Literatura-TEEN La Criatura por Eduardo Maximiliano Avilés Moredia

LITERATURA-TEEN

La criatura 

Por Eduardo Maximiliano Avilés Moredia

Un día mi tío hizo un viaje de la Ciudad de México a Monterrey, al llegar a su destino se hospedó en un hotel, descansó un rato, cuando se dio cuenta era demasiado noche, aun así, él decidió salir un rato para desestresarse del largo viaje. Estando en la calle se percató que alguien estaba deambulando muy cerca de unos autos abandonados, se acercó para averiguar quién era, al principio creía que se trataba de un niño y mientras se fue acercando se percató de un olor fétido que era insoportable. Al observar bien, se dio cuenta de que aquel ser,  no era un niño, sino una criatura horrible con una joroba tremenda, era un humanoide que estaba de carroñero comiendo restos de perros, aquel ser inexplicable físicamente, no se percató que alguien lo veía devorar su repulsivo alimento,  posiblemente la criatura no le tomó el interés a aquella persona que lo observaba  para atacarlo.

En ese momento mi tío reaccionó del susto y por instinto de supervivencia, tomó una piedra y la arrojó con todas sus fuerzas. Él me dijo que después de aquella impresión, no supo ni como se alejó del lugar y del valor que tuvo de soportar al ver a tan horrible criatura, hasta la fecha, él cree que lo que vio, fue una bruja que se estaba devorando a un niño.

 Fin.

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Tres Palomas. Cuento por Adán Salgado

 

TRES  PALOMAS

Por Adán Salgado Andrade 

Juan, el “Diablo”, dio un fuerte ronquido y despertó. Su camisa de manta, amarillenta de mugre y sudor, lucía grandes manchones ocres de sangre seca.

Se quedó dormido en el piso de tierra. Ni el frío sintió por la borrachera, con aguardiente, que se puso la noche anterior. La hinchazón de su cara, denotaba los efectos de la cruda: las facciones se le deformaban y los ojos se achicaban, rasgándose; daba miedo encontrárselo borracho o crudo. Por eso, en el pueblo, le decían el “Diablo”.

Echó una mirada a su alrededor. Juana, su “vieja”, la “Diabla”, estaba boca abajo, tirada en el piso también, todavía durmiendo. Sólo su pausada respiración, la distinguía de los cadáveres de dos hombres jóvenes y una anciana, reposando en medio de secos charcos de sangre.

Juan se paró. Se acercó a Juana y, con la punta de su enhuarachado pie, la movió, empujándola del hombro:

-Juana, Juana, ya... alevántate.

Juana se dio la vuelta y quedó boca arriba, pero sin despertar.

-¡’Ora, Juana, ya, alevántate! – volvió a insistir Juan.

Juana se desperezó. Se talló los ojos, dando un gran bostezo. La blusa negra, sucia también, estaba salpicada de sangre, pero no se notaba tanto como en la falda, azul marino, de uniforme escolar, que alguna vez le regalaron.

-¿Qué...? – preguntó con desgano.

-¡Ya, alevántate, Juana... ya me dijeron ‘on ‘tá el dinero... hay qu’ir a buscarlo, ‘púrate, ya me dijeron ‘on ‘tá! – Juan exclamó, contento.

Miró a los tres muertos: su mamá y sus dos hermanos menores. No sintió el más mínimo arrepentimiento por haberlos matado a machetazos, menos en ese instante, en que ya, el “charro”, le había dicho en dónde Juan ¡encontraría una olla llena de dinero!

Juana dio otro bostezo y se sentó.

De reojo, miró a su suegra y a sus cuñados, muy poco, pues no aguantó verlos todos macheteados.

La mujer, tenía un profundo tajo en el rostro, en diagonal, que le destrozó los labios, la nariz y el ojo izquierdo. El que le quedó, lo tenía abierto. A Juana, se le imaginó que la miraba con él, muy severa, y hasta sintió temor. El pelo blanco de la anciana, quedó restregado en el lodo sanguinolento, que se formó con su propia sangre.

Ella, fue la última en caer.

Juana levantó la vista hacia Juan, como reprochándole.

-Ni sintieron... ‘taban repedos – murmuró el Diablo, a manera de consuelo.

Juana volteó a mirar de nuevo los cadáveres. No sentía “feo”. Al contrario, a su suegra la odiaba, siempre la estaba “friegui y friegui”, y muchas veces le pegó con un leño. Con los cuñados, igual, pues la trataban muy mal y uno, hasta “se la cogió”, pero ni le dijo a Juan, “pa’ que no se pelien”.

Juan se llevó la mano izquierda al ralo bigote y a alisárselo; a pesar de tanto tiempo de no rasurarse, ni siquiera le llegaba al labio:

-Pus con lo que nos encuéntremos, nos vamos pa’l otro lado, Juana.

Juana encogió los hombros, mirando a Juan.

-Pus a’i tú, Juan... a ver si no t’agarran – dijo, bajando nuevamente los ojos – ... ¡pa’ qué los matastes!

Juan contempló por un momento los cuerpos y exclamó:

-¡¿Pus qué no ves qu’aquél quería tres palomas?!

-Pus a ver si no t’agarran, Juan.

El Diablo fijó la vista en Chona, su madre. “Pus es qu’eran tres palomas, ma’ – le dijo mentalmente, como justificándose – ... ni modo que m’echara a la Juana... luego quien los iba cuidar los ‘scuincles...”

En la mesa de madera rústica, sin cepillar, toda floja, inclinada hacia un lado, había una botella de “Domec”, ya sin etiquetas, “pelona”, conteniendo un poco, no de brandy, sino aguardiente y dos vasos blancos de plástico, uno volteado.

Juan se acercó. Tomó la botella por el cuello y se echó “un buche”. Sintió el “ardorsito” del alcohol en el “gañote” y, luego, “calientito” en el estómago.

-¡Aaaaah...! – bufó Juan.

-¡No te vayas a’nborrachar otra vez, Juan! – gritó Juana.

-No... que me voy’nborrachar.

-Pus ‘tabas pedo cuando los matastes, cabrón...

Juan se quedó callado. Sí, estaba borracho cuando se puso a machetearlos... y también había tomado “un chingo d’aguardiente” cuando, unas noches atrás, tuvo ese sueño...

Juan estaba en la sala de una antigua casa, que nunca había visto antes, muy elegante, con muebles finos, cuadros en las paredes y tapetes europeos. En el centro, había una mesa muy larga, hecha de gruesa madera tallada, rodeada por doce sillas de respaldo alto, muy sobrias. Él, estaba sentado en uno de los extremos. En el otro, había un hombre vestido como, a Juan se le figuró, “mariachi”, con traje negro y un sombrero de ala ancha, del mismo color. Era de piel blanca, con bigote y barba de “chivo”. Lo miraba enigmático, triste.

“Dame tres palomas, Juan, y te voy a dar mi olla de monedas de oro que enterré hace muchos años – le dijo, con un acento español –, pero me tienes que dar tres palomas...”

Y ahí se despertó Juan, muy borracho todavía.

“¡’Tás borracho!”, le gritó Juana cuando, acostado en el petate, Juan le contó el sueño. “¡Pero me dijo que si le daba tres palomas, me daba un’olla de dinero, Juana!”, insistió el Diablo.

“¡’Tás borracho!”, volvió a decir Juana, saliendo del humilde cuarto de ramas y láminas de cartón, en donde vivían. Mejor se fue a robar unas mazorcas con qué hacer las tortillas para que ellos y sus siete chamacos comieran.

Pero Juan ni se levantó. Se quedó en el petate, pensando muy seriamente en la petición del hombre del “sombrerote”. “¡A ver si puedes robarte una gallina, Juana!”, gritó, más preocupado por su sueño que por buscar el diario sustento.

Y, desde ese día, Juan no paró de repetírselo a Juana y de maquinar la manera de conseguir las “tres palomas” exigidas por el “charro”, como así llamaba a aquel hombre. Sí, pensaba el Diablo, eran tres “muertitos”, a cambio de la olla de dinero. Le dio vueltas y vueltas al asunto, pero era difícil, ya no matar a tres, sino a uno en el pueblo. Y, luego, irse a otro lugar a “echárselos”, pues era más complicado, porque, le decía Juana, “ni gallinas matas, Juan”, para ver si se olvidaba de sus “tarugadas”.

Pero cuando él y Juana fueron a ver a Chona, la madre de Juan, y a Rufino y a Merced, sus hermanos, al apartado jacal, metido en el cerro, de adobe, madera y tejas, para “ ’charse un aguardiente” por el cumpleaños de la señora, aquél, con las copas encima, vio la ocasión, como la oportunidad tan buscada.

Era ya muy noche cuando Juan, “pedísimo”, pero no tanto como su mamá, quien se quedó dormida sobre la mesa, y sus hermanos, quienes se tiraron en el piso, se levantó, medio tambaleándose, y caminó hacia una esquina del cuarto, en donde había, recargados, dos machetes. Tomó uno, el que consideró más filoso, y, luego, se dirigió hacia donde estaba Rufino.

Juana lo vio, pero el alcohol apenas si la hizo reaccionar ante lo que su “viejo” iba a hacer. Cuando se dio cuenta, aquél ya le había metido un fuerte machetazo, a pesar de su borrachera, a Rufino, en el cuello. El muchacho, apenas si se convulsionó, mientras un chorro del rojo líquido saltaba, empapando el piso y manchándole la camisa a Juan. Ni tiempo tuvo, de darse cuenta, de que había muerto. Luego, el Diablo, se fue contra Merced, quien estaba boca arriba. Con éste, a Juan le falló la puntería, y el primer machetazo le abrió el hombro. Merced despertó, “pegando chicos ojotes” del tremendo dolor y de la sorpresa, a pesar del adormecimiento de la borrachera. El segundo machetazo le dejó un tajo en el cuello, el cual le abrió la yugular. Merced apenas si intentó curarse el mortal dolor con las manos y detenerse la sangre, que le cubrió la cara, el pecho y tiño de rojo su desabotonada camisa, de cuadros blancos y azules.

