WRONG PLACE, WRONG TIME...Cuento por Adán Salgado

 

Ilustración: Viridiana Pichardo Jiménez 

 

WRONG PLACE, WRONG TIME

(inspirada en lamentables hechos reales)

Por: Adán Salgado Andrade 

Mark Collins, les había prometido a sus cuatro nietos, que sería un “verano maravilloso”.

Los cinco, irían a pescar, remar, cazar y recorrer las rutas boscosas, cercanas a la cabaña de Mark quien, muy frecuentemente, iba allí, a pasar días enteros, confinado en la “soledad”, como le decía a Jeff, su hijo y padre de sus cuatro nietos. “Ay, padre, no sé cómo puedes estar allí, solo, sin internet, ni nada”, le pretendía reclamar Jeff. “La verdad es que me la paso muy a gusto, hijo”, le respondía éste. “Deberías dejar que los chicos, estén conmigo un par de semanas”, les había propuesto Mark a Jeff y a su esposa, Madeleine, días atrás.

La verdad era que Jeff y Madeleine, comprendían a Mark, pues, desde que la madre de Jeff había muerto de cáncer, un par de años antes, Mark se había vuelto más solitario, más taciturno. Y por eso, se la podía pasar sólo en esa cabaña, en medio de su rancho, con sus recuerdos, cazando o pescando, en el lago cercano.

Por ello, no tuvieron empacho en permitir que los chicos fueran a pasar un par de semanas con su abuelo, al que querían mucho. Además, los había estado invitando varias veces y, por uno u otro motivo, no habían podido pasársela con su abuelo en el rancho.

La mañana del sábado en que Mark iría por los chicos en su SUV Toyota, Jeff, Madeleine y sus cuatro hijos, veían las noticias, sobre los terribles sucesos que habían tenido lugar en una escuela elemental de Uvalde. Waylon, de 18 años, Karson, de 16, y Hudson y Bryson, los gemelos de 11 años, desayunaban hot cakes con tocino, que su madre, les había preparado.

-Lugar y tiempo equivocados – dijo Waylon, mientras cortaba un pedazo de tocino

-Sí… pobres chavos… – agregó Karson.

-Yo no sé qué haría, si entrara a mi escuela un mexicano con armas – intervino Hudson, quien seguía con su cachucha puesta, a pesar de que su madre le había pedido que se la quitara para desayunar.

-Pero también entran negros y blancos, Hudson – aclaró Bryson, el gemelo de Hudson.

-¡Pero son más los mexicanos que matan gente! – insistió Hudson.

-Ya, chicos, no discutan, en este país, como nadie quiere que le quiten su sagrado derecho a tener armas, pueden ser blancos, negros, latinos, asiáticos… lo que sea, los que pueden tirotear a gente – intervino Madeleine, algo fastidiada. Era abogada, y la mayoría de sus casos, tenían que ver con gente que buscaba indemnización en contra de tiroteos masivos, contra las empresas armeras, pero era raro que ganara los juicios, pues esas empresas, estaban bien amparadas y protegidas “constitucionalmente”.

En general, era más fácil obtener una indemnización de las familias de los asesinos masivos, siempre y cuando tales familias, tuvieran recursos o seguros de vida.

Jeff, sorbiendo su café, intervino:

-Es muy cierto lo que dice su madre, chicos, es muy difícil acabar con la venta de armas. Por eso, chicos como de tu edad, Waylon, pueden entrar en una armería en este estado, comprar lo que se les antoje e ir a matar a pobre gente inocente…

-Yo no lo haría – aclaró Waylon…

-Tú, no, pero ya ves a ese loco mexicano de Ramos – dijo Karson

-Aclaro otra vez, niños, pueden ser mexicanos o blancos o lo que sea – intervino Madeleine, con cierto enojo –… de hecho, han sido más blancos, los que han realizado tiroteos masivos, que otras razas.

-Pues a mí, ya me da mucho miedo ir a la escuela, papá – intervino Bryson.

-No, hijo, no podemos vivir con miedo – dijo Jeff, jefe de mantenimiento de una empresa electrónica japonesa – Además, este país es muy grande. Por mucha violencia que haya, es muy baja la probabilidad de que haya un tiroteo en su escuela

-Ay, papá, pero Bryson tiene razón, ya todos los días sabemos de un tiroteo – dijo Karson.

Jeff, sólo sorbió café, sin decir nada más. En el fondo, tenían razón sus hijos. A pesar de estar tan jóvenes, se daban cuenta de que ese país, cada día era más y más violento.

Por eso, Madeleine y él, habían consentido en que el padre de Jeff, los llevara un par de semanas al rancho, para que se alejaran un poco de la violencia.

El claxon de la camioneta Toyota de Mark, sonó.

-Muy bien, chicos, alisten sus mochilas – dijo Madeleine.

Los chicos, engulleron, precipitadamente, el resto de sus hot cakes, se levantaron, fueron al baño, a lavarse los dientes, cogieron sus mochilas, recibieron la bendición de Madeleine, abrieron la puerta y, muy contentos de que pasarían dos semanas en el rancho del abuelo, subieron al vehículo, saludaron efusivamente al abuelo y partieron rumbo al rancho…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

II

 

Gonzalo López, caminaba con sigilo por entre los árboles.

La noche, estaba iluminada tenuemente por la Luna, así que no tenía mucho trabajo en moverse.

Luego de varios días de haberse escapado del autobús de la prisión, que lo iba a transportar para un chequeo médico, todavía estaba buscando un lugar en donde robar dinero, algunas cosas y un vehículo, con el cual, pudiera escapar más fácilmente a la frontera.

Estaba seguro de que sería más fácil esconderse en Durango, en su pueblo natal, Las Cruces, que seguir en Estados Unidos, en donde, de seguro, lo volverían a atrapar.

Bastante había logrado ya, con escaparse del autobús. Fue algo difícil quitarse las amarras y, luego, dirigirse hacia el conductor, con quien forcejeó y con la navaja casera que tenía escondida en uno de los calcetines, le había herido la mano. Pero pudo detener el autobús.

Luego, vino el tiroteo con otros guardias, que Gonzalo respondió con el rifle AR-15 que estaba al lado del conductor.

Milagrosamente, logró salir ileso del vehículo y esconderse en un bosque cercano, en donde corrió hasta desfallecer. A pesar de tener 46 años, gracias a que hacía mucho ejercicio en la prisión, en donde se encontraba recluido desde el 2006, todavía tenía buena condición.

Luego, caminó y caminó, hasta que anocheció.

Fue hacia una tienda, un Seven Eleven, en donde robó dinero y varios alimentos a la espantada dependienta, una mujer latina. Por fortuna, gracias al cubrebocas, le fue fácil hacerlo. Nadie se daría cuenta de que él había sido el ladrón, pues, seguramente, ya habrían boletinado su escape. Era la ventaja que había dejado la pandemia, pensaba, el uso obligatorio del cubrebocas.

Si su plan salía bien, con el vehículo que se robara, se iría hasta Las Cruces, en donde tenía a dos hermanos, quienes sabían que estaba en prisión, cumpliendo dos cadenas perpetuas, acusado de matar a un sheriff en el condado de Webb y, luego, de haber secuestrado y asesinado a una persona, de la cual, había pedido recompensa, pero como todo había salido mal, la había matado, sanguinariamente, a golpes, con un pico para cavar agujeros…

Su esposa, Rebeca, le había escrito una carta, diciéndole que se olvidara de ella y de Paco, María y Rocío, sus tres hijos, todavía pequeños. “Ya no nos busques, Gonzalo”, finalizaba la carta, la que arrugó, con coraje, Gonzalo. “Claro, pinche puta, de seguro se va a largar con el Román”, pensó. A Román, un amigo de la infancia de ella, siempre le había gustado Rebeca, pero Gonzalo “se la había ganado”…

Aunque, en su situación, era, ya, lo que menos le interesaba a Gonzalo, Rebeca o sus hijos.

Lo más importante, en ese instante, era que, efectivamente, lograra escapar de ese “mierdero” país.

Aún recordaba lo ilusionado que estaba, cuando, por ahí del 2000, cuando tenía 24 años, llegó de “mojado” a Brownsville, habiendo contraído, en ese entonces, una deuda de diez mil dólares, con los “polleros” que lo pasaron.

Pero, de inmediato, esa gran ilusión, fue rota, cuando le dijeron que tendría que trabajar para ellos o, si no, “te damos cuello, carnal”.

La venta de drogas, para el cartel de La Maña, de Tamaulipas, fue a lo que, obligatoriamente, tuvo que dedicarse Gonzalo. Atrás quedaron los sueños de trabajar como mesero, ir ascendiendo y convertirse en gerente, ganando “muchos dólares”, como le había hecho su primo Saúl, quien llevaba diez años viviendo y trabajando en San Antonio, y ya era gerente de un lujoso restaurante, ganando seis mil dólares al mes.

