EXTINCIÓN MASIVA ...Cuento por Adán Salgado

 

 

  Ilustración: Viridiana Pichardo Jiménez

 

EXTINCIÓN MASIVA

 

Por Adán Salgado Andrade 

La caza de tiranosaurios, había aumentado, de cinco mil, a seis mil ejemplares mensuales.

Pero la demanda de sus “suculentos cortes”, muy preciados por la gastronomía, sobre todo, de los más pudientes, era insaciable…

Y a las sabanas, en donde habitaban, iban los cazadores, los que recibían cinco mil dólares, por cada animal cazado y desollado, listo para que en el restaurante gourmet que lo comprara, lo destazaran y sacaran unos 300 cortes de filete de su pechuga y de sus piernas, las partes más demandadas.

Los activistas, a favor de esos dinosaurios, pedían que se impusiera una veda, pues habría nefastas consecuencias si la caza, tanto legal, como ilegal, seguía. “Es uno más de los problemas ambientales que estamos provocando, con nuestro irracional sistema de vida”, declaraban.

Pero Albert Pitt, dueño de una cadena de restaurantes de lujo, decía que eso eran “pendejadas”, que había muchos tiranosaurios, como para imponer una veda. “No podemos dejar de comer ricos filetes de tiranosaurio, sólo porque unos cuantos locos, que se oponen al buen comer, lo dicen”, declaraba a la prensa, siempre que lo cuestionaban sobre eso.

Era un alivio para Peter Hunter, uno de tantos cazadores de tiranosaurios y de otros tantos animales, parte de la biodiversidad

También era experto en cazar ictiosauros, a los que seguía por horas en su barco. Los arponeaba, cuando los animales hacían una pausa, para cazar algún pez, diplodoco u otro reptil marino más pequeño o menos fiero que aquél. Para asegurarse que murieran pronto, conducía por el cable del arpón corriente eléctrica, para electrocutarlos y sacarlos más pronto del agua.

Su carne, también era muy demandada, además de que se consideraba “afrodisiaca”, lo cual, no tenía un sustento real, pero como era una creencia que existía desde hacía años, la seguían practicando.

Reforzada con declaraciones como la de Robert Conrad, sexólogo, quien afirmaba, categórico, que “la carne de ictiosauro, especialmente la de los testículos, es buenísima como potenciador sexual. Yo vendo cápsulas de polvo de sus testículos a mis pacientes y me dicen que les da magníficos resultados”. Pero, en realidad, nunca, ninguno de sus pacientes, hombres, la mayoría, estaban seguros de eso, pues, les recomendaba Conrad, que, se tomaran esas cápsulas con una viagra, “para incrementar el poder de las cápsulas de polvo de testículos de ictiosauro”…

Hunter se hallaba, en ese momento, en un paraje de esa selva, en donde era más fácil cazar tiranosaurios…

No había querido decirlo, pero, en efecto, cada vez se les veía menos, y él tardaba más tiempo en cazarlos, que hacía unos años atrás…

Cuando avistaba a uno, lo perseguía en su jeep, y, al estar a distancia de tiro, accionaba su mega pistola, un artilugio que disparaba una gran bala, y le tiraba al cuello…

El animal moría, instantáneamente.

Luego, iba por su camión, equipado con una máquina que despojaba de su piel al animal, y lo descuartizaba, empacando los pedazos en charolas de hule espuma, que eran envueltas en plástico…

Así obtenía más dinero, el doble, ofreciendo los filetes ya empacados a los restaurantes, quienes lo preferían, pues se ahorraban el trabajo de destazar al animal y hacer los cortes.

Claro, ese era otro gran problema, tantos millones de esos empaques, que iban a dar al mar, pensaba Hunter, pero eran las consecuencias de la civilización…

Ya había él hallado a ictiosauros muertos, porque sus estómagos estaban llenos de esas charolas y otra basura arrojada al mar, como llantas, botellas, petróleo…

De todos modos, los desollaba y descuartizaba, pues no iba a desaprovechar la oportunidad de ganarse los veinte mil dólares que le pagaban los restauranteros, pues, como eran más escasos, ya casi extintos, valían más, sobre todo, sus testículos, que esos, costaban cincuenta mil dólares, pues si eran escasos esos reptiles, los machos, todavía más.

Hunter vio una manada de tiranosaurios acercarse…

“Espero que pueda cazar varios”, se dijo, mientras preparaba su mega pistola, cargándola con varias balas cazadinosaurios. Subió al jeep, lo arrancó y fue a toda velocidad, tras los confiados tiranosaurios…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

II

 

Los reportes de que, por tanta contaminación, el planeta seguía calentándose, eran diarios.

Los activistas, trataban de hacer conciencia sobre ese grave problema, pero el conservadurismo destructor, buscaba silenciarlos, fuera boicoteando sus urgentes mensajes, con más anuncios de crema de concha de triceratopo para “un cutis como de porcelana”, o asesinándolos, dentro de sus hogares o en la calle… como generalmente se hacía con todos ellos…

Hunter se preguntaba, al escuchar esa “pendejada” del “calentamiento global”, si no sería una forma de distraer a la gente de cosas más serias, como de que el gobierno ya les quería cobrar impuestos a los cazadores, como él, cuando que, siempre, se había considerado una actividad libre…

“Esos cabrones, de todo quieren cobrar impuestos”, pensó, irritado, mientras entregaba sus filetes de tiranosaurio al restaurante El brontosaurio feliz

Siempre le recordaba, ese nombre, al ya extinto, enorme herbívoro…

Todavía, cuando era pequeño, recordaba cómo su padre lo cazaba. Y era muy demandado, clasificándose su carne como la más apetitosa de todos los dinosaurios, habida y por haber…

Era cuando le salía algo de su conciencia “ecológica”, recordar a animales que se habían ido extinguiendo, como el brontosaurio, el plesiosauro, el estegosaurio… ¡y muchos más!...

 

Pasado un rato, Hunter estaba en su casa, a las afueras de la ciudad, dentro del rancho heredado de su padre, en donde había varios trofeos de cacería, como cabezas de tiranosaurios, de triceratopos, de ictiosauros…

Las contemplaba, orgulloso…

Tomó una botella de wiski Terciario, el más caro que había en el mercado, que ya costaba ¡mil dólares la botella!…

Y era que había ido subiendo su precio descontroladamente, pues, también, estaba escaseando el trigo con el que se elaboraba… ¡por el mentado calentamiento global, era la justificación!

“¡Ni en eso, nos dejan en paz, a los respetables ciudadanos!”, reflexionaba Hunter, quien, simplemente, deseaba seguir con su vida, como hasta ese momento, que ni calentamiento global, ni activistas pendejos, ni nada… se la alteraran…

Por eso, se había divorciado de Helen, su esposa, pues era tan demandante, que lo aburrió…

Le pasaba una pensión, para que a su “chaparrito”, John, el hijo de ambos, no le faltara nada…

Pero sólo eso.

No le interesaba que regresaran, como Helen le había pedido. “No, Helen, así estamos bien… nunca nos entendimos”, le dijo, cuando hacía unos días, se lo había vuelto a plantear…

Era maestra de primaria “y me trataste, siempre, como a tu alumno”, se quejaba él…

Prendió la televisión.

Puso las noticias, por no dejar…

¡Pero seguían con eso de las crecientes emanaciones de gases efecto-invernadero!

-¡No se saben otra cosa! – gritó, cambiando de canal…

Vio que estaba por comenzar una cinta, llamada “De otro mundo”, de la que había escuchado hablar, que tenía buenas críticas. La dejó.

El argumento era sobre que en la Tierra, habían otros extraños animales, pequeños, nada que ver con los dinosaurios. Estaba divertida la historia, pues era asombrosa la imaginación de los productores, quienes mostraban ese mundo de cazadores que perseguían “leones”, “jirafas”, “perros”, “cocodrilos”… y otros animales, que Hunter, jamás habría imaginado…

“¡Vaya imaginación que tiene estos cuates!”, pensó, mientras daba otro trago a su wiski…

Poco a poco, lo fue venciendo el sueño…

 

 

 

Despertó, sobresaltado…

Había soñado que andaba por la sabana, en donde acostumbraba cazar, pero que, en lugar de tiranosaurios, estaba cazando “leones”…

Y que uno de ellos, se le había lanzado por la espalda, lo tiraba y comenzaba a morderle el cuello…

“¡Puta madre… pinche pesadilla!”, pensó…

“¡No vuelvo a tomar y ver putas películas de ciencia-ficción!”, se dijo…

Mejor se levantó, para irse a bañar y comenzar otro día más de cacería…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

III

 

Aunque los negacionistas, seguían diciendo que lo del calentamiento global era una vil mentira, muchos ya lo notaban.

Los calores, eran insoportables y se concentraban más en las ciudades, por el efecto “isla de calor” que se daba en esos sitios de asfalto y concreto…

Hasta en su rancho, Hunter sentía cada vez más y más calor.