Quién sabe qué sentiría Chona, pues se despertó cuando Merced exhalaba su último suspiro. “A lo mejor mi jefa sintió que s’iba ‘morir”, pensó Juan. La mujer se le quedó mirando, como ida, creyendo que estaría soñando y que esos macheteados, tirados en el piso, no eran reales. “¡¿Qué ti trais, Diablo?!”, medio balbuceó, pero ya su hijo le sorrajaba el machete en plena cara. La mueca de espanto de Chona, mientras caía hacia atrás, se ocultó con su sangre, pero el ojo abierto, sorprendido, reprochante, quedó limpio. Juan, ni siquiera se atrevió a cerrarlo, temeroso, seguro de que era el regaño de su madre por habérsela “’chado”.

“¡¿Qu’hicistes, Juan!? – toda tambaleándose se levantó Juana, espantada, a pesar de sentirse tan borracha – ... ¡los matastes, cabrón...!

“¡Pus ‘cuérdate qu’eran tres palomas, Juana”, dijo Juan, justificándose

Juana, nada más movió la cabeza.

Después, el Diablo se sentó. Todavía él y la Diabla, se echaron otros “buches” de aguardiente, luego de lo cual, terminaron dormidos en el suelo, seguro Juan de que ya, el “charro”, le diría esa noche en dónde estaba la olla de dinero...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

II

 

Juan remaba vigorosamente en la balsa hecha por él mismo, con cinco largos troncos, sujetados por dos palos, los travesaños, atados con gruesos mecates, medios podridos ya. Normalmente, la empleaba para ir a pescar o para pasear a los ocasionales visitantes de la laguna y, así, obtener algo de dinero extra, pues lo ganado como peón, era insuficiente para darles de comer a “la Juana” y a los siete “chamacos”.

Juana iba sentada detrás del Diablo, preocupada de que alguien fuera a encontrarse a su suegra y a sus cuñados muertos.

Para disimular el crimen, los acostaron sobre los petates y los taparon con cobijas, hasta la cabeza. De todos modos, Juan atrancó ventanas, puertas, y soltó a los perros. “Pa’ que crean que no hay nadien, Juana”.

Juan enfiló la balsa al otro lado de la laguna, en donde estaba la “cueva encantada”, como la gente llamaba a esa gruta, de la cual, ninguno salía vivo, si osaba meterse. A Juana, le pareció una locura entrar ahí, pero Juan le aseguró que adentro estaba el dinero. El “charro”, se lo había revelado en el sueño de la noche anterior, ya cuando Juan le entregó las “tres palomas”.

El hombre vestido de negro, sentado de nuevo en el extremo de la gran mesa, le dijo: “Bueno, Juan, ya me diste las tres palomas que te pedí. Ahora, voy a cumplirte. Ve a la ‘cueva encantada’. Entra hasta el fondo y, ahí, debajo de una gran piedra, hallarás el oro que te prometí... es tu recompensa por haberme liberado de mi calvario, muchacho...”

Ahí se terminó el sueño.

Juana le seguía diciendo “’Tás borracho, Juan, ‘tás borracho”. Aún así, la terquedad de su “viejo” la convenció de ir a la cueva, a pesar de que, en una situación normal, de “majes” se hubieran atrevido, pero la carga de los tres “muertitos”, era una fuerte presión para ellos.

Juana miraba las ondas dejadas por los remos, en el agua.

Se acordó de cuando Merced la violó, hacía meses. Como no sabía si se iba a embarazar, luego luego le dijo al Diablo “tengo ganas, Juan”. Apenas habían pasado tres semanas del último hijo, pero, era mejor, pensó, quedar “otra vez panzona”, a arriesgarse a que su “viejo” la matara a patadas, por andar de “cabrona puta”. Milagrosamente, la Diabla no se embarazó ni de Merced, ni de Juan. Se preocupó un poco, pues ella “a las primeras” se preñaba. “Ojali no ‘sté’nferma”, reflexionó. No quería perder su capacidad reproductora, menos con Juan, orgulloso de que “mi vieja es regüena pa’ los chamacos”.

“Pus ojali haiga dinero – pensó Juana, mientras veía remar al Diablo – pa’ que sálgamos de pobres”.

Y no sólo era salir de pobres, pues después de los asesinatos, era forzoso irse del pueblo, consideró, porque, si no, la gente se enojaría mucho y tal vez hasta los matarían a ellos.

-¡A’i ‘stá, Juana! – la sacó de sus reflexiones la exclamación de Juan.

Se acercaban a una orilla, más allá de la cual, se veía, medio escondida por ramas y arbustos, una entrada natural.

En ese momento, Juan ni se acordaba de los rumores pregonados por la gente, de que en esa cueva, el “chamuco”, atrapaba a cuanto se aventurara a meterse.

En su mente, sólo estaba la idea de hallar el dinero y largarse con la Juana y los chamacos “pa’l otro lado”. De “pendejo” se quedaría, nada más para que lo llevaran a la cárcel, si bien le iba, o lo mataran los del pueblo a “piedrazos”, como hacían con los rateros. Pero él había matado a su madre y a sus hermanos , lo cual era “pior”.

Juan sacó una “botellita” de aguardiente, de su morral y le dio un largo trago. La cargaba a todas partes. Casi siempre, su estado natural, era andar “pedo”. Muchas veces, Juana se espantaba por los “chicos gritotes” emitidos por el Diablo, debido a sus alucinaciones producidas por el alcohol, más, cuando los agarraba a trancazos a ella y a los “chamacos”, quienes, asustados, lloraban, y aquél les gritaba “¡cállensen, cállensen, cabrones, no ‘stén chillando!” y más les pegaba.

Casi de inmediato, sintió un ligero mareo y, después, ese estado de enervamiento, gracias al cual, olvidaba su difícil existencia. “Pos ojali m’encuentr’el dinero”.

La balsa encalló. Juan saltó a la orilla, muy ágil, como siempre lo hacía. Ni se molestó en ayudar a Juana a bajar, la cual, se debió “mojar las patas” para hacerlo.

-¡Ora, vente, Juana, vamos ‘ntrar!

-¡Yo tengo retiharto miedo, Juan! – exclamó Juana.

-¡’Ora, vente, no sias miedosa!- insistió el Diablo.

Juan, sacó el “foco”, tomado de la casa de su madre, lo prendió y verificó la luz, la cual brilló, con mediana intensidad.

-‘Ora, vente, Juana! – volvió a decir y ambos, él por delante, haciendo a un lado ramas, penetraron en la cueva...

 

III

 

La débil luz de la lámpara, apenas si alumbraba.

Juana y Juan, llevaban mucho caminando por el túnel.

Varias ocasiones, estuvieron a punto de resbalar por las piedras lisas y mojadas del sendero, sobre todo Juan, pues ya estaba borracho otra vez.

-¡Más p’alantito, más p’alantito! – exclamaba su ebria voz, vibrando cavernosa, diabólicamente, por el eco de las pétreas paredes.

-¡No, Juan, mejor ‘amos a regresarnos! – gritaba Juana, casi chillando, espantada por el imponente reflejo rocoso de su propia voz.

-¡No, ‘amos a seguirle, Juana – insistía Juan, terco, a quien, de repente, se le apareció el “charro”, sonriéndole, diciéndole “van bien, Juan, van bien” – ‘ira, ‘ira, a’i ‘tá el charro, a’i ‘tá, dice qu’es por a’i...!

Juana volteaba para todos lados, a ver si veía algo, pero nada.

Así, durante otro rato, siguieron caminando, hasta que la luz de la linterna casi se apagó.

Por su borrachera y la falta de iluminación, Juan, ni cuenta se dio cuando Juana, menos resistente al aire tan enrarecido,  se desmayó y se quedó tirada.

Ni tampoco Juan advirtió el final del camino. Cuando sintió, ya rodaba por un barranco subterráneo.

Mientras se le partía la cabeza, se le fracturaban los huesos, se le abrían piel y músculos por los golpes contra las filosas rocas, se le apareció el “charro”.

“Síguele, Juan, síguele, vas bien, vas bien”, le dijo, muy comprensivo, a Juan, antes de que éste, ya muerto, tocara fondo...

 

 

FIN

 

 

 

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Remando. Cuento por Adán Salgado

 

REMANDO

Por Adán Salgado Andrade

 

Petra y sus cuatro hijos, remaban a todo lo que daban, ella, con el remo de la canoa y, Juan, Nicanor, Pablo y Luis, con improvisadas, largas varas, que habían cortado con los machetes.

Las niñas, Adela y Zenobia, las más chicas de sus seis hijos, pretendían impulsar también la canoa con sus manos.

Petra volteó, para mirar hacia atrás. Distinguió la lancha en donde iban los matones que los perseguían.

Petra, a pesar del peligroso momento que enfrentaban sus hijos y ella, iba llorando. No pudo evitar acordarse, de nuevo, de la golpiza que le propinaron, con puñetazos y patadas, a Nicéforo, su esposo, mientras le gritaban una sarta de insultos… “¡Te metistes con el patrón, cabrón indio!”, “¡Querías echarle a l’indiada!”, “¡Pero te vamos a partir tu madre, indio patarrajada!”…

Petra, gracias a su excelente vista, había reconocido a Justiniano, el capataz de don Vicente, como uno de los que golpeaban a su marido.