Y así se la pasó, por años, vendiendo drogas, evadiendo redadas, viviendo en hacinadas “casas de seguridad” de los dealers, “cogiéndose a putas”…

Casi todo lo que ganaba, se lo gastaba en alcohol, drogas para él mismo, antros, “viejas”…

Los pocos mensajes de texto, que recibía en su celular, de Rebeca, en los primeros años, pidiéndole dinero, “pues nos estamos muriendo de hambre, Gonzalo”, nunca los contestaba.

Sólo una vez, le había enviado cien dólares, pero nunca más les mandó más dinero.

Tenía pensado “enmendarse”, pero sucedió lo del sheriff, que lo detuvo en la carretera, cuando llevaba varios kilos de cocaína.

Antes de que el policía se aproximara, Gonzalo, rápidamente, salió del vehículo y le disparó varias veces, dejándolo muerto en el camino.

De allí, sabía que si lo atrapaban, por lo menos, de prisión perpetua, no se salvaría, así que ya no le importó seguir con las drogas, divirtiéndose lo más frecuentemente que fuera posible y hacer otras cosas que le dejaran dinero. Como cuando intentó secuestrar al hombre que le debía cuarenta mil dólares por drogas no pagadas. Todo salió mal y terminó matando al secuestrado, un banquero blanco, cincuentón, con un pico.

Con ese crimen, la policía pudo ubicarlo.

Y gracias a que el abogado del cartel de la Maña, le ayudó en la defensa, le conmutaron la pena de muerte, por dos sentencias de por vida. Absurdo, pensaba, que lo hubieran condenado a dos sentencias perpetuas, “sí sólo voy a vivir una vez”, le había dicho al abogado. “Pues así es de absurda la justicia, Gonzalo”, le contestó el hombre, un pocho muy hábil para esas cuestiones legales.

De todos modos, estaba agradecido, pues el hecho de que lo hubieran dejado vivir, en lugar de enviarlo a la cámara de gas, le había permitido escapar. Siempre se encomendaba a la Virgencita de Guadalupe, de la que portaba una medalla de oro, que no se quitaba en ningún momento. Le había hecho el “milagrito”…

Como, también, de que le pusiera enfrente a esa cabaña, al lado de la cual, una camioneta blanca, Toyota, estaba estacionada.

La construcción de madera, se encontraba rodeada de una cerca y muy aislada. No se veían otras construcciones cercanas.

Quizá, hasta podría estar sola, lo que le facilitaría saquearla y llevarse la camioneta.

Sí, no cabía duda, era la oportunidad que había estado buscando Gonzalo.

“Allá voy”, murmuró…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

III

 

Mark, preparaba unos bistecs asados, para la cena de esa noche.

Los chicos, estaban resignados a que allí no emplearían sus celulares, pues su abuelo, les había pedido que prescindieran de ellos, al menos por unos días. “Miren, chicos, cuando yo era de su edad, nada de eso había, no lo necesitábamos. Ahora, nos han mal acostumbrado a todos esos gadgets, como si nos fuéramos a morir si no los usamos. Por favor, vamos a demostrarles a las corporaciones, que no los necesitamos”.

Mark, ingeniero civil retirado, trataba de no ser muy afecto a los “avances tecnológicos”. Sí, tenía celular, pero no era muy moderno. Y su camioneta Toyota, ya tenía más de veinte años, pero estaba muy contento con ella, pues no le había “dado lata”.

Su laptop, era una Sony Vaio, también de varios años. “Mientras mi auto y mi laptop, funcionen, no las cambiaré”, le decía a Jeff, quien le insistía en que se “modernizara”. “Papá, con tu buena pensión, podrías traer un auto más moderno y una mejor compu”. “No, Jeff, no, tu madre, estaba de acuerdo conmigo, nada de gastos superfluos”.

Y eso lo demostraba con el acondicionamiento esencial que tenia en la cabaña, colchonetas, para cuando fueran los invitados, un par de habitaciones, además de la sala-cocina y el baño, nada de lujos.

Pero, eso, sí, tenía un armario, en donde guardaba sus cinco rifles y diez pistolas, pues, nadie que se considerara buen tejano, podía estar sin su colección de armas…

Y con los rifles, pensaba llevar a los chicos, al día siguiente, a cazar. “No hay nada más emocionante que darle certeramente a un conejo, chicos”.

Aunque Bryson, no era mucho de esa idea, pues su maestra, una afroestadounidense, les había dicho que eso de matar “animalitos, no estaba bien y, menos, por diversión”. Sin embargo, el abuelo, le había insistido en que el conejo que cazaran, “lo comeremos, te lo prometo, Bryson”…

-La cena está lista, chicos – dijo Mark, con buen volumen de voz, haciendo que todos dejaran los libros que, no de muy buena gana, habían llevado, para leer, sobre todo, libros juveniles, de Harry Poter, de vampiros y de ciencia ficción.

-Gracias abuelo – dijo Karson.

-Gracias… – dijo Hudson

-Gracias, abue… – dijo Bryson

-Gracias, abuelo, huele muy rico el asado – dijo, a su vez, Waylon, quien apreciaba bastante los guisos del abuelo, que siempre le quedaban muy sabrosos.

Todos, se reunieron alrededor de la mesa, se sentaron, rezaron, pues Mark era muy católico, y se dispusieron, con buen apetito, a cenar…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

IV

 

Gonzalo, se asomó, discretamente, por la ventana.

Para su suerte, los que allí vivían, no tenían perro, por lo que le fue muy fácil pasar por debajo de uno de los barrotes de madera, de la cerca, y caminar hasta la ventana iluminada de la cabaña.

Vio a cuatro muchachos, dos de ellos, niños, y a un hombre viejo.

Estuvo un buen rato observándolos por la ventana, cuidándose de no ser visto. Aunque, suponía, por el reflejo interior de la luz, más la cortina, que aunque era delgada, sería difícil que lo vieran.

Cuando estuvo seguro de que nadie más habría, se decidió a entrar.

Había visto que la puerta principal, era de madera y no sería difícil abrirla de una patada, lo que tomaría por sorpresa a los cinco que estaban dentro. Y con el AR-15, los sometería fácilmente.

Gonzalo, se alejó de la ventana, casi en cuclillas. Luego, se irguió.

Ya estaba tan acostumbrado a actos criminales, que no le fue difícil decidirse a acercarse a la puerta, darle una patada y entrar de lleno, amenazando con el rifle a los sorprendidos, asustados inquilinos.

-¡No se muevan o se mueren! – gritó, muy decidido a todo.

De inmediato, Mark, pensando en la vida de sus nietos, más que en la suya propia, habló, algo nervioso:

-¡No nos haga nada, por favor, joven, llévese todo lo que quiera, el auto, los celulares, mi dinero, pero no nos mate, por favor!...

Eso decía, cuando se llevó la mano a uno de sus bolsillos, con la intención de sacar su cartera.

Gonzalo, desconfiado, acostumbrado a que era ese el típico movimiento que los hombres armados hacían para sacarse una pistola, sin miramientos, disparó al pecho de Mark, quien cayó muerto hacia atrás, fulminado por el disparo.

-¡Maldito asesino! – grito Waylon, quien trató de lanzarse contra Gonzalo, recordando cómo tacleaba a los otros jugadores, cuando jugaba fútbol en la escuela. Hacía pocos días, en la ceremonia de premiación a los egresados, como él, le habían dado un trofeo por haber sido el mejor jugador de su equipo.

Gonzalo, hábil, se hizo a un lado, disparándole certeramente en el cuello.

El chico, cayó sin vida

Karson, Hudson y Bryson, espantados y llorosos, por las dos repentinas muertes que acababan de presenciar, luego de eso, levantaron las manos, con tal de que el agresor, nada les hiciera.

Pero Gonzalo, sabía que era peor dejar testigos, a que puros muertos. Dirigió la mira del rifle, primero, a Karson, pues prefirió matar antes, al mayor de los tres que quedaban:

-¡No nos mate, señor, por favor! – suplicó Karson. Habría querido, como su muerto hermano, lanzarse sobre el mexicano, pero pensó que, controlándose, les respetaría la vida.

-Lo siento – dijo Gonzalo, frío, mientras accionó el gatillo, matando de un certero balazo en el pecho al incrédulo Karson, quien cayó hacia atrás, quedando abiertos sus sorprendidos ojos.

Hudson y Bryson lloraban desde hacía unos momentos, casi desde que habían visto caer muerto a su querido abuelo.

Su única reacción, fue abrazarse, ante lo que sintieron, era su turno.

Hudson, antes de caer abatido de un balazo en la cabeza, recordó que ese día, por la mañana, en el desayuno, le había dicho a Jeff, su padre, que eran más los mexicanos que mataban a gente. Ni Jeff, ni Madeleine, estuvieron de acuerdo. Pero había sido un mexicano el que lo había matado a él, sin ningún miramiento.

Bryson, el ultimo en morir, no dejó de mirar, entre sollozos, a Gonzalo, esperanzado en que tendría compasión de él.

Pero el balazo en el pecho, disparado por un inafectado Gonzalo, lo mató instantáneamente.