Ya ni el aire acondicionado, bajaba la temperatura. Pronto, tendría que comprar uno más grande, pensó…

Pero, más preocupante para él, que ya era muy difícil cazar tiranosaurios…

De hecho, había hecho “truco”, pues había estado repartiendo carne de velociraptores, algo más fáciles de cazar, aunque, también ésos, últimamente, ya escaseaban…

Eso, sí, que era grave…

Era lo que más tragaba la gente… tiranosaurios…

Bueno, los ricos, porque, los pobres, tenían que conformarse con las sobras que dejaban los cazadores, como huesos, cuero, vísceras…

Las llevaban a centros de acopio, en donde se recolectaban y, por algunos centavos, las vendían a los pobres… si ni esos centavos tenían, les hacían un estudio socio-económico, para ver si eran pobres extremos. Entonces, les daban los restos, gratuitamente…

Pero ya ni eso llevaba Hunter, pues se darían cuenta de que les estaba dando dientes de sable por mamut… otras, ya, extintas especies…

Los dinosaurios, habían resistido, por ser, se creía, los más capaces y resilentes, pero tampoco podían resistir al calentamiento – no eran tan adaptables como los humanos –, que estaba provocando que, en ciertos sitios, como desiertos, las temperaturas superaran los setenta grados centígrados…

“No sé qué vamos a hacer, si este puto planeta sigue hirviendo”, razonó Hunter.

Miraba con sus binoculares si, de pura casualidad, aparecía cualquier cosa que caminara o volara… con tal de no irse con las manos vacías…

Un solitario pterodáctilo, apareció a los lejos…

“Aunque sea a ese cabrón me llevo”, pensó Hunter, mientras tomó su rifle de largo alcance, apunto al volador ser y ¡disparó!...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

IV

 

Habían pasado más de tres años, de que se habían extinguido, tanto plantas y animales masivamente…

 

La sobrexplotación, aunada al brutal calentamiento global, acabaron con todas las especies…

 

Hunter seguía cazando… ¡a pobres!, pero, hasta ésos, se estaban acabando…

Vendía filetes de pechos de mujer, los más demandados, hasta en tres mil dólares cada charola de dos kilos…

Sólo entre los que podían pagar, que cada vez eran más pocos…

 

Aunque, de repente, cazaba a otro cazador, pues estaba ya tan dura la competencia, que se cazaban entre sí, y ofrecían sus filetes, como si fueran de pobres…

 

“Ni modo, no queda más que adaptarse”, razonaba Hunter, agazapado en un obscuro rincón, en esa calle, sin iluminación, llena de basura, hedores a orina y excremento, esperando a que algún solitario pobre, se apareciera….

Consideraba indigna esa actividad, que por el puto calentamiento global, tuviera que cazar en malditas callejuelas de mierda y ¡a pobres!... en lugar de cazar en las sabanas dinosaurios, como hasta antes, no hacía mucho tiempo, había hecho…

“Si me viera mi padre, de seguro, se avergonzaría. Me diría tú, cazando apestosos pobres… ya ni la chingas, Hunter…”, pensó, mientras dirigía la mirilla infrarroja de su rifle Barret M82 hacia todos lados

Tras mucho esperar, vio acercarse a uno…

-Perfecto – murmuró, alistando el rifle, al que tuvo que colocar un silenciador, con tal de no atraer la atención de gente que anduviera por allí…

“Hasta eso tuve que hacer”, pensó, pues, en la libre sabana, nunca tuvo que llegar a esos niveles de “precaución”…

Pero antes de que disparara, sintió algo atravesarle la nuca…

-Shit – murmuró de nuevo, antes de caer muerto, precipitarse hacia adelante y caer sobre su sorprendido rostro…

Otro cazador, más avezado que él, le había pedido a un socio, que se hiciera pasar por pobre, el que Hunter había visto, para distraerlo y cazarlo…

-Ni modo, mi Hunter, así es esto, amigo – dijo, mientras lo cargaban entre él y su socio, para llevarlo al camión procesador, que lo convertiría en filetes empacados de pobre

 

FIN

 

Tenochtitlan, a 4 de octubre de 2020

(de la colección Cuentos de una sentada)

Y seguimos en la pandemia

 

 

 

 

 

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ALERGIA ...Cuento por Adán Salgado

 

  Ilustración: Viridiana Pichardo Jiménez

 

ALERGIA

Por Adán Salgado Andrade

Raymond revisaba el WhatsApp en su  celular.

Nada, ningún mensaje de Cindy, su ex novia.

Casi todos los días, le enviaba una carita sonriente, unos labios besando, una carita con corazones.

Lo había estado haciendo desde que terminaron la relación, un mes después de que él hubiera desarrollado esa “maldita” alergia a la luz solar.

Quizá se había cansado Cindy de su mal humor, pensaba Raymond, pues siempre que llegaba en las noches, para que cenaran, él sólo se quejaba y renegaba de todo, hasta de los buenos deseos de ella, de que “a lo mejor, eso se te quita pronto, Ray”…

Un día, Cindy le escribió “No puedo más Ray, necesitas revisar tu vida. Mucha suerte”.

Fue cuando Raymond reconoció que la chica, realmente, hasta había aguantado mucho, un mes, en que sólo veían algo de televisión, él, por supuesto, queja sobre queja, nada que retroalimentara la relación. Ni siquiera la sugerencia de ella, de que hicieran el amor, fue tomada en cuenta por Raymond, excusándose de que “estoy muy tenso, como para andar haciendo el amor, Cindy… ¡sólo ponte un momento en mi lugar, carajo, que no pueda salir a la maldita calle contigo, a un restaurante, a la playa, como siempre habías querido!...”.

Y así. Terminaba Cindy yéndose.

Y ahora, Raymond, comprendía que la había hartado con su mal humor, sus quejas, sus reproches…

“Sí, ella, verdaderamente, se esforzó, pero fui un pendejo en no verlo”, reflexionaba, mientras revisaba, en vano, los mensajes de WhatsApp, para ver si Cindy le respondía sus caritas con besos…

Pero nada…

Raymond tiró el celular a un lado de donde él estaba sentado, en ese largo sofá…

Muchas veces, se quedaba allí a dormir, sin molestarse en ponerse la piyama. Y sólo conciliaba el sueño, gracias a los somníferos que el doctor le había recetado. “Para su insomnio, sí hay cura, pero no para su alergia, Raymond. Tendrá que vivir el resto de su vida a obscuras”, le dijo aquél, en solemne tono.

Su alergia, había comenzado cuatro meses antes.

Previamente, Raymond pensaba que tenía el mundo ante él. Gracias a su excelente aprovechamiento en la universidad, en donde había estudiado ingeniería en sistemas, con altas calificaciones, y haber trabajado como becario en Google, en su sede, en Mountain View, California, se aseguró un buen puesto en esa empresa, al graduarse con altos honores.

Sus padres, estaban muy orgullosos de él. Y su hermana Joan, la que no había podido estudiar, porque no habría alcanzado el dinero para enviarlos a los dos a la universidad, también estaba muy contenta. “Lo lograste por los dos”, le dijo a su hermano, durante la fiesta de graduación de Raymond, a la que su familia, algunos tíos y primos, habían asistido.

Así que, a sus 26 años, el mundo “se abre a mis pies”, se jactaba Raymond.

Cuando conoció a Cindy, un año atrás, lo que la deslumbró fue el BMW, último modelo, con el que Raymond llegó, cuando se vieron por primera vez.

Se habían conocido en un McDonald’s. Raymond se enamoró, al instante, de esa rubia, que sorbía una malteada en la mesa de junto.

Se le acercó, preguntándole “¿Aceptarías platicar con un chico brillante?”. Algo que no tenía Raymond era, precisamente, humildad. “Esas son pendejadas. Si tienes con qué presumir, simplemente, hazlo”, les decía a sus amigos.

Y la plática con Cindy, versó sobre su puesto como programador analista, nivel A, casi para ser jefe. De sus sueldo de seis mil dólares mensuales, menos impuestos. “Me quedan, libres, cinco mil trescientos”, presumió. De sus padres. “Sí, mis viejos viven en una granja, en Vermont, con mi hermana. Pero con tanta competencia, últimamente, no les ha ido muy bien”, le dijo. “¿No los ayudas?”, le preguntó Cindy. Raymond, había encogido los hombros. “No mucho… es que con los gastos del auto y la hipoteca de la casa, apenas me quedaría para invitarte a salir, si aceptas ser mi chica, claro”, le dijo Raymond, muy casual

Y se hicieron novios.

No reparó Raymond en gastos, con tal de deslumbrar a Cindy. “Ay, Raymond, vas  gastar mucho en mí”, le dijo, cuando entraron, en su primera cita, a un restaurante muy exclusivo, con caviar y finos vinos. Raymond repitió en voz alta los “seiscientos cincuenta dólares”, que fue la cuenta, con tal de que Cindy se enterara de lo que pagaría.