En ese momento, le había arrebatado el charpe a Juan, que estaba cazando pájaros. Ella, muy experta, desde “chiquitita” a usar los charpes, que hacían con varas en “Y” y tripas de gato, aprestó el instrumento, tomó una piedra de buen tamaño y, a pesar de estar a  más de 200 varas de distancia, afinó muy bien la puntería, estiró lo más que pudo la cuerda, y la soltó…

Un leve silbido se escuchó y, pocos segundos después, uno de los matones, a quien la piedra golpeó mortalmente en la sien, cayó, inmóvil…

Los otros, dejaron de patear y golpear a Nicéforo, para asistir a su abatido compañero, volteando para todos lados, con tal de distinguir al culpable de la artera acción. Uno de ellos, apenas si alcanzó a ver cómo se escabullían entre la milpa Petra y sus hijos…

“¡A este, me lo chingan, y les queman el jacal!”, ordenó, mientras marchó con otros hacia dónde había visto escurrirse a aquellos “indios”…

Mientras tanto, Petra y sus hijos, corrían a todo lo que podían, hasta alcanzar el embarcadero, en donde, sin demora, subieron a la canoa de su esposo, la que usaba para llevar maíz, frijoles, flores… y otras cosas hasta la capital, en un viaje que le llevaba todo un día, salir a las tres de la mañana y llegar más allá de las diez de la noche…

“Agarren unas varas”, les dijo Petra a sus muchachos, quienes cortaron algunas, con sus machetes, despojaron de las hojas y, con ellas, también se pusieron a remar…

Petra sabía que tenían cierta ventaja, pues estaban algo lejos, cuando los descubrieron, pero sospechaba que no podrían durar tanto, remando sus hijos y ella…

 

-¡Oralí…denli, denli… - gritó, desesperada Petra, volviendo su vista hacia delante…

Todos, con manos o varas, redoblaron sus remares, intuyendo que, si no lo hacían, los matarían como habían hecho con Nicéforo…

A veces, les tiraban uno que otro balazo, pero iban muy retirados, no había que temerles mucho, todavía, razonaba Petra…

Pero, pronto, les darían alcance…

Sólo esperaba encontrarse a su comadre Leandra, que le había dicho que, cuando necesitara ayuda, la buscara por el canal del Ahuehuete…

Y era lo que trataba de hacer, dirigirse con sus hijos hacia allá…

Aunque, en realidad, no sabía cómo podría ayudarla Leandra, mujer viuda, con siete chamacos, bajita de estatura y algo gorda…

Pero la buscaría pues, en ese momento, cualquier oportunidad de zafarse de los pelones, debía de aprovecharse…

“Pos a ver si l’encontramos, comadre”, pensó Petra, mientras redobló su remar…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

II

 

Días antes de la mortal golpiza que le propinaron, Nicéforo había reunido a los peones de la hacienda “El Ajolote”, cercana al pueblo de Xochimilco, para darles otra aleccionadora plática

Esa hacienda, era propiedad de don Vicente de la Góngora Díaz, primo de don Porfirio, quien, quizá por ese parentesco, trataba brutalmente a sus trabajadores, a los que, ni de comer bien, daba, siendo los “alimentos”, la mayor parte del tiempo, las sobras que salían de la cocina de la hacienda cada día, mezcladas con algunas tortillas duras, carne rancia y verduras podridas… ¡y, eso, hasta el final del día, cuando todos en la casa de don Vicente, habían comido!...

No contento con eso, los castigos para el que osara quejarse, eran abusivos, propinando el capataz de veinte a cien azotes, según fuera el “delito”…

¡Y a quién osara escaparse, le echaban unos “perrotes” muy bravos, que despedazaban, sin misericordia al prófugo!...

Nicéforo era el único peón que tenía permitido irse a su casa, localizada en las orillas del lago, los sábados por la tarde, para regresarse el lunes, muy temprano, sobre todo, porque era el único que tenía su “jacalito, en dondi pasármila”…

Había estado organizando, desde meses atrás, una rebelión de todos los peones, que tomaran pacíficamente la casa de don Vicente, para que éste atendiera su petición de que les diera de comer mejor y que les disminuyera dos horas el trabajo, pues lo hacían de cuatro de la mañana, hasta las ocho… y se daban cuenta que con que trabajaran hasta las seis de la tarde, era más que suficiente, cuando todavía estaba el sol y podían ver bien lo que hacían, como cosechar el maíz, las naranjas, los aguacates, el frijol, preparar la tierra para nuevas siembras, cuidar del ganado, cortar leña, acarrear agua… y todo cuanto esos cincuenta peones tenían que hacer diariamente, supervisados por Tomás y Justiniano, los duros capataces que cumplían, muy felizmente, el castigo que debían de dar a alguno que cometiera una falla que ameritara azotes.

-Pos les digo que si ansina no l’hacemos como les digo, nos van seguir haciendo que trabájemos hasta en la nochi… y nos van seguir dando las sobras y nos van seguir azotandu…

-¿Peru… entons’… le cayemos en su casa y los encerramus? – preguntó Telésforo, uno de los peones.

-Ansina meritu – respondió Nicéforo –… yo creyo que por el miércoles de l’otra semana… porque s’ansina no l’hacemos eso, pos nos va seguir tratando peor que como perrus…

-Pos no como sus perrus – comentó irónico Juan, otro de los peones, pues veían los buenos pedazos de carne que los capataces daban a los doberman, a los que tenían cerca de todos durante el día, como intimidándolos de que si se portaban mal, esos perros los harían caer en razón…

-Pos ‘tá visto que no com’esus perros – aclaró Nicéforo -… peru como perros flacus de rancho…

Todos asintieron.

Rómulo, el más viejo de los peones, próximo a cumplir cuarenta y cinco años, se apartó, como siempre hacía, del grupo, pretextando que iba a “echarse una miada”…

Se internó por entre los árboles de aguacate que había cerca y se encontró con Justiniano, uno de los capataces, quien, sin hacer ruido, estaba muy escondido entre altos matorrales…

El capataz emitió un ligero silbido y Rómulo se acercó al escondite, viendo salir a Justiniano:

-Pos ya cantó… dici qu’el miércolis…

-Pinche indio – vociferó en voz baja el capataz –… pero ‘hora que lo enfriémos, se les va quitar a todos, andar de revoltosos… van’ver…

Sacó de su bolsillo cinco monedas de plata, de a peso, cada una, y se las extendió a Rómulo.

“Diez días de fainas”, pensó el peón, sonriendo por ver “tanto dinero” junto…

-‘Tá güeno, patrón – dijo, retirándose al momento…

“Sí, nos vamos a quebrar a este cabrón indio revoltoso”, pensó Justiniano, caminando algunas varas, hasta donde estaba su caballo, un brioso alazán…

Lo montó, espoleándolo de inmediato, suavemente, con lo que el animal entendió que debía de partir del lugar lentamente…

 

Más tarde, Justiniano le comunicaba a don Vicente los planes de la “indiada”…

-¡Ah qué indio tan ladino… ese me lo matas frente de su familia, para que entiendan que con don Vicente, nadie se inmiscuye, Justiniano!...

-¡Sí, patrón, lo vamos’ir a buscar a su jodido jacal… y lo vamos a matar como perro sarnoso!...

-¡Sin misericordia!

-¡Si, patrón! –, sentenció Justiniano, enfático, saliendo del lugar…

Don Vicente, se quedó solo en su despacho, pensando en que su primo Porfirio, debía de poner más cuidado con la indiada, que podía salírsele del huacal en cualquier momento. Apenas hacía dos años, en 1880, había tomado cargo como presidente, y ya, mucha gente, había estado revelándose. “Si, Porfirio, debes de poner más rurales y soldados a vigilar a la indiada”, le recordaba, cada que iba a la capital, al castillo de Chapultepec, a visitarlo, con su esposa y cinco hijas, en su carruaje francés.

Porfirio, sólo se quedaba callado y asentía…

Y ahí estaba la evidencia, con ese indio de Nicéforo, pretendiendo tomar su casa, para exigir que les dieran mejor de “tragar”… “Cabrón indio taimado”, pensó, con coraje.

-Vicente, a cenar – oyó la autoritaria voz de Josefina, su mujer.

Apagó el quinqué y se dirigió al salón, para degustar pan, tamales, chocolate y café, muy bien preparados por Chona, su cocinera de muchos años…

-Ya voy…

 

III

 

Las callosas manos de Petra, seguían remando, sin descanso.

Sus hijos, menos acostumbrados, mostraban signos de agotamiento, pero se esforzaban.

Volvió a voltear Petra…

Sí, se veían más cerca los matones de don Vicente…

Más atrás, se veía la columna de humo, proveniente del incendiado jacal…

También por eso lloraba Petra, pues todo ya estaría quemado, su ropa, sus cositas, sus petates, sus trastes y sus ollas de barro, sus santitos, sus ceras…

Todavía faltaba algo para alcanzar el canal del Ahuehuete…

-¡Denli, denli… que nos alcanzan! – gritó, mientras, ella misma, se esforzaba por continuar con el ritmo de la remada…

Sabía que los matarían si les daban alcance, como habían hecho con Nicéforo…

 

No sabía Petra si había sido providencial o funesto, que Nicéforo los hubiera mandado a cazar unos patos, “pa’ que vayan a Chalco, a venderlos”, les había dicho…

Petra, como era domingo, se llevó a todos, hijos e hijas, para que les sirviera de paseo. Juan, de doce años y Nicanor, de diez, eran muy diestros, con los charpes, para cazar patos. Se habían subido todos a la canoa, para acercarse a las parvadas que se posaban sobre el lago. Disparaban a los que estuvieran más alejados del conjunto, con tal de no espantar a los otros. Luego, remaban hasta allá y Juan, se aventaba al agua, para cogerlos y sacarlos…

Ya llevaban más de diez, cuando Petra le dijo que había oído voces…

Remaron a la orilla, amarraron la canoa, y se dirigieron hacia su vivienda de adobe y techo de paja…

Y, desde lejos, como todo “s’oyía bien” en ese silencioso paraje, en donde estaba su jacal, Petra escuchó los gritos de los matones de don Vicente, comandados por Justiniano y Tomás, sus capataces…

Fue cuando les dijo a sus hijos que se escondieran, y que le pidió a Juan que le prestara su charpe, con el que había disparado certera, mortal pedrada, a uno de los matones…

Luego, regresaron a la canoa…

 

Allí iban los diez patos que habían cazado ese día…

Estaban junto a los pies descalzos de Juan, quien se esforzaba con la rama que usaba como remo, para impulsar la canoa. Gracias a la habilidad de Petra, se mantenía aquélla, casi en línea recta, remontando las aguas a buena velocidad…

-¡Si nus alcanzan, nus matan! – exclamó Juan, con tal de que todos renovaran sus esfuerzos, pues se iban acercando los matones y los balazos, se oían más cercanos.