El mexicano, procedió, luego de la matanza, a mover, con su pie derecho, a cada uno de los cadáveres. No quería que alguno quedara vivo, no porque quisiera evitarle el sufrimiento, sino que, luego de lo cometido, no quería testigos.

Con su cruenta acción, pensó, ahora sí, sería seguro que lo mandarían a la cámara de gas.

Después, se puso a inspeccionar toda la casa. Esculcó muy bien los cadáveres, en busca de dinero y objetos de valor. Tomó todos los celulares y los apagó. Algo de dinero, obtendría vendiéndolos.

Enseguida, revisó las alacenas, tomó latas de alimentos, de bebidas. Abrió el refrigerador, de donde sacó cervezas, quesos y jamón.

¡Pero lo que más lo entusiasmó, eran las armas que había en el armario! Las tomó todas, y las municiones que había en los cajones del mueble.

Y buscó las llaves de la camioneta. El llavero traía el emblema de Toyota.

Buscó el apagador, apagó la luz, cerró la puerta, colocando un papel, doblado varias veces, para que hiciera presión, pues había roto la chapa y se dirigió hacia la camioneta, con su carga de objetos y algo de dinero, robados.

La arrancó, sin problemas, celebrando que estuviera tan bien del motor.

“Está chingona la camionetita”, murmuró, colocando la palanca en posición de Drive.

Luego, apretó el acelerador, alejándose lo antes posible del sitio, muy contento de que todo, hasta ese momento, hubiera salido tan bien.

Y ningún remordimiento sentía. Su vida criminal y en la prisión, lo habían endurecido tanto, que el haber matado, a sangre fría, a cinco “gringos”, no le ocasionaba el más mínimo escozor.

“Ni pedo, eran esos cabrones o yo”, reflexionó…

 

***

A esa misma hora Jeff trató de comunicarse con su padre.

No lo logró.

Ni tampoco con los celulares de sus hijos.

-Nadie me contesta, Melanie – le comentó a su esposa, mientras miraban una película, Doctor Strange, en Disney +.

-Ya ves cómo es tu padre, que prefiere aislarse.

Jeff, estuvo de acuerdo. Tomó un puñado de las palomitas de caramelo, que se habían preparado, y continuó viendo la película…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

V

 

El sheriff Andy Kahan, vio pasar la camioneta Toyota, conducida por Gonzalo, a más de cien millas por hora.

Eran más de las dos de la mañana.

De inmediato, accionó la sirena y se dio a perseguir a tan alocado conductor.

“Seguramente, el tipo tiene prisa”, pensó, mientras los estresantes aullidos de la sirena, alarmaban a todos los otros automovilistas, pocos, que la iban escuchando…

Gonzalo vio, por el retrovisor, a la patrulla.

Aceleró todo lo que pudo. No estaba dispuesto a dejarse atrapar nuevamente, menos, con lo que acababa de hacer.

Como viera que la patrulla lo seguía muy de cerca, no dudo en tomar uno de los revólveres que había robado, un Smith & Wesson, M&P M2.0, el cual, horas antes, había verificado que estaba bien cargado.

Sacó la mano derecha y se puso a disparar a la patrulla, con la esperanza de darle un tiro…

Andy, vio cómo un par de tiros, se incrustaban en el parabrisas, pero, por suerte, no le habían atinado.

De inmediato, desaceleró la unidad, para mantenerse a alguna distancia.

Tomó el radio y pidió refuerzos:

-Aquí, la unidad 205, persiguiendo a un hombre armado y peligroso, que va conduciendo una camioneta blanca, que hizo varios disparos, en la carretera 37, a la altura de Valero. Envíen refuerzos, urgentemente, repito, envíen refuerzos…

Se mantuvo a cierta distancia de la Toyota.

 

***

 

Ya, avisadas, cinco patrullas, se fueron acercando al sitio en donde intersectarían a la perseguida Toyota.

Gonzalo advirtió, cerca de un crucero, las torretas encendidas de esas patrullas, pero no se amedrentó.

Aceleró cuanto pudo.

Los policías, ya lo esperaban, fuera de sus autos, con los rifles apuntando.

Andy, entonces, también aceleró, sacó su pistola y comenzó a disparar al perseguido vehículo, con tal de no dar tiempo a que el agresor volviera a dispararle a él.

Gonzalo, se dio cuenta de que sería una pérdida de tiempo volver a disparar a la patrulla, sobre todo, cuando ya se acercaba a la intersección.

-¡Tiren a matar! – fue la orden que dio el sheriff Andy por el radio, pues era el protocolo, cuando el agresor los atacaba.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VI

 

Los disparos, fueron certeros.

Gonzalo, recibió un impacto en el brazo izquierdo. Viró bruscamente y, unos cien metros más adelante, fue a estrellarse contra un poste de un espectacular.

De inmediato, las patrullas se acercaron.

Gonzalo bajó, como pudo, de la camioneta, empuñando el arma, soltando unos disparos, empeñado en no dejarse atrapar o a morir, si era necesario…

De todos modos, era penosa ya su situación. Para qué alargar lo que sería una muerte segura en la cámara de gas…

Los policías, se detuvieron, salieron de los vehículos, empuñando de nuevo sus rifles y tiraron a matar al fugitivo, al que encandilaron con los potentes reflectores que le dirigieron al rostro…

Gonzalo cayó, agonizante.

Su último recuerdo, antes de morir, fue el rostro lloroso, suplicante, de Bryson…

 

FIN

 

Tenochtitlan, 5 de junio de 2022

(De la colección: Cuentos de una sentada, pospandemia)

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RELÁMPAGOS... Cuento por Adán Salgado

 

ILUSTRACIÓN: VIRIDIANA PICHARDO JIMÉNEZ

 

 

RELÁMPAGOS

POR ADÀN SALGADO ANDRADE

El acaudalado empresario Agapito Zuckerberg, tataranieto de Mark, el que creara en el remoto pasado la, ya desaparecida, red social que se llamó Facebook, no estaba dispuesto a dejarse amedrentar por tanta exigencia de las corporaciones creadas por estadounidenses, chinos y latinos, las razas que dominaron, finalmente, luego de tanta depuración racial, al planeta.

No dejaría que sus protestas, lo obligaran a bajar el precio de la electricidad que su Global Lightning Electricity producía desde hacía décadas, para satisfacer los glotones consumos de tanto pendejo.

“¡No, primero, se las corto, antes que bajarles los precios!”, pensaba, mientras recorría la sala de control, en donde sus robots-empleados, vigilaban todas las pantallas holográficas, operadas por los cuantidores, de última generación, inteligencias artificiales cuánticas que vigilaban que la captura de relámpagos para producir la tan anhelada electricidad, su almacenamiento y distribución, se hiciera lo más eficientemente posible.

Se podía ver en las pantallas holográficas, cómo el convector de nubes, inventado por Agapito, agrupaba nubes masivamente y, luego, se efectuaba la ionización. En seguida, se jalaban los millones de electrones, para que se formara un relámpago. La siguiente etapa, consistía en que capturadores, perfectamente distribuidos por todo el planeta, secuestraban todos los rayos generados por los convectores y los almacenaban en gigantescas baterías subterráneas, las que estaban conectadas a una red global, ligada a las Estaciones Eléctricas, las que, finalmente, distribuían el vital fluido.

La obtención eléctrica producida por relámpagos, había borrado del mapa a las otras fuentes de electricidad, pues gracias a los métodos innovados por Agapito, se había logrado bajar el precio de cada megawatt-hora, de 100 terradolars a 10, o sea, en  un 90%. Las otras compañías que producían electricidad, a partir del viento, el sol, la marea, la biomasa o la geotermal, no pudieron competir con tan bajo precio, pues el mínimo para que pudieran operar era de 80 terradolars.

“Imposible, no nos conviene”, afirmó el señor Domitilo Musk, tataranieto del famoso Elon, quien acabó por desmadrar más al planeta en su tiempo, imponiendo que los autos eléctricos eran la “solución” a los problemas ambientales (mentira, pues elevaron los problemas ambientales). Domitilo era el representante de la Global Association of Power Utilities, la que englobaba a todos los productores de electricidad. Ese bajísimo precio, los arruinó.

Agapito aún recordaba la cara que pusieron todos en esa reunión, cuando él se negó a cobrar el mínimo de 80 terradolars por megawatt-hora, con tal de que todos pudieran seguir trabajando. “No, señores, este mundo es para el más cabrón”, afirmó, categórico.

Y, rápidamente, todas las eléctricas fueron cerrando, ante el muy satisfecho Agapito, que fue comprando algunas, para aprovechar sus conexiones a las líneas de alimentación de los lugares a los que electrificaban.

Se convirtió en el barón de la electricidad.