Y terminaron en la casa de Raymond, la que se localizaba en una zona residencial media, en donde todos los “exitosos nerds, como yo, vivimos, cariño”.

Hicieron el amor intensamente. “Tú, eres la mujer que siempre había estado buscando, Cindy”, le susurró al oído.

La chica trabajaba repartiendo comida para Lyft, en su bicicleta. Vivía con unas amigas, compartiendo un departamento y los gastos. “Ya no podía seguir con mis padres, pelean mucho por todo, que por los gastos, que no les alcanza y que mi papá debería de conseguirse otro empleo. Y mi hermano, es un holgazán, bueno para nada… ¡ya estaba harta!”, le había comentado Cindy.

Así que para ella, estar saliendo con Raymond era… “La verdad, es que si nos casamos, me va a sacar de la porquería de vida que tengo”, les platicaba a sus amigas.

Todo eso lo recordaba Raymond, como si fuera algo que hubiera sucedido años atrás…

¡Y sólo había transcurrido un año!

-¡Maldita puta suerte! – gritó.

Ahora, la realidad se le presentaba, brutal.

La casa, la había perdido, igual que el BMW, pues ya no podía pagarlos, porque no pudo seguir trabajando.

Ni siquiera en línea, porque la luz del monitor, le afectaba. De hecho, veía la televisión, bastante alejado, para que ni esa luz le provocara alergia.

Su celular, lo tenía con luz baja, para que tampoco le afectara.

Uno de sus amigos de la oficina, le había prestado la casa de sus fallecidos padres, que tenía varios años de estar desocupada. Habían tenido que hacer limpieza profunda, contratando a una empresa para hacerlo. Tuvo que adquirir Raymond gruesas cortinas negras, para bloquear todo tipo de luz solar. Google le había dado, como liquidación, diez mil dólares, “pues no tenías trabajando mucho tiempo con nosotros”, le había dicho su jefe. Con eso, y los poco más de mil dólares que apenas si había ahorrado, se la estaba pasando. Y ya se había gastado más de tres mil dólares en pagar agua, luz, gas, celular y lo de la diaria alimentación.

“¡Con malditos ocho mil dólares, tendré que vérmelas!”, pensó, con coraje, siendo que estaba acostumbrado a gastarse casi cinco mil dólares ¡al mes!...

Se arrepintió de que, cuando estuvo trabajando, no fue para enviarles dinero a sus padres. “Raymond, si nos pudieras enviar algo de dinero, unos mil dólares, para reparar los gallineros, te lo agradeceríamos mucho. Ya veríamos la forma de pagártelos”, le había pedido Charles, su padre.

Pero como siempre, le pretextaba tener muchos gastos. “Espero que el siguiente mes, esté más desahogado, papá”, le respondió el mensaje del WhatsApp. Pero, claro, nunca llegó ese “siguiente mes”…

Por eso, no les había avisado, avergonzado, como estaba, de encontrarse así, sin empleo, sin chica, comiendo diariamente pizzas o hamburguesas, con sobrepeso… ¡y, ahora, sí, sin posibilidades reales de ayudarlos, pues lo que trataba de cuidar, eran los menos de ocho mil dólares que le quedaban antes de que!…

“¡Antes de que esta chingadera me mate!”, pensó, con coraje, tristeza, rencor…

Sí, rencor, de que en Google, le hubieran dado una patada por el culo con esa miseria de “compensación”, después de que en año y medio, les hubiera trabajado tan bien, habiendo concluido proyectos, creado varios sobre Inteligencia Artificial, ideado nuevos algoritmos para que el Pentágono mejorara sus armas de destrucción masiva…

¡Irónico que él, ahora, estaba siendo destruido masivamente por una maldita alergia!

Rencor y coraje, también, porque Cindy lo hubiera dejado, “después de que la traté como a una maldita reina”…

Y tristeza, por estar así, como un miserable inútil, sin todo el brillante futuro que, hacía poco, había estado delante de él…

La noche anterior, había pedido una pizza, que era casi de lo único que se alimentaba. Lo hacía cada tercer día. O también pedía hamburguesas con papas. Y una Coca-Cola. Trataba de no comer mucho, para no gastar tanto dinero. Hasta cierto punto, agradecía que Cindy lo hubiese mandado a la chingada, pues se estaba ahorrando lo de su cena.

“Pinche puto consuelo”, reflexionó. ¡Claro que le habría encantado seguir pagando más, con tal de que la chica estuviera con él en ese desgraciado momento!

Pedía la comida por las noches, muy bien cubierto su rostro y manos enguantadas, con tal de no recibir la luz de las luminarias públicas, pues hasta la iluminación artificial le ocasionaba ronchas, sudoración, dolores en el pecho…

-¡Estoy jodido, malditamente jodido! – gritó, arrojando al suelo el pedazo de pizza que, desde hacía rato, había tratado de comer.

Revisó la hora en su celular: era casi la una de la tarde, cuando el sol estaba con toda su brillantez.

Se tomó algunos minutos en disponerse a lo que, finalmente, había decidido hacer.

Se quitó el suéter, que usaba por el aire acondicionado, el cual, enfriaba bastante la casa.

Fue a su recámara, en donde buscó una playera y unos shorts.

Se los puso. Hurgó entre sus zapatos.

Había unas sandalias, como las empleadas para nadar… ésas, las había adquirido porque, justo cuando le dio la alergia, al otro día, sábado, habrían ido a la playa Cindy y él, como, días antes, habían planeado. Por eso, estaban nuevas, pues nunca las estrenó.

Qué mejor que esa ocasión que, pensaba, sería especial para usarlas.

Y corrió todas las cortinas de la casa, para que los efectos de la alergia, comenzara a sentirlos desde antes de salirse a la calle.

“Hola, Cindy, te aviso que nada me importa ya. Voy a salir y me vale madres lo que me pase”, escribió un mensaje y lo envió a su ex novia, antes de comenzar a abrir las dos cerraduras de la puerta y quitar el seguro…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

II

 

Cindy leyó el mensaje.

Nada respondió. Como había estado haciendo con los otros.

La verdad, no le importaba ya Raymond.

Y si se moría, pues ni modo.

Le había soportado algo su mal modo por unas semanas, pero, de todos modos, entendió que nada ganaría ya con aquél, ni diversión, ni sexo, ni posición económica, ni nada...

No, con una persona que debía de estar a obscuras todo el tiempo, no, “si yo, lo que más disfruto, es el sol, la playa, asolearme y broncearme”…

Pues sí que había malditas alergias raras, como esa…

Dejó el celular sobre el buró.

Peter, su nuevo novio, la tomó del brazo y la acercó. Acababan de hacer el amor. Como era viernes, habían preferido no ir a trabajar, repartiendo comida. Se reportaron enfermos y fueron a meterse a un motel, para satisfacer sus deseos, unir sus cuerpos, disfrutarse, tener sendos orgasmos.

-¿Quién era? – preguntó Peter.

-Ay… ya sabes, Raymond y su alergia al sol – respondió ella, no pudiendo decir nada más, pues la boca de Peter la asaltó con otro salivoso, libidinoso beso…

 

 

 

 

 

 

III

 

La piel estaba rojiza, hinchada.

Le estaban brotando ámpulas por todas partes.

La cara, morada, también muy hinchada, le estaba sangrando por los poros.

Cada vez caminaba con más esfuerzo, pues el dolor y el ardor de los píes, aumentaba con cada paso que daba.

Estaba ajeno a los ocasionales peatones que se topaba, quienes se le quedaban viendo, curiosos.

Raymond calculó que llevaría caminando un par de kilómetros.

Los dolores en el pecho, comenzaron a asaltarlo.

Los ojos, se le fueron nublando, hasta que casi dejó de ver.

En ese estado, Raymond sólo continuó caminando mecánicamente, a tientas.

Ni cuenta se dio que estaba cruzando una calle y que un pesado camión de carga se acercaba…

Y, de repente, Raymond ya no sintió más ardores ni dolores…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

IV

 

Había transcurrido un mes, desde que Cindy vio el mensaje de Raymond.

No le llegaron más, después de ése.

Se enteró de que lo habían atropellado horriblemente, habiéndolo hecho pedazos un pesado camión.

En ese momento, tan desesperado, le habría gustado compartir con él, el estado en que ella se hallaba, atada a un tanque de oxigeno, que tendría que ser por el resto de su vida.

Al otro día de recibir el último mensaje de Raymond, Cindy había ido al cine con Peter.

Tuvieron que sacarla a media película, pues se estaba asfixiando.

Apenas si llegaron al hospital.

De inmediato, le aplicaron oxígeno.

Y tras varios estudios y pruebas, determinaron que era alérgica al aire que la rodeaba y que sólo podía tolerar su cuerpo oxígeno puro, “para el resto de su vida, señorita”.

Su vida, se había terminado. Peter, la dejó, porque ya ni besarla podía, “pues me puedo asfixiar”, le decía ella.

