Ajuste de cuentas...Cuento por Adán Salgado

Written by Super User. Posted in Literatura

 

 

Ilustración: Viridiana Pichardo Jiménez

 

AJUSTE DE CUENTAS

(inspirado en lamentables hechos reales)

POR ADÁN SALGADO ANDRADE 

Samuel Pina estaba llegando al sitio en donde, según había estado investigando por un mes, se reunían los matones.

Y esa noche, iba bien armado, listo para dar el golpe, así como esos desgraciados “hijos de puta”, habían hecho un mes antes.

El día anterior, domingo, había hablado en su sermón, que daba en la Iglesia Cristiana del Cristo Único, en Delano, California, que “no debemos matar, hermanos, ni por venganza, ni por odio, ni por ningún motivo. Sólo Dios es el que puede acabar con nuestras vidas”, pero… no. Esa noche, estaba dispuesto a dejar de lado esa pecadora acción. Lo que habían hecho esos monstruos, era inconcebible.

Uno de sus feligreses, pidiéndole la más absoluta discreción, le había dicho quiénes eran los asesinos, un par de hermanos que se dedicaban a matar por dinero. “Son los Guzman, padre”. Y le había dado suficientes pistas y fotos, como para que Samuel, en unas semanas, fuera conociendo, muy cuidadosamente, sus pasos.

Le había pagado a un detective, muy discreto – “se merece que se los chingue, padre”, le había aconsejado –, para que los investigara, además de que él mismo anduvo frecuentando los sitios que acostumbraban, como ese bar, “La Víbora Negra”, así, en español el nombre…

¡Sí, sí, esos desgraciados, eran víboras negras, no, no, pobres víboras, eran monstruos y había que deshacerse de ellos!

Dios, seguramente, lo perdonaría.

A sus 70 años, nunca había hecho nada malo. Casi toda su vida, dedicándose a ser buen pastor, impartiendo sermones, habiendo sido buen esposo, padre y hasta abuelo…

¡Pero ya se había cansado de serlo!

No, esos “hijos de puta” tenían que pagar todos sus pecados, aunque él mismo se fuera al infierno al eliminarlos.

“Perdóname, Dios mío”, dijo, mientras detuvo a una buena distancia de “La Víbora Negra”, la SUV Honda rentada, en medio de una obscura zona arbolada. Así, el vehículo, no sería detectado, cuando abandonara el sitio más tarde, esperaba, habiendo cometido lo que tenía que hacer, que le estaba atormentando el alma…

Eran casi las dos de la mañana.

Revisó su Glock de 20 tiros, que se guardó en la bolsa de la chamarra.

Bajó de la Honda.

Se colocó su pasamontañas, que gracias al inclemente frío invernal, no despertaría sospechas al usarlo…

Y caminó el cuarto de milla que, según Google Maps, lo separaba de “La Víbora Negra”…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

II

 

-Está fácil el trabajo – dijo Luis Guzman a su hermano Jorge.

De 32 y 34 años, respectivamente, ya llevaban varias vidas en su haber.

Se habían iniciado en Michoacán, de donde eran originarios.

De allí, las células del cártel para el que trabajaban, la Familia Michoacana, en Estados Unidos, enviaron por ellos, pues vieron que eran muy “eficientes” para deshacerse de los “elementos incómodos”…

Tenían que “eliminar” a los Parraz “en su casa”, como les había mandado su jefe Justino, un michoacano de 65 años, residente en Los Ángeles, que no se andaba “con medias tintas”. “¡Les dan en su madre a todos los pendejos y pendejas que s’encuentren. Y ya saben, en la cabeza, como perros, pa’ darles un buen mensaje a todos los que se quieran pasar de vergas!”, fue la terminante, terrible orden.

Y para allá iban.

Ya casi llegaban. Era en el condado de Tulare.

Habían viajado desde Fresno, en donde vivían en una “ratonera”, en un barrio también latino, por la cual pagaban ¡mil dólares mensuales!. “Cobran como si fueran penjauses” protestaba Luis, cada que tenían que pagar la renta a los dueños, un par de gringos. Lo decía en español, pues no habían aprendido a hablar inglés, sólo unas cuantas palabras, las básicas, para comunicarse con los gringos, cuando iban de compras o eran detenidos por corruptos policías, casi siempre latinos, que los dejaban ir por la “mordida” de cien dólares que les daban los hermanos. Era tan influyente su jefe Justino con los güeros, que tenían “en regla” todos sus papeles, los de residencia, licencias para conducir, seguros… “¡y cuanta madre pedían en ese pinche país de mierda!”…

Obviamente, los mil dólares que pagaban de renta, eran nada, pues “eliminando targets”, se ganaban tres o cuatro mil dólares a la semana, cada uno, cuando había “mucho trabajo” o mil, si no había tanto…

Pero no se quejaban. Les alcanzaba para su renta, para el pago de las mensualidades de las camionetas Lincoln, negras, que cada uno tenía. Y para emborracharse, “cogerse a buenísimas putas rusas”, drogarse y otros lujos.