Petra volteó a mirarlo:

-¡Peru ansina que no nus matan!... – gritó, para animarlos a todos…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

IV

 

Nicéforo, mientras Petra y los chamacos se iban a cazar patos, se puso a echar tortillas.

No le daba pena decir que sabía moler el nixtamal y echar tortillas. “Pos si no tienis mujer, pos ni modo que no traguis tortillas”, decía a los que se burlaban de él, de que eso era “sólo pa’ viejas”…

Y le quedaban muy bien, muy blancas, con el maíz que cosechaba de su “milpita”, que sembraba en una “tierrita” que le había dejado su padre, Melquiades, “qu’a ver cuánto nos dura, porque siempre me la quierin arrebatar”, decía Nicéforo, con tono de resignación y de preocupación, pues, sobre todo, si un hacendado, como don Vicente, le “echaba el ojo”, era casi seguro que la perdería…

 

Ya llevaba medio tlaxcalli de tortillas, cuando irrumpieron a la vivienda varios hombres, comenzando con Justiniano:

-Así te queríamos agarrar, pinche indio manflora… todavía qu’andas de revoltoso, eres manflora…’chando tortillas – le gritó aquél, con lo que todos rieron por el “chiste”…

Un culatazo en el rostro, lo tumbó hacia atrás:

-¡Hijo de la tiznada! – le gritó Justiniano…

Nicéforo, sangrando copiosamente de nariz y boca, no se amilanó. Pensó en su familia, en que “ojali, quiera Dios” se dieran cuenta de que peligraban sus vidas si regresaban, que percibieran que allí estaban esos matones y que seguramente se los “’charían a todos”:

-¡Pos serás güeno con todos tus matonis, Justiniano!… – tuvo ánimos y fuerzas para gritar.

-¡Cállese, pinche indio ladino – gritó el enfurecido capataz, propinándole una brutal patada, de nuevo en el rostro, lo que incrementó las hemorragias, además de que casi le había reventado el ojo izquierdo –… sáquenme a este desgraciado revoltoso! – ordenó a los otros diez hombres, junto con Tomás, que lo acompañaban en su escarmentadora labor…

Lo sacaron del jacal, poniéndolo en medio del espacio que había entre un gran pino y la entrada de la vivienda.

-¡Agárrenmelo! – gritó Justiniano.

Dos hombres sujetaron a Nicéforo de los brazos.

Justiniano, haciendo pleno uso de sus conocimientos de golpeador profesional, tomó vuelo para dar el primer izquierdazo a la quijada de Nicéforo…

Luego, fue un derechazo…

Izquierdazo…

Derechazo…

Izquierdazo…

Derechazo…

 

Luego de varios minutos en que Justiniano desquitó todas sus frustraciones, más que castigarlo, en Nicéforo, dejando una tumefacta, sanguinolenta “cara”, ordenó que lo mataran “a patadas, como perro rabioso”, lo que sus eficaces secuaces hicieron sin perder tiempo…

-¡Así, mátenlo al desgraciado indio revoltoso! – gritaba Justiniano…

De repente, se escuchó un sonido seco, y algo que reventó…

Uno de los hombres que había estado sosteniendo a Nicéforo de un brazo, caía de lado, abatido por una piedra que le había dado, de lleno, en su sien…

Se aprestaron a auxiliarlo, pero Tomás corrió hacia donde habría venido la pedrada y fue cuando pudo percatarse que, no muy lejos, seguramente estaría la familia de Nicéforo, y habría sido la que lanzó la pedrada.

-¡A este, me lo chingan, y les queman el jacal! –, ordenó Justiniano, mientras marchó con otros hacia dónde había visto Tomás escurrirse a los otros “indios”…

IV

 

Habían entrado al canal del Ahuehuete.

Petra recorría muy frecuentemente esos lugares. El lago de Xochimilco, era sagrado para ellos, pues, además de que podían remar por allí para ir a varios lugares y pueblos, pescaban, cazaban patos, sacaban algas…

Sí, era muy preciado y por eso, lo cuidaban mucho, no tiraban basura, habían hecho una letrina cerca del jacal, para no arrojar sus “porquerías” allí, y le pedían mucho a “diosito” que se los cuidara…

Petra había acompañado a su esposo, a lugares tan distantes como Chalco, la capital o hasta Texcoco, así que estaba acostumbrada a remar bastante…

Pero eso no sucedía con sus hijos, quienes, a excepción de Juan, remaban lentamente, sobre todo sus hijas, que, cansadas, habían sacado sus manos del agua y estaban concentradas en ver a los matones acercarse cada vez más…

Debían pasar de las siete, pues la luz del sol se iba escondiendo tras el montañoso horizonte…

“¿Peru ‘onde ‘stará mi comadri Leandra?”, se preguntó Petra…

La comadre Leandra, junto con su “dijuntito” esposo Jacinto, le habían apadrinado, de bautizo, a Juan y a Nicanor.  Pocos se animaban a ser padrinos, pues no podían pagar los ¡cinco pesos! que exigía, como pago, el padre Pedro, de la iglesia de Xochimilco, por bautizarlos.

A los otros cuatro, los dejaron sin bautizar, pues al compadre Jacinto, también lo habían asesinado los matones de don Vicente, porque, según, le había robado ganado…

Pero no era cierto. Nicéforo se puso a investigar y descubrió que Justiniano había sido el ladrón. Y lo había amenazado que, cuando menos lo pensara, lo acusaría con don Vicente. “No tienes pruebas”, le espetó Justiniano. Sólo había estado esperando la oportunidad para “echárselo” y las acciones “subversivas” de Nicéforo, le dieron el pretexto perfecto para hacerlo y, silenciar, así, al que le sabía sus triquiñuelas…

 

La lancha en donde iban los seis matones, comandada por Justiniano, iba acercándose, más y más…

-¡Rémenle más rápido, cabrones… no quiero que se nos pelen!

 

Petra, muy espantada, pues a cada rato volteaba, comenzó a inquietarse…

“Pelaba” los ojos para todos lados, a la orilla derecha, a la izquierda… ¡nada!...

Casi anochecía, pero seguramente les darían alcance y los matarían…

-¿¡Comadri… comadri… ‘ondi ‘tás!? – gritó…

De repente, escuchó unos silbidos, así, como cuando ella se ponía a disparar su charpe…

Vio una lluvia de piedras y flechas dirigirse hacia la lancha en donde iban los matones…

Éstos, hicieron algunos disparos… pero, muy pronto, las recurrentes cargas de flechas y pedradas, fueron matándolos certeramente, al golpearles piedras o clavarse, flechas, en cuerpos y cabezas…

La lancha, a falta de remeros, fue perdiendo velocidad y a distanciarse…

Justiniano, con una flecha clavada en uno de sus ojos, parecía mirar al horizonte, con el que le quedó abierto…

 

En la orilla derecha, apareció una minúscula figura, apenas visible entre la penumbra:

-¡Comadrita, comadrita, remen p’acá! – gritó Leandra, la que, después supo Petra, comandaba la guerrilla “Mujeres y sus hijos unidos”, para defenderse de hacendados y catrines abusivos…

 

 

 

 

Pasaban de las diez de la noche, cuando Petra y sus hijos, arropados con zarapes y cobijas que su comadre Leandra le había proporcionado, se calentaban junto a una buena fogata. Habían cocinado algunos de los patos que Juan había cazado…

Petra, llorosa, le había contado a Leandra, la forma tan vil en que habían asesinado a Nicéforo…

-¡Lo mataron como a perro rabioso, comadri, a patadas y puñetazos!...

-Sí, comadrita… así me mataron a mi Jacinto… ¡pero mañana va’ver ese jijo de Vicente…

Ya le había platicado que, cuando Justiniano había matado a golpes a Justiniano, por el falso delito de haberse robado unas vacas, juró que se vengaría, no sólo de él y de su patrón, sino de todos esos “jijos” que “nada más nos andan mati y mati, comadri”, y que, por eso, había platicado con todas las viudas de peones asesinados y se habían unido. Se pusieron a hacer charpes, arcos y flechas… y, de vez en cuando, cuando atacaban a algunos matones de los hacendados de por ahí, les quitaban sus armas…

Sí, al día siguiente, emprenderían el camino a la hacienda “El Ajolote”, propiedad de don Vicente de Góngora Díaz, para hacerlo que “pagara sus pecados”…

 

 

 

 

 

 

 

 

V

 

Don Vicente cenaba con su esposa e hijas.