Sus amigas, ocupadas con sus propios trabajos y problemas, sólo podían verla por las noches.

Quedaba todavía dinero en la cuenta que ellas le habían organizado en GoFundMe, para recabar fondos para sus tanques de oxígeno puro, así que “podrás respirar unas semanas más”, le bromeaba una de ellas.

Y a pesar de que no tenía futuro, de todos modos, resultaba incierto lo que pasaría, sobre todo, cuando se acabara el dinero, pensaba Cindy.

Tomó su celular.

Se levantó de la silla en donde casi siempre estaba sentada, pues nada podía hacer, porque, para peor cosa, al menor esfuerzo que hiciera, se agotaba.

La mascarilla, le cubría casi todo el rostro, ocultando sus hermosos, pero tristes, desconsolados rasgos.

Caminó, jalando el tanque, hasta la ventana de la sala del departamento, la que siempre estaba cerrada, como todas las demás, para evitar, en lo posible, la entrada de aire del exterior, el causante de su alergia.

Estuvo unos segundos contemplando todo el bullicio de la calle, los autos y personas pasando.

Las lágrimas brotaron de sus azules ojos.

Se imaginó a Raymond, saliendo de su hogar aquel soleado día.

El día estaba igualmente soleado. “Muy hermoso”, reflexionó Cindy.

“Voy a salir a respirar aire puro”, escribió, irónica, en el WhatsApp, y envió el texto a todos sus contactos, incluido Raymond, mientras se despojaba de la molesta, estorbosa mascarilla…

 

FIN

 

Tenochtitlan, 26 de junio de 2021.

(De la colección: cuentos de una sentada

por pandemia)

 

 

 

 

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OSO MAROMERO...Cuento por Adán Salgado

 

  Ilustración: Viridiana Pichardo Jiménez

OSO MAROMERO

Por Adán Salgado Andrade 

Pablo había estado aprovechando la inauguración, hacía algunos días, del cine Coloso, que, en una de sus fachadas laterales, tenía colocada una manta con la frase “Cine Coloso, el Coloso de los Cines”. Acudía mucha gente, pues se había estrenado “Águila o Sol”, protagonizada por un tal Cantinflas, cómico que iba creciendo en fama y aceptación.

Era julio, de 1938.

Llegaba con su oso Javier, negro, que, cuando se erguía, se veía muy alto, imponiendo algo de temor entre los que lo miraban hacer toda clase de suertes.

Parados allí, en la esquina de la calzada Niño Perdido y la calle de Fernando de Alva Ixtlilxochitl, la rueda de gente que los admiraba, con gran curiosidad, era nutrida.

Una que otra patrulla pasaba, pero, se veía que conocían a Pablo y su oso, pues sólo lo saludaban con la agitación de su mano, sin amonestarlo.

-¡Pásenle, miren al oso Javier, darse de maromas! – decía Pablo, sujetando a Javier, mientras corría, atado de una larga cuerda, que Pablo sujetaba, dando, igualmente, vueltas.

-¡A ver!…

-¡Que s’eche maromas!...

-¡Órale, que se las eche!...

gritaban entre el público…

Ya, cuando Pablo veía varias personas reunidas, gritaba “alto” a Javier y “date de maromas”…

El oso, comenzaba a darse de maromas, allí, sobre el polvoso pavimento, causando la admiración y el aplauso de todos, cuando dejaba de hacerlas.

Entonces, Pablo le ordenaba sentarse, se quitaba su sombrero y, sosteniéndolo en su mano derecha, pasaba a recorrer todo el círculo de personas, para recibir, que los centavos, los quintos, los veintes, algunos tostones y uno que otro peso. Algunos, muy pocos, le echaban billetes de a cinco pesos…

Luego, Pablo regresaba junto a Javier, se guardaba el dinero en un morral y, con un bastón, que clavaba levemente en los costados de aquél, hacía que ejecutara otras suertes, como saltar un aro, pararse en un pie, dar la mano a la gente… y otras cosas…

La gente se iba y, otra, iba ocupando el círculo. De cuando en cuando, Pablo pasaba, nuevamente, con su sombrero, a recoger la “cooperación de ustedes, querido público”…

 

Caía la noche de ese jueves.

Eran más de las nueve, cuando Pablo, guardándose el último dinero recolectado en su morral, daba por terminadas las funciones de ese día…

Lograba juntar de treinta a cincuenta pesos por jornada. “Muy buenos”, pensaba, pues ganaba más, haciendo cuentas, que un maestro o una secretaria…

La calle se vaciaba de gente a esa hora, y pocos transeúntes circulaban por las banquetas y uno que otro vehículo transitaba por allí.

 

Pablo, rentaba un cuarto de vecindad, en la calle de Argentina, muy cerca del lugar. Tuvo que pagar el doble de renta, ciento veinte pesos, pues el dueño, al principio, se oponía a dejarlo vivir allí con el oso. “No le vamos a dar problemas, de verda’”, le aseguró Pablo, quien le dijo que Javier era muy educado, callado y limpio. Sus “necesidades”, las hacía en una cubeta, que Pablo recogía e iba a tirar al drenaje de la calle. Lo alimentaba con fruta, como plátanos, manzanas y algo de carne y pescado. De tomar, agua y, a veces, leche.

Para él, el oso era “como m’hijo, verda’ buena”…

Le recordaba a Ángela, su esposa, la acróbata, del circo “El Gran Espectáculo”…

Era la mejor de todos los trapecistas. Podía hacer, sin problemas, el doble salto mortal, consistente en soltarse de las manos de un trapecista, en el aire, para tomar las del otro…

Pero, de lo que no pudo librarse Ángela, fue del mal parto que sufrió, por el primer hijo que tendrían ella y Pablo. La bebé, estaba invertida y pasaron varias horas para que pudiera sacarla el doctor…

Las dos, murieron poco tiempo después…

 

Eran los recuerdos que tenía Pablo, cuando le daba leche, esa noche, a Javier…

Prendió el radio, sintonizando la “W”. Era el programa de canciones “Las románticas de los veintes”, que le recordaban mucho su niñez y a sus fallecidos padres, quienes habían muerto en un descarrilamiento…

Era hijo único y, por eso, no tuvo problema cuando don Carlos Oteiza, dueño del circo y amigo de su padre, le ofreció trabajo, limpiando las jaulas de los animales.

Un buen día, llegó de Estados Unidos, Javier, todavía siendo un osezno. Hubo una especie de amor a primera vista entre Javier y Pablo. Éste, le pidió encarecidamente a don Carlos que lo dejara amaestrarlo. Algo reticente, don Carlos lo dejó hacerlo, con la condición de que aprendiera muy bien, consultando a Luis, el entrenador de los leones y a Adriana, la entrenadora de los elefantes.

La idea original, era de que don Carlos, contrataría a algún entrenador de osos, pero Pablo mostró tener buenas actitudes, como amaestrador de esos animales. Y muchas fueron las suertes que le enseñó a Javier…

Eso había sido quince años atrás, en 1923, cuando Javier tenía trece años…

Ángela, sobrina de don Carlos, era trapecista desde niña, al igual que sus padres y sus hermanos… toda una tradición familiar…

Eran de la edad ella y Pablo, así que se fueron conociendo todos esos años…

¡Y se casaron!...

Ángela, se embarazó al año y…

Dos años antes, en 1936, fue cuando Pablo las perdió a ella y a la bebé…

Se deprimió mucho y no quiso seguir en el circo, para evitar recordarla…

Se fue a trabajar a una panadería, haciendo pan, que también aprendió muy rápido a prepararlo…

Pero Javier, le dijo don Carlos, se veía triste, desganado, sin Pablo…

Y, mejor, se lo regaló. “Ponlo a actuar en la calle”, le dijo…

Y fue lo que hizo…

Ya, mucha gente, los ubicaba, y esperaba con ansias su presencia en esa esquina…

 

Tantos recuerdos le provocaron el sueño.

Miró la hora en su reloj despertador, un Steelco, aprovechando para darle cuerda. Eran casi las once de la noche.

Javier dormía ya, plácidamente, sobre un petate, muy ennegrecido por tantos años de servirle como cama.

Pablo se quitó pantalones y camisa, quedando sólo con camiseta y calzoncillos, se levantó para jalar el cordón que apagaba el único foco del cuarto que era cocina, comedor y recámara, y se echó en su catre, quedando pronto, profundamente dormido…

 

 

II

 

Al otro día, viernes, de  nuevo, Pablo y Javier, estaban dando funciones en esa esquina…

Ya llevaban varias, pues, como había sido día de pago, mucha gente había acudido al cine a ver “Águila o Sol” y, al salir, se acercaban al círculo humano, para ver actuar a Javier…

El oso se veía ya cansado, pues, además de su edad, más de quince años, tantas funciones en esa tarde, lo estaban agotando…

En una de esas, cuando le ordenó Pablo que diera maromas, Javier se rehusó, sentándose.