Hacía tiempo que no les mandaban dinero a sus “viejas” y a sus “chamacos”, que habían dejado en Michoacán, en Pátzcuaro. “Pa’ qué, si ya se las han d’estar cogiendo otros culeros”, decía, cínico, Jorge.

Vieron el anuncio de “Tulare, 5 millas”.

-Jálele, carnal – dijo Luis, que iba de copiloto, mientras revisaba las pistolas Smith&Wesson…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

III

 

Samuel penetró, decidido.

No se andaría con tapujos.

Los buscaría y tiraría a matar.

Los vio.

Allí estaban, en una mesa de una esquina, con dos mujeres, soltando carcajadas y diciendo puras “pendejadas”.

Finalmente, el pasado latino de Samuel, le dio la convicción, la fuerza, para caminar entre las mesas, Glock en mano, ante los ojos de asombro de uno que otro ebrio comensal, que bebía tequila o cervezas, a las dos y pico de la madrugada…

En ese momento, no era el pastor Samuel, era “el cabrón que se chingaría a esos pendejos monstruos”…

Sí, así como, recordó, su tío Donaciano, se había chingado a Pedro, muchísimos años atrás, por un añejo pleito de tierras, que sólo así se resolvió.

Nunca volvieron a ver a Donaciano, luego de que, en el duelo, junto a un río, fue quien alcanzó a disparar primero, fatalmente, a su contrincante. Y, luego, para que dijeran que era culero, se acercó al agonizante Pedro y le vació todos los cinco tiros restantes de su revolver, en la cabeza, la que quedó destrozada, sin forma…

Era una anécdota que nunca olvidaría Samuel.

-¡Así los quería agarrar, hijos de su puta madre! – les gritó, en su español pocho, que no había olvidado, a pesar de llevar más de 50 años viviendo en los iunaites, mientras, hábil como era con la Glock, les asestó certeros tiros, gracias a que la disparaba, como práctica, en un campo de tiro, cada domingo, luego del sermón dominical…

IV

 

-¡La puta cara que puso la pendeja vieja cuando me la’eché! – exclamó, muy divertido, Luis, al recordar cómo había matado a Alissa, la hija de Eladio. Éste, ya le debía mucho dinero, más de doscientos mil dólares, por drogas que se había “chingado el culero”, al jefe Justino.

Antes, ya habían matado a Eladio, a Jennifer, la esposa de éste, a Rosa, la madre de Eladio, abuela de Alissa, y a Marcos, el hermano más chico de Eladio.

Alissa, de sólo 16 años, había tratado de huir corriendo, con su pequeño hijo de diez meses, Nycholas.

La persiguió Luis…

Alissa, cayó, con todo y su pequeño.

Y Luis, dejando de correr, caminó muy lenta y alevosamente hacia ella, apuntándole a la cabeza. “¡Por tu puto padre, que nada más nos chingó la merca, te vas a morir, cabrona!”, le gritó, mientras le tiraba a la cabeza, gozando cómo Alissa lo había mirado, antes de morir, aterrada, abrazando a su bebé, pensando que, quizá, por ser ella una inocente madre, le perdonaría la vida, cargando al pequeño de Nycholas, que lloraba a todo lo que sus pulmones daban, a pesar de ser tan pequeño, sintiendo el terror de Alissa en él mismo.

No fue así. El asesino desalmado en que se había convertido Luis, no tuvo miramientos, ni escrúpulos, ni compasión.

Luego de matar a Alissa, apagó el angustiante llanto de Nycholas, también, con tres tiros en la cabeza, como había hecho con la chica.

Madre e hijo, quedaron irreconocibles, justo como había ordenado el jefe Justino.