Se le veía preocupado, pues el saber que no habían regresado seis hombres, entre esos, Justiniano, de “arreglar las cuentas” con Nicéforo, le quitó la tranquilidad…

Tomás se lo había contado y cómo se habían “despachado” al “indio revoltoso”…

“Yo creo que agarraron pa’ Xochimilco, aprovechando el viaje, patrón”, le dijo, para calmarlo…

Pero el mismo Tomás, no estaba tan seguro, pues por más que esperaron allí, junto a la orilla del enorme lago, nunca regresaron Justiniano, ni los otros…

“Sólo que se haigan volteado”, pensó. De todos modos, para él, eso era mejor, pues si quedaba como único capataz, en lo que su patrón contrataba otro, le iba a pedir que le subiera el sueldo, de quince pesos a la semana, a veinte… y ni modo que le dijera que no tenía, pues sería con parte de lo que le pagaba a Justiniano…

De todos modos, don Vicente le pidió que reforzaran la seguridad…

 

Leandra y Petra, iban al frente. Aunque Petra no tenía experiencia en eso de las “cosas de soldados”, tenía mucho coraje, más que tristeza, contra el tal don Vicente…

Eran muchas a las que habían dejado viudas los matones de hacendados, quienes, por cualquier pretexto, habían asesinado a sus esposos, el más reciente “mi compadritu Nicéforo”, lamentó Leandra, quien había hecho un rosario, con todas las presentes, la noche anterior, antes de dormirse todas en petates, bien tapadas con cobijas y zarapes, dentro de un jacal que se habían hecho, en medio del bosque, para guarecerse…

Las más de cincuenta mujeres, acompañadas de todos sus hijos, quienes llevaban piedras y flechas extras, para cargar charpes y arcos, avanzaban sigilosamente, arrastrándose entre la maleza, para no ser vistas por los hombres del “pela’o” ese de don Vicente…

Petra, con su muy buena vista, se había percatado de que vigilaban la entrada de la hacienda, montados en sus caballos…

Siguieron avanzando, hasta alcanzar distancia de tiro…

Leandra oyó que los perros comenzaron a inquietarse… no podían perder más tiempo

Gritó terriblemente, para imprimir más sorpresa al ataque, mientras todas, levantadas ya, tiraban charpes o flechas certeramente, tanto a perros, como a hombres…

Los cuatro canes, espantados por flechas y pedradas, huyeron a campo traviesa…

Los seis hombres, incluido Tomás, cayeron y, sólo uno, alcanzó a disparar al aire su pistola, mientras se precipitaba, sin vida, de su caballo…

-Ándile, comadri, ‘amos a ‘charnos a ese cabrón… – dijo Leandra a Petra, cargando su fusil en su hombro, feliz de no haber tenido que usarlo… ¡había que ahorrar parque!...

 

No tuvieron ningún contratiempo en entrar a la hacienda, luego de que fueron a las cabañas, en donde estaban los peones, y les dijeron que podían irse cuando quisieran…

Después, se dirigieron a la casa de don Vicente, quien, aterrado, estaba agazapado tras unos muebles que había apilado en la sala de la casa, junto con su esposa, hijas y cocinera…

Leandra, acostumbrada a traicioneras “bienvenidas”, se apostó con su comadre Petra y otras cuatro mujeres, que tenían todas rifles, a la entrada de la casa. Y gritó:

-¡Oiga, Vicente, mejor ríndasi y salga con las manos ‘onde pueda devisarlas!...

-¡Primero, sobre mi cadáver – gritó aquél, desafiante, blandiendo un revolver Colt, que recíen había adquirido en California –… ninguna india ladina va a venir a decirme qué hacer en mi propia casa…

-¡’Tá güeno! – gritó Leandra – a ver, mujeris, tráigansi pacas de zacati de la caballeriza…

Las mujeres, obedecieron y, pronto, la casa estuvo rodeada de zacate, muy seco…

-Mira, cabrón catrín… voy’contar hasta diez, pa’ que salgan tú y tu prole… y, si no, te quemo la casa… uno… dos…

 

Don Vicente casi se orina del miedo…

-¡Haz algo, Vicente, por el amor de Dios! – clamó Josefina, su mujer, mientras sus aterradas hijas y Chona, la cocinera, lloraban, muy alarmadas, pensando en que las pudieran cocinar vivas en esa casona…

-¡Está bien, está bien! – gritó don Vicente, sudando y temblando, copiosamente, mientras ocultaba el revolver en el interior de su chaqueta…

Contaba con tomarlas por sorpresa, matando a algunas y que el resto se espantara y se marcharan…

El sexagenario salió, con las manos en alto…

De repente, pretendió sacar el arma, que se le atoró con uno de los botones…

Sin pensarlo, Petra disparó el Máuser, dándole un certero tiro a don Vicente en el corazón, quien cayó, hacia atrás, fulminado…

-Pos ‘aste te lo buscates… – dijo Leandra, en casual tono…

Josefina, Chona y sus aterradas hijas, salieron de la casa:

-¡Vicente, Vicente… lo mataron, me lo mataron!... – gritó Josefina, en enloquecido tono…

-Pos nomás, pa’ que vea, cómo se siente que, ansina, nos maten a nuestrus hombris – le dijo Petra, en desafiante tono…

Mientras tanto, esposa, cocinera, hijas… todas, se arremolinaron alrededor del cadáver de don Vicente, quien, con abiertos ojos, recibió a la impredecible Parca…

***

 

Caminaban de regreso, mujeres e hijos, por el bosque, alumbrado el camino por una luna llena, que todo lo iluminaba…

Petra iba silenciosa, acompañada de sus hijos, como todas las demás…

Iba pensando en lo que su comadre le había propuesto, de que se les uniera para tomar justicia contra tanto catrín y hacendado “jijos”, que explotaban y mataban a campesinos pobres y sus familias…

Al principio, no estaba tan convencida. Pero, después de que vio que sólo mataban a los que tuvieran que matar, no lo pensó más. Sí, el que hubieran dejado vivas a la mujer e hijas de don Vicente, le pareció, a ella, muy bien. “Pos a’i, que se hagan bolas ellas”, le había dicho su comadre Leandra, en vista de que, ni las mató, ni las tomó prisioneras. “¿Pa’ qué quieri más bocas qu’alimentar, comadri?”, le dijo aquélla…

Petra, se adelantó hasta donde estaba caminando Leandra:

-Comadri… pos sí, me les arrejunto…

Leandra volteó a verla, sonriente:

-‘Tá güeno, comadrita – dijo, mientras, abrazándose, continuaron caminando bajo esa hermosa luna de octubre…

 

FIN

 

Tenochtitlan, 7 de agosto de 2020

(colección: cuentos de una sentada)

(Todavía en pandemia)

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SHITMAN. Cuento por Adán Salgado

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                            SHITMAN

Por Adán Salgado Andrade

 

Por poco, esa alienígena, convertida en guapa mujer, se encontró con Shitman en el baño de mujeres, del elegante bar lunar…

Sin perder tiempo, aquél se convirtió en mierda, de la más asquerosa posible, y se aventó un clavado al inodoro, que dejó todo salpicado de la diarreica consistencia que tomó Shitman…

La “mujer” abrió la puerta y nada más ver la asquerosa, cagada escena, vomitó, una espesa, verdosa, ácidamente apestosa vasca, que casi hace vomitar, a su vez, a Shitman. No sólo eso, sino que se hubiera convertido en su humana forma y, seguramente, la alienígena habría usado los poderes que empleaba para destruir a sus enemigos, en este caso, los humanos, quienes hacía 200 años ya habitaban la Luna.

Sí, Shitman los había visto, bueno, las había visto – pues esos alienígenas, en particular, tomaban la forma de guapas, sexis, indefensas chicas –, cómo emitían un corrosivo gas que deshacía al instante todo lo que tocaban fuera animado o no. Vio, unos días antes, cómo habían deshecho, entre tres de “ellas”, una patrulla policiaca, que las había perseguido, pues iban a exceso de velocidad en su convertible volador…

Fue llegar al Mar de la Tranquilidad, que el convertible, azul turquesa, precioso, último modelo, viró imprevistamente, y esas “chicas”, se transformaron en los terríficos seres saponoides que eran realmente y, juntos, exhalaron su mortal, corrosivo gas y terminaron deshaciendo a los pobres patrulleros y su patrulla…

Luego, convertidas de nuevo en joviales jovencitas, subieron a su convertible y marcharon con rumbo al antro La Tierra, decorado muy a la usanza del abandonado planeta, en donde ya ni las moscas podían vivir, de tan contaminado y radiado que quedó – se desató, finalmente, unos 200 años atrás, la tercera guerra nuclear, y todo lo hizo mierda, literalmente…

En la decoración había árboles, animales como perros o gallinas, algunos riachuelos que cruzaban por el piso, con algunos peces… sí, por esa circunstancia, La Tierra era de los más exclusivos antros de La Luna…

Eso habría sido un par de semanas atrás… ¡una amenaza más, de la que Shitman habría de encargarse, dado su patriótico, lunar deber!...

 

Y una de ellas, era la que por poco lo descubre en el baño, al que se había colado esa noche Shitman, esperando que alguna de ellas entrara y pudiera percibir, con su súper olfato, alguna debilidad orgánica, para atacarlas…

Como siempre, trabajaba solo, sin despertar sospechas, solitariamente protegiendo a ese noble planeta… no quería que se repitiese la historia de la Tierra, la que, por falta de héroes reales, había sido víctima de los destructivos poderes fácticos, de un puñado de pendejos que la contaminaron y, finalmente, destruyeron con 14 mil armas nucleares, que detonaron rápidamente, en una fulminante reacción en cadena…

Irónicamente, él había sido producto de esa destrucción…

Sucedió que sus padres, siendo Shitman recién nacido, lo habían envuelto muy bien en varias cobijas, y lo arrojaron a una coladera, deseando que las aguas negras lo protegieran de la explosión nuclear que, un minuto después de su desesperada acción, barrió con todo, edificios, autos, gente, jardines…

Fueron más de 300 metros de caída de Shitman hasta las aguas negras, en las que cayó y, pronto, se sumergió…

De todos modos, los efectos del estallido nuclear lo alcanzaron, pero…

Sí, el bebé que fue, no murió, sino que las aguas negras, llenas de caca, más la radiación nuclear, le dieron el súper poder de transformarse en mierda, cuando quisiera, además de que era casi inmortal… bueno, había cosas que podrían destruirlo, aunque era inmune casi a todo… o, más bien, primero debía de ver si lo era…

Y cada que algún alienígena se aproximaba para apoderarse de la Luna, Shitman averiguaba y examinaba sus poderes. Ninguno, hasta ese momento, le había ocasionado daño, excepto el corrosivo gas de las alienígenas, que, lo comprobó, le deshacía la piel, pues algo de aquél, le llegó cuando el incidente de la patrulla pulverizada, y le dejó “hoyitos” en el brazo…

Shitman fue el nombre por él adoptado, dado que nunca supo su nombre real, y sólo tuvo conciencia de sí, cuando, tendría unos dos años, despertó en medio de radioactiva mierda, mientras socorristas, los pocos que quedaron, buscaban gente para irse a establecer a la Luna, pues en la Tierra era ya inútil tratar de vivir, y lo hallaron.