-¡Muévete, muévete!... – lo fustigó Pablo, picándole con el bastón…

Al principio, lo hizo con suavidad, como siempre, pero, en vista de que Javier ni se inmutaba, lo hizo con más fuerza…

De plano, Pablo comenzó a golpearle la espalda…

La gente se comenzó a inquietar:

-¡No le pegues!...

-¡Déjalo!...

-¡Ya, no te pases, ha d’estar cansado!...

Pablo, ni los escuchaba. Seguía golpeando al oso en la espalda, cada vez con más fuerza, recordando el día en que pusieron a Ángela y a su hija, en un solo féretro, “para que le salga más barato, joven”, le había dicho el de la funeraria…

-¡Muévete, cabrón oso! – gritó, azotando con todas sus fuerzas a Javier…

En ese momento, Javier, investido de su instinto de conservación, se levantó y, antes de que Pablo le asestara otro brutal bastonazo, se le lanzó al cuello, al que destrozó de un mordisco…

El domador, cayó al suelo, sacudiéndose su cuerpo por los últimos estertores de vida que le quedaban, sangrando copiosamente del boquete que le quedó en el cuello…

La gente, contemplo, horrorizada, la sanguinolenta escena y comenzaron a alejarse y a gritar “¡Policía!”…

A Javier, la intempestiva furia de hacía un momento, se le bajó…

Se acercó a Pablo, y se puso a lamerle la cara y la sangre del destrozado cuello…

Se vio, muy claramente, cómo le brotaban lágrimas de sus ojos, como si se hubiera arrepentido de lo que había hecho…

La gente se acercó, nuevamente, entre curiosa y morbosa, para presenciar la triste escena…

Javier estuvo así, lamiendo la cara de Pablo, varios segundos. Luego, se retiró…

A su cabeza, le vino el recuerdo de una persona que algunos meses antes, había sido atropellada por un camión, frente a ellos…

Justamente, un camión, venía a buena velocidad sobre Niño Perdido…

Javier, ni lo dudó…

Corrió, cuanto pudo, hacia la avenida, justo cuando el camión estaba por pasar, ante la sorprendida mirada del humano círculo, que se abrió, para que se escurriera por el espacio hecho…

 

El impacto, fue durísimo…

 

 

Mucha gente vio, por unos segundos, azorada, cómo salió volando ese gran oso negro, en ésa, su última, gran actuación…

 

FIN

 

Tenochtitlan, 23 de agosto, 2020

(De la colección: cuentos de una sentada)

Seguimos en pandemia

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TRABAJADORA SEXUAL...Cuento por Adán Salgado

               Ilustración: Viridiana Pichardo Jiménez

 

TRABAJADORA SEXUAL

 Por Adán Salgado Andrade

Claudia, muy nerviosa, esperaba “cliente”.

Sólo la gran desesperación de conseguir algo de dinero para que comieran sus dos hijos, Juan, de dos años y Lucía, de cuatro, de distintos padres, llevó a la madre soltera a atreverse a vender su cuerpo.

Eso le dijo su comadre Sofía, madrina de bautizo de Lucía, para que se animara. “No, comadre, no está mal, porque vendes tu cuerpo, no tu amor… ése, no se vende”, le había comentado una semana atrás.

Sofía, ya se había atrevido y ya llevaba más de dos meses trabajando en esa esquina, de la calle de Romero, cerca del metro Villa de Cortés. Le había pedido permiso a la “lideresa” de las sexoservidoras de esa zona, la apodada Picuda, quien por módico diez por ciento de lo que sacara, le dijo que podía estar todo el tiempo que quisiera. “Sí, manita, aquí, entre más le chingues, más ganas”, le aseguró la Picuda, una mujer de unos cincuenta años, todavía de “buen ver”, le había comentado Sofía a Claudia.

Claudia, le había dicho que si no encontraba trabajo de mesera, lo que regularmente desempeñaba, le “entro, comadre”. Pero, por la pandemia, nada pudo hallar.

Sofía le dio unos “tips”, en vista de que ya le llevaba dos meses de “experiencia”.

“Mira, comadre, no te vayas con cualquiera, así, de esos güeyes que se vean borrachos o drogados, nada más agarra los que se vean decentes”, le recomendó. Claudia objetó que, muchas veces, los rateros se vestían de traje y toda la cosa “y te roban, comadre”. Sofía encogió los hombros, “pues sí, comadre, pero para atinarle. Mejor, no te vayas con güeyes mal vestidos, que se vea que ni se bañan… ¡ah!, pero, eso sí, que te paguen por adelantado y te los llevas al hotel que está aquí, nada de que a su casa o a su carro”.

El hotel, el Harare, era al que todas las sexoservidoras de esa calle acudían, no sólo por la cercanía, sino por protección. “¡Por si esos cabrones, se quieren pasar de pendejos!”, les había dicho la Picuda. “Los de recepción, ya nos conocen y están a las vivas, por si se quieren pasar de vergas”, les aseguró.

Por todo ello, y en vista de que ya le daba pena seguirle pidiendo a Sofía que los cincuenta, los cien pesos, para que comieran sus hijos y ella, “una sopita o huevos”, además de que ya debía tres meses de renta, Claudia, no lo pensó más.

Y empezó ese domingo, de fin de semana de quincena, que le dijo Sofía que era cuando más clientes había. “Te pones bonita, comadre, una faldita, tu blusa roja y tus zapatillas, que llevas a las fiestas, y nos venimos juntas, comadre”, le recomendó Sofía, quien usaba faldas muy cortas para trabajar.

“¡Te ves preciosa, comadre!”, exclamó Sofía, cuando la vio esa mañana, vestida tal y como le había recomendado y muy bien maquillada. Claudia se sentía algo incómoda, pues sólo en fiestas se vestía tan “provocativa”, como pensó de su atuendo. “Ya, tranquila, comadre, no pasa nada… como te dije, sólo estás vendiendo tu cuerpo”…

Y tomaron un taxi, que las llevó de la Oriental, en donde vivían, hasta Romero.

“Y siempre ponle crédito a tu cel, comadre, por si un güey se pasa de pendejo, me avisas”…

 

 

 

 

 

 

 

 

II

 

El cliente era un hombre de unos treinta años, cuando mucho.

Fue lo que le calculó Claudia.

Su piel, era muy blanca y el peinado, perfecto, pelo corto, bien acomodado hacia atrás. Su apariencia, correspondía a la de los llamados metrosexuales, esos hombres que vestían y lucían impecables.

Su traje negro, muy fino, su camisa gris, satinada, esa corbata obscura y el elegante portafolio de piel, también negro, le inspiraron la necesaria confianza a Claudia. “Seguro ha de ser un gerente de banco”, pensó ella.

El hombre se le acercó por atrás, lo que había tomado por sorpresa a Claudia.

-¿Cuánto cobras, chica? – le preguntó.

Claudia estaba estupefacta, muy nerviosa, pues no hubiera pensado que tan pronto se hiciera de cliente. Estuvo callada, por varios segundos, sin acertar qué decir.

Y, tal y como le había recomendado Sofía, le dijo que eran seiscientos pesos, media hora, más el hotel.

Pero el hombre le dijo que la necesitaba todo el día.

-¿Cuánto me cobrarías, chica? – preguntó.

-¡Ay… no sé… espérame! – respondió, mientras sacaba el celular de su bolso de mano, que era el que también llevaba a las fiestas, y le enviaba un whats a Sofía, diciéndole que el “cliente”, la quería todo el día y “que cuánto le cobro”…

“Cinco mil, comadre”, le respondió Sofía.

El hombre, notó la expresión de Claudia al leer el mensaje, pues a ella se le “hacía mucho”…

-Cinco mil – murmuró Claudia, temerosa de que ese hombre se negara.

-Hecho, chica – dijo, con mucha seguridad.

-Pero… son por adelantado – señaló Claudia, también, casi murmurando, embargada por distintas emociones: vergüenza, por estarse iniciando en esa “profesión”; sorpresa, de que ese joven, que hasta le gustó, la estuviera contratando y que hubiera accedido al precio; nerviosa, por enfrentarse ante lo desconocido, sobre todo, que, en un rato más, tuviera que desnudarse ante aquél y que también él, se desnudara… algo que, así, tan de repente, con un desconocido, pues… ¡como que estaba raro!...

Porque hacer el amor, sólo lo había hecho con sus parejas…

Pero, entonces, recordó lo que Sofía le había dicho, que solamente era su cuerpo el que iba a vender

De todos modos, razonó, no iba a ser tan fácil desligarse de su cuerpo, como si lo fuera a colocar a un lado y ella, Claudia, sólo contemplara el acto meramente sexual que llevaría a cabo con ese desconocido

Presto, el hombre sacó varios billetes de a quinientos, que llevaba en una cartera que extrajo de uno de sus bolsillos. Contó diez y se los dio a Claudia, mostrándose muy seguro, como si hubiera estado pagando por alguna cosa en una tienda.

