallar un ejemplar que pudiera ser restaurado – los encontraban enterrados, la mayoría, y uno que otro almacenado en algún obscuro recoveco de una antiquísima ruina –, así como porque no era fácil restaurarlos. Era toda una profesión la de restaurador de autos. Debían de conocer cómo funcionaban, sus especificaciones, qué empresas los habían fabricado, recuperar los planos mediante arqueointernet – era un conocimiento concentrado en antiguas máquinas que llamaban servidores, en donde, según los arqueointernetólogos, se manejaba toda la información de pasadas épocas –, aprender a fabricar piezas, el manejo de metales…

Y, en efecto, lograban sorprendentes restauraciones de autos, de hasta un ochenta por ciento, las mejores. Sin embargo, no eran modelos muy antiguos, casi todos del 2100 en adelante…

Pero las restauraciones que Henry comenzó a ofrecer, a través de catálogos de hologramas originales de autos – esos catálogos, los comenzó a formar, viajando a distintos tiempos y tomando hologramas a los autos más codiciados de esas épocas –, de años tan remotos como los 1930’s, los 1940’s, los 1960’s, los 1970’s… ¡eran, en verdad,

extraordinarias!...

Todos le preguntaban que cómo le hacía, sobre todo, conseguir autos de tan remotas épocas. “Ya ven, cuando uno se mete a algo, hay que hacerlo lo mejor posible, apasionarse, ¿no?”, respondía, jactancioso. Por no dejar, les decía que él mismo hacía las exploraciones arqueoautomovilísticas y que por años y años había investigado sobre los autos y todo lo relacionado con ellos. “La verdad, no por nada, me considero un artista de la restauración”, decía…

Y durante ya casi cinco años, Henry había surtido cuanto auto raro y codiciado por todos esos ambiciosos industriales le era pedido, que Rolls-Royces, Cadillacs, Mercurys, PierceArrows, Ambassadors, Aston Martins, Porches, Packards, Lotus, Chryslers Imperials, Buicks,

Datsuns, Jeeps… y muchos más, todos ¡cien por ciento restaurados a sus especificaciones

originales!...

Y había hecho tanto dinero, que estaba entre los diez hombres más ricos del planeta…

 

Había pensado, unas semanas atrás, ya en retirarse, sí, con tanto dinero, mejor hacerlo…

Pero el industrial de la polinización, Peter, le había pedido que, por favor, le consiguiera un Mustang Mach One 1973, del que se había enamorado, cuando Henry le enseñó su holograma, en el catálogo de Ford.

-Mira, curiosamente, acabo de restaurar uno… mañana mismo te lo llevo – le aseguró

Henry, muy formal…

-¿Cuánto, manito, cuánto me va a costar?... ¡no quiero que le digas a nadie, ni que lo subastes, pídeme lo que quieras, yo te lo pago! – le dijo Peter, sudándole toda su gorda cara.

-Mira, Peter, nada más quiero que sepas que es súper raro, de verdad, y ése, si lo ofrezco en subasta, fácil fácil, no lo dejo en menos de 300 millones… así que… pues tú dices…

Peter puso ojos de sorpresiva consternación:

-¡Oye, sí que te mandas!...

-De verdad, Peter, eso sacaría… si no lo quieres, lo subasto mañana…

-¡No, no… ahorita mismo te los transfiero! – dijo Peter, sacando su cuantilular y enviando un mensaje mental, para que el aparato hiciera la transferencia a la cuenta que Henry le envió, también mentalmente…

-Juega, Peter, mañana a las dos te lo llevo…

Se despidieron y cada quien se teletransportó a sus lujosas mansiones… 

III

 

Allí estaba Henry, sentado en la banca del parque…

El control cuántico remoto de su máquina transportadora del tiempo, le indicaba que esa ciudad de muy altos edificios, se llamaba Nueva York. Y que ése, era el Central Park

Había comprado una de ésas que llamaban soda, igual a la botella que se veía desde su terraza, Coca-Cola

No le desagradaba el sabor, pero no pudo terminarla toda. Prefirió echarla en un bote en el que, al parecer, depositaban todos los desperdicios…

Le parecían curiosos los antiguos, pues en su tiempo, nada de eso existía ya, ya que el industrial del desperdicio, de inmediato descomponía los desechos en sus materiales formadores y los retornada, ya fuera a la tierra, al aire o al agua…

Sí, en todos esos cinco años, Henry había comprendido más y más, por qué los antiguos habían desaparecido.