“Así es esto”, razonaba por ese entonces, “el que tiene más saliva, come más pinole”, recordando ese viejísimo proverbio popular que, por generaciones, había sido transmitido entre su familia…

Para “resolver”, años atrás, el problema demográfico, considerado el más grave en ese mundo tan poblado, se aplicó una draconiana medida. Se establecieron mínimos de confort. Los que ganaran menos de cien mil terradolars mensuales, automáticamente fueron hechos a un lado. Se les cortó toda forma de comunicación, se les suspendió de sus trabajos y se suprimieron las tareas que pagaran menos de esa cantidad, pero como eran empleos que se requerían, se fueron sustituyendo con muy baratos robots – éstos, salían más baratos que los bajísimos sueldos de los trabajadores despedidos –, los que hacían, sin protestar, todas las imprescindibles labores que se iban quedando sin humanos.

La gente eliminada, fue muriendo de inanición. Los poderes fácticos mundiales, se curaron en dolor, pues no los habían matado ellos, sino  la hambruna.

Gracias a esa terrible, pero necesaria medida – la mayoría de los sueldos, un 80%, estaban por debajo de los cien mil terradolars establecidos como el mínimo –, fue posible eliminar al 80% de la población mundial…

Y la que quedó, era la mejor, la que no tenía restricciones presupuestales para adquirir cuanta “fregadera”, como decía Agapito, le ofrecieran o pagar los costosos servicios, como la electricidad o la muy carísima, pero necesaria, agua potable…

Para él, fue mucho mejor, pues como todo requería de electricidad, el consumo crecía y crecía.

Además, aseguraba, la energía de los relámpagos, era la más “limpia” que se pudiera lograr, pues gracias al calentamiento global, había incrementado la evaporación del agua y se formaban más nubes en ciertas regiones del planeta, que sus convectores manipulaban, para que se crearan los relámpagos y todo mundo disfrutara de eficiente electricidad.

Al reducirse la población mundial, disminuyó algo la contaminación, pero seguía, de todos modos, en aumento, pues continuaba la glotonería y el desperdicio energéticos. Se había tratado de disminuirla un poco, mediante los capturadores de CO2, los que también consumían electricidad, para gran satisfacción de Agapito. Y ni se dijera de los ambientadores gigantes, enormes domos que controlaban climáticamente vastas regiones planetarias, las que eran pagadas con los impuestos de las Big Three, o sea, las tres razas que quedaron de la centenaria depuración racial. El concepto de país, era cosa del remoto pasado. Las regiones estadounidenses, chinas y latinas, estaban dominadas, cada una, por unas cuantas corporaciones, encargadas de fabricar, mediante millones de robots, controlados por unos cuantos humanos, todo lo necesario para una vida confortable

Pero resultaba que toda esa armonía, ahora se quería romper, por la exigencia, no de los pasivos consumidores, sino de las corporaciones, de que le bajara Agapito al costo de la electricidad. Gracias a que ya ejercía el monopolio eléctrico, luego de haber ofrecido un precio tan bajo, lo subió diez veces, a cien terradolars cada megawatt-hora. “¡Qué quieren que haga, me están subiendo mis paseítos espaciales!”, se justificaba, esgrimiendo que Space Tourism había subido los precios de sus paquetes lunares, lo cual, no era cierto, pero algo tenía que decir Agapito, para justificar el desmedido incremento.

Decía la Aerial Cars Inc. que “son prohibitivos esos costos de la electricidad y ponen en riesgo nuestras inversiones y la fabricación de aeroautos”. La Environmental Domes, encargada de operar y administrar los ambientadores gigantes, afirmaba que “está en riesgo el clima artificial que operamos, y puede llevar a fatales consecuencias”. La 3D Manufacturing Co., fabricante de todo tipo de fabrimáquinas y biomáquinas que hacían de todo, desde una silla, hasta alimentos sintéticos, clamó “¡Tan altos precios, ponen en peligro nuestro confortable estilo de vida”. La Time Machine Ltd., fabricante de los muy usados trasladadores temporales – artificios que eran muy populares, pues podían trasladar a distintas épocas del pasado, sin ningún problema, pues no eran traslados físicos, sólo virtuales –, clamó que “se pone en riesgo el derecho universal a acceder y conocer nuestro pasado”…  

Y así, todo el resto de las corporaciones estaban de acuerdo en que la nefasta ambición de un solo megalómano, ávido de poder – refiriéndose a Agapito, por supuesto –, estaba poniendo en riesgo ese orden postracial y postselectivo, que se había construido con tanto esfuerzo y con la desafortunada desaparición, muy lamentable, del 80% de la humanidad, la que se había sacrificado en pos de lograr ese armonioso nuevo mundo.

“Ya, bastantes millones de muertos hemos tenido, como para que ese pendejo de Zuckerberg nos pueda ocasionar más por su pinche egoísmo”, decía Sinforoso Bezos, tataranieto de Jeff Bezos, el que alguna vez fundara Amazon, corporación desaparecida un siglo y medio atrás, que también había dejado de existir por sus prácticas monopolistas, y que había sido destruida por un grupo de activistas, que se hacían llamar People Power, cuando, simultáneamente, dinamitaron todas sus instalaciones mundiales…

Sinforoso habría deseado que hubiera otros People Power’s, con tal de que le “dieran en la madre a ese pendejo”…

Sin embargo, Agapito era indiferente a tanta protesta. “¡Me vale madres, no bajaré los precios, y háganle como quieran!”…

Y su medida de presión fue, en efecto, ¡cortar el servicio!...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

II

 

Había pasado una semana del corte global de la electricidad.

Y en la reunión que todas las corporaciones organizaron con Agapito, nada se estaba acordando. Ni los cientos de muertos que ya se estaban dando, habían ablandado al acaudalado Agapito. Seguía terco en que no bajaría sus precios.

-Lo siento, señores, pero, al igual que ustedes, yo también tengo mis necesidades. Ante todo, está la seguridad de mi familia. No voy a dejar de pasearme con ella a la Luna, sólo porque ustedes quieran que les venda barata la luz, no, eso, se acabó…

Fue terminante.

Y allí estaba presente Sinforoso.

Pidió ir al baño.

-Claro, Sinfo… al fondo a la derecha – indicó Agapito.

Sinforoso se levantó de su cómodo asiento, con climatización y masaje antihemorroides, con que estaban equipados todos los lujosos, muy mullidos asientos, de la larga mesa, que estaba en medio del amplio salón de conferencias, que Agapito tenía en sus Headquarters…

Chicas cibernéticas – “mejores y más baratas que las reales”, declaraba Agapito – habían estado sirviendo bebidas de todo tipo, desde carísimo pulque sintético, hasta whisky, con tal de que todos los CEO’s estuvieran muy a gusto durante la reunión.

-Siéntanse como en su casa – les decía Agapito, contrastando su amabilidad, con su dura posición de no bajar los precios.

Se les había adelantado a sus planes, pues como muchas de las corporaciones, habían amenazado con dejar de pagar, prefirió cortar la luz globalmente.

Y, en efecto, la falta del vital fluido, había ocasionado hasta muertes, porque todo funcionaba con electricidad. La producción de alimentos, la extracción de CO2, el control climático de los ambientadores climáticos, hospitales, trasladadores temporales, aeroautos… ¡todo funcionaba con electricidad!

Las baterías con que contaban las corporaciones, sólo les duraron un par de días.  

Igualmente, la gente no podía recargar sus appliances sin electricidad.

Y aunque los ciudadanos se habían resignado al aumento de la tarifa eléctrica, eran las corporaciones, las que estaban renuentes a pagar más, a pesar de que sabían que podían cargar los incrementos a los consumidores.

¡Pero no estaban dispuestas a doblegarse por un pendejo que quería enriquecerse más que ellos!

¡O todos coludos o todos, rabones!

Y eso era lo que más le enfurecía a Sinforoso.

Gracias a un espía que trabajaba en la empresa de Agapito, se había podido enterar de que la sala de control central, estaba a un lado de la sala de juntas.

Y también sabía que no estaba protegida, pues los robots que la operaban, sólo se encargaban de manipular los cuantidores de última generación.

“Está papita”, se dijo, mientras estaba orinando.

Su plan consistía en penetrar a la sala de control y arrojar el botón explosivo que le había comprado a Jeremías Bond, un viejo, olvidado espía estadounidense, cuya actividad se había obsolescido, a falta de gente a quién espiar, pues, ¡para qué!, si todo mundo estaba perfectamente espiado por el Department of Global Spying, que a todos tenía perfectamente vigilados, pues todo lo que se usaba, estaba conectado en tiempo real a la Vigilante Web…

En ese momento, Sinforoso se sentía un miembro del extinto People Power, de los que había leído su historia varias veces, pues admiraba sus “huevos”…

Y eso haría, armarse de “huevos”, y propinarle un duro golpe al pendejo de Agapito, con tal de que no se saliera con la suya…

Sinforoso, salió del baño.

Su piel obscura, se perdió entre los espacios poco iluminados que tenía el corredor, que iba del baño hacia la puerta de la sala de control…

Llegó hasta la reluciente puerta de aluminio, muy caro metal, más que el oro, símbolo de riqueza…

La abrió con mucho cuidado…

La sala era bastante larga, de unos cuarenta metros de anchura.

 A ambos lados, estaban operando los robots, frente a los cuantidores, pero, al parecer, pausados.

“Seguramente ese pendejo los tiene apagados”, pensó Sinforoso.