Y la otra condición que le puso Claudia fue que irían al Harari.

-Sí, está bien… ¿cómo te llamas? – accedió también ese hombre, para beneplácito de Claudia, quien veía que se cumplía, sin problema, todo lo recomendado por Sofía.

-¿Cl… Claudia… y… tú? – respondió y preguntó, muy quedo, Claudia, todavía no muy segura de que eso que le estaba sucediendo era real.

-Emilio, a tus órdenes – le contestó él, sonriéndole.

Claudia le devolvió la sonrisa, pero no porque hubiera querido ser amable, sino debido a su nerviosismo, pues Sofía, le había recomendado que se portara seria, “no les des confiancitas”…

Le aclaró que lo del hotel, era aparte.

-¿Cuánto es? – le preguntó Emilio.

-Ah… pues no sé, es que como es toda la tarde, yo creo que es más caro, porque por media hora, cobran doscientos – aclaró ella.

-Okey, vámonos – dijo Emilio…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

III

 

El de la recepción, les cobró mil pesos por toda la tarde. “Es hasta las diez”, les aclaró.

Subieron por el elevador, hasta el tercer piso, y caminaron sobre el pasillo hasta la habitación 312.

La llave, la llevaba Claudia, quien, muy nerviosa, no podía insertarla en la cerradura.

-¿Estás nerviosa? – preguntó Emilio

-Ah… no… este… bueno, sí, un poco es que – iba a decirle que era su primera vez, pero prefirió no hacerlo, no fuera a ser que se quisiera aprovechar por ello –… no había estado tanto tiempo con alguien…

Emilio sonrió. Sus ojos claros, emanaron ternura, lo que le dio todavía más confianza a Claudia.

Abrió, por fin, la puerta.

Entró, seguida de Emilio.

-¿Quieres que tomemos algo? – preguntó Emilio, dejando su portafolio en una pequeña mesa que estaba junto a un tocador, quitándose el saco, que colgó de la silla, al lado de la mesa.

-Eh… no… bueno, un refresco…

-¿No quieres un vinito?

Recordó Claudia que Sofía le había prohibido que tomara algo, “porque no te vayan a meter alguna chingadera”…

-No… un refresco…

Emilio tomó el teléfono, apretando un botón que decía “recepción”

-¿Bueno, sí?... mire, estoy en la habitación 312, ¿tiene refrescos y cervezas?... ah, okey, tráigame una coca – volteó hacia Claudia, para preguntarle, tapando la bocina –… ¿de lata? – Claudia, asintió –… de lata, y una Modelo, por favor… gracias.

Emilio colgó el teléfono.

-Quieres que… que ¿me desvista ya? – preguntó Claudia, también muy baja su voz.

Emilio la miró, sonriendo, sus ojos, “muy lindos” – como le parecieron todavía más a Claudia – dándole, desde ese momento, plena confianza de que estaría con un hombre decente

-No, todavía no, corazón – le dijo Emilio, quien se acercó, le tomó la mano derecha y la besó, muy delicadamente…

Claudia sintió “mariposas” ante tal gesto y estuvo a punto de desmayarse, ante tantas encontradas emociones en tan poco tiempo…

Hasta pensó en que, quizá, ese sería el inicio de una nueva relación amorosa, recordando relatos de cómo clientes se habían casado con sexoservidoras.

-¿No? – insistió ella.

Emilio negó con su cabeza.

-Mira, tenemos toda la tarde… no te preocupes, Claudia

 

Más tarde, les tocaron la puerta, para entregarles, una mujer, la coca y la cerveza…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

IV

 

-Por favor, acéptalos, Claudia – le volvió a pedir Emilio.

En la cama, estaban desparramados cuatrocientos mil dólares, que el joven había sacado de su portafolio hacía un momento.

-¡No, no, no!... ¡¿cómo crees?!... ¡no quiero que me metas en problemas, no vaya ser dinero mal habido!

-Mira, de verdad, no desconfíes, no es dinero robado, ni del narco… son mis ahorros de muchos años… – le aseguró, enfático.

-¿En qué trabajas? – preguntó Claudia, quien se tranquilizó un poco, al saber eso, que Emilio le había dicho con tanta convicción.

-Soy animador de efectos especiales de películas… trabajé mucho tiempo en Estados Unidos y por eso tenía esos ahorros en dólares… de verdad, no tienes nada de qué preocuparte…

Claudia lo miraba, igual de absorta que hacía rato.

-¿Pero por qué me los quieres regalar, así, nada más?...

-Mira, te voy a ser sincero. Hace días pensé en contratar una pros… digo, una chica… porque… nunca he estado con una, para ver qué se sentía… y decidí que, si me caía bien… bueno, le daría todos mis ahorros… y dio la casualidad que te contraté a ti…

Claudia le lanzó una mirada de incredulidad:

-¿¡La casualidad de que me contrataste a mí!?... pero… no sé, eso no es casualidad… ¿no?

-¿Por qué no?

-Pues… porque… había muchas chicas, ¿no?

-Pues tú fuiste la que más me atrajo… yo creo que sí es casualidad…

Claudia lo miró, cabeceando levemente, dándole a entender que seguía sin creerle.

-Bueno, mira… como sea, ya estamos aquí y quiero, de corazón, ofrecerte todos mis ahorros…

-Pero, Emilio, no, ¿cómo crees?, no quiero verme como una aprovechada…

-¡No eres aprovechada… yo te los estoy ofreciendo… tú, ni sabías que te los iba a ofrecer!…

En eso, tenía razón Emilio, razonó Claudia. Por otro lado, se había estado portando amable hasta ese momento y ni siquiera le había pedido que se desnudara.

-Oye… ¿pero tu familia, no sé, tu esposa, tus hijos?...

Emilio volvió a sonreír. Y sus lindos ojos, a emanar ternura. Sólo negó con su cabeza.

-Mira, por favor, acéptalos, te lo pido, de verdad… voy al baño…

Emilio caminó hacia el baño, abriendo la puerta y cerrándola tras él…

Claudia, volteo a mirar todo ese dinero, regado por la cama, puro billete de a cien dólares…

De repente, pensó cómo todo ese dinero le podría ayudar a sacar adelante a sus hijos, podría poner algún negocio, comprar un terrenito, un carro… no se imaginaba cuánto sería en pesos, pero, de seguro, mucho.

Sacó su celular, se conectó a los datos del “Harari”, buscó en Google el precio del dólar, lo multiplicó por cuatrocientos mil y… ¡eran más de ocho millones de pesos!

¡La emoción la embargó!

Y sólo tenía que aceptarlos…

De repente, la comenzó a embargar una fuerte somnolencia…

¿Le pondría algo a la coca este cuate?, pensó, con algo de miedo, sobre todo, porque el sueño se incrementaba…

Pero no, pues ella misma, destapó la lata

Y a tal punto la invadió el sueño, que se dejó caer sobre la cama, al lado de todos esos billetes de a cien dólares…

Y, en un instante, se quedó profundamente dormida…

IV

 

Cuando Claudia despertó, una bolsa de papel, estaba a un lado de su cabeza.

Había una nota junto a la bolsa, que decía:

Claudia, te los dejo en

esta bolsa, para que piensen en

que es tu pan y no te los vayan a robar

Hasta ese momento, le “cayó el veinte” a Claudia, de lo que había sucedido hacía rato, que habría pensado que era parte del sueño que había tenido. Se había visto en una muy bonita casa, en medio del bosque, con sus dos hijos, los tres, muy felices. Y que había puesto un negocio de unas cabañas para turistas, a los que hacía recorridos ecológicos en un Jeep rojo…

Estaba muy extrañada, confundida…

Volvió a leer la nota y a revisar su contenido, en donde, perfectamente empacados, en varios fajos sujetados con ligas, estaban los cuatrocientos mil dólares…

Tendría que contarlos, pensó, para cerciorarse…

Aunque nunca había contado tanto dinero. “Creo que lo más que he contado, son diez mil pesos”, recordó…

Pero, sí, era cierto, Emilio le había regalado todo ese dinero. Por eso había soñado eso, pues ya sería realizable ese sueño…

 No tenía idea de qué hora sería, pero aún había luz.

Miró su reloj, eran casi las seis de la tarde.

“¿Se habrá ido?”, se preguntó.

¡Vaya primera experiencia que había tenido!

Había salido, literalmente, ilesa y… ¡millonaria!

Sí, le contaría todo a su comadre. Y hasta le daría algo de dinero, para que, también, dejara de vender su cuerpo

Todavía seguía sin creerlo. De no haber sido por la bolsa, conteniendo todos esos billetes, habría pensado que todo había sido un sueño.