Uno de ellos, un afroestadounidense, exclamó “Shit man!”… de ver que aún, todo enmierdado, el pequeño todavía respiraba y se le quedaron, para siempre, esas palabras a él en su subconsciente…

 

La alienígena terminó de vomitar, casi desorbitándosele los ojos…

Oyó Shitman, hacía rato, que la llamaban sus “amigas” Britney… ¡vaya nombrecito tan fresa!...

En ese vómito, por fortuna, Shitman sólo detectó restos de comida (asombrosamente, hasta a las quesadillas, estilo lunar, le entraban esas “mujeres”, como pudo percibir, ya que había estado sentado en la mesa de junto), mucho tequila y sangrita…

Al menos, en la cuestión culinaria, los humanos pudieron rescatar mucho de la fallecida Tierra…

Era algo que él disfrutaba mucho. Salía de su chamba, de reparar cohetes espaciales y viejas máquinas del tiempo – que sólo posibilitaban viajes al pasado en un cuarto plano, para solamente observar cómo eran los viejos tiempos. Nunca pudo hallarse un algoritmo para ver el futuro –, y todas las tardes, iba al puesto de sopes y quesadillas de doña Chona, para saborear esos ricos antojitos….

 

Shitman no detectó nada del eructo corrosivo, con el que atacaban…

Seguramente sólo cuando se transformaban en esa suerte de enormes sapomórficos deformes, entes, con enormes bolas y verrugas por toda su escamosa grisácea piel, eran capaces de hacerlo…

Era un primer punto que había que tomar en cuenta, pensó Shitman… atacarlos en su transformado estado “femenino”…

Aunque era algo que le ocasionó especial escozor, con eso de que se castigaban duramente los escasos feminicidios que, por fortuna, se daban en el planeta… habría que hacerlo discretamente…

“Yo creo que por eso se transforman en chavas”, pensó Shitman, enjuagando, como pudo, con el agua del inodoro, el vómito amarillo pus de su, en ese momento, mierdosa consistencia…

Sí, recordaba cómo, pasando su cuarto aniversario – esos años le dijeron que tenía, unos 190 años atrás – una mujer, muy parecida a la alienígena de la vomitada, le preparó un “pastel”, y todos en el orfanato, en el que vivió hasta sus quince años, habiendo aprendido el oficio de mecánico general, le cantaron Las Mañanitas, milenaria vieja canción que, sorprendentemente, todos seguían recordando tan bien…

Luego, ya cuando todos dormían, sintió una fuerte diarrea apoderarse de sus intestinos…

Fue al baño “de volada”…

Sentose en la tasa, pujó y… ¡saz!...

No se cagó, como esperaba, sino que, todo él, se volvió fluida, radioactiva mierda que se desbordó dentro y por afuera de la tasa…

¡Estaba aterrado, pues… cómo explicaría a todos su situación… que, de repente, se había cagado… más bien, convertido todo en una gran cagada, haciendo honor a esa expresión popular, contra los culeros, de que “¡Eres una mierda, cabrón!”…

Se aterró… imaginó cerrar sus ojos… si es que algo en esa mierda podría compararse a ellos… o, por lo menos, lo imaginó, y deseó con todas sus mierderas fuerzas, volver a ser el mismo Shitman de siempre…

¡Y, milagro, o sepa la madre qué había sucedido, pero su cuerpo volvió a la normalidad…!

Hasta la última partícula de suciedad se le reincorporó…

Ni su piyama se había ensuciado…

Además, se dio cuenta de que no hacía falta ir al baño cada que sintiera ganas de “hacer del dos”, pues se absorbía todo su excremento, su cuerpo así se alimentaba, de procesar la comida en bolo fecal y absorberlo…

Pero, también se dio cuenta de que, si lo quería, al ser mierda, podía convertirla en radioactiva y destruir a cuanto ser vivo quisiera…

Eso lo comprobó cuando, una vez, caminando por uno de tantos barrios bravos lunares, un grupo de gorcoranos, esos migrantes que venían del lejano planeta Gorcoro, nada más para hacer desmadres y robar, lo atacaron…

Sin saber qué hacer, sólo por probar, se concentró en enmierdarse, pero radioactivamente…

Así, su masa mierdosa radioactiva se abalanzó contra esos malvivientes intergalácticos…

Y quedaron, literal, hechos mierda…

Sí, masas muy apestosas, parecidas a lodo, pero de hedor insoportable…

De allí, Shitman se alegró de, al menos, tener poderes para combatir el mal…

Bueno, no se sintió como los súper héroes de antaño, los que, decían los historiadores, el mundo terrestre antiguo creó, con tal de, al menos en los cómics, poseer personajes que los ayudaran contra cósmicos enemigos y otras amenazas alienígenas…

Pero, sí, estaba satisfecho de poder enfrentarlos…

Y lo haría como un súper héroe anónimo, sin más reconocimiento que su propia satisfacción, de servir a la Luna, su patria, desde hacía casi doscientos años…

Eso fue otra cosa que pudo ver, que los años pasaron y seguía viéndose como de 25 años…

Un muy profundo conocedor de la arqueoliteratura, le dijo que le recordaba al personaje de Oscar Wild, un famoso, en su tiempo, arqueoescritor. Dorian Gray, le dijo aquél, que se llamaba el personaje, muy extrañado de que los años pasaran y Shitman seguía viéndose igual…

Por fortuna, nunca tuvo que dar una detallada explicación de por qué no envejecía…

Nada más decía que no fumaba, no tomaba, hacía mucho ejercicio y nada de sexo…

Y como la gente que lo conocía se iba muriendo… pues, sin problema…

Aunque, en realidad, sí tenía algo de sexo, con las eventuales novias que durante sus casi 200 años de vida había tenido…

Nada fácil tener novias en distintos tiempos, pues sus gustos cambiaban y siempre se le dificultaba a él adaptarse…

Sobre todo con aquéllas que estaban mejoradas genéticamente, cambios exigidos si se pretendía descollar laboralmente, en ese tan competitivo mundo…

Como las que poseían súper inteligencia, capaces de superar el poder computacional de las mejores laptops de moda…

Con ellas, Shitman debía mamarse la Wikisúperpedia, el Moongoogle, el Chingatube… y todas esas redes que, supuestamente, contenían todo el conocimiento humano actualizado…

De eso se ponía a hablar… de tanto descubrimiento nuevo, como la mejora para la siembra cósmica, obtener súper nutritivo polvo del éter universal y pendejadas así…

Otras, eran las súper candentes, las que podían aguantar cientos de orgasmos por hora… ¡eran las que más le exigían y gastaba en cientos de Viagras, con tal de complacerlas…

Las súper deportistas, que podían aguantar corriendo cien o más kilómetros… tenía que echarse sus toques de mota para mantener la velocidad…

Sí, muy difícil hacerse de una novia, adecuada a él, en tantos cambiantes años…

 

Terminó de enjuagarse el vómito, ya, en su forma humana, en el lavabo…

Se puso su ropa, que había escondido debajo de ese lavabo…

Y salió.

Se dirigió de  nuevo a la mesa en donde Britney conversaba con Marvella y Sequoia – “Pa’ nombrecitos que también se cargan”, pensó –, sobre la “espantosa mierda” que había visto en el baño y que hasta la había hecho vomitar:

-¡Se ve que esa vieja comió cagada! – exclamó, riendo a sonoras carcajadas las tres…

Shitman se dijo que era el mejor momento para abordarlas y unirse a su conversación… y buscaría la forma de que terminaran los cuatro en un hotel y… bueno, ya se le ocurriría algo para “empedarlas” y destruirlas mientras estuvieran en su forma humana…

Sólo deseaba que siguieran siendo “humanas” mientras dormían…bueno, si lograba que se alcoholizaran lo suficiente para que se durmieran…

Pero eran sólo especulaciones… no sabía, en realidad, a qué atenerse con esas alienígenas…

-Buenas noches, chicas… ¿puedo acompañarlas?...