Más fácil sería lo que pensaba hacer.

Dio unos cuantos pasos por la larga sala.

Llegó, más o menos, a la mitad, de acuerdo con sus cálculos.

Se sacó el botón explosivo y, persignándose – seguía siendo muy creyente, por tradición familiar, guadalupano, a pesar de que científicos habían mostrado que los dioses eran una mera invención de los remotos tiempos –, se dispuso a arrojar el botón explosivo, murmurando “¡Que no le jierre, virgencita!”…

Lo aventó hacia un gran tablero que, pensó, sería el que controlaba a todos los demás…

El botón, produjo un regular estallido que destruyó la pantalla holográfica del tablero y, en seguida, chisporroteos y llamas, comenzaron a surgir por toda la sala de control…

 

 

 

 

 

III

 

Al ser destruido el tablero central, la contención de relámpagos, que era lo que había estado interrumpiendo el servicio eléctrico, fue rota intempestivamente…

Por lo mismo, todos los contenidos rayos, se liberaron de inmediato, superando la capacidad de los capturadores para retenerlos…

Así que se esparcieron rápidamente, gracias al agua de los océanos y a la humedad ambiental…

El resultado fue que electrocutaron masivamente al todo el planeta…

Nada que respirara, meara o cagara, había sobrevivido

Agapito, de inmediato, estuvo seguro que se había tratado de un sabotaje, el cual, se habría evitado, si no hubiera sido tan tacaño y hubiera puesto muy necesaria vigilancia robótica en la sala de control. Todo, por ahorrarse unos cuantos terradolars…

 

-¡Me lleva la chingada! – gritó el acaudalado barón de la electricidad, antes de caer muerto, electrocutado, junto a todos los demás CEO’s…

 

FIN

 

Tenochtitlan, 11 de mayo de 2022

(De la colección: cuentos de una sentada)

 

 

 

 

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VENTRILOCUO... Cuento por Adán Salgado

ILUSTRACIÓN: VIRIDIANA PICHARDO JIMÉNEZ

 

VENTRILOCUO

POR: ADÁN SALGADO ANDRADE 

El semáforo se puso en rojo.

Como siempre hacía, Fidel bajó de la banqueta y caminó por el asfalto, frente a los autos que se fueron deteniendo en ese crucero, sobre la calzada, que ahora se llamaba Lázaro Cárdenas.

Fidel, la había conocido como San Juan de Letrán, años atrás, cuando, junto con su muñeco Tan-Tan, actuaba casi todos los días en el teatro Blanquita, en los quince minutos que le daban, para que saliera y “pusiera a hablar” a Tan-Tan mediante su habilidad de ventrílocuo que, en efecto, apenas si movía los labios para que el muñeco, vestido con una especie de traje negro, con cabello simulado, del mismo color y pronunciadas cejas, respondiera a las preguntas de Fidel, quien, cada que lo ponía a “hablar”, le movía la boca con una palanca, procurando que sus aberturas y cierres, coincidieran con las palabras que el muñeco “decía”.

Fueron muy buenos años, actuando al lado de famosos como Tin-Tan, Resortes, Borolas, Vitola, El Caballo, don Facundo… y tantos otros, que ya ni recordaba.

Como hacía también años que habían cerrado ese emblemático teatro de revista, Fidel había tenido que ganarse la vida haciendo eso, pues no sabía realizar otra tarea, más que la de que “hablara” Tan-Tan…

Extrañaba esos viejos tiempos, pues la gente sí le prestaba atención, y reía de los chistes que contaba Tan-Tan (le había puesto así, en honor a Tin-Tan, a quien admiraba mucho, pero para que no dijeran que se había “fusilado” su nombre, lo dejó como Tan-Tan).

Como aquel chiste “colorado” de la señora que iba al mercado, que compraba plátanos y que le decía al marchante, mostrándole su canasta, que “Métame los plátanos, señor” y éste, le respondía “Ay, señito, pos nomás tengo uno, no se vaya uste’ a enojar”. Venían varios segundos de carcajadas por la “puntada” y la forma en que Tan-Tan contaba ese y otros chistes más…

No era como en ese crucero – en donde ya habían dejado de molestarlo los de “servicios públicos”, por fortuna –, que la gente, muchas veces, ni volteaba a verlo, como si no estuviera allí, tratando de amenizarles la espera de casi un minuto, a que cambiara a verde la luz del semáforo, para que pudieran avanzar…

Sí, habían sido muy buenos esos tiempos en el Blanquita, en donde, por allí de los setentas, se ganaba hasta dos mil pesos a la semana, si era muy buena o, mínimo, mil, si le iba “regular”.

Pero salía para pagar el pequeño, viejo departamento en la calle de Jesús María, en donde vivía con su mujer y sus tres hijas.

Las hijas, se habían casado, Petra, su mujer, se había muerto y a Fidel, ni quién le echara un lazo…

Muchas veces se preguntó si era porque, en ese tiempo, bebía mucho y hasta les pegaba a Petra y a las “chamacas”…

“Pus a lo mejor”, suspiraba.

A pesar de sus 75 años, seguía tratando de ganarse el sustento.

Había intentado sacar una pensión para la vejez, pero como estaba equivocado uno de sus apellidos en su acta – había nacido en un polvoriento pueblo de Guanajuato –, la única vez que había reunido dinero suficiente para ir, no pudo arreglarlo. “No, señor, tiene que ir al Registro Civil que está en México, en Arcos de Belén”, le dijo una mal encarada empleada. “Pero pus de allá, me mandaron p’acá”, pretendió reclamar Fidel. La mujer, sólo se encogió de hombros, puso la peor mala cara que pudo y volvió a repetirle lo mismo.

Fidel, se desanimó.

Como ya nadie de sus parientes vivía en el pueblo, se tuvo que regresar ese mismo día.

Con los cien o doscientos pesos, cuando bien le iba, que sacaba a diario en ese crucero, sólo le alcanzaba para medio comer y vivir en un viejo edificio en donde habitaban personas solas, compartiendo una misma habitación varios, pagando cincuenta pesos por día. Estaba muy cerca del metro Hidalgo.

Terminaba como a eso de las diez, once de la noche.

Tomaba el trolebús y se bajaba frente a Bellas Artes, para caminar hasta donde se alojaba.

Ya, a sus años, cada día le costaba más trabajo caminar, pero lo tenía que hacer, pues “ni modo que tome taxi, con lo caros que ‘stán”, se decía…

Pero así transcurría su diaria lucha por la existencia, llegar a ese crucero, desde las nueve de la mañana, habiéndose “echado” su torta de tamal y su atole, y esperar cada tres minutos, a que se pusiera el semáforo en rojo, para distraer con Tan-Tan, a los fríos automovilistas y a ver si a alguno, le sacaba una sonrisa y una moneda…

Y por ahí de las tres, compraba unos “pingüinos” y una “coca” en una tienda cercana, que eran su “comida”…

Eran pocos los que le daban alguna moneda, cinco, diez pesos, quienes lo hacían, pero era más, porque les simpatizaba Tan-Tan, no porque pudieran escuchar sus chistes, pues, además, la voz, a Fidel, se le había ido apagando, envejeciendo, empolvando… ¡y cada vez era más difícil que el muñeco hablara!

Pero fuera de que su voz se iba apagando con los años y que cada vez le costaba más trabajo caminar, era saludable. “Pos todavía puedo mantenerme”, reflexionaba.

Para “enriquecer” el acto, él se pintaba la cara de payaso, combinando un rosa en mejillas y frente, con un blanco, alrededor de los ojos, y una nariz negra.

También ese detalle, conmovía a los que le daban dinero, ver a un hombre de tantos años, todavía tratándose de ganar la vida, pintada la cara de payaso y cargando a ese extraño muñeco, que sólo veían que movía la boca, pero casi nadie escuchaba sus chistes…

 

***

 

Pasaban de las diez de la noche.

Más o menos, podía “calcular” la hora, pero cuando cambiaban el horario, le costaba días para adaptarse, no sólo a saber la hora, sino a que, si de por sí, dormía poco, menos, con ese “pinche horario”.

Era, pues, otro final del día.

Se sintió los bolsillos. “Pos yo creo que como unos ciento cincuenta he de ‘ber juntado hoy”, reflexionó, porque también, por el peso, podía más o menos saber cuánto había juntado.

“A cerrar el changarro” se decía, mientras recogía a Tan-Tan, lo metía en un costal y caminaba hasta la parada del trolebús…

Llegaría al “cantón” a eso de las once, pasaría a comprarse dos tacos de tripa en la taquería en donde siempre los adquiría, y se los tomaría con la mitad de la “coca” que siempre le sobraba…

Y allí, conviviendo con otros cinco hombres que, al igual que Fidel, se ganaban la vida como podían – tres de ellos, pidiendo limosna, otro, limpiando vidrios y uno más, como estibador en la Merced –, pasaría una noche más de su monótona, minimalista existencia, teniendo a Tan-Tan a su lado…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

II

 

Otro día más en su pesado existir.