Para empezar, tantos autos

Cada que viajaba al pasado, debía de tomarse una cápsula oxigenadora, que le suplía más de una semana de ese vital gas. Era mucho, pues no le llevaba más de un día conseguir el auto encargado. Pero era mejor tomar la de la más alta dosis, de ocho días, por si las dudas.

Cuando veía el deseado objeto, como les llamaba a sus pedidos, simplemente, se acercaba, lo abría, como había aprendido a hacer – eso, lo estudió en manuales hallados en el arqueointernet, sobre cómo abrir autos –, se sentaba en el asiento del conductor, accionaba su control cuántico remoto y… ¡saz!, de vuelta a su garaje de restauración…

 

 

***

 

¡Se quedó “pendejo” con la belleza que acababan de estacionar frente al alto edificio que quedaba al cruzar la calle, un Rolls-Royce, Silver Ghost, 1915!...

-¡Wow! – exclamó, no creyendo lo que estaba viendo.

Siempre había querido uno de esos, pero en sus viajes al pasado, a esa época, nunca se había encontrado con uno que estuviera solo y tan a la mano. Normalmente, iban muchas personas a bordo de ellos. Y cuando dejaban de usarlos, los encerraban en cocheras muy seguras.

¡Y allí estaba!...

Sería cosa, nada más, de llevárselo, primero, y luego, regresar por el Mustang…

Sin pensarlo, viendo que el hombre que lo había conducido hasta allí, desaparecía dentro del edificio, Henry se levantó de la banca y, muy seguro, cruzó la calle, se acercó al auto, y llevó su mano izquierda a la manija:

-¡Aaaaayyyy!... – emitió desgarrador grito Henry, al sentir la descarga de cientos de miles de watts, recorrer su cuerpo y dejarlo sin sentido…

 

 

 

 

 

 

 

 

IV

 

Con eso, nunca contó, que la alarma con que ese pinche auto estaba equipado, fuera una brutal descarga eléctrica…

Hasta el control cuántico remoto se achicharró…

Por más que les pidió que lo perdonaran, que sólo quería verlo de cerca, lo llevaron a ese lugar, que le dijeron que era una cárcel, y lo metieron en una que le llamaron celda…

Apenas si les entendió lo que le dijeron, pues hablaban inglés arcaico, lengua que él había estudiado en la Universidad…

Ni tampoco le hicieron caso cuando les suplicó que lo sacaran de allí, que su reserva de oxígeno se iba a terminar en seis días…

De todos modos, pensó Henry, sin su control cuántico remoto, de nada le valdría que lo sacaran…

 

Y una mañana, el celador lo descubrió, con el uniforme desgarrado, los ojos abiertos, aterrorizados, la baba seca… sí, como sufren las personas cuando mueren de asfixia…

 

 

 

 

 

 

 

 

V

 

Cientos de años después, un equipo de arqueólogos, buscando entre los restos de una antigua ciudad, hallaron unas especie de antiquísimo cementerio.

Una de las lápidas, tenía la siguiente inscripción:

Aquí yace sepultado el prisionero (?-1973), que dijo llamarse Henry y que aseguró que venía del futuro. Descanse en paz, ese pobre loco

 

FIN

 

Tenochtitlan,  2020

(seguimos en la pandemia) Dedicada a mi brother Fernando, por su arte de restaurar autos, con respeto y admiración

de su amigo Adán

 

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