“Qué chico tan raro”, pensó, pero muy agradecida de su rareza. “Ya no hay hombres así”…

En ese momento, la asaltaron las ganas de orinar, pues no lo había hecho, desde que habían entrado, hacía horas, a la habitación…

Caminó hacia el baño. Abrió la puerta, percibiendo un olor como a “perro muerto”…

Prendió la luz, pues estaba obscuro…

-¡Ayyyyyyyy! – prorrumpió Claudia un desgarrador grito, combinación de sorpresa, asco, terror…

 

Un putrefacto cadáver de un hombre, emanando un fuerte hedor, que evidenciaba varias semanas de haber fallecido, estaba tirado junto al WC, vestido, justamente, con la ropa que Emilio luciera unas horas antes…

 

FIN

 

Tenochtitlan, abril de 2021

(De la colección: cuentos de una sentada,

por pandemia)

 

 

 

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GALARQUEÓLOGOS...Cuento por Adán Salgado

 

Ilustración: Viridiana Pichardo Jiménez

GALARQUEÓLOGOS

Por: Adán Salgado Andrade 

El comandante de la misión, el coronel marterrestre Cuauhtémoc Marclovius, de padre terrestre y madre marciana – ella, de la doscientava generación de los fundadores de la primera colonia marciana –, revisó la computadora cuántica, de última generación, marca Nopatl, que marcaba que en unas horas más, llegarían a esa zona de la Vía Láctea, justamente en el centro, marcada como fosilizada, de unos trece mil millones de años de antigüedad.

Era un viaje que se había pospuesto por muchos años, pues todo el equipo de galarqueólogos, encabezados por Marclovius, había estado más interesado en investigar otras zonas espaciales, extremadamente antiguas. Una de ellas, ubicada a unos diecisiete mil millones de años luz de la Tierra, la que había tomado dos años en llegar, empleando el sistema de traslado hiperespacial-cósmico, que usaba espirales espaciales, las cuales, saltaban las distancias físicas, viajando a través de las proyecciones hiperespaciales, que eran aplanadas en dos dimensiones, con lo cual, los años luz de distancia, tomaban sólo unas horas en ser recorridos, gracias al viaje compresobidimensional.

Muy cómodo. Las naves planodimensionales, saltaban, literalmente, los planos que creaban las espirales. Y se desplazaban usando combustible energinegro, que alimentaba a desplazadores espiroproyeccionales, de lo más nuevo en deslazamiento compresobidimensional.

Viajar físicamente, era cosa de un muy remoto pasado, como había estudiado Marclovius, en antiquísimos relatos de cómo viajaban sus antepasados terrícolas. Romántico, pero impráctico, haber viajado físicamente. Le daba risa leer que un viaje al centro de la Vía Láctea, en esos remotos tiempos, les hubiera llevado a sus antepasados ¡cuatrocientos cincuenta millones de años!

En ese momento, en menos de una semana terrestre, el viaje casi estaba completado.

 Y así, para los otros confines del universo. Los más alejados, tomaban entre uno y dos años, cuando mucho.

Por eso, desde hacía más de un siglo, cuando comenzaron a viajar así, con lo más  nuevo en tecnología de viajes al espacio exterior, la galarqueología, había recibido un verdadero gran impulso.

A sus 35 años, Marclovius ya era investigador asociado A, con Doctorado en Galarqueología, por la Universidad Marciana de Mare Thyrrhenum – uno de los treinta estados marcianos – , la más prestigiada en esa disciplina.

Habiendo vivido toda su vida en Marte, Marclovius, desde pequeño, fue ávido absorbedor de todo lo concerniente al Universo. Su padre, marticultor, le compró la enciclopedia cuántica, en donde todo el conocimiento humano, se almacenaba y se iba actualizando, con sólo pulsar update, en la pantalla holográfica que la contenía. Su madre, maestra de kínder, era también ferviente absorbedora de los cuantilibros, y tenía llena su cuantiblioteca con decenas de títulos de todo tipo de temáticas, desde literatura, pasando por física, hasta descubrimientos galarqueológicos…

Y éstos últimos, era los preferidos de Marclovius, además de la enciclopedia cuántica. A pesar de que su padre había deseado que Marclovius fuera marticultor, no, nunca se interesó en eso. “Sí, pa’, sí, yo sé que gracias a lo que hacen los marticultores, como tú,  comemos, pero, en serio, pa’, yo quiero ser galarqueólogo… déjame, ándale, sí, por favor”, recordaba cómo le rogaba a su padre.

Y le cumplió su “caprichito”, pagándole la carrera en la Universidad Marciana de Mare Tyrrhenum, en donde estudió la licenciatura, la maestría y el doctorado, a pesar de que a su padre, le había salido en un “ojo de la cara” pagarla…

Pero Cuauhtémoc padre, estaba muy orgulloso, pues ya eran varios los galardones que su hijo había recibido por sus notables investigaciones.

La mejor de todas, hasta ese momento, había sido su descubrimiento de que todos los agujeros negros, contenían energía negra, energinegra, para corto, que era un energético ampliamente usado, casi ilimitado, por tantos cientos de miles de agujeros negros, disponibles en el Universo.

Aunque, claro, como siempre, el lado obscuro de todo eso, era la contaminación negra resultante. Y los espaciovistas, era lo que criticaban, que el Universo se volvía más y más negro, con la resultante contaminación.

“Consecuencias del progreso”, suspiraba Marclovius.

Otro descubrimiento importante, había sido que más allá de los mil años luz de distancia, no existían formas de vida o, no, como podrían ser concebidas hasta entonces – a pesar de que en sus viajes, Marclovius había descubierto de todo, vida gaseosa, líquida, lumínica… aunque inferiores todas –, pues el avejentamiento universal, era algo inevitable. Estrellas nacían, morían, y dejaban vida y destrucción, durante el proceso.

Habría sido imposible para los humanos explorar los millones de objetos estelares, incluyendo las mencionadas estrellas, en sus distintas fases de existencia, planetas, cuásares, protoplanetas, exoplanetas, agujeros negros, meteoritos, galaxias… ¡labor que llevaría cientos de años terrestres, para clasificar la vastedad universal!…

Y la mayor proeza de Marclovius, había sido el descubrir que el Universo no era infinito, sino que, más allá de todo lo conocido, existía una zona vacía, ésa, sí, infinita – habían viajado por meses y nunca le hallaron el final –, de muy bajísima densidad, tanto, que tuvieron que activar el cohesiómetro, para evitar que la nave exploratoria, junto con ellos, se disgregara molecularmente. Por fortuna, con invenciones así, se podían hacer ese tipo de travesías en el infinito alto vacío.

Descubrieron, igualmente, más allá de los mil años luz, restos de cientos de civilizaciones de todo tipo, pero también, varias, dentro de los mil años luz, vivientes, que, tecnológicamente, eran inferiores a la humana.

Mas hallaron algunas, muy superiores, que resultaron inexpugnables, debido a que poseían tetradimensiones, que no podían franquearse con la tecnología humana existente y que llevaría muchos años más, quizá unos cien, estimaba Marclovius, para que pudieran acceder a esos peculiares planetas, que no respondían a ningún tipo de ley física conocida.

De donde podía, procuraba recoger especímenes vivos, siempre y cuando, sus cuantrinstumentos indicaran que eran inofensivos.

Todos, los tenía muy bien guardados y clasificados en el gran especiario, adjunto a su laboratorio, en la Universidad Marciana de Mare Tyrrhenum, gracias a que el mando marciano, le daba suficiente presupuesto para hacerlo, así como para sus incontables viajes.

Pero también, gracias a tales viajes, Marclovius, había establecido buenas relaciones con otras civilizaciones… bueno, las pacíficas, la mayoría y, gracias a ello, con algunas algo más avanzadas, habían tratados de cooperación tecnológica, muy necesaria para la evolución universal.

Gracias a esos convenios, fue posible mejorar los desplazadores espiroproyeccionales, pues los habitantes del planeta Ulón, habían desarrollado un mejor diseño.

Con los ulolitas, hacía miles de años, los terrícolas de entonces, habían tenido un grave problema, que los llevó a su extinción total, cuando aquéllos, los desintegraron masivamente. Por siglos, esos activistas ecoplanetarios, los estuvieron estudiando y se molestaron por su forma tan descuidada de tratar a la gran Tierra y su maldad intrínseca…

Pero, por fortuna, algunos humanos sobrevivieron, los mejores, pues los ulolitas, usaron filtros de desintegración, que protegerían a los mejores especímenes, en caso de que los hubiera, como así resultó.

Y se dieron cuenta esos sobrevivientes, de los errores cometidos contra la noble Tierra por sus antecesores, excesiva depredación y contaminación ambiental, así como la parte perversa del ser humano, la que fue eliminada por bioingeniería genética cerebral…

El planeta se repuso, así como las ciudades humanas, con tecnologías limpias, en lo que fue una gran renovación planetaria y humana.

 Y ya eran, desde entonces, ulolitas y terrícolas, buenos amigos y hasta aliados en la galarqueología, pues compartían descubrimientos…

Así que con varias civilizaciones planetarias, la Tierra tenía convenios de avances científicos e investigaciones.