Ya habría pasado una hora y no llevaba más de diez pesos reunidos.

“Como que ‘hora, andan de codos”, pensó, con cierta decepción.

A varios, de tanto que pasaban a diario, ya los “ubicaba”. Algunos de ellos, siempre le daban los cinco o diez pesos. Otros, nunca, nada, ni un pesito. “No se corta una flor de su jardín”, pensaba decepcionado Fidel por esa falta de generosidad.

Fidel, muchas veces, compartía alguna moneda con una mujer indigente que estaba cerca de donde él se alojaba. “Hoy por ti, mañana, por mí”, le decía, mientras le alargaba cinco o diez pesos…

La luz se puso en rojo.

Fidel bajó de la banqueta, como siempre, mostrando a Tan-Tan, moviéndole su boca, diciendo “Hola, me llamo Tan-Tan y no soy tan tan rico como ustedes”, esperando sacar alguna sonrisa, junto con su respectiva moneda, claro…

-¡Ustedes, son de los que no disparan ni en defensa propia! – dijo otro chiste Tan-Tan, mientras movía su boca, “mirando” a los indiferentes automovilistas…

El último carril, estaba vacío…

Un auto se aproximaba a toda velocidad, como si no hubiera luz roja…

 

***

 

Eso, sí, atrajo la morbosa atención de todos, ver cómo Fidel y muñeco, volaron por los aires, a causa del brutal golpe que ese loco del BMW, le propinó, sin inmutarse y sin detenerse, a pesar de que por el impacto, se había sumido el cofre del auto...

III

 

Fidel y Tan-Tan, estaban en el Blanquita, sobre la tarima, actuando su número…

-A ver, Tan-Tan, dile unos piropos a esa señora de rojo…

-A esa de rojo yo me la co…

No había completado la broma, porque Fidel pretendía taparle la boca.

-¡No, Tan-Tan, dile cosas dulces a la señorita, que es una chica muy linda, muy hermosa, muy…!

-Ah, concha, azúcar, garapiñados…

-No, no… no dije dulces de los que se comen, sino cosas lindas… a ver, qué le puedes decir a esa señorita de verde…

-¡Ah, que a mi me lo muer…! – exclamó con chillona voz el muñeco, pero de nuevo, la mano de Fidel, le interrumpió completar el chascarrillo…

-¡No, no, Tan-Tan, va decir la señorita qu’eres un majadero!... dile cosas tiernas…

-¡Ah, elotes, pollitos, calabacitas!...

-No, no, dile que es muy bella, que parece muñequita, que si no quiere ser tu novia…

-Ah… señorita, ¿no quiere ser mi novia? Yo soy bien chambeador, soy feo, fuerte y formal…

La aludida chica, sonreía, de buena gana…

En ese momento, el público desapareció…

Fidel se extrañó…

Sintió como si volara…

Fue cuando Tan-Tan le dijo, sonriendo, para su mayor sorpresa:

-Ya, Fidel, dejemos esta mierdera vida…

 

 

IV

 

Pasaron varias horas para que, al fin, una ambulancia llegara hasta el crucero.

Unos policías, habían cubierto el cadáver de Fidel con una vieja cobija que un vecino les había regalado.

Como a los de emergencias les dijeron que la víctima había fallecido, pues ya, para qué, se iban a apurar…

Con desgano, bajaron la camilla, levantaron a Fidel, quien se sentía todo aguado, de tantos huesos fracturados, lo colocaron sobre ella, lo subieron a la ambulancia y partieron, de todos modos, sonando la sirena…

Y a Tan-Tan, ni quién lo “pelara”

Allí quedó, junto a la banqueta, sin un brazo, por el brutal impacto, inmóvil, mudo para siempre…

O eso parecía…

Alguien que hubiera estado cerca de Tan-Tan, habría visto moverse su boca, un instante, y decir:

-¡Puta, sí qu’estuvo duro el chingadazo!...

 

FIN

 

Tenochtitlan, 4 de abril de 2022

(De la colección: cuentos de una sentada

En la pospandemia)

 

 

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EXPLOSIVOS... Cuento por Adán Salgado

 

ILUSTRACIÓN: VIRIDIANA PICHARDO JIMÉNEZ

 

EXPLOSIVOS

POR: ADÁN SALGADO ANDRADE

 

El sargento Alex Krasovec, contaba los dos mil dólares, que la nueva entrega del explosivo plástico C4, que robaba del campo de entrenamiento en Camp Shelby, al final de los entrenamientos, le había rendido.

El contacto que su amigo Fred, otro de los mariners que pertenecía a su misma compañía, le conectó, había sido bastante lucrativo. Le había comprado las tres granadas de fragmentación y todo ese C4, que por varias semanas, le había estado vendiendo. “Muy bueno ese güey que me conectaste, Fred”, le había dicho en varias ocasiones.

Calculaba que habría sacado unos veinte mil dólares en ese tiempo, “bastante buenos”, lo de cuatro meses de sueldo, “pero en un mes”. Ya le había echado el ojo al nuevo Mustang, un verdadero auto, “no las chingaderas japonesas o alemanas”. Seguía prefiriendo los muscle cars americanos, verdadero reflejo del poderío de su país. Como debía de ser de un patriota, seguía apoyando todo lo que se fabricara en América, para hacerla grande de nuevo, que era el lema de Trump. “Pero hasta nuestros autos, tienen partes chinas, mano”, le había dicho Fred, sobre lo del Mustang. Alex, sólo se había encogido de hombros y respondido que “es mejor eso, a las chingaderas japonesas”…

“Trump, sí es un presidente, no el puto negro que nos impusieron”, reflexionaba, mientras guardaba el dinero en su billetera.

Sí, Trump, realmente, estaba luchando por hacer grande de nuevo a América. No sólo tratando de impulsar a las industrias americanas, sino prohibiendo que más pendejos mexicanos u otros putos latinos o árabes, entraran a su país. “Pinches pendejos, que se queden en sus putas naciones, no que nos invadan”, pensaba. Y lo tenía muy contento que ese racista estuviera en el poder.

Con gusto, haría lo que su primo Joseph, que vivía en Arizona y que se ponía a cazar a malditos greasers, con tal de que se fueran a la chingada. Pero era un maldito soldado, y estaba a las órdenes de pendejos, que ni idea tenían de cómo manejar a la armada, ni de cómo defender al país.

Por eso, no le importaba “violar” las reglas y robar, frecuentemente, C4 o granadas, y venderlos, como hacían Fred y muchos otros mariners.

Con esos veinte mil dólares, pensaba, en el fin de semana, pasar por una agencia de Ford, para dar el enganche del Mustang que se compraría, con el que sustituiría su Dodge Charger, con el que ya tenía tres años. “Tiempo de cambiar”, se dijo, cuando se decidió a comprar el Mustang.

Iría con Liza, su esposa, Paul, su hijo de cuatro años y Karen, la pequeña, de dos.

A Liza, calculaba que en un mes más de vender explosivos, le renovaría su BMW y le compraría un SUV Explorer, “para que te deshagas de esa chingadera alemana”.

Bastante satisfecho, salió de la base, se dirigió hacia su Dodge, se subió, lo encendió, y manejó, muy feliz de haber completado para el enganche del Mustang, hacia su “hogar, dulce hogar”…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

II

 

Roger estaba muy encabronado.

Detestaba que América estuviera siendo invadida por tanto pendejo extranjero, que cafés, negros, amarillos…

Los culpaba de no haber hallado empleo desde hacía meses. De nada le había servido terminar su high school, pues por más solicitudes que había hecho, nada había hallado. Ni en los putos Walmart’s, había tenido suerte. Lo que sí había visto en la tienda de esa cadena, en donde había hecho su solicitud, era que prácticamente todos los empleados eran malditos prietos. No sólo eso, sino que los clientes, también casi todos eran pendejos latinos. “¡Nos han invadido esos hijos de la chingada!”, pensó, con coraje, mientras revisaba ese paquete, un envoltorio de periódicos, metidos en una bolsa de plástico negra.

Su madre le llamó:

-Roger, cariño, ya está la cena.

Vivía con Mary, su madre, y su hermana Sharon, una adolescente que apenas si aguantaba él.

Su padre, los había abandonado cuando él tenía cuatro años. “Nos dejó por irse con otra pinche vieja”, le había dicho su madre, y para colmo, “mexicana”.

Eso, le había creado un añejo odio contra todo lo “chingado prieto”, desde niño. Y a sus 19 años, ya había contemplado vengarse. “Sí, se irán todos a la mierda”, se prometió.

Había conectado por el internet a un dealer, que le vendió explosivo C4, por 1000 dólares, los que había estado minuciosamente ahorrando, de sus anteriores empleos, puras “mierdas”, sirviendo hamburguesas en McDonald’s o Wendy’s…

-Ya voy, madre – dijo, con cierto desgano, pues no tenía mucha hambre, pero no le gustaba dejar esperando a Mary, ni a Sharon, pues la cena, era casi el único momento en que podían reunirse.