-Pos eso se ganan los pendejos que se quieren transar al jefazo, carnal, qu’hasta a los pinches escuincles les maten – dijo, fríamente, Jorge…

Ya llevaba una media hora manejando la Lincoln negra, 2021, totalmente equipada, por la que pagaba mil dólares mensuales. “Compré la más chingona que tenían esos güeyes de la agencia”, le dijo al jefe Justino, cuando se la fue a presumir.

“Y si no te pones pendejo y no me traicionas, vas a tener un chingo d’esas madres, m’hijo”, fue el comentario del sexagenario. “No, jefe, pa’ nada, no, yo soy su perro fiel”, fue la sumisa respuesta de Jorge ese día.

¡Y vaya que sí la estaba disfrutando, así como el easy money que se ganaba cada semana, junto con su “carnal” Luis!…

-¿Cuánto llevamos ganados esta semana, carnal? – preguntó Jorge a Luis, mientras tomaba un  cigarro, lo prendía y daba una larga aspiración, accionando el extractor de aire de la Lincoln, para que sacara el humo.

-¡Ocho mil, carnal!

-¡Chingón, mañana nos vamos a chupar y a cogernos a unas rusas bien nalgonas!

-Chido, carnal…

 

Y así, pensando qué harían el siguiente día con sus ocho mil dólares, la mitad para cada uno, se dirigieron a Fresno, por esa obscura carretera, poco frecuentada, pero, eso sí, respetando los límites de velocidad, pues el jefe Justino, los había amenazado con que “una infracción más y les pongo una putiza”…

 

 

 

 

 

V

 

¡Los tiros a las cabezas de esos pendejos, fueron certeros!

Con el primero, tuvieron. Ni tiempo les dio de sacar sus armas, de la rapidez con que les disparó Samuel.

Y como sólo era contra ellos, a nadie más mató.

Sí, era la venganza chicana, ojo por ojo, cabeza por cabeza, modificada por él.

¡No habían tenido madre en matar así a su nieta Alissa y a su bisnieto Nycholas, que era sólo un bebé!

Sabía que Eladio andaba en “malos pasos”, de drogas y eso, pero no era para que esos motherfuckers se hubieran ensañado así, matando a su familia, menos a Alissa y a Nycholas, ambos en la “flor de la vida”. El bebé, de apenas diez meses, había sido el producto de un engaño, un amor “juvenil” de la chica, de esos de “pega y corre”, pero era muy querido por todos.

Samuel, lo había visto algunas veces y había estado muy encariñado con él.

Sí, Alissa estaba rehaciendo su vida, con su bebé, pero se la habían cortado de tajo esos malditos…

Mas ya estaban vengadas ella y su niño… y hasta los otros que habían matado con saña aquellos sicarios, “que ya han de estar quemándose en el infierno”, como era la fuerte convicción de Samuel, que era lo que les esperaba a los malvados…

No era lo correcto, pero Samuel, sonrió para sí, mientras caminaba hacia la Honda, satisfecho de su proceder y en absoluta paz con Dios…

 

 

 

VI

 

-… y, como siempre, les recuerdo, hermanos, de que a pesar de que estamos ahogándonos en armas, por las leyes tan absurdas que tenemos, no debemos de matar, ni por venganza, ni por odio, ni por ningún motivo… – recordó Samuel, en el sermón dominical, dos días más tarde de su acto de venganza divina, como había llamado a lo que había hecho en La Víbora Negra. “Excepto, cuando haya que deshacerse de malditos monstruos endemoniados”, reflexionó, para sí.

Para su fortuna, nadie de los pocos que estaban bebiendo en ese bar, lo supo describir, sobre todo, porque estaban muy tomados y drogados, al igual que las dos mujeres que, aterradas, pensaron que también las mataría a ellas.

Es lo que habían comentado los noticieros y periódicos locales.

Se habían referido a un solitario sicario, que había ejecutado con puntería “quirúrgica” al par de matones, a los que ya se había identificado, como los que habían asesinado a una familia de latinos, incluyendo a una chica de dieciséis años y a su bebé de diez meses.

Y en las entrevistas que se habían hecho, la gente, hasta había mostrado empatía por el hombre, y esperaban que no fuera identificado, pues fue considerado un vengador anónimo. “Nos hacen falta muchos de esos”, había expresado una mujer blanca, sin tapujos.

Luego del sermón, todos, muy contentos y felices, incluyendo a Samuel, se pusieron a cantar el Padre Nuestro…

 

FIN

 Huichapan, a 18 de enero de 2023

De la colección: cuentos de una sentada

 

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