Las tres voltearon a mirarlo, quizá sorprendidas por su “atrevimiento”, pensó él…

Shitman era atractivo, de buen cuerpo, ojos claros, piel apiñonada – o sea, moreno claro, pero prefería esa forma más amable de referirse a que no era tan prieto – y amable sonrisa…

Britney asintió con un afirmativo cabeceó…

Shitman jaló una silla y se sentó con ellas:

-Lo que gusten, chicas, yo invito… Shitman, para servirles…

-¿¡Shitman!? – repitió con burlona risa Marvella…

-Sí, Shitman – respondió él, con encantadora sonrisa…

 

 

 

II

 

Para su fortuna, les gustó el pulque, ancestral bebida, rescatada de restos moleculares de aquélla, durante las ocasionales exploraciones que arqueolunólogos hacían a la abandonada Tierra, a una región conocida en los anales protohistóricos como Texcoco

La procesaron, para ver qué resultaba y… las corporaciones lunoalimentarias, como siempre, acaparadoras de todo vestigio o molécula arqueoalimentaria, se apoderaron de eso, que lograron averiguar, apodaban “pulque” los antiguos… y lo procesaron, con gran éxito, sobre todo los “curados”, como también supieron, les llamaban los hombres de ese remoto pasado, a la combinación del pulque con otras antiquísimas esencias…

Se los pidió de nuez…

Y tanto les encantó a Britney, Marvella y Sequoia, que cayeron como arañas fumigadas… otra expresión, que sus búsquedas de arqueolingüistica en la moonweb, le habían enseñado, y que significaba ponerse súper pedo…

Le ayudaron los meseros a subirlas al convertible…

Shitman sin problemas, ya que absorbía totalmente el alcohol, procesándolo como mierda, que se incorporaba a su cuerpo, las subió a las tres, cargándolas al mismo tiempo, una sobre otra, gracias a su súper fuerza, a la lujosa habitación 506 del hotel “Fuck Everybody”, el que le había salido algo carito… ¡mil lunláres!, una semana de salario, pero no podía escatimar en gastos…

No, tenía que agarrarlas durmiendo, antes de que se despertaran, pues no sabía qué podría pasar…

 

Las acostó juntas, en la cama King Size que había en una de las dos recámaras de la habitación, una lujosa suite…

Pensó que la forma más rápida y adecuada para destruir a esos alienígenas, convertidos en gráciles chicas, sería cubrirlas con su radioactiva mierdera masa…

“Entre más rápido, mejor”, pensó…

Y procedió a hacerlo…

Pero, para su mala suerte, al estarse convirtiendo, Britney despertó… y muy repuesta de la borrachera…

-¡¿Qué haces, cabrón!? – gritó, alarmadísima…

Shitman se abalanzó hacia ellas…

Pero, rápida y hábil, Britney logró esquivarlo…

Shitman logró destruir a Marvella y Sequoia, quienes ni cuenta se dieron cuando se hicieron mierda…

Pero Britney ya se estaba convirtiendo en Killdaga, del planeta Killido, distante cien millones de años luz, pero nada de eso sabía Shitman en ese momento, más interesado en destruir a la sensual Britney… o lo que fuera que así se llamaba…

A tiempo se quitó del eructo corrosivo que le alcanzó a deshacer una orilla… eso se reflejaría en una buena herida del brazo derecho, ya convertido en su humana forma…

El resto del gas corrosivo, fue a dar a una pared, haciendo un enorme hoyo, que dejó ver a una pareja de la habitación de junto, quienes cogían en ese momento, y también alcanzó a deshacer…

Siguió otro eructo, mayor al anterior, y se llevó otro buen pedazo de pared, la que daba al pasillo..,.

A Shitman le deshizo parte de otra orilla… “herida en la pierna izquierda”, pensó…

Su masa radioactiva no parecía hacerle nada a Britney… a pesar de que, en cierto momento, se deslizó por debajo de la cama, y le salió por detrás de la cabecera, cubriéndola…

-¡Cabrón, hijo de tu puta madre! – gritó el monstruoso protosapo, mientras eructaba varias veces…

Con trabajos, no sin salir raspado de varias partes – “Me va a dejar bien reputeado este pinche culero” –, se escabullía Shitman, que ya había salido de lo que quedaba de la habitación…

La alarma de incendios del hotel, se había activado y personal había subido por el elevador, hasta donde tenía lugar la pelea, pero los eructos los alcanzaron y fulminaron de inmediato, así como a la gente que, muchos desnudos, comenzaron a huir despavoridos del lugar…

Shitman habría preferido evitar toda esa destrucción, que le recordaba a la que veía en esas viejas arqueopelículas, también rescatadas de la Tierra, en donde los héroes destruían todo, pero, al final… bueno, supuestamente ganaban, sin embargo, dejaban todo madreado…

Y él se preguntaba, siempre que las veía, que si eso era “ganar”, dejando todo hecho mierda…

Como él, en ese momento, que tanto eructo estaba haciéndolo, ahora sí, mierda…

Se deslizaba ya, veloz y muy alarmado, por la escalera de servicio, perseguido por el protosapo y sus destructivos eructos…

-¡¿No te cansas de tanto eructar, culero?! – gritó Shitman, pero, por toda respuesta, recibió otro eructo que le deshizo otra orilla…

“Puta madre, ahora en la cara”, pensó con coraje, pues se le notaría…

En eso, Britney pareció, por fin, tomar algo de aire…

“¡Qué chingados haré!”, pensó Shitman, y en fracciones de segundo, tuvo una ocurrencia, que, rogó a Ometeotl – una arqueomexica deidad, averiguada, también, por cortesía de sus búsquedas de antiquísima historia –, diera resultado…

Regurgitó todo el pulque que se había tomado, reprocesándolo en una milésima de segundo de mierda a fermentada bebida, y lo arrojó al protosapo, con todas su fuerzas eructivas…

El vaporoso, fermentado eructo, fue a darle directo a la boca al protosapo…

De momento, nada ocurrió…

Hizo el intento de eructar otra vez su corrosivo gas, pero… nada, sólo se atragantó…

¡Y, gracias a Ometeotl, dio resultado, la que los antiguos habían llamado bebida de los Dioses, funcionó, pues para la forma original del alienígena, era veneno puro y mató… o, más bien, deshizo poco a poco a ese “puto, culero”!…

Shitman huyó del lugar, envuelto en una manta, antes de que llegaran los policías…

No quería que averiguaran su personalidad secreta…

Lamentaba que casi medio hotel hubiera sido destruido por ese cabrón sapote, pero…

Bueno, nunca había enfrentado algo así…

 De todas sus anteriores misiones, llevadas durante esos casi 200 años, toda la destrucción de peligrosos alienígenas había sido discreta…

Siempre había una primera vez, reflexionó…

 

 

 

 

 

III

 

Más tarde, reposaba en la cama de la pequeña habitación, de su minúsculo departamento, por el que pagaba 500 lunláres al mes…

Curaba sus heridas…

“Me dejó bien puteado”, pensaba, mientras se ponía alcohol…

Veía en su badtop las noticias sobre lo ocurrido en ese hotel, toda la destrucción que había quedado y las masas informes halladas en una cama y en las escaleras…

Había anotado, como siempre hacía, en su bitácora de misiones, como así se titulaba un archivo de su badtop, la debilidad de los Killdagas – ya había buscado por el CosmicBook de dónde venían y cómo se llamaban esos alienígenas –, el curado de nuez, tan efectivo, que los destruía en su forma natural…

Así que, si se volvía a encontrar a otros, siempre tendría que estar bien armado de ese rico curado…

Sí, ante cualquier  nuevo peligro cósmico, ahí estaría, como siempre, Shitman, para proteger a los lunáticos…

Guardó el archivo y se dispuso a saborear un buen curado de nuez, que tuvo tiempo de comprar en la pulcata de la esquina de su casa, antes de que cerraran…

 

FIN

 

Tenochtitlan, 2020

 

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El Tubo. Cuento de Adán Salgado

EL TUBO

Por Adán Salgado Andrade 

Estaban seguros que el día anterior, allí había una casa.

Los que miraban ese enorme Tubo, de metálica, muy pulida superficie, no daban crédito de lo que allí se erguía.

Levantaban su vista, para ver el final, pero nada podían distinguir, pues se perdía entre las nubes de ese nublado cielo.

Pronto, autos policiacos, terrestres y aéreos, comenzaron a llegar. Reporteros de todos los medios acudían, para informar del excepcional evento

Las aeropatrullas ascendieron hasta donde podían, pero comunicaban, por sus radios, que el Tubo quedaba lejos de su rango de ascenso, parecía no tener límite.

Llegó la alcaldesa de Ciudad Cósmica, para, personalmente, atestiguar qué era todo ese barullo sobre el Tubo.

Se improvisó un pódium, para que la alcaldesa, la señora Selena Wilson, pudiera dirigir sentidas palabras de apoyo al público, con tal de tranquilizarlos y prometerles prontas y eficaces investigaciones:

-… por supuesto, que ya he ordenado a mis mejores colaboradores e investigadores, que determinen qué… qué es este… este Tubo… y en cuanto tengamos resultados, se les será debidamente informado por la redes holográficas…

 

Lo que, hasta ese momento, habían averiguado los colaboradores de Wilson, era que allí, hasta antes de encontrarse con el enorme Tubo, había vivido un tal profesor Fedor Malsipuedes, físico desempleado, quien, según registros, había sido muy brillante en sus tiempos de estudiante. Trabajando como investigador en el Instituto de Investigaciones de Materialidad Cuántica, el INMACU, realizó excelsos descubrimientos, sobre cómo idear materiales constructivos cuánticos, diferentes a todo lo anteriormente descubierto. Sin embargo, por diferencias con sus jefes, en cuanto a que no lo querían ascender a Investigador A, para que ganara más, decidió renunciar. También renunció a dar clases de Materialidad Cuántica, en la Universidad Cosmoespacial de Marte, la cual, transmitía holográficamente todos los martes y jueves…

De allí, no se supo, ni se habló más de él, hasta que las dichas investigaciones establecieron que ese era… o había sido, su domicilio…

Sí, además de que debía todos los servicios de los últimos tres años: luz, agua, predial, red de temporalidad, ubicación cuántica, red de traslado hiperespacial… ¡mucho dinero!...