Revisó el C4, que sacó de entre los periódicos, el que tenía pensado que estallara a distancia, con un detonador, que también le había vendido el dealer.

“No faltan los pendejos soldados que me los venden”, le había dicho ese hombre, un blanco, ex mariner que, como Roger, “también me cagan todos los putos greasers que nos están invadiendo. Ojalá que puedas hacer algo con estas madres, hijo”, le dijo, razonando que un chico como Roger, no las querría para “jugar”…

(Ese hombre, apodado Búfalo, recién se había encontrado con Alex, el soldado, a quien había comprado tres granadas y el C4, el que le había vendido a Roger)…

Roger suspiró, orgulloso de ver el paquete.

“Sí, hijos de la chingada, me las pagarán”, dijo, levantándose de su silla, para salir de su habitación y dirigirse al comedor…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

III

 

Alex y Liza, veían a sus pequeños, divertirse en esos juegos plásticos, en donde subían escaleras, pasaban por túneles y se deslizaban por resbaladillas, junto con otros niños. Era el lugar dedicado a niños, que había en esa plaza comercial, con tal de que los padres, pudieran hacer sus compras, mientras sus “peques” jugaban.

Hacía un rato, habían ido a la agencia Ford, para dar el enganche del Mustang. Todos subieron al modelo exhibido. “¡Está muy bonito, papi!”, había exclamado Paul, recorriendo todo el interior del auto, feliz de que su padre, se fuera a comprar un auto tan “lindo”.

Liza, igualmente, quedó encantada. Hasta la pequeña Karen, se mostró muy contenta, a pesar de ser tan pequeña. “Cuando seas grande, cariño, tendrás uno de estos”, le había dicho Alex, muy orgulloso.

Roger, pasó frente a ellos.

Arrojó un paquete a un bote de basura, cercano a los juegos.

En esa plaza, estaba la tienda de Walmart, en donde tampoco le habían dado empleo, por estar plagada, según él, de “putos greasers”…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

IV

 

Roger, decidió arrojar el paquete de C4 en un bote de basura.

Se cruzó con Alex y Liza, a quienes miró con odio, aborreciendo la cara de felicidad que tenían.

“Malditos pendejos, qué tienen que celebrar, conviviendo con tanto greaser” reflexionó.

Se alejó varios metros del bote de basura, junto al que estaban los juegos en donde se divertían Paul y Karen.

Sacó su celular, abrió una aplicación, que accionaba el detonador embebido en el C4, arrojado al bote de basura, y apretó el botón de apagado del celular.

“Mueran, pinches putos”, pensó, con coraje, mientras escuchaba el tremendo estallido…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

V

 

La brutal explosión, tomó por sorpresa a Alex y a todos…

Los despedazó a él, a Liza, a sus hijos y al resto de las personas, la mayoría, blancos, que habían estado cerca del bote de basura que estalló…

Antes del fatal estallido, Alex estaba imaginándose que irían a la playa todos, cuando le entregaran el Mustang…

 

FIN

 

Tenochtitlan, 22 de enero de 2022

(De la colección: cuentos de una sentada

por pandemia)

 

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MINANDO METEORITOS... Cuento por Adán Salgado

 

 

ILUSTRACIÓN: VIRIDIANA PICHARDO JIMÉNEZ

MINANDO METEORITOS

por Adán Salgado Andrade 

Cenobio Bezos, tataranieto de Jeff Bezos, quien en un distante pasado fuera dueño de la desaparecida empresa monopolista Amazon, verificaba, mediante sus visores cuánticos, que el nuevo meteorito, capturado por su enorme capturador de meteoritos MCAPTURE-02348, fuera descargado en el área destinada para tal fin, un amplio patio de maniobras, de treinta kilómetros por lado.

El capturador, de veinte kilómetros de longitud, quince de anchura e igualmente quince de altura, parecido a una ballena, ese extinto mamífero, se posó sobre sus altas patas. Comenzó a desprenderse y a descender, un contenedor cúbico, de doce kilómetros por lado, hasta que se posó sobre el piso de concreto armado de alta resistencia. Enseguida, una compuerta que abarcaba toda una cara, se abatió. Un enorme succionador, impulsado por grandes orugas, como las de un buldócer, se acercó. La redonda ventosa, de un diámetro de nueve kilómetros, se pegó al meteorito, inició una poderosa succión y, lentamente, extrajo la masiva, rocosa mole. Se trataba de un meteorito de aproximada forma esférica, de unos doce kilómetros de diámetro, achatada en varias partes, producto del desgaste de millones de años de surcar el infinito universo, pues aunque no hubiera fricción, sufría los choques de otros cuerpos rocosos y hasta alienígenas.

Sí, alienígenas. En varios de los meteoritos, habían hallado los trabajadores de Meteorite Mining Corp., artefactos de otros planetas, con fallecidos alienígenas. Era una ganancia adicional para Cenobio, pues los metales que extraían de esos objetos, eran también ofrecidos al mercado. Eran bastante demandados, pues poseían una calidad mucho muy superior a todos los existentes en la Tierra y por más que los científicos habían tratado de reproducirlos en el laboratorio, no habían tenido éxito. Uno de ellos, el señor Romualdo Hawkins, mejor había preferido clasificarlos como un nuevo elemento espacial, que se había agregado a la Tabla de Elementos, bautizado como Romuenígenas, vocablo compuesto por el nombre de aquél y la palabra alienígenas. Ese metal, era posible fundirlo, pero no replicarlo. Las empresas que más lo demandaban, eran las de armamentos, pues su muy superior calidad permitía construir potentes desmaterializadores, muy útiles en guerras cósmicas, las cuales, por fortuna, no se habían dado. Y las corporaciones sociales dominantes, que controlaban a todo el planeta, se preguntaban si valían la pena tantos millones de terralares invertidos cada año en esas costosas armas cósmicas si nunca, por buena o mala suerte, habían sufrido invasión alienígena alguna.

Pero como era muy raro capturar un meteorito que los contuviera, por lo mismo, eran muy costosos. La venta de un lote de metales alienígenas, equivalía a la de todo un año de la venta de los metales contenidos en los meteoritos minados. El metal más abundante era el oro. Por lo mismo, había bajado mucho su valor, a pesar de que el mismo Cenobio, había emprendido campañas para aplicarlo en la construcción de todo tipo de cosas, como en baterías de cocina y hasta WC’s, con tal de crear demanda para ese, ya, abundante, abaratado metal precioso.

Los menos abundantes, eran la plata, el cobre, el hierro, el aluminio… y algunos otros. Incluso, algunos meteoritos, contenían diamantes de mediana calidad, los cuales, de todos modos, eran ofrecidos por Cenobio a sus clientes. Además, como era la única empresa minera del planeta, todo aquél que requiriera un metal o diamante, debía, forzosamente, de recurrir a ella, el monopolio minero mundial por excelencia.

Por si fuera poco, era una actividad fundamental, pues agotados, hacía décadas, todos los metales y minerales de la Tierra, sólo minando meteoritos, se podía seguir fabricando cuanta chuchería se imponía como necesaria entre los terrícolas, desde computadoras cuánticas, pasando por celulares holográficos, máquinas temporales – sólo servían para viajar al pasado virtualmente, pues se había visto que los viajes reales, alterarían el estado actual de cosas –, cruceros aéreos de lujo – los que viajaban alrededor de la estratósfera del planeta por varias semanas –, líneas turísticas espaciales – las que iban a Marte, planeta que había tratado de colonizarse, sin mucho éxito, pero que los chinos, con tal de atraer a compradores de condominios marcianos, habían construido cientos de edificios de condominios de lujo, que yacían deshabitados, por la falta de condiciones atmosféricas y hábitat adecuados para la existencia humana plena –, aeroautos, utensilios de cocina, cubiertos, WC’s, sillas, mesas, camas, controladores de sueños… pero, principalmente, para los AllMakers, esas máquinas creadas por la empresa RainForest. Esas máquinas, conectadas a las computadoras cuánticas, hacían de todo, dependiendo del tamaño y del modelo. Las había para hacer ropa, zapatos, muebles, electrodomésticos, aeroautos… todo lo que domésticamente fuera necesario. Para fabricar cosas mayores, como los cruceros espaciales, edificios u obras civiles, eran gigantes, muy especializadas, adquiridas y operadas sólo por empresas.

Dependiendo de lo que iban a hacer, eran alimentadas por dos o más metales o minerales. Y era todo. Sólo se diseñaba en la computadora cuántica, por ejemplo, la ropa que el usuario requiriera, se tecleaba ENTER – tecla que se conservaba por una nostálgica cuestión de la primitiva computación –  y listo, bastaban unos minutos, para que el AllMaker hiciera su trabajo.

Lo único malo era que una vez desechado el producto, por ejemplo, un aeroauto, no podía reciclarse, pues como todo era mezclado por la máquina a nivel molecular, era casi imposible, además de muy costoso, separar los materiales implicados.