Las formas de vida violentas, eran las menos desarrolladas tecnológicamente y, por lo mismo, habían sido neutralizadas, mediante convenios universales. Las guerras, eran cosa del remoto pasado, afortunadamente, se alegraba Marclovius.

Su labor, la consideraba necesaria. Se veía como los antiquísimos poshtecas, esos comerciantes mexicas, que representaban a la Gran Tenochtitlan, muchísimos cientos de miles de siglos terrestres atrás. Eso, lo había averiguado cuando se puso a buscar los orígenes de su nombre, Cuauhtémoc, derivado del idioma náhuatl, muy antiquísimo, igualmente, que significaba águila que cae. Supo, por esa muy profunda cuantinvestigación, que Cuauhtémoc había sido un valeroso tlatoani mexica, o sea, rey, al que unas razas invasoras de su pueblo y parásitas, habían torturado, con tal de que les revelara en dónde acumulaban oro...

“Bueno, tanto para eso”, reflexionó Marclovius, cuando se enteró de todo aquello. “Pero si el oro, ahora, se fabrica en abundancia, y se usa para envolver alimentos, por sus propiedades higiénicas”, razonó.

En fin, agradecía a sus padres, que lo hubieran bautizado con ese nombre y se sentía sumamente orgulloso de llevarlo.

“Soy rey y poshteca universal”, decía para sí mismo.

 

Luego de esas reflexiones, Marclovius checó, una vez más, los indicadores…

Sí, en diez horas, tocarían plano en ese fosilizado centro de la Vía Láctea…

-Chicas, chicos, les sugiero que duerman un poco. Yo estaré al pendiente, mientras llegamos – dijo al resto de la tripulación, seis mujeres y cuatro hombres, con los que había estado trabajando muy bien los últimos cinco años…

Contempló la enorme masa blancuzca, sin brillo, que se proyectaba en la planopantalla frontal de la nave.

-Ahí vamos, seas lo que seas – dijo, mientras tomó su tasa de café y bebió de un solo trago lo que le quedaba de su bebida favorita…

 

 

 

 

 

 

 

 

II

 

En efecto, diez horas más tarde, la nave ovoidea había planerzado, en un punto de esa vastedad fosilizada.

Perfectamente pertrechados con todo su equipo, tanto de sobrevivencia espacial – éste, que eran trajes acondicionados, para permanecer explorando durante un año terrestre, si fuera necesario, con oxígeno, humedad, temperatura ideal… la mejor tecnología de punta disponible hasta el momento –, así como de exploración.

Los vehículos exploradores, todo ambiente, podían desplazarse por aire, tierra, agua, hiperespacio – si fuera necesario –, además de que poseían otras “cosillas”, como decía Marclovius. Esas cosillas, eran todo tipo de instrumentos de medición, que podían determinar composición atómica, molecular, nucleotemperatura, química, espacial, hiperespacial, cuántica, negrocuántica, antigüedad relativa, real, ubicación universal, bases espirálicas, cósmicovariabilidad, sideralibidad…

En fin, cuanto fuera necesario para clasificar, perfectamente, cualquier objeto estelar…

Incluso, contaban con un equipo muy sofisticado – recientemente adquirido por el Alma Mater de Marclovius –, que podía recomponer la composición atómica y cuántica original, de objetos inactivos, aunque tuvieran millones de años así, como fósiles galácticos, por ejemplo.

Esa sería la primera vez que se usaría el reactivador cuanticatomicotrínico, y Marclovius estaba muy emocionado, así como el resto de la brigada.

Luego de viajar a baja altura por cientos de kilómetros, las dos naves exploratorias, pudieron posarse en una parte de tal vastedad fosilizada, que parecía estable.

Hasta donde alcanzaba la vista de Marclovius, no se le veía el final a la enorme, fosilizada masa.

-¡Seguro mide años luz de longitud, chicos. Bien, aquí tenemos fósil para rato! – exclamó Marclovius, mientas se abría la compuerta de su nave y bajaba, seguido de Sonia, Rosa, Xitlali, Pedro y Robert.

En la otra nave, habían viajado Selena, Ximena, Dionisia, John y Demetrio.

Todos caminaron hacia el espacio entre las naves.

Marclovius activó, con un control remoto, una escotilla lateral de su nave, también de forma ovoidea, como la nodriza.

De allí, bajó una especie de vehículo robotizado, equipado con lo último en tecnología, el reactivador cuanticatomicotrínico.

El vehículo-robot, comenzó a circular libremente por el sitio.

Producía ruidos y zumbidos extraños, por todos los sensores y tomadores de muestras de todo tipo, que eran examinadas al momento, con tal de determinar su composición, y qué se requeriría para revertir a la formulación cuanticoatómica original, a toda esa vastedad fosilizada.

-¡Vaya con el nuevo aparatito, doctor Marclovius! – exclamó Sonia.

-¡Sí, se ve equipadísimo! – la secundó John.

Y todos estuvieron de acuerdo en que era una maravilla tecnológica

-Sí, la verdad es que está súper chingón – dijo Marclovius, en tono de gran orgullo. Se permitía palabras altisonantes, cuando estaba contento, como en ese momento.

Le había costado varios meses, estarle pidiendo a las máximas autoridades universitarias, que tramitaran presupuesto extra para pagar los diez millones de pesdólares que se requirieron para adquirirlo.

Era lo último en tecnología de reversión atómica, fabricado por la naciente empresa Reversal Composition Systems, colaboración entre científicos de la Tierra y de los del planeta Ulón.

-Esperemos que desquite lo que nos costó – dijo Marclovius, muy expectante…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

III

 

Pasaron varias horas.

El reactivador cuanticatomicotrínico, había recorrido varios cientos de kilómetros terrestres, seguido por las naves exploratorias.

Repentinamente, se detuvo.

La pantalla que mostraba su operación, dentro de la nave de Marclovius, indicó que había ya estudiado lo suficiente la vastedad fosilizada, hecho cientos de pruebas, tomado mediciones, parámetros… y cuanto había sido necesario, como para recomponer la estructura cuántica, atómica, molecular, sideral… de ese fósil galáctico.

Hubo un detalle, que inquietó algo a Marclovius, que había determinado el reactivador cuanticatomicotrínico, que, en la estructura original, moléculas óseas habían existido.

“Eso está algo raro”, reflexionó, pues no podía ser que todo eso, tuviera elementos orgánicos.

-Miren, chicos, chicas, el aparato identificó que algunas partículas originales formaban estructuras óseas – dijo a los otros.

Y lo comunicó, por teletransmisor a la otra nave.

-Alguna contaminación, doctor, seguramente – comentó Demetrio.

-Sí, es posible – murmuró Marclovius, algo inseguro…

 

 

 

 

 

IV

 

¡Debió haber hecho caso a sus corazonadas!

Era algo en que les insistía a sus estudiantes de posgrado que, muchas veces, era mejor hacer caso a corazonadas, “aunque tengan un equipo muy avanzado”…

Pero cayó en el error que tantas veces les señalaba…

Sí, había sido todo un éxito la recomposición original de la vastedad fosilizada…

¡Pero todo un error, pues lo que se había recompuesto era nada menos que un gigantesco Negrofosaurius, una mítica criagaláxia, mitad monstruo, mitad galaxia, que nadie, ni Marclovius, hasta ese fatal momento, hubiera creído que habría existido jamás!…

¡Pero sí existió… y ya existía, gracias al reactivador cuanticatomicotrínico!...

Eran monstruosidades universales que, en los inicios de la creación del Universo, unos quince mil millones de años atrás, se habían formado, y estuvieron a punto de engullirlo por completo.

Pero gracias a que los agujeros negros, su principal alimento, por su glotonería, desaparecieron – luego, se repusieron, abundantemente –, aquellos amorfos, negros esperpentos cósmicos, dejaron de reaccionar atómicamente, o sea, murieron, si era posible usar este concepto, y pasados millones de años, se fosilizaron

¡Pero Marclovius, y su equipo, muy pendejamente, revivieron tal monstruosidad!…

-¡La cagamos! – gritó, espantadísimo.

A pesar de que intentaron huir, en segundos terrestres, los engulló, con todo y naves y junto con media Vía Láctea…

 

 

V

 

Antes de perecer, Marclovius se arrepintió de que nada se hubiera aprendido del pasado, de que por esas soberbias, supuestamente científicas, hubieran recompuesto a esa monstruosidad, que, se replicaría y, muy pronto, terminaría engullendo al vasto Universo por completo…

“¡Pero que pendejos somos!”, tristemente pensó, mientras escuchaba los gritos del resto de la tripulación, antes de que la babosa, nauseabunda negrura, los abarcara mortalmente por completo…

 

FIN

 

Tenochtitlan, 6 de diciembre del 2020

(De la colección: cuentos de una sentada)

 

 

 

 

 

 

 

 

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