Y, justamente, los récords mostraban que en una semana más, los sistemas de detención automáticos, actuarían, debido a tanta deuda acumulada por todos esos años…

La alcaldesa, al saber eso, exclamó:

-Pues mejor que ni se aparezca ese tal Malsipuedes, pues le va a costar, literal, un ojo de la cara, pagar todo lo que debe…

En efecto, eso de la literalidad, era aplicable, pues si atrapaban a Malsipuedes, le extraerían un ojo, para conservarlo como material biológico clonable, pues desde que los humanos eran estériles, los nuevos especímenes eran reproducidos a través de la clonación, muy bien organizada, pues dependiendo de las características del sujeto o sujeta clonados, se asignaban tareas manuales o intelectuales a los humanos de laboratorio…

 

“Yo creo que Malsipuedes permitirá clonar buenos científicos, dado su currículum”, suspiró Wilson, mientras subía a su volador Jaguar y emprendía el vuelo a su residencia en el Ártico…

 

 

 

II

 

Malsipuedes veía todo el escándalo desde la comodidad de su sala, construida, como todo en el Tubo y hasta el mismo Tubo, con partículas geneticuánticas, reforzadas con materia obscura, de la que nadie sabía mucho… ¡excepto él, claro!... era la ventaja de no haberse quedado sólo con sus raquíticos doctorados en cuántica espacial, cuántica de la materia obscura, cuántica del hiperespacio…

No, él se había seguido preparando por su cuenta, habiendo investigado, incluso, hasta en la Dark Quantic Web, todo cuanto se supiera de cuanticmateriales, además de los cientos de miles de experimentos que llevó a cabo cuando trabajaba en el INMACU… se quedaba días y noches enteras, realizándolos…

No era como sus compañeros, quienes, dando las cinco de la tarde, se salían “como pedos” del edificio, para irse a descansar a sus “cómodas” casas…

No, él había preferido sacrificarse, pues sabía que algún día, toda la comodidad del mundo, podría tenerla, como en ese momento, en su hogar genecuántico, bastante agradable, acogedor, espléndido…

Estaba muy feliz, allí, pues disponía de todas las comodidades, como alberca, sauna, cocina de lujo integral, clima, gimnasio, sala de entretenimiento, salón de baile, jacuzzi, ciborgs femeninos sexuales, domésticos, cocineros, máquina temporal, máquina hiperespacial, … ¡absolutamente todo lo que su inicial diseño concibió!

Y, lo mejor, que si se le iban ocurriendo otras cosas “durante la marcha”, las iría incorporando…

Disponía, además, de FH (FaceHologram), hackeado genéticamente por él mismo. Y en ese momento, disfrutaba del, hasta morboso espectáculo, de ver a todo el planeta enviando expertos de distintas disciplinas, para tratar de averiguar que secretos yacían tras ese altísimo, inexpugnable Tubo…

Adiós deudas, adiós obligaciones, adiós puto mundo… allí, hasta sus alimentos podía obtenerlos cuánticamente… claro, con los debidos softwares, que sólo él había, debidamente, desarrollado…

Y era que, por más alto que volaran aeropatrullas y naves espaciales de vigilancia, el Tubo, adicionado de cuantialtura, no podría ser alcanzado jamás, si era aplicable utilizar la palabra alcanzable, pues dada la doble característica de las partículas cuánticas, de ser partículas y ondas, a la vez, la altura física, tal como la conocían los, inferiores a él,  humanos, reflexionaba Malsipuedes, se perdía y era una cualidad inalcanzable, variable…

Eso, lo explicaba Malsipuedes en sus notas: “La cuantialtura, es una característica de los universos obscuros y cuánticos, que varía, no es estable, que puede estar, de repente, aquí, pero, en otro momento, allá… incluso, aparecer en otra dimensión, así que mientras las partículas genecuánticas estén obscurecidas, las cuantialtura será una característica inexpugnable, como si se quisiera acceder a otra dimensión”…

Veía Malsipuedes, por unos monitores espectrográficos, los intentos de cuanto objeto volador y de teletransportación, eran hechos, con tal de intervenir su Tubo… pero nada, inútil…

“Pobres imbéciles”, pensó…

Y, claro, planeaba sacarle “jugo” a su gran descubrimiento e invención.

“¡Quédense con sus pinches salarios de mierda!”, pensó, con gusto y coraje. Con lo que se disponía a hacer, se haría colosalmente rico…

 

Minutos más tarde, un anuncio en FH, subido por Malsipuedes, informaba que el misterioso Tubo era hecho de partículas genecuánticas, adicionadas de materia obscura y que “Si quieres estar en la punta de la construcción, para estar cómodo, por siempre, y no tener que pagar por nada, contáctame a Malsipuedes Inc…”…

Daba todos los datos y lo que costaría cada proyecto, dependiendo del modelo de Tubo, desde el básico, que sólo incluía el tubo y el hábitat austero, hasta el tubo de lujo, con todo el confort, muy bien descrito en su anuncio.

Los precios, iban desde un millón de telurones, hasta diez millones. “Y, recuerda, es una inexpugnable inversión”…

 

***

 

 Y el éxito de Malsipuedes Inc. y su empresa constructora fue tal, que no se daba abasto Malsipuedes con tanto pedido. Consistente en una memoria cuántica, la que sólo debía depositarse en el sitio deseado, activar un código que sólo él podía desencriptar (a prueba total de hackers)… agregar la materia obscura, que venía con el paquete y… ¡listo, verían como se iba formando de la aparente nada el inmenso Tubo!...

Por pura conveniencia, lo seguía llamando Malsipuedes como, desde que publicó el anuncio, Tubo habitacional, o Tubo, en corto, porque el larguísimo nombre científico de su invención, era, además de impronunciable, impráctico…

Mejor llamarlo así, como desde el principio lo hicieron…

Y con tantos millones, ya, de telurones, muy convenientemente convertidos en cuantomonedas, y encriptadas en una oquedad cuántica-obscura, luego de varios meses de éxito, decidió tomar un descanso y viajar al lejano planeta XZQ, ubicado a mil millones de años luz, desplazándose por su máquina hiperespacial ¡gratuita!, a tomar unos baños de sol hidrogenado, como sólo podían darse pocos, como él, en ese caro, muy caro planeta…

 

 

 

 

 

III

 

¡Pero qué arrepentido estaba Malsipuedes de haberse ido de vacaciones al planeta XZQ!...

Esos putos hackers habían aprovechado la vulnerabilidad hiperespacial, que se abría cuando alguien era trasladado por ese vector hacia un lejano lugar…

Le costó muy caro  haberse asoleado hidrogenadamente…

Le robaron todo lo de sus computadoras hipercuánticas, sus estudios, sus fórmulas sus procedimientos, ¡hasta sus cuantomonedas!…

¡Todo!...

Despojado científica y monetariamente…

“¡Hijos de su reputísima madre!”, no se cansaba de maldecirlos…

Y en semanas, su Tubo, casa tubular, como la comenzaron a llamar, se globalizó…

Ya, casi todo el mundo la tenía, bueno, los que pagaran ¡veinte millones de telurones!, sólo por el modelo básico, pues el totalmente equipado, como en el que vivía Malsipuedes, costaba ¡cien millones!…

“¡Pinches culeros, hasta más caras las están dando!”, hacía coraje entripado Malsipuedes, al ver que pudo darlas más caras y se le hubieran vendido…

¡Lo peor fue que ni el maldito crédito le dieron!

No, una empresa pirata, la Tubular Dark Quantic Design, le quitó toda su autoría y patentó y registró todo en su nombre

Y las crecientes, acaparadoras ventas, hicieron cósmicamente millonarios a sus socios…

¡En tanto, las ventas de Malsipuedes, acabaron en cero!...

¡Maldita la puta hora en que se había ido de vacaciones!...

Todo por confiado, y no haber conectado el Anti Hacker Supreme Software, que él mismo había hackeado y mejorado

Lo peor, era que la alcaldesa de Ciudad Cósmica, tomó la práctica decisión de hacer las paces con los tuberos y cobrarles, por todos los servicios que el gobierno les cobraba, una “moderada” cuota anual de doscientos mil telurones, pues dijo que “si no puedes con el enemigo, únetele”…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

IV

 

“Pinches malditos hackers”, lloraba Malsipuedes, una de esas tristes tardes…

Tanto trabajo para nada…

Muy bien, pero no se iban a salir con la suya, no…

Lo que no habían hackeado, para su fortuna, era una muy primitiva computadora análoga, de unos mil años de antigüedad, en la que había guardado, por si las dudas, el proceso de reversión de las partículas genecuánticas, lo que las regresaba a materia obscura y materia cuántica…

Lo malo era que todos los Tubos se irían a la chingada, se desintegrarían… ¡hasta el de él!...

Y a la cuantialtura en que todos sus inquilinos estaban, el putazo sería mortal…

“¡Pero a la chingada, todos a la chingada… a mí, de todos modos, esa pendeja alcaldesa no me va a sacar ni un puto telurón!”, reflexionó Malsipuedes, con coraje…

Desempolvó la vieja máquina, una Lenovo, insertó en sus salidas USB, antiguos adaptadores análogos a cuánticos que, por fortuna, conservaba, y se conectó a la red mundial holográfica…

Y su programa, actuó como un virus, que, en pocas horas, quitaría la cohesión de las partículas genecuánticas…

 

 

 

 

 

 

 

 

V

 

El daño producido por ese virus cuantigenético, fue mayúsculo, pues no sólo se deshicieron los cientos de miles de Tubos, que se habían erigido por todo el mundo, sino que los millones de vidas de humanos que, de repente, comenzaron a caer al vacío, al desaparecer esos tubos, de alturas inconmensurables, fueron irreparables…

Pero, adicionalmente, una pérdida, quizá mayor, consideró la alcaldesa Wilson, fueron los cientos de cuotas que Ciudad Cósmica dejaría de cobrar, cortesía de ese maldito virus.

“Esa pérdida de cuotas, señores – dijo, en una reunión de emergencia, que convocó entre sus colaboradores y subalternos, al día siguiente del colapso mundial de Tubos – es peor que cualquier pérdida de vida o material…”

 

FIN

 

Tenochtitlan, 2020

(De la colección, cuentos de una sentada, por pandemia)

 

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