“No reciclamos, pero minamos”, era el lema de Cenobio ante las críticas de los ambientalistas, preocupados de que tanta basura, estaba produciendo contaminación pesada, la debida a todo el peso de tanto material minado de meteoritos espaciales y los desperdicios rocosos resultantes, los cuales, se habían ido acumulando por siglos en tiraderos que ocupaban a lo que antes se llamaban países – el mundo, actualmente, sólo estaba ocupado por chinos, latinos, negros y, minoritariamente, blancos, quienes habían dividido, por razones prácticas, al planeta en territorios controlados por cada raza.

Aunque ya no había emanaciones de gases como el bióxido de carbono o el metano – los que, por siglos, calentaron mortalmente al planeta, hasta que se contó con la tecnología que logró atraparlos y lanzarlos al exterior –, gracias a los cuestionables avances científicos, de todos modos, el minado de masivos meteoritos, estaba incrementando la contaminación pesada, la que, se advertía, podría desestabilizar al planeta, por tanto sobrepeso agregado, debido a los tres a cuatro meteoritos minados cada mes por la empresa de Cenobio.

Pero éste, ni se inmutaba. “¡Deberían agradecerme que les proveo de todo lo que se necesita, para que se fabriquen tantas madres que compran!”, se quejaba, cuando era entrevistado e, invariablemente, salía a relucir el daño ambiental que su empresa producía.

No iba a caer en el sentimentalista error en que su tatarabuelo Jeff había incurrido, quien, por tratar de reducir tanta basura plástica y de cartón que dejaban los millones de entregas de mercancías, descuidó los avances tecnológicos que habría necesitado para enfrentar a RainForest, empresa que comenzó ofreciendo rudimentarias impresoras 3D, que hacían, en principio, cosas simples, como ropa, utensilios de cocina y cosas así.

Con el paso de los años, décadas… más de un siglo, esa empresa fue perfeccionando sus AllMakers, a grado tal que, prácticamente, hacían casi todo lo que domésticamente era necesario, hasta cosas tan complicadas como los aeroautos. Esa facilidad para hacer cosas y no sólo pedirlas por paquetería, fue el fin de Amazon, quien se declaró en quiebra y el bisabuelo de Cenobio, Venancio Bezos, la vendió a RainForest por unos cuantos cientos de millones de los, entonces, todavía existentes dólares.

Fue una compra simbólica por parte de RainForest, casi por lástima, con tal de que Amazon desapareciera del mercado dignamente.

Por suerte, parte de la pequeña fortuna que se obtuvo de la venta, fue bien administrada por uno de los hijos de Bezos, la que fue pasando de generación en generación, hasta llegar a Cenobio, quien, desde muy joven, mostró talento para los negocios. Se rodeó de los mejores científicos, técnicos del momento, expertos en meteomateriales, y se lanzó al naciente campo del minado meteórico, con todo.

Poco a poco, las mejores máquinas que fueron ideando y fabricando sus expertos, sacaron de competencia a las otras minadoras, cinco empresas, chinas, las que no pudieron competir con la súper maquinaria de Cenobio y de sus agresivas técnicas de procesamiento y comercialización de metales y minerales obtenidos de masivos meteoritos, que ninguna de las otras empresas había logrado pues, cuando mucho, tenían máquinas que se posaban sobre los meteoritos y los minaban con taladros que iban deshaciéndolos poco a poco, cargando el molido material en góndolas espaciales que, ya llenas, regresaban a la Tierra. Ese método era muy tardado y poco eficiente.

“¡Para qué me ando con minería de hormigas, si me puedo traer todo el pan!”, clamaba, muy orgulloso, Cenobio.

Por eso, desde el inicio, decidió capturar meteoritos completos, llevarlos a la Tierra, desintegrarlos con cargas explosivas, separar todos los metales y minerales existentes y procesarlos. Casi todos los convertía en balines de 3 o más centímetros de diámetro, los cuales, alimentaban a los AllMakers, con los que, estas eficientes máquinas, hacían todo lo que la moderna civilización requería para su cómoda sobrevivencia.

De hecho, se había establecido una simbiosis perfecta entre RainForest y Meteorite Mining Corp., pues los balines se producían en distintos diámetros, de acuerdo a las especificaciones de cada nuevo modelo de AllMakers, que fuera lanzado al mercado.

Todo eso reflexionaba Cenobio, mientras la succionadora avanzaba lentamente de reversa con el enorme meteorito. “¡Sí que es un maldito elefante!”, se dijo el eficiente empresario minero. Caminó hacia el ventanal de su lujosa oficina, para ver directamente y no por las cámaras cuánticas, la operación de descarga del animalazo, como se refería cariñosamente aquél a cada nuevo meteorito capturado.

“Que se quejen esos pendejos todo lo que quieran”, reflexionó sobre los ambientalistas, los que también lo culpaban de que, igualmente por su actividad minera, por el polvo y humo que dejaban los estallidos de las bombas que deshacían a los meteoritos, todas las plantas y vegetales se hubieran extinguido décadas atrás.

“¡No mamen, de todos modos, pueden crear sus putas plantas y animales con esas madres que todo les hacen!”, les replicaba con coraje, nunca aceptando responsabilidad alguna. Se refería a los mecanismos ciberbiológicos que también podían hacerse con los AllMakers, pero con los modelos CiberBio, de los más costosos de toda la gama, que sólo los muy pudientes podían adquirir. Esos modelos, elaboraban animales o plantas que funcionaban cibernéticamente, es decir, eran organismos robotizados, pero no tenían motores o engranes, sino que se hacían de nanomateriales programados para replicar tejidos, músculos, huesos y hasta inteligencia, ésta, al nivel deseado por el consumidor, claro, a un costo extra. Casi todos los consumidores les daban la inteligencia estándar, o sea, la que requería la planta o animal en cuestión para desarrollarse.

La ventaja de las ciberplantas y ciberanimales, justificaba RainForest, era que “usted, nunca tendrá que preocuparse por regarlas, alimentarlos o recoger sus heces. Sólo créelos y ellos crecerán sanamente”.

Y Cenobio, imponía con su ejemplo. Por ejemplo, tenía un “bosque tropical” hecho de puras ciberespecies, como Ceibas, Cedros, Caobas… estanques con cocodrilos, hipopótamos, peces… sabanas con leones, tigres, antílopes… aviarios con águilas, cóndores, patos…

Obviamente, eso había requerido de cientos de Ciberbios y era un lujo que sólo los opulentos, como él, podían darse, tener ciberbioselvas, ciberbiolagos, ciberbioaviarios…

“¡No me dirán que no tengo espíritu conservacionista esos cabrones!”, le decía a Vicenta, su muy querida esposa y a sus tres “pelones”, el mayor de los cuales, tenía apenas diez años. Cenobio, se había casado grande, a los cuarenta años, pues siempre prefirió los negocios, a la procreación. Pero en cuanto vio que sus constantes desvelos, dormir poco, tomar mucho café y otros estimulantes, habían dado el fruto necesario y habían colocado a su empresa como el único monopolio minero meteórico, decidió “sentar cabeza”…

“Que se vayan a la chingada”, reflexionó, con rabia, de los ambientalistas, mientras miraba cómo, una hora más tarde, a bastante distancia de su oficina, era desintegrado el nuevo meteorito…

El potente estallido produjo una especie de temblor, bastante fuerte, nada comparable a lo que se sentía normalmente…

De inmediato, los instrumentos de medición posicional terrestre, comenzaron a emitir sonidos de alarma…

Por tanto peso acumulado durante décadas de llevar meteoritos y procesarlos, la contaminación pesada, se había desbordado con ese nuevo animalazo

Fue la gota que derramó el vaso, como se seguía diciendo popularmente…

La Tierra, ya no pudo sostener más la trayectoria que por millones de años había mantenido…

Por tanto peso extra, comenzó a salirse lentamente de órbita, incrementando rápidamente ese inesperado, jamás sentido antes, movimiento…

Y la atracción solar, contribuyó a irla acercando velozmente hacia la imponente estrella…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

II

 

Meses más tarde, el planeta se fundía en la atmósfera solar…

Humanos, AllMakers, RainForest, Meteorite Mining Corp, ciberplantas, ciberanimales, desmaterializadores cósmicostodo se frio mucho antes, al superar la temperatura global los cien grados, durante los iniciales días en que la Tierra se fue acercando al Sol, por una combinación de desestabilización orbital y atmosférica, debido al sobrepeso meteórico…

La Luna, satélites, cruceros espaciales, todo fue jalado por la Tierra en su loca carrea hacia el Sol…

Y hasta Marte fue arrastrado con ella…

 

 

Ni el masivo aire acondicionado que Cenobio ordenó operar en su lujosa residencia a todo lo que daba, evitó que su familia, empleados y él, se asaran por los cien grados de calor, que fueron subiendo rápidamente…

“Pinche planeta de mierda, igual de delicado que mi vieja”, alcanzó a pensar, antes de caer muerto frito, cual pesada tabla, sobre el suelo de su lujosa oficina, a lado de sus amados, ya fallecidos, esposa e hijos…

 

FIN

 

Tenochtitlan, 5 de enero de 2022

(De la colección: cuentos de una sentada, por pandemia)

     